Había pasado tanto tiempo viviendo en el bosque que ya no era capaz de recordar el rostro de su mujer. ¿Cuánto hacía que estaba allí? ¿Medio año? Seguramente más. La primavera y el verano ya habían pasado. Lo sabía porque las hojas de los árboles empezaban tener tonos ocres y anaranjados, señal de que el otoño había llegado. Pronto empezarían a caer de las ramas, cubriendo el suelo del bosque con un espeso manto. Además, al caer el sol la temperatura bajaba considerablemente. Por mucho que lo intentó no consiguió proyectar en su mente el rostro de su mujer, tan solo una imagen desenfocada de ella. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? ¿Estaría pensando en él? Seguro que no. Ella solo era capaz de pensar en sí misma. Nunca conoció a una mujer tan egoísta ¿Por qué se casó con ella? Tampoco consiguió recordarlo. Lo único que recordaba era el día que la vio en los brazos de otro. El otro era su mejor amigo, para más inri. La traición fue doble, por lo tanto, doblemente dolorosa. ¿Fue ese desengaño lo que le impulsó a quedarse en el bosque? Dudó de que esa fuera la causa. Una especie de murmullo lo sacó de sus pensamientos. Caminó hacia el ruido, que a cada paso se hacía más fuerte. Por fin, pudo salir de la espesura y se encontró frente a una cascada de unos tres metros de altura que caía sobre un torrente de aguas cristalinas. Al acercarse a la orilla vio como un grupo de truchas escapaban hacia el fondo de la laguna para ocultarse entre las rocas. Lo que hubiera dado por una caña de pescar. El vapor del agua, que se elevaba creando arcos iris, y el sol, filtrándose entre los árboles, le daban al lugar un aspecto de postal. Se sentó sobre una roca almohadillada de espeso musgo y estuvo tirando piedrecillas sobre el agua durante un buen rato. De la cara de su amigo sí se acordaba. Sobre todo de la sonrisa socarrona que tenía. Aquel fatídico día volvió antes del trabajo. La crisis estaba acabando con el negocio inmobiliario y nadie quería comprarse una casa. Por eso regresó antes del trabajo. Se extrañó al ver el coche de su amigo aparcado frente a su casa, pero no le dio mayor importancia. Antes de entrar, echó una ojeada por el cristal de la ventana y fue entonces cuando los vio. Estaban medio desnudos. Su amigo la sujetaba entre sus brazos y ella le besaba apasionadamente el cuello y el pecho. Él dio media vuelta y montó de nuevo en su coche. Estuvo conduciendo sin un rumbo fijo durante horas. Luego regresó. Cuando entró por la puerta de su casa se comportó igual que lo hacía siempre, como si no supiese nada. Decidió que era la mejor forma de actuar. Una trucha saltó en medio de la laguna distrayéndole de sus reflexiones. Por unos minutos se había olvidado de dónde estaba. Realmente el paisaje era de postal. Solo echaba de menos una cosa: su caña de pescar…
Continuará.
Continuará.
Cada pedazo que nos ofreces acrecenta las ganas de descubrir qué se esconde en este bosque
ResponderEliminarGracias por ponerme en tu lista de blogs
Un saludo!!
Mmmm, a veces es necesario "perderse para encontrarse".
ResponderEliminarCon ganas de más...
Te espero de nuevo :-)
Muchas gracias a los dos por la visita, que sepáis que estáis en vuestra casa.
ResponderEliminarJavier, de nada. Para mí es un placer tenerte aquí.
Doña Malvada, sé perfectamente lo que es la pereza. Lo mío es un apellido ganado a base de hacer callo en la espalda (de estar tumbado)
Un abrazo