Lo curioso del viejo y deteriorado hotel es que estaba ubicado en La Gran Vía, donde estaban los mejores hoteles de la ciudad. Supuso que el hotel había vivido tiempos mejores y que él lo conocía en su decadencia. Deseó con todas sus fuerzas que hubieran cambiado las sábanas manchadas. Se preguntó de quién era la sangre. Entró en el hotel. El recepcionista no estaba. Como tenía la llave subió directamente a su habitación. Efectivamente, las sábanas estaban limpias, así que se desnudó y se metió directamente en la cama. Estaba cansado del viaje, además llevaban casi cuatro semanas de rodaje y estaba agotado. Al poco se quedó dormido.
Al día siguiente se levantó bastante tarde. Se sintió recuperado y con hambre. Decidió duchase cuanto antes y bajar a desayunar. Entró en el baño completamente desnudo y fue directamente a orinar. Según orinaba se dio cuenta de que el váter estaba situado justo debajo de la ventana y dicha ventana, que no tenía cortinas, daba a un patio interior lleno de otras ventanas de los edificios adyacentes. Con la oscuridad, la noche anterior no se dio cuenta de lo expuesto que estaba el baño a la vista de los vecinos, pero con la claridad del día fue plenamente consciente de ello. Mientras terminaba de orinar observó las ventanas que estaban frente a él y en una de ellas distinguió a una anciana acodada en el marco mirándole con toda desfachatez. Apretó con fuerza su vejiga con la intención de terminar cuanto antes y alejarse de la ventana, pero por su pene flácido siguió brotando un chorro amarillento y humeante que brillaba al contacto de los rayos del sol. La anciana le sonrió dejando al descubierto unas encías desnudas de dientes, tan desnudas como lo estaba él. Cuando terminó de orinar, cogió una de las toallas y tapó la ventana con ella. Aún quedaba parte del cristal al descubierto pero al menos consiguió un poco de intimidad. Después de ducharse se lavó los dientes frente al empañado espejo. Se acordó de la anciana sin dientes y sonrió para sus adentros. Echó una furtiva mirada por el hueco de la ventana que no estaba cubierta por la toalla, la anciana había desaparecido. Salió del baño y buscó en el armario de la habitación con que vestirse. Después bajó a recepción dispuesto a quejarse por la falta de intimidad del baño, pero allí no había nadie a quien poder exponer su queja. Salió a la calle y caminó por la Gran Vía para luego desviarse hasta la Plaza Catalunya. Se adentró en las bocacalles adyacentes observando los escaparates de los comercios. Todo lo que le estaba pasando desde que llegó a Barcelona le resultaba esperpéntico y extraño. Se sintió el personaje de un relato descompuesto. Estaba pensando en ello cuando le llamaron al móvil.
- Dígame.
- ¿Cómo te va, campeón? – preguntó el director de la película.
- Hola, Juanjo… Bien, todo va bien… ¿y vosotros ya habéis rodado la escena?
- Están con las luces, en cuanto terminen de iluminar nos ponemos a rodar.
- Vais un poco retrasados ¿no?
- Hemos tenido algún problemilla, pero ya está todo en marcha.
- Me alegro.
- Escucha, te llamo para decirte que mañana a las siete de la mañana pasarán a recogerte los de producción. Estate preparado en recepción porque salimos de inmediato para Teruel…
Según andaba se fijó en un hombre que estaba unos metros por delante. Parecía que le gritaba a la pared de un edificio levantando y amenazando con su bastón.
- … ¿Me escuchas?
- Sí, sí. No te preocupes. Estaré en recepción a las siete en punto de la mañana.
- Pues eso. Pásatelo bien y descansa que nos esperan días de mucho trabajo.
- Lo haré.
- Venga, nos vemos mañana.
- Hasta entonces y que todo salga bien.
Colgó y se metió en móvil en el bolsillo. Al acercarse vio que el hombre que gritaba a la pared era un pobre ciego.
- La próxima vez te mato… ¡Hijo puta, cabrón!...
Pasó a su lado mirándole con el descaro que se mira a un ciego.
- Juro por mis muertos que la próxima vez te mato… - siguió gritando el ciego.
Definitivamente todo era muy extraño. Siguió su camino volviéndose de vez en cuando, preguntándose por qué le gritaba a una pared. Al rato encontró un bar que parecía limpio y acogedor. Entró, el local estaba vacío. Se sentó junto a la barra. El camarero era un hombre entrado en años y con los ojos demasiado azules. Pidió un zumo de naranja natural, un bollo relleno de nata y un café con leche muy cargado.
- Zumo natural no tengo. Si quiere le pongo un refresco de naranja. – dijo el camarero sosteniendo un palillo entre los labios.
- No, déjelo. Póngame solamente el café y el bollo.
El camarero en vez de dirigirse a la cafetera se puso a rebuscar con el brazo dentro de la cámara frigorífica. El ruido de los botellines resonó de forma molesta. Al rato, el camarero sacó un botellín de zumo de melocotón.
- Tengo zumo de melocotón.
- No, gracias. El melocotón no me gusta.
- También tengo de piña.
- Quiero zumo de naranja, exclusivamente de naranja. Además lo quiero natural, a poder ser recién exprimido.
- De eso no tengo.
- Pues póngame el café y el bollo.
- Si estuviese aquí mi mujer la mandaba a la tienda a por naranjas, pero esta mañana se ha levantado un poco pachucha y se ha quedado en casa.
- No importa. Me conformo con el café y el bollo.
- También tengo zumo de tomate.
- No, solo el café y el bollo.
Se sintió molesto por la insistencia del camarero y estuvo a punto de abandonar el local. El camarero debió de notar algo porque se dio la vuelta y se puso a manejar la cafetera sin insistir más.
- A ver si me acuerdo y mañana compro naranjas – dijo el camarero poniéndole en café sobre la barra.
- Mañana ya no estaré aquí.
- ¿Y dónde estará?
- En La Puebla de Hijar.
- ¿Dónde está eso?
- En Teruel.
- Cuando era joven tuve una novia de Teruel. Una chica muy guapa - dijo el camarero mientras le servía el bollo.
El camarero se quedó mirando al vacío, pensativo. Seguramente estaba rebuscando en sus recuerdos y desenterrando aquellos días junto a su novia de Teruel. Él se comió el bollo en silencio, observando de reojo al camarero…
Continuará.
® pepe pereza
Al día siguiente se levantó bastante tarde. Se sintió recuperado y con hambre. Decidió duchase cuanto antes y bajar a desayunar. Entró en el baño completamente desnudo y fue directamente a orinar. Según orinaba se dio cuenta de que el váter estaba situado justo debajo de la ventana y dicha ventana, que no tenía cortinas, daba a un patio interior lleno de otras ventanas de los edificios adyacentes. Con la oscuridad, la noche anterior no se dio cuenta de lo expuesto que estaba el baño a la vista de los vecinos, pero con la claridad del día fue plenamente consciente de ello. Mientras terminaba de orinar observó las ventanas que estaban frente a él y en una de ellas distinguió a una anciana acodada en el marco mirándole con toda desfachatez. Apretó con fuerza su vejiga con la intención de terminar cuanto antes y alejarse de la ventana, pero por su pene flácido siguió brotando un chorro amarillento y humeante que brillaba al contacto de los rayos del sol. La anciana le sonrió dejando al descubierto unas encías desnudas de dientes, tan desnudas como lo estaba él. Cuando terminó de orinar, cogió una de las toallas y tapó la ventana con ella. Aún quedaba parte del cristal al descubierto pero al menos consiguió un poco de intimidad. Después de ducharse se lavó los dientes frente al empañado espejo. Se acordó de la anciana sin dientes y sonrió para sus adentros. Echó una furtiva mirada por el hueco de la ventana que no estaba cubierta por la toalla, la anciana había desaparecido. Salió del baño y buscó en el armario de la habitación con que vestirse. Después bajó a recepción dispuesto a quejarse por la falta de intimidad del baño, pero allí no había nadie a quien poder exponer su queja. Salió a la calle y caminó por la Gran Vía para luego desviarse hasta la Plaza Catalunya. Se adentró en las bocacalles adyacentes observando los escaparates de los comercios. Todo lo que le estaba pasando desde que llegó a Barcelona le resultaba esperpéntico y extraño. Se sintió el personaje de un relato descompuesto. Estaba pensando en ello cuando le llamaron al móvil.
- Dígame.
- ¿Cómo te va, campeón? – preguntó el director de la película.
- Hola, Juanjo… Bien, todo va bien… ¿y vosotros ya habéis rodado la escena?
- Están con las luces, en cuanto terminen de iluminar nos ponemos a rodar.
- Vais un poco retrasados ¿no?
- Hemos tenido algún problemilla, pero ya está todo en marcha.
- Me alegro.
- Escucha, te llamo para decirte que mañana a las siete de la mañana pasarán a recogerte los de producción. Estate preparado en recepción porque salimos de inmediato para Teruel…
Según andaba se fijó en un hombre que estaba unos metros por delante. Parecía que le gritaba a la pared de un edificio levantando y amenazando con su bastón.
- … ¿Me escuchas?
- Sí, sí. No te preocupes. Estaré en recepción a las siete en punto de la mañana.
- Pues eso. Pásatelo bien y descansa que nos esperan días de mucho trabajo.
- Lo haré.
- Venga, nos vemos mañana.
- Hasta entonces y que todo salga bien.
Colgó y se metió en móvil en el bolsillo. Al acercarse vio que el hombre que gritaba a la pared era un pobre ciego.
- La próxima vez te mato… ¡Hijo puta, cabrón!...
Pasó a su lado mirándole con el descaro que se mira a un ciego.
- Juro por mis muertos que la próxima vez te mato… - siguió gritando el ciego.
Definitivamente todo era muy extraño. Siguió su camino volviéndose de vez en cuando, preguntándose por qué le gritaba a una pared. Al rato encontró un bar que parecía limpio y acogedor. Entró, el local estaba vacío. Se sentó junto a la barra. El camarero era un hombre entrado en años y con los ojos demasiado azules. Pidió un zumo de naranja natural, un bollo relleno de nata y un café con leche muy cargado.
- Zumo natural no tengo. Si quiere le pongo un refresco de naranja. – dijo el camarero sosteniendo un palillo entre los labios.
- No, déjelo. Póngame solamente el café y el bollo.
El camarero en vez de dirigirse a la cafetera se puso a rebuscar con el brazo dentro de la cámara frigorífica. El ruido de los botellines resonó de forma molesta. Al rato, el camarero sacó un botellín de zumo de melocotón.
- Tengo zumo de melocotón.
- No, gracias. El melocotón no me gusta.
- También tengo de piña.
- Quiero zumo de naranja, exclusivamente de naranja. Además lo quiero natural, a poder ser recién exprimido.
- De eso no tengo.
- Pues póngame el café y el bollo.
- Si estuviese aquí mi mujer la mandaba a la tienda a por naranjas, pero esta mañana se ha levantado un poco pachucha y se ha quedado en casa.
- No importa. Me conformo con el café y el bollo.
- También tengo zumo de tomate.
- No, solo el café y el bollo.
Se sintió molesto por la insistencia del camarero y estuvo a punto de abandonar el local. El camarero debió de notar algo porque se dio la vuelta y se puso a manejar la cafetera sin insistir más.
- A ver si me acuerdo y mañana compro naranjas – dijo el camarero poniéndole en café sobre la barra.
- Mañana ya no estaré aquí.
- ¿Y dónde estará?
- En La Puebla de Hijar.
- ¿Dónde está eso?
- En Teruel.
- Cuando era joven tuve una novia de Teruel. Una chica muy guapa - dijo el camarero mientras le servía el bollo.
El camarero se quedó mirando al vacío, pensativo. Seguramente estaba rebuscando en sus recuerdos y desenterrando aquellos días junto a su novia de Teruel. Él se comió el bollo en silencio, observando de reojo al camarero…
Continuará.
® pepe pereza
Vaya un despertar, vigilan su meada (perdón), nadie en recepción para poder protestar, le comunican el madrugón del día siguiente, se encuentra un ciego gritanto a un muro y, encima, no hay zumo natural de naranja. Voy conociendo las andanzas de nuestro protagonista.
ResponderEliminarUn abrazo.