Desde primera
hora de la mañana la ciudad está cubierta por una tupida niebla que humedece
todo. Llevamos tres días seguidos así, tanto al amanecer como al ocaso la
ciudad queda oculta tras un velo nubes que se arrastran a ras de suelo. No me
quejo, personalmente me gusta la niebla. La prefiero mil veces a la lluvia o el
viento. Voy de regreso a casa. He estado en el banco para sacar dinero pero
tenía la cuenta en números rojos. Aún falta una semana para que termine el mes
y ya estoy sin un duro. De la bruma surge una anciana cargada con un bolso. Lo
que más me llama la atención es que va descalza de un pie. Noto que está
desorientada. Hay algo en ella que me recuerda a mi madre. Quizás sea eso lo
que me impulsa a ofrecerle mi ayuda.
-¿Señora, se
encuentra bien?
-No ¿Sería usted
tan amable de llevarme a casa?
-¿Dónde vive?
-El caso es que
no lo recuerdo.
-¿Lleva encima
el carnet de identidad?
Se palpa los bolsillos con la mano libre
pero no encuentra nada.
-No sé.
-No se preocupe.
Dígame cómo se llama.
-Eso tampoco lo
recuerdo.
-Señora, no me
lo está poniendo fácil.
-No me acuerdo
de nada.
-Está bien,
tranquilícese. ¿Me deja mirar dentro de su bolso? Tal vez tenga ahí su
documentación.
Me lo pasa. Al abrirlo noto cómo la
Tierra deja de girar. La gente se detiene en seco, el tráfico también, la
niebla, incluso los pájaros que vuelan quedan colgados en el aire como si de
una fotografía se tratase. Y es que dentro del bolso no está su documentación,
lo que sí hay es una fortuna en billetes. Centenares de ellos.
-Pero, señora
¿dónde va con todo esto?
La anciana tan solo deja escapar un
suspiro y añade:
-Estoy tan cansada.
En mi vida había visto tanto dinero
junto. Es una visión maravillosa.
-Joven ¿me
ayudaría a buscar mi zapato?
-Señora, con
toda la guita que lleva aquí se puede comprar una zapatería entera.
-Prefiero los
míos por lo cómodos que son.
Sería tan fácil salir corriendo.
-Está bien, la
ayudaré a buscar su zapato.
Me coge del brazo y marchamos por el
sendero por el que unos minutos antes llegaba. Sigo teniendo su bolso. Ella en
ningún momento ha hecho alusión a que se lo devuelva, así que cargo con él.
-Supongo que no
se acuerda de dónde lo ha perdido.
-No, hijo, no.
Lo buscamos, pero no hay manera de
encontrar el dichoso zapato. Empiezo a cansarme de esta búsqueda sin sentido.
Si no fuese un calzonazos ahora estaría en casa contando el dinero. Por mucho
que lo intento no dejo de escuchar una voz en mi interior que me grita: Escapa.
Lárgate con la pasta. Sin embargo, los músculos de mis piernas hacen caso omiso
y se limitan a seguir el ritmo que marca la anciana con su lento caminar. ¿Es
porque se parece a mi madre? No puedo creerme que un gesto estúpido me impida salir
corriendo.
-Me duelen los
pies ¿podemos descansar un rato?
Nos acercamos hasta un banco y nos
sentamos en él. Si no me quedo con el dinero me voy a arrepentir. Sé que si no
lo hago, tarde o temprano me arrepentiré. Una oportunidad como esta solo se
presenta una vez en la vida. Tengo que hacerlo. HAZLO. Echo a correr con el
bolso fuertemente aferrado a mi mano. Corro a toda velocidad. Lo más rápido que
puedo. Me imagino la cara de la anciana sorprendida por mi inesperada reacción.
Noto sus ojos clavados en mi espalda observando cómo me alejo. Puede que ahora
me remuerda la conciencia, pero cuando me esté dando la gran vidorra seguro que
se me pasa. Es tan fácil correr. Miro al frente. A pesar de
la niebla todo parece diáfano y pronosticado. Me aferro a ese sentimiento y sigo corriendo.
Entonces lo veo tirado en medio del camino. Es el zapato de la anciana. Sin
lugar a dudas es el suyo. Podría pasar de largo, hacer como que no lo he visto, pero algo superior a mí me obliga a detenerme. Y es que parece que el destino quiere darme
la oportunidad de corregir mi acción. ¿Qué hacer? ¿Qué camino
tomar?
pepe pereza
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