Los días daban paso a otros días y así fue pasando el tiempo. Estaba tan acostumbrado al bosque que la simbiosis entre ambos era perfecta. Estaba a punto de cruzar un arroyo cuando la vio. La corriente la había arrastrado y había quedado enganchada entre varias ramas. No podía creérselo, era una caña de pescar. Corrió hasta ella y la rescató de las ramas. El hilo del sedal se perdía entre las aguas del arroyo. Tiró con suavidad y comprobó que estaba enredado. Avanzó y lo fue desenredando poco a poco. Tuvo que hacer acopio de paciencia para ir deshaciendo todos los nudos, pero al cabo de una hora ya se había hecho con la mayor parte del sedal. Mientras avanzaba por el arroyo rezaba para que al otro extremo del hilo estuviese el anzuelo. Era su día de suerte. El hilo acababa entre la gravilla del fondo, tiró de él y desenterró el anzuelo. No pudo evitar lanzar un aullido de alegría. Las aves que estaban por los alrededores levantaron el vuelo asustadas. Tal era su dicha que estuvo riéndose a carcajadas todo el tiempo que le costó llegar a la laguna. Una vez allí, arrancó la corteza podrida de unos troncos caídos y recogió los gusanos que en ellas se ocultaban.
A la media hora ya había pescado una trucha de tamaño considerable. Rápidamente se puso a buscar algo de leña para hacer fuego. Por fin, iba a comer como es debido…
Continuará.
A la media hora ya había pescado una trucha de tamaño considerable. Rápidamente se puso a buscar algo de leña para hacer fuego. Por fin, iba a comer como es debido…
Continuará.
Algo me dice, que encontrar la caña no ha sido casual ¿o sí?
ResponderEliminarMe tienes enganchada, así que espero con ansia el siguiente capítulo.
Doña malvada, tendrá que esperar al final para saberlo.
ResponderEliminarun beso