Llaman al
timbre.
-Hijo, abre,
que soy yo.
Mi madre es la última persona a
la que quiero ver. Le abro la puerta. Carga con cuatro bolsas llenas de comida
que trae para mí.
-Ya estás
fumando esa basura.
-Mamá, no
empecemos que no estoy de humor.
Le cojo las bolsas y las dejo en
la cocina.
-
Te llamé para felicitarte por tu cumpleaños, pero
tenías el móvil apagado.
En realidad lo tengo sin saldo.
-Traigo la
boca seca ¿Dónde tienes los vasos?
Le señalo una de las puertas del
armario. La abre y coge uno de los vasos. Antes de llenarlo se da cuenta de que
tiene una mancha.
-Está sucio.
-Pues coge
otro.
-¿Dónde guardas
el detergente?
-Mamá, no lo
friegues. Coge otro.
-No me
importa, de verdad. Dime dónde está el detergente.
-Te digo que
cojas otro vaso, joder.
Al final, bebe agua con el que
tiene en la mano. Pasamos al salón. Mi madre obliga a Nico a bajarse del sofá.
Luego saca un pañuelo, lo extiende en el cojín y se sienta sobre él.
-Con ese humo
no puedo respirar. Haz el favor de abrir las ventanas.
Las abro.
-Seguro que
eso que fumas lo has pagado con el dinero que yo te presto y que nunca me
devuelves.
Me jode que haga mención a los
préstamos.
-No sé cómo
puedes vivir así.
-Mamá, no
estoy de humor.
-Te pareces a
tu padre. Él tampoco sabía ser feliz.
Me mantengo callado y fumo
echando el humo por la ventana. En la calle, un coche que está aparcado en
doble fila impide el paso a un camión de reparto. El camionero toca el claxon.
Nadie acude. Los coches se van amontonando a lo largo de la calzada. Una
sinfonía de bocinas se une a la del camión. Es una locura. Me fijo en los conductores.
Se reconcomen en sus asientos agarrando con fuerza el volante. Al cabo de unos
minutos, aparece el dueño del coche que está aparcado en doble fila. Se puede ver
en la cara de los conductores el odio que le guardan. Al fin, el tráfico se
restablece y vuelve la tranquilidad. La voz de mi madre me trae de vuelta a la
habitación.
-Deberías
buscarte un trabajo.
-No lo
necesito.
-¿Y de qué
piensas vivir? ¿De mis préstamos?
Voy a la cocina, cojo las bolsas de
comida que ha traído, las llevo al salón y las arrojo por la ventana. Mi madre
se queda muda. No puede creerse lo que acabo de hacer. Se levanta, guarda cuidadosamente
el pañuelo en el bolso y abandona la vivienda sin decir palabra. Desde mi posición
la veo salir del portal. Se detiene a recoger la comida que he tirado. Varios
paquetes han reventado y su contenido está esparcido por la acera. Algunos
viandantes la miran al pasar. Ella no les presta atención. Se limita a seleccionar
lo salvable y el resto lo echa en un contenedor de basura. Después cruza la
carretera y desaparece al doblar la esquina. Sobre la acera queda una mixtura de
leche, yemas de huevo y yogur. Un cuadro abstracto que cada uno interpreta a su
manera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario