miércoles, 1 de noviembre de 2017

SE RUEGA SILENCIO - CAPÍTULO 7

En la sala aguardan otras cuatro personas. No hay aire acondicionado y el bochorno es insoportable. Compruebo la hora en mi reloj y observo cómo gira el segundero. Sé que va sincronizado con el del despertador que está en mi dormitorio. Eso me hace sentir bien. En cierto modo, es como estar allí, mirando el paso del tiempo desde la cama. Me gusta esa sensación. Alguien grita mi nombre por el altavoz y anuncia que se requiere mi presencia en la oficina número cinco. El despacho está al fondo del pasillo. Llamo a la puerta y entro. Un fulano que tiene cara de saberle todo amargo me invita a sentarme. Confirma mi identidad repasando los datos en el ordenador. Luego añade que tiene un trabajo para mí.
-Es en la fábrica de embotellado que está en el polígono de Agoncillo. El turno es de seis de la mañana a dos de la tarde. ¿Te interesa?
Claro que me interesa, capullo. Llevo días alimentándome de lo que siso en los supermercados. Cogería cualquier trabajo por cutre que sea.
-Bien. Pues, el próximo lunes, a las cinco y media de la madrugada tienes que presentarte en la calle Vara del Rey, junto al pasaje del estanco. Allí te recogerá un autobús que te llevará a las instalaciones.
Hecho el papeleo, salgo de la agencia. Pasaré quince días a prueba y si les gusta cómo lo hago me harán un contrato de tres meses. Lo suficiente para pagar deudas y ahorrar algo. Joder, me muero de hambre. Debería acercarme a ver a mi madre. Con la excusa de mi nuevo trabajo podría hacer las paces con ella y comer algo decente.
Tarda en contestar pero al final lo hace. Le digo quién soy. Se produce un incómodo silencio. Se nota que sigue enfadada. Finalmente abre.
Está en su mecedora viendo la televisión. No me mira. Tomo asiento en el sofá.
-¿Dicen algo interesante en las noticias?
-Las mismas barbaridades de siempre.
Durante un par de minutos guardamos silencio y fingimos atender a las palabras de la presentadora.
-El lunes empiezo a trabajar en una fábrica de refrescos.
Me mira por primera vez.
-Me alegra saberlo.
Continuamos atentos al noticiario. Al rato, hace la pregunta que estaba esperando.
-¿Tienes hambre?
Me comería una ballena entera, pero el orgullo me obliga a mentir.
-No mucha.
-¿Has comido?
-Lo haré cuando llegue a casa.
-¿Estás seguro?
-Sí.
-Mira que no me cuesta nada prepararte unos huevos fritos con tocino y jamón.
Joder, mataría por un plato así.
-No, déjalo.
-Tú te lo pierdes.
Pensaba que iba a seguir insistiendo. Busco su mirada para insinuarle con la mía que no deje el regateo. Pero está centrada en el noticiario. Definitivamente, se ha olvidado del ofrecimiento. He perdido mi oportunidad. Le digo que me voy. Me acompaña hasta la puerta y nos despedimos con un beso. Según bajo las escaleras, en cada planta, me van llegando los aromas de los distintos guisos. Mis tripas gorjean blasfemias y claman al cielo por mi estupidez. 

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