LUZ Y OSCURIDAD
El sótano estaba a oscuras. De esa forma podía concentrarse y
reflexionar sin distracciones innecesarias. Privado de luz era capaz de
analizar sus pensamientos y los actos más recientes adquirían relevancia y
significado. En todo caso sujetaba una linterna que encendía y apagaba
caprichosamente. Él estaba sentado en el suelo en posición fetal. Llevaba así
desde hacía rato. Debido a ello, empezó a tener calambres en las piernas
flexionadas. Cambió de postura y encendió la linterna. En el techo, dentro del
círculo iluminado, aparecieron unas manchas de color rojo intenso. Dejó de
apuntar al techado y desvió el foco hacia la mano que tenía libre. En la piel:
restos del mismo color. Observó las salpicaduras de su mano durante unos
segundos antes de volver a dejar el sótano a oscuras. Pasar de la luz a la
oscuridad era como viajar de un planeta a otro. Dos mundos completamente
diferentes ocupando un mismo espacio. Al igual que el bien y el mal se avienen
a compartir un solo ente. Pensó en ello y se dio cuenta de que, tanto en un
caso como en el otro, los extremos se complementan y la existencia de cada cual
es sustentada por el contrario. Se sintió satisfecho por haber encontrado un
paralelismo entre ambos conceptos. Encendió la linterna y apuntó directamente a
un cadáver que estaba tirado en el suelo cubierto con un plástico. A pesar del
envoltorio se podía apreciar el cuerpo ensangrentado de una niña que aún no
había alcanzado la adolescencia. Apagó la linterna. Por si no fuera suficiente
con la oscuridad del sótano, cerró los ojos y permaneció con ellos cerrados.
Llevaba toda la noche en vela y estuvo a punto de quedarse dormido. Entonces,
una voz femenina resonó por toda la habitación, sacándole del sopor. Encendió
la linterna y dirigió el foco al altavoz que estaba colgado de la pared, como
si quisiera ver las palabras que salían de él.
—John, cariño, ¿sigues ahí?
—¿Qué pasa?
—Es Paul. Está al teléfono. Dice que es importante.
—Pásamelo.
John se
apartó del micrófono para alcanzar el teléfono. Apagó la linterna y esperó a
que la voz de Paul llegase a sus oídos.
—John, siento molestarte.
—Paul, amigo. ¿Qué te preocupa?
—¿Has leído la prensa de hoy?
—No he tenido tiempo. ¿Qué dice?
—Se trata de ese malnacido de Manson. Ahora va diciendo que se inspiró
en Helter Skelter para cometer sus crímenes.
John soltó
una carcajada.
—No tiene gracia, John. Por culpa de esos trastornados Helter Skelter
será recordada como la banda sonora de sus asesinatos.
—Exageras. Dentro de unas semanas nadie se acordará ni de Manson ni de
sus secuaces. Sin embargo, nuestra música seguirá escuchándose.
—Han matado a seis personas. Entre ellas, una actriz famosa que,
además, estaba embarazada. John, te equivocas. Esto no se va a olvidar tan
rápidamente como tú piensas.
—Sinceramente, creo que sobrevaloras a esa gentuza.
—Quizás deberíamos dar una rueda de prensa para desvincularnos de todo
esto.
—Ni se te ocurra. Cuanta más leña eches al fuego, más arderá. Lo mejor
es no hacer nada. ¿Has hablado con los demás?
—Aún no.
—Mejor. No les digas nada. No hagas nada. Créeme, es lo más
inteligente.
—No sé… tal vez tengas razón.
—Claro que la tengo…
Ambos
siguieron hablando durante unos minutos, hasta que John consiguió convencer a
su amigo de que dejase las cosas como estaban. Paul siempre se agobiaba por
cualquier tontería. Menos mal que estaba él para poner un poco de calma y
sensatez. No obstante, Paul tenía razón en una cosa: el asunto no se iba a
olvidar fácilmente. Maldijo a Manson. El tipo tenía cara de rata. Eso fue lo
que pensó cuando lo vio fotografiado por primera vez en los periódicos. Se
sentó en el suelo y apoyó la espalda contra la pared. Permaneció en esa postura
a oscuras. Le dolía el cuello. Movió la cabeza de izquierda a derecha y de
delante hacia atrás. Para finalizar el estiramiento, la hizo girar trescientos
sesenta grados en el sentido contrario a las agujas de un reloj. Encendió la
linterna e iluminó el cadáver. Al pasar la luz sobre el plástico, se crearon
extraños destellos que fueron proyectados sobre la pared de enfrente. Aunque
hacía más de diez horas que había consumido ácido, los brillos potenciaron los
últimos resquicios de droga que aún circulaban por sus venas y, por un momento,
quedó fascinado por las emisiones lumínicas. Movió la luz de la linterna por
encima del plástico para que los reflejos fueran cambiando sobre el tabique.
Cuando se aburrió del espectáculo, cerró los ojos y aplicó la lente de la
linterna directamente sobre uno de los párpados. La luz atravesó la fina
membrana de carne y llegó a la pupila en forma de fogonazo. Apagó la linterna y
la apartó de su cara. Aun así, un calidoscopio de fosforescencias sobrevivió
dentro del ojo durante un breve periodo de tiempo. De pronto se sintió muy
cansado. Iluminó el panel de mandos con la linterna. Presionó uno de los
botones y acercó sus labios al micrófono para hablar:
—Yoko… Yoko… ¿estás ahí?
—Sí, dime.
—Ya puedes avisar a esa gente para que vengan a limpiar el sótano y se
lleven… bueno, ya sabes.
—Los llamo ahora mismo.
—Gracias, cariño.
Era hora de
abandonar el sótano y dormir un poco. John apagó la linterna y buscó a tientas
el interruptor de la luz.
pepe pereza para Vinalia Trippers
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