jueves, 31 de marzo de 2016
martes, 29 de marzo de 2016
SE RUEGA SILENCIO - PRIMER CAPÍTULO
Logroño. 17 de
julio de 1999. Hoy cumplo treinta y cinco años. No hay felicitaciones. No las
necesito. Yo tampoco acostumbro a felicitar a nadie.
Estoy sentado
frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el
programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la
carcasa de poliuretano transparente. Un cíclope de pupila veloz con el que
mantengo una lucha de miradas. La fuerza centrífuga ha hecho de las prendas una
masa compacta y multicolor que gira y gira precipitadamente dejando un vórtice
en el centro. Pasan los minutos y sigo hipnotizado por el movimiento constante de
los círculos concéntricos. Permanezco atento sin nada que me distraiga. Giros y
más giros. Ziung-ziung-ziung-ziung… Ahora, el ojo de buey es un agujero negro,
mejor aún, un gran remolino en medio del océano. Ziung-ziung-ziung-ziung-ziung…
Un ciclón. Un huracán. Ziung-ziung-ziung-ziung… El movimiento va decelerando.
Zi-ung… zi-ung… zi-ung… z-i-u-n-g… El programa de lavado ha acabado. Poco a
poco el tambor deja de rotar hasta que se detiene. Llaman al timbre. Es el
Culebras. Dice que tiene prisa, que no puede quedarse porque debe atender a
otros clientes. Le pago con mis últimos ahorros y se va. Me quedo a solas con
las moscas.
El humo denso,
pegajoso y dulzón entra en mis pulmones. Mientras, el sol dibuja rectángulos en
las paredes. El salón se va llenando de humo y jazz. Louis Armstrong, hace
sonar su trompeta, Ella Fitzgerald, pone la voz. Hachís y jazz. La mezcla me
lleva a dobles dimensiones y universos alterados. Paz, sosiego y espirales de
humo… Tendría que escribir. Llevo semanas sin hacerlo. Debería ponerme a ello. Agarrar
lo que llevo dentro y sacarlo fuera, plasmarlo. Decir que estoy harto, que no
puedo más, que me hundo y no sé hacia dónde tirar. Cortázar decía: Siempre hay que mirar hacia adelante. Yo
prefiero mirar hacia dentro. En lo más profundo de mí es donde están las
palabras. Las mías. Me pongo frente al teclado y escribo:
Logroño. 17 de julio del 1999. Hoy cumplo
treinta y cinco años. No hay felicitaciones. No las necesito. Yo tampoco
acostumbro a felicitar a nadie. Estoy sentado frente a la lavadora. Observo
cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el programa de centrifugado. No
tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la carcasa de poliuretano
transparente. Un cíclope de pupila veloz con el que mantengo una lucha de miradas…
Hace demasiado
calor. El bochorno se pega al cuerpo como una segunda piel, asfixiándome. Es
mejor fumar y dejarse llevar por el razonamiento de la pereza. Louis toca la
trompeta, Fitzgerald canta y yo fumo. Cada uno a su tarea. Cada cual con su
instrumento. Siento ese letargo especial. El tiempo se detiene dentro de la
habitación mientras el mundo exterior sigue con su frenético avance. Entra
Nico. Va directamente a tumbarse en el centro del sofá. El gato se estira y
deja la cabeza colgando. Tal vez, debería escribir sobre él. Incluso Burroughs escribió
un libro sobre gatos. Pero no, prefiero seguir fumando.
sábado, 26 de marzo de 2016
viernes, 25 de marzo de 2016
REEDICIÓN: EL MERODEADOR - VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ
EL MERODEADOR: Sinopsis.
El merodeador describe una visión: la de un narrador enfrentado en soledad a sus propios fantasmas.
Durante casi una década, huyendo del esplín de la ciudad, viví en viejas casas de pueblo aisladas y me dediqué, entre otras cosas, a escribir una ficción relacionada con mis percepciones y experiencias de ese cambio de entorno y lapso de vida, cuando menos, alienante y confuso. Lo que en principio iba a ser un retiro creativo y una expansión sensorial, se convirtió paulatinamente en una especie de laberinto de tinieblas y cárcel de sombras que, finalmente, me forzó a regresar de nuevo a la ciudad...
Novela fragmentada y en construcción, diario existencial, monólogo interior, libro de ensueños... El merodeador narra el desasosiego bernhardiano de aquellos días y la sensación de vaciamiento y deriva, de extrañamiento, que a partir de entonces se hizo habitual en mí.
Próximamente reedición ampliada en ACVF Editorial
http://www.acvf.es/
http://www.acvf.es/x_autores/autor011_vicentemunozalvarez.htm
El merodeador describe una visión: la de un narrador enfrentado en soledad a sus propios fantasmas.
Durante casi una década, huyendo del esplín de la ciudad, viví en viejas casas de pueblo aisladas y me dediqué, entre otras cosas, a escribir una ficción relacionada con mis percepciones y experiencias de ese cambio de entorno y lapso de vida, cuando menos, alienante y confuso. Lo que en principio iba a ser un retiro creativo y una expansión sensorial, se convirtió paulatinamente en una especie de laberinto de tinieblas y cárcel de sombras que, finalmente, me forzó a regresar de nuevo a la ciudad...
Novela fragmentada y en construcción, diario existencial, monólogo interior, libro de ensueños... El merodeador narra el desasosiego bernhardiano de aquellos días y la sensación de vaciamiento y deriva, de extrañamiento, que a partir de entonces se hizo habitual en mí.
Próximamente reedición ampliada en ACVF Editorial
http://www.acvf.es/
http://www.acvf.es/x_autores/autor011_vicentemunozalvarez.htm
lunes, 21 de marzo de 2016
domingo, 20 de marzo de 2016
VANG! de JOSÉ G. CORDONIÉ en LUPERCALIA EDICIONES
VANG! - José G. Cordonié
YA EN PRE- VENTA!! (Por la compra de VANG! regalamos un ejemplar
de Diario de un escritor cobarde)
VANG! es una novela negra de intriga
creciente que nos adentra en los laberintos oscuros de la mente y en la
posibilidad de su manipulación, en la hipnosis regresiva, en la mentira y en el
encuentro con una realidad muy distinta a la que sus personajes nunca hubieran
podido imaginar. La desaparición de una mujer en extrañas circunstancias da pie
a esta vibrante historia de intriga y ciencia-ficción, en la que se desarrolla
una trama que se va abriendo en otras tramas hasta conformar un insólito entramado,
absorbente y enigmático.
El blog del autor: http://josegcordonie.blogspot.com.es/
El blog del autor: http://josegcordonie.blogspot.com.es/
jueves, 17 de marzo de 2016
miércoles, 16 de marzo de 2016
martes, 15 de marzo de 2016
sábado, 12 de marzo de 2016
NIEVE
Después de estar
enclaustrado durante días, el jolgorio urbano me produce un sentimiento de zozobra.
Vencido el primer impulso de amilanamiento, sigo con el paseo. Llego al parque y elijo un banco apartado. Trato de dar con ese estado
de calma que tanto ansío. Busco en los árboles, en los pájaros que saltan de
una rama a otra. Nada de esto me ayuda a encontrar lo que busco.
Al rato se acerca un anciano con aspecto de vagabundo. Toma
asiento a mi lado. Mira al cielo con preocupación y añade:
-Va a nevar.
Está
nublado, por lo demás no sé en qué se basa para hacer su pronóstico. De la
mochila saca un cortaúñas y procede a hacer uso de él. Tiene manos de cirujano.
Limpias y bien cuidadas. No pegan para nada con su aspecto harapiento.
-Eso que fumas huele de maravilla.
Le paso el canuto. Da una larga calada
y mantiene el humo dentro.
-Buena calidad. ¿Puedo acabármelo?
-Todo tuyo.
-Me gusta esta ciudad. Acabo de llegar, pero lo poco que he visto me
gusta.
-¿De dónde eres?
-De todo el mundo. Ya sabes, el que no tiene donde quedarse va y viene
como una peonza.
Su voz suena cercana y amiga. Hay
algo en su tono que da prestancia a lo que dice. Hace un relato de sus viajes.
Todo un mosaico de ciudades y gentes quedan reflejados en sus palabras. En un
momento dado, calla. Sus ojos se entristecen y unas arrugas le cruzan la
frente. Habla de una mujer. Dice que le dio todo lo que tenía pero que no fue
suficiente. Vuelve a quedarse en silencio, mirando a la nada. Noto que se ha
ido lejos; en busca de esa mujer. Termina el porro y se despide. Se aleja
encorvado y con paso tranquilo. Andados unos metros, se detiene. Saca algo del
bolsillo, lo deja en el suelo y lo tapa con unas cuantas hojas. Después sigue
por el sendero hasta que sale del parque. Siento curiosidad. Me acerco a ver
qué es lo que ha enterrado. Al apartar la hojarasca encuentro un jilguero
muerto. En ese momento se levanta una brisa que trae el olor rancio de las
aguas del estanque y comienza a nevar. Alzo la vista al cielo para ver el
descenso de los copos. Cerca, un grupo de niños corren detrás de una pelota.
Sus gritos forman parte del parque, tanto o más que los árboles que hay en él,
el propio estanque o los jardines que lo visten.
pepe pereza
jueves, 10 de marzo de 2016
martes, 8 de marzo de 2016
domingo, 6 de marzo de 2016
NÚMEROS ROJOS
Desde primera
hora de la mañana la ciudad está cubierta por una tupida niebla que humedece
todo. Llevamos tres días seguidos así, tanto al amanecer como al ocaso la
ciudad queda oculta tras un velo nubes que se arrastran a ras de suelo. No me
quejo, personalmente me gusta la niebla. La prefiero mil veces a la lluvia o el
viento. Voy de regreso a casa. He estado en el banco para sacar dinero pero
tenía la cuenta en números rojos. Aún falta una semana para que termine el mes
y ya estoy sin un duro. De la bruma surge una anciana cargada con un bolso. Lo
que más me llama la atención es que va descalza de un pie. Noto que está
desorientada. Hay algo en ella que me recuerda a mi madre. Quizás sea eso lo
que me impulsa a ofrecerle mi ayuda.
-¿Señora, se
encuentra bien?
-No ¿Sería usted
tan amable de llevarme a casa?
-¿Dónde vive?
-El caso es que
no lo recuerdo.
-¿Lleva encima
el carnet de identidad?
Se palpa los bolsillos con la mano libre
pero no encuentra nada.
-No sé.
-No se preocupe.
Dígame cómo se llama.
-Eso tampoco lo
recuerdo.
-Señora, no me
lo está poniendo fácil.
-No me acuerdo
de nada.
-Está bien,
tranquilícese. ¿Me deja mirar dentro de su bolso? Tal vez tenga ahí su
documentación.
Me lo pasa. Al abrirlo noto cómo la
Tierra deja de girar. La gente se detiene en seco, el tráfico también, la
niebla, incluso los pájaros que vuelan quedan colgados en el aire como si de
una fotografía se tratase. Y es que dentro del bolso no está su documentación,
lo que sí hay es una fortuna en billetes. Centenares de ellos.
-Pero, señora
¿dónde va con todo esto?
La anciana tan solo deja escapar un
suspiro y añade:
-Estoy tan cansada.
En mi vida había visto tanto dinero
junto. Es una visión maravillosa.
-Joven ¿me
ayudaría a buscar mi zapato?
-Señora, con
toda la guita que lleva aquí se puede comprar una zapatería entera.
-Prefiero los
míos por lo cómodos que son.
Sería tan fácil salir corriendo.
-Está bien, la
ayudaré a buscar su zapato.
Me coge del brazo y marchamos por el
sendero por el que unos minutos antes llegaba. Sigo teniendo su bolso. Ella en
ningún momento ha hecho alusión a que se lo devuelva, así que cargo con él.
-Supongo que no
se acuerda de dónde lo ha perdido.
-No, hijo, no.
Lo buscamos, pero no hay manera de
encontrar el dichoso zapato. Empiezo a cansarme de esta búsqueda sin sentido.
Si no fuese un calzonazos ahora estaría en casa contando el dinero. Por mucho
que lo intento no dejo de escuchar una voz en mi interior que me grita: Escapa.
Lárgate con la pasta. Sin embargo, los músculos de mis piernas hacen caso omiso
y se limitan a seguir el ritmo que marca la anciana con su lento caminar. ¿Es
porque se parece a mi madre? No puedo creerme que un gesto estúpido me impida salir
corriendo.
-Me duelen los
pies ¿podemos descansar un rato?
Nos acercamos hasta un banco y nos
sentamos en él. Si no me quedo con el dinero me voy a arrepentir. Sé que si no
lo hago, tarde o temprano me arrepentiré. Una oportunidad como esta solo se
presenta una vez en la vida. Tengo que hacerlo. HAZLO. Echo a correr con el
bolso fuertemente aferrado a mi mano. Corro a toda velocidad. Lo más rápido que
puedo. Me imagino la cara de la anciana sorprendida por mi inesperada reacción.
Noto sus ojos clavados en mi espalda observando cómo me alejo. Puede que ahora
me remuerda la conciencia, pero cuando me esté dando la gran vidorra seguro que
se me pasa. Es tan fácil correr. Miro al frente. A pesar de
la niebla todo parece diáfano y pronosticado. Me aferro a ese sentimiento y sigo corriendo.
Entonces lo veo tirado en medio del camino. Es el zapato de la anciana. Sin
lugar a dudas es el suyo. Podría pasar de largo, hacer como que no lo he visto, pero algo superior a mí me obliga a detenerme. Y es que parece que el destino quiere darme
la oportunidad de corregir mi acción. ¿Qué hacer? ¿Qué camino
tomar?
pepe pereza
viernes, 4 de marzo de 2016
LLUEVE SOBRE MOJADO
Tengo
suerte, mi mujer está duchándose y dispongo de la cocina para mí solo. Es lo
que necesito: soledad y silencio. Si consigo desayunar antes de que salga del
baño quizás logre aplacar este mosqueo monumental con el que me he levantado. El
frío y las mañanas lluviosas siempre me ponen de mal humor.
Aparece
cuando estoy delante del microondas. Está radiante y llena de energía. Me
aborda con un torrente de palabras que soy incapaz de asimilar. Asiento a todo
lo que dice con la esperanza de que el microondas termine cuanto antes el ciclo
de calentado. Habla y habla sin parar. Sé que pronto se irá a trabajar. Sólo
unos minutos más y podré disponer de todo el silencio del mundo. A través del
cristal ahumado veo girar la taza que tanto ansío. Por fin suena el timbre de
aviso. Saco el café del condenado aparato y bebo. Ajena a mi agobio continúa
dándole a la lengua, construyendo frases a destajo. Toda una sobredosis de
palabras. Palabras y más palabras que se acumulan en los oídos. El silencio es
tan necesario por las mañanas que debería ser obligatorio. Alguien tendría que
redactar una ley al respecto. ¿De dónde saca tanta palabrería? ¿Qué ha sucedido
en este intervalo de sueño para que tenga tanto que contarme? Es tarde, ya
debería haberse ido. Sin embargo alarga su monólogo. Quisiera ordenarle callar.
Decirle que cierre la boca de una puta vez. Pero eso empeoraría las cosas. Ruego
para que se vaya. La adrenalina está ahí. La noto tensando músculos y tendones.
La siento subir por las vertebras. Sigue hablando. Justo en el momento que voy
a estallar mira la hora y se escandaliza de lo tarde que es. Deja un beso en el
aire, coge el paraguas y sale corriendo. Ahora que se ha ido puedo relajarme y
terminar el café junto a la ventana. Llueve a mares. El agua cae con tanta
fuerza que parece el diluvio universal. No me gusta la lluvia. Me deprime y, lo
que es peor, me pone de mala hostia. Dejo atrás la ventana y conecto el
ordenador. Entre toda la música busco algo que me levante el ánimo. Pruebo con
distintos tipos de jazz, si bien ninguno termina de encajar. Con pop, rock y blues
ni lo intento porque sé que no es el momento. Con flamenco estoy cerca de
conseguirlo. Finalmente acierto poniendo algo de swing de los años veinte. El
salón se llena con los ritmos de Nueva Orleans y hace más llevadero el influjo
de la lluvia. Abro el Facebook y escribo: Odio
los días lluviosos. Enciendo un cigarro y aguardo a que alguien se digne a
dejar un Me gusta. Pasados unos
minutos aparece el esperado simbolito. Lo ha dejado la gorda con gafas que solo
cuelga fotos de gatos. Una auténtica petarda que no soporto. La bloqueo para
que no vuelva a molestarme. Poco después llega un mensaje de Mónica.
¿Qué debo contestar? Que por
el solo hecho de estar lloviendo he decidido quedarme en casa en vez de estar
buscando trabajo, que en realidad es lo que tendría que estar haciendo. Mejor
abreviar.
Antes de que le pueda
responder adjunta un vídeo en el que se pueden ver dos conejos copulando. El
macho al llegar al orgasmo se desmaya. Un polvo con Mónica siempre merece la
pena. Aunque viendo el chaparrón que está cayendo tengo mis reservas. Se lo hago
saber.
Como contestación envía un
selfie de sus tetas. No las muestra desnudas, pero sí enseña suficiente carne
para despertar mi interés.
La muy zorra sabe que me
vuelven loco.
Al salir del portal lo primero que veo es un paraguas
rodando por la acera y a su dueña persiguiéndolo. Y es que para empeorar la
cosa, a la borrasca hay que sumarle fuertes rachas de viento. Los ingredientes
perfectos para un día de perros. La parada de autobús está a un par de
manzanas. Corro en esa dirección procurando pasar por debajo de los soportales
y marquesinas que encuentro por el camino. A pesar de mis precauciones termino
calado hasta los huesos. El viento sopla tan fuerte que no hay donde
refugiarse. Llego cuando mi autobús acaba de marcharse. Trato de protegerme de
las inclemencias del tiempo bajo la tejavana de la parada mientras espero al
siguiente.
El
autobús tarda en llegar. No me extraña, con este tiempo el tráfico es un caos.
De hecho, hace unos segundos el viento ha arrancado una rama bastante grande de
un árbol y ha caído cerca de la carretera. Por suerte nadie pasaba por debajo
en ese instante. Se escucha el silbido de un whatsapp. Todos los que estamos en
la parada miramos nuestros Smartphone. El aviso es para mí.
En el polo norte, no te jode.
Estoy empapado y temblando de frío, esperando un puto autobús que no termina de
llegar. Lo que menos me apetece es que me metan prisa. Por un momento me
planteo volver a casa y dejar plantada a Mónica. Entonces vuelvo a mirar la
foto donde enseña sus tetas. Y como por arte de magia sube el lívido y bajan
los humos.
El viento sigue haciendo de las
suyas. Destrozando paraguas y poniendo en dificultades a la gente. Los que
caminan a favor tienen que hacerlo inclinados hacia atrás, por el contrario, a
los que les viene de cara lo hacen hacia delante. Buscando el equilibrio y luchando
a la contra de una u otra forma. La lluvia, según el empuje del aire, adquiere
distintas trayectorias y nunca sabes por dónde viene la siguiente envestida.
Por fin llega
el autobús. Va lleno y hay que sacar los codos para hacerse hueco entre los
pasajeros. De entre la mezcolanza de rostros hay uno que me resulta familiar.
Es una mujer delgada, más o menos de mi edad que está sentada detrás del
conductor. No sé de qué la conozco, pero hay algo en ella que me atormenta y
remuerde la conciencia. Como en un puzle intento ajustar a esa persona en mi
vida. Finalmente consigo que las piezas encajen. Ambos estudiamos juntos en
quinto y sexto curso de EGB. Se llama Natividad. No recuerdo sus apellidos. Lo
que sí recuerdo es que era una niña muy tímida que se sentaba delante de mi
pupitre. Sin duda, este remordimiento que siento es porque no paraba de tomarle
el pelo y meterme con ella. Un día tuve la ocurrencia de darle la vuelta a su
nombre. En vez de Natividad, decidí llamarle Muerte. El mote cuajó y pronto
corrió de boca en boca. Al final todos los alumnos terminamos llamándola así:
Muerte. Fue algo que nunca me perdonó. Me acerco a ella.
-Hola ¿Te acuerdas de mí?...
Sin duda se acuerda.
-…Ha pasado mucho
tiempo, pero quiero que sepas que lamento mucho todas las trastadas que te hice
en el colegio.
-¿Trastadas?
-Bueno, ya
sabes.
-Lo que tú
llamas trastadas para mí fueron crueles humillaciones.
-No crees que exageras.
-Un día, una
niña se acercó a mí. Delante de todos me escupió en la cara alegando que su
abuela había muerto. Lo malo es que lo dijo como si yo fuera la culpable, como
si yo hubiera tomado la decisión.
-...
-Tengo una hija.
El próximo año empezará a ir al colegio. Mi gran temor es que la sienten cerca
de un canalla como tú.
Dicho esto, recoge sus cosas, se
dirige a la parte trasera del vehículo y aguarda hasta que el autobús se
detiene en la siguiente parada. Al abrirse las puertas entra una brisa glacial
que me hiere las entrañas. Ella se apea y se aleja calle abajo lidiando con la
lluvia y el viento. Me llega otro whatsapp.
pepe pereza