miércoles, 13 de mayo de 2009

EL DROGADICTO

“El Chutas” le llamaban sus colegas de aguja porque era el yonki más tirado del barrio. Se había ganado el mote a base de miles de pinchazos repartidos por todas sus venas. No obstante, gozaba de cierto prestigio, ya que en su día fue un destacado guitarrista de jazz. Los que le conocían de entonces, le guardaban cierta admiración. El Chutas realmente se llamaba Carlos, aunque ya nadie le conociera por su nombre… Aquel día en la calle, Carlos acechaba a una anciana que confiada sacaba dinero de un cajero automático. Vió que aquel era el momento de actuar. No había nadie por los alrededores que pudiese acudir en ayuda de la anciana. Cruzó la calle mirando a ambos lados, mientras sacaba su revolver. Se colocó al lado de la vieja y apretando el cañón contra su vientre, le pidió amablemente que sacase el máximo permitido por su tarjeta de crédito. La anciana aterrorizada no opuso resistencia e hizo todo lo que Carlos le ordenó. Le entregó el dinero y las pocas joyas que llevaba (un anillo de matrimonio y unos pendientes baratos). Después abandonó el sitio sin dar la voz de alarma. Carlos la había advertido de antemano y la anciana, aunque muy asustada, se sentía afortunada de haber salido viva de la experiencia. Carlos corrió con el botín en sus bolsillos y se refugió en un oscuro y húmedo callejón para contabilizar la suma de sus ganancias. Entonces apareció aquel mamarracho. Iba vestido de superhéroe, con leotardos naranjas, botas rojas de goma, capa bermellón al vuelo, camiseta extra ajustada (a juego con los leotardos) con un relámpago estampado en el pecho, además de una ridícula máscara que ocultaba su rostro. El tipo era bajito y rechoncho, con una prominente barriga a la que apenas cubría la camiseta.

- Detente, malvado ratero. – Dijo el superhéroe con un marcado acento gallego.

Sin duda era un trastornado escapado de algún psiquiátrico, pensó Carlos.

- Muy gracioso… – Dijo Carlos sin dejar de contar los billetes. - … ¿Te has escapado de una fiesta de disfraces o qué?
- He visto lo que le has hecho a esa pobre señora. - Añadió el superhéroe, sin dejar nunca el acento gallego.
- Eso no es asunto tuyo, pelele. – Dijo Carlos a modo de contestación.
- ¡Soy Relámpagoman! Y estoy aquí para combatir la injusticia. – Anunció el superhéroe, poniendo los brazos en jarras.
- Pedoman, como me sigas tocando los cojones, voy a enfadarme contigo. Le advirtió Carlos, guardándose el dinero en la entrepierna.
- Prepárate para luchar. Gritó Relámpagoman, con ese condenado acento gallego, mientras ensayaba una postura marcial.

Carlos sacó el revolver y lo puso a la vista diciendo:

– Mira fantoche, me caes bien y no quiero hacerte daño, pero como me obligues no dudare en vaciar el cargador ¿Me has entendido?...

El superhéroe se echó a reír, con una risa fingida que sonaba de lo más peliculero y dijo:

– No le temo a las balas, soy inmune a ellas… además poseo otros superpoderes, así que es mejor que te rindas y aceptes tu castigo.

Carlos no sabía si echarse a reír o empezar a disparar.

– Porque me haces gracia, que si no... – Señaló con tono condescendiente.
– Está bien… Tú lo has querido… - Replicó Relámpagoman.

Extendió su brazo derecho con la palma de su mano abierta, apuntando directamente a Carlos. Increíblemente, de su mano surgió un zigzagueante rayo luminoso que le alcanzó de lleno, dejándolo k.o. Horas después, encontraron a Carlos a la entrada de la comisaría, atado de pies y manos y un pelín chamuscado. Junto a él había un sobre que iba dirigido a todos los criminales y delincuentes locales. La carta advertía a todos de que a partir de entonces, la ciudad sería patrullada por un nuevo superhéroe y que ningún delito quedaría inmune. La firmaba: Relámpagoman… Tiempo después, Carlos les contaba la historia a sus colegas:

- Vosotros reíros, pero por culpa de ese hijo puta yo me he pasado una larga temporada en la trena y os juro por mi madre que es lo que más quiero, que ese carbón, además de tener un acentazo gallego que te cagas, le salían relámpagos por las manos.

Sus colegas se partieron el pecho de risa y él añadió.

- Relámpagos. Os lo juro, le salían relámpagos…

3 comentarios:

  1. No te imaginas la falta que me hacía este cuento tan lleno de humor, muchas gracia...

    Besitos

    ResponderEliminar
  2. Cojonudo relato. Muy gracioso. Y muy bizarro.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  3. Aquí estamos otra vez los tres. Un placer y muchísimas gracias por la visita.

    ResponderEliminar