domingo, 30 de marzo de 2014

LA NEGRA - ESQUINAS (Ediciones Lupercalia)

Ilustración de PEDRO ESPINOSA

LA NEGRA
Se preparó para salir, pero antes se acercó hasta el dormitorio donde convalecía su anciano marido. El pobre hombre llevaba varias semanas enfermo.

-        Voy a salir. Enseguida vuelvo.

En la calle hacía frío. Se abrochó el abrigo. Al hacerlo notó que uno de los botones estaba medio suelto y que el hilo que lo unía al tejido estaba deshilachado. Quiso comprobar su consistencia y se quedó con él en la mano.

-        ¡Porras!

Tiró de los hilos que habían quedado expuestos y los fue quitando uno a uno para que no quedase huella. Pensó en cómo iba a coserlo de nuevo. Enhebrar una aguja era tarea imposible, aunque se pusiese las gafas. Tampoco podía pedir ayuda a ningún vecino. En el edificio ya no quedaban. Se habían ido muriendo poco a poco, o habían sido trasladados a asilos y hospitales. Los nuevos ni siquiera se dignaban a devolverle el saludo cuando coincidían en el ascensor. De haber tenido a alguien de confianza le habría encargado que vigilase a su marido mientras ella estaba fuera de casa. Estamos solos, se dijo con resignación. Las bombillas de las farolas se fueron encendiendo. La luz iluminó unos pocos copos de nieve que, más que caer, flotaban a media altura mecidos por el viento. El frío se colaba por el hueco sin abotonar. Tuvo que agarrar la zona y taponarla con la mano. Con su marido enfermo no se podía permitir resfriarse. Observó la algarabía de gentío y tráfico. La ciudad crecía y se modernizaba a pasos agigantados, mientras que ella cada día que pasaba se sentía más vieja e insignificante. No reconocía los comercios, la mayoría eran tiendas nuevas. Todo era tan distinto. Todo estaba diseñado para la gente joven. Los cajeros, los electrodomésticos, los mandos del televisor… todo funcionaba apretando un interruptor, pero de todos ellos ¿cuál era el indicado? Ella nunca lo sabía y se sentía inútil y tonta. No, ya no había sitio en el mundo para ellos. Su marido pronto moriría, cosas de la edad, y ella se quedaría más sola que nunca, sin otra cosa que hacer que esperar su hora. Era triste llegar a esas edades. Se adentró en el casco antiguo. Vio a los hombres en las tabernas brindando por el fin de la jornada. Siguió calle abajo sorteando grupos de estudiantes que reían y hablaban subidos de tono. Por fin llegó a su destino e hizo amago  de entrar en el local. El portero, un tipo corpulento y con el pelo a cepillo, le dio el alto.

-        ¿Dónde va usted?
-        Dentro.
-        ¿Sabe dónde está entrando?
-        Claro.
-        ¿Está usted segura?
-        Sí señor, esto es un prostíbulo.
-        Perdone mi indiscreción… ¿Le puedo preguntar por qué quiere entrar en un sitio como éste?
-        Para qué va a ser. Para contratar los servicios de una prostituta.

El portero la miró extrañado. No comprendía que una anciana necesitase las atenciones de una puta. De todas formas él había visto cosas mucho más raras en aquel lugar. Le abrió la puerta y se dispuso para dejarla pasar. Antes la anciana preguntó:

-        ¿Aquí tienen negras?
-        Tenemos una.
-        ¿Es guapa?
-        Sí.
-        ¿Cómo se llama ella?
-        Yamila.

La anciana entró en el prostíbulo y avanzó hacia el bar. Apenas había clientes y la mayoría de las putas estaban sentadas alrededor de la barra. Cuando la anciana irrumpió todas las miradas se posaron en ella. No era corriente ver a una octogenaria visitando el lugar. Ella escrutó el garito buscando a Yamila. Al no encontrarla decidió preguntar al camarero.

-        Joven, ¿sabe usted dónde está Yamila?
-        En estos momentos está ocupada. Si quiere algo con ella tendrá que esperar.
-        Bien, esperaré.
-        ¿Quiere tomar algo mientras tanto?
-        ¿Es obligatorio?
-        No.
-        Entonces no.

La anciana esperó. Era la primera vez que pisaba un prostíbulo. Observó el lupanar con curiosidad. Todo tenía un aspecto deprimente y oscuro. Se dio cuenta de que las putas la miraban de reojo. No le importó, era consciente de que estaba fuera de lugar y que allí no pegaba ni con cola.
Al cuarto de hora Yamila bajó por las escaleras acompañada de un cliente satisfecho. Se le veía en la estúpida sonrisa que colgaba de su cara. La anciana esperó a que se despidiera del tipo y luego la abordó.

-        ¿Podría hablar un momento con usted?
-        Usted dirá.
-        Quería saber cuánto me costaría contratar sus servicios.

Yamila miró a su alrededor buscando las caras de sus compañeras, creyendo que éstas le estaban gastando una broma.

-        ¿Habla en serio?
-        Totalmente.

Yamila sopesó la oferta intentando decidir si la rechazaba o no. Finalmente resolvió que si alguien solicitaba sus servicios, como profesional que era estaba obligada a ofrecérselos.

-        Por media hora cobro sesenta euros, por una hora cien. Y le advierto que yo no hago cosas raras.
-        No se preocupe, lo único que tiene que hacer es desnudarse delante de mi marido.
-        ¿Su marido?
-        Sí, el pobre está enfermo en la cama. Hoy es su cumpleaños. Cumple noventa y dos años.
-        ¿Y solo tengo que desnudarme?
-        Como comprenderá el pobre hombre ya no tiene ánimo para más.
-        Está bien. Acepto.

Yamila recogió su abrigo y se pusieron en camino. Al salir por la puerta del local el portero se dirigió a ellas con recochineo.

-        Adiós chicas.  Cuidado con lo que hacéis.

En respuesta Yamila le enseñó el dedo corazón. La temperatura estaba bajando y al poco se puso a nevar. No había taxis por la zona. Decidieron hacer el camino a pie.

-        Hija, ¿me permite cogerla del brazo?
-        Claro.

Yamila se sintió conmovida cuando la anciana se agarró a ella. Por un momento se acordó de su abuela materna. Un alud de emociones estuvo a punto de humedecerle los ojos. Decidió iniciar una conversación para alejarse de todas las nostalgias.

-        Debe querer mucho a su marido para hacer esto por él.
-        El pobre, siempre ha tenido obsesión por ver a una negra desnuda, pero nunca ha podido cumplir su sueño.
-        Con los hombres nunca se sabe.
-        No digo que no haya visto alguna en las películas, pero al natural estoy segura que no.
-        Insisto en que con los hombres nunca se sabe. Hágame caso, de esto sé un rato.
-        Mi marido, en todo lo que llevamos de casados, siempre me ha sido fiel. Lo sé porque es un hombre sin un ápice de malicia. Toda su vida ha estado pendiente de mí. A su lado nunca me ha faltado de nada, me lo ha dado todo. Ahora me toca a mí. El pobrecito se muere y antes de que Dios se lo lleve a su lado quiero que su sueño se haga realidad.

Los copos de nieve eran del tamaño de pelotas de ping-pong y el viento los impulsaba contra sus caras. Cuando llegaron la ventisca estaba en pleno apogeo. Al entrar en la casa la anciana se llevó el índice a sus labios, indicándole a Yamila que guardase silencio. Las mujeres se dirigieron directamente al dormitorio. La anciana le hizo un gesto para que esperase en el pasillo. Después ella cruzó la puerta del dormitorio.

-        ¡Feliz cumpleaños, mi amor!

El anciano trató de incorporarse pero solo tuvo fuerzas para un amago de sonrisa. Ella se acercó a la cama y le acarició la cara.

-        Ya pensabas que me había olvidado ¿eh...? Tengo una sorpresa para ti.

Él la miró con curiosidad.

-        Ya puedes entrar.

Yamila entró en el dormitorio en plan seductor.

-        Cariño, te presento a Yamila.

De repente la pesada máscara de la enfermedad desapareció de la cara del anciano y un brillo vital se reflejó en sus pupilas.

-        Yamila tiene algo para ti, así que os dejo solos.

Yamila avanzó hasta los pies de la cama y empezó a desabrocharse la camisa. Mientras tanto la anciana se dirigió al salón. Se quitó el abrigo, dejó el botón sobre la mesa y sacó la caja de la costura. Sabía de antemano que era una batalla perdida, aun así se puso las gafas y trató de enhebrar una aguja. Llevaba más de un cuarto de hora pretendiendo acertar con el hilo cuando Yamila entró en el salón.

-        ¿Ya?
-        Sí.

La anciana sonrió satisfecha mientras siguió intentando pasar el hilo a través del ojal.

-        Déjeme a mí.
-        Te lo agradezco hija, porque soy incapaz.
-        Su marido quiere verla.

El enfermo sonreía de oreja a oreja cuando entró su esposa.

-        ¿Estás contento?

El anciano asintió sin dejar de sonreír.

-        Me alegro.

Se inclinó sobre él y le beso en los labios.
Cuando regresó encontró a Yamila terminando de coser el botón.

-        No tenías que haberte molestado.
-        No es ninguna molestia, además ya está.

Efectivamente el botón estaba firmemente zurcido al abrigo.

-        Eres muy amable.
-        No ha sido nada.
-        Lo digo por todo lo que has hecho. Te lo agradezco con el corazón. Por cierto, tengo que pagarte. Dime cuánto te debo.

La anciana echó mano del monedero y sacó unos billetes.

-        ¿Sabe qué...? No voy a cobrarle.
-        Hija, cómo dices eso. Es tu trabajo…
-        No, esto no ha sido trabajo, se lo aseguro. Esto ha sido algo muy bonito y agradable de hacer. Por eso no puedo aceptar su dinero.

El gesto conmovió a la anciana.

-        Muchísimas gracias, hija. Hacía mucho tiempo que nadie se portaba tan bien con nosotros.
-        Gracias a usted por darme la oportunidad de hacer algo tan… decente.

Las dos mujeres se abrazaron y permanecieron así durante unos segundos.

-        ¿Sabe?... Usted me recuerda a mi abuela. Por eso quisiera pedirle algo.
-        Claro.
-        Me gustaría darle un beso.
-        A los viejos no nos gusta que nos besen. Estamos llenos de gérmenes y enfermedades.
-        Aun así, lo voy a hacer.

Se besaron. A continuación se despidieron, conscientes en todo momento de que su adiós era definitivo.

® pepe pereza

viernes, 28 de marzo de 2014

DEFORME - ESQUINAS (Ediciones Lupercalia)

Ilustración de PEDRO ESPINOSA

DEFORME
Son las cuatro de la tarde. En el cielo un sol despiadado, capaz de derretir la brea de la carretera. Él camina por la calle con la cabeza baja. La falta de confianza y sus múltiples complejos le hacen ser una persona tremendamente introvertida que huye de todo y de todos. Su aspecto deforme es el principal motivo de sus problemas. Ese día decide hacer algo que nunca antes se ha atrevido a hacer. Cumple treinta y cinco años y desea celebrarlo en compañía de una mujer. Su única posibilidad es acudir a una puta. Por eso va de camino a un prostíbulo. Suda a mares y no solo por el calor. Los nervios se le agarrotan en el estómago y le entumecen los músculos del diafragma impidiéndole respirar con facilidad. No está seguro de que cuando llegue se atreva a entrar. Al girar a la derecha y acometer la avenida advierte que se acerca una madre acompañada de su hijo pequeño. Él siempre ha tenido miedo de la sinceridad de los niños. Cruza rápidamente de acera. De reojo ve cómo la criatura le señala con el dedo. Sigue andando, disimulando la vergüenza y arrastrando la mirada por el suelo. El incidente le resta parte de su escasa confianza. A punto está de darse la vuelta y regresar a casa. Pero la necesidad de conocer íntimamente a una mujer no solo es algo fisiológico, también es un asunto de orgullo y superación. Por eso sigue adelante.
Cuando llega a la dirección indicada está empapado en sudor. Se apresura a llamar al portero automático. Sabe que si se lo piensa dos veces acabará por no hacerlo. Abren la puerta sin preguntar. Entra en el portal. Las piernas le tiemblan. Por un momento cree que va a sufrir un ataque de ansiedad. Quiere calmarse respirando el aire fresco del edificio. En cuanto llegue al primer piso ya no habrá marcha atrás. Se pregunta si tendrá valor para continuar. Sigue subiendo las escaleras. La puerta a la que debe llamar es la B. Se queda parado enfrente leyendo un pequeño cartel: “Agencia artística” ¿Qué coño tiene que ver una agencia artística con un burdel? Entonces la puerta se abre cogiéndole por sorpresa. Una mujer de unos cincuenta años con exceso de maquillaje sale a recibirle. Al verle reacciona con rechazo. Da un paso atrás y hace amago de dejarle fuera, luego se lo piensa y con gesto apremiante le indica que entre.

-        Es que no quiero problemas con los vecinos.

Le guía por un largo pasillo con puertas cerradas a ambos lados. Llegan a la del fondo. La madame le invita a entrar.

-        Espera aquí, cariño. Ahora pasan las chicas para que elijas.

Hay una cama en el centro, a su lado una mesilla con una bandeja llena de condones, pañuelos de papel y un frasco de lubricante. Las persianas están medio bajadas y la luz es tenue. No sabe si debe esperar de pie o sentarse en la cama. Opta por lo segundo. Las manos le sudan y nota la garganta seca y estropajosa. Pasados unos minutos entra una mujer. Va vestida con ropa interior negra de encaje. Está algo rellenita. Al verle no puede evitar un gesto de desagrado que trata de disimular.

-        Hola, me llamo Tamara.

Después de la presentación sale. De seguido entra otra chica. Es más joven y mucho más delgada que la anterior. Lleva ligueros y zapatos de tacón. Su rostro es duro y anguloso. No se inmuta al verle. Seguramente su compañera le ha avisado de lo que se iba a encontrar.

-        Me llamo Sammy.

Sale y entra una negra. Es alta, llena de curvas y con unas caderas y pechos impresionantes. Al igual que las otras viste lencería de encaje.

-        Soy Yamila. Encantada de conocerte.

Se acerca hasta él y le besa en la mejilla. Es el primer beso que recibe de una mujer y reacciona agarrotándose. Su falta de experiencia queda en evidencia. Yamila le tranquiliza con unas palabras de ánimo.

-        Suave mi amor, que aquí no nos comemos a nadie.

La cuarta es una joven venezolana. También va con unas braguitas negras de encaje y un minúsculo sujetador. Su cara es tierna y hermosa. La joven se queda junto a la puerta, sin atreverse a entrar. Parece nerviosa y en todo momento evita mirarle a la cara.

-        Mi nombre es Silvia.

Dice con un hilillo de voz apenas audible. Seguidamente se retira para dar paso a la madame.

-        ¿A cuál eliges?
-        A Silvia.

Se sorprende por tenerlo tan claro.

-        Te explico: un cuarto de hora son cincuenta euros; media hora, sesenta; una hora, cien. Luego, si quieres griego o cualquier otra cosa, tienes que pagar un extra.
-        Creo que… con media hora será suficiente.

Saca la cartera y paga.

-        Que disfrutes.

La madame sale guardándose el dinero en el escote. A pesar de que en la habitación se está fresquito él sigue sudando a chorros. Tiene la garganta tan seca que se arrepiente de no haber pedido un vaso de agua. Ya no hay marcha atrás. Por fin va a saber lo que es el calor de una mujer. Aguarda sentado en el borde de la cama. Unos susurros le llegan del pasillo. Aguza el oído. Reconoce las voces de Silvia y la madame.

-        ¿Usted le ha visto la cara?
-        ¿Y qué? En este trabajo no discriminamos a nadie.
-        Yo no pienso acostarme con ese monstruo.
-        Claro que lo vas a hacer.
-        No, no puedo… con ese no.
-        En la cama todos son iguales.

Escucharlas es como recibir aceite hirviendo en los tímpanos.

-        ¡Por favor, señora! No me obligue a hacerlo.
-        Mira, Silvia. No quiero problemas, así que entra ahí y haz tu trabajo.
-        Ni siquiera he podido mirarle a la cara.
-        Baja la voz que nos va a oír, desgraciada…

Las mujeres se apartan para seguir la discusión sin el temor a ser oídas. Él aprovecha para escabullirse por el pasillo. No tiene sentido quedarse ahí y sufrir más humillaciones. La madame y Silvia se han trasladado a la cocina, al pasar puede verlas a través de la ranura de la puerta. Continúa hasta llegar a la salida y escapa por las escaleras. En la calle recibe una bofetada de calor. Camina tratando de asimilar las palabras de Silvia. Ha dejado de sudar y una especie de frío resentimiento recorre sus venas. Anda por las calles, ajeno a lo que le rodea. Llega a un parque y busca un sitio apartado y con sombra donde sentarse. Lo encuentra junto a un sauce que está al lado de una fuentecilla. Aprovecha para beber y recuperar la humedad en la garganta. De pronto se siente mejor. Sin duda el agua fresca y la sombra ayudan. Pero hay algo más. Se trata de un agradable sentimiento que brota de su interior. Que le emana directamente del alma. Se da cuenta que al recordar las palabras de Silvia ya no le duelen. Tal vez con su rechazo ha asimilado que es feo y deforme y, una vez asumido, ya no le parece tan terrible. Reflexiona. No, no es eso. Desde hace mucho sabe que es un monstruo. Todo el mundo se encarga de recordárselo. Entonces ¿de dónde surge ese sentimiento purificador que le sirve de bálsamo contra la vergüenza y el dolor? Quizás creyó que no iba a soportar el rechazo de una mujer y al pasar por ello y verse intacto le ha liberado del trauma. Sí, quizá sea eso. Ha soportado el rechazo de una mujer y sigue de una pieza. Un niño de unos ocho años se acerca haciendo volar un avión de juguete. Él lo observa desde su asiento sin sentir ningún temor, cosa que le sorprende. Cuando el niño se da cuenta de su presencia se queda paralizado. Le mira con los ojos muy abiertos y una mueca en la boca entre asco y miedo. Él le mantiene la mirada, sonriéndole. Finalmente, en un gesto de camaradería, le guiña un ojo. El niño echa a correr asustado. Él suelta una carcajada. La primera en mucho tiempo. También eso le sorprende. Indudablemente es un día lleno de sorpresas. El adecuado para su trigésimo quinto cumpleaños. Se recuesta en el banco. Observa la luz del sol filtrada a través de las hojas de los árboles, escucha el canto de los pájaros y el murmullo del agua. Se siente vivo y a salvo. Tiene la certeza de que un cambio se ha producido en él. Uno que mejora las cosas y que deja al descubierto un resquicio de esperanza. Se pone en pie y anda con la cabeza erguida. Dispuesto a mirar directamente a los ojos de aquellos que se crucen en su camino.

® pepe pereza

jueves, 27 de marzo de 2014

CUERO - ESQUINAS (Ediciones Lupercalia)

Ilustración de PEDRO ESPINOSA

CUERO
Fregaba el suelo de unas oficinas cuando se fijó que al fondo colgaba una cazadora de cuero. Aprovechando que el encargado había salido se acercó al perchero. Pegó la nariz a la prenda y aspiró su aroma. De inmediato tuvo una erección. Todo lo que tenía relación con el cuero le ponía cachondo. Habitualmente acudía a locales donde se practicaba Sadomasoquismo. Allí, en esos antros, él se sentía distinto. En cuanto se calzaba su máscara de cuero dejaba de ser un pusilánime. Con la máscara ostentaba poder. Un poder de alquiler y pagado de antemano, pero néctar vigorizante para su dignidad. Gracias a la máscara él era un h-o-m-b-r-e.

-        ¿Quién es el amo?
-        Tú.

Él era consciente de que todo era un juego, no obstante las palabras de la puta le sabían a gloria bendita.

-        ¿Quién es el puto amo?
-        Tú.
-        Dilo más alto.
-        ¡TÚ!
-        ¡Mucho más!
-        ¡TÚ, TÚ Y SOLO TÚ!
-        ¡Que te oiga todo el mundo!
-        ¡ERES EL PUTO AMO!

En cuanto se quitaba la máscara volvía a su personalidad habitual, es decir, un tipo mediocre y apocado.

-        Termina eso y ponte con los baños – ordenó el encargado, que acababa de llegar.
-        Ahora mismo.

Olió la cazadora una vez más y se dirigió a los baños. Lo hizo con el cipote levantado. Un inhiesto estandarte con el que protestar por tanta servidumbre. Y ya que él se tenía que doblegar a diario, en compensación y por justicia que su polla hiciera lo contrario.

® pepe pereza

PRESENTACIONES



miércoles, 26 de marzo de 2014

UN DÍA DE SUERTE - ESQUINAS (Ediciones Lupercalia)

Ilustración de PEDRO ESPINOSA

UN DÍA DE SUERTE
En cuatro horas ese era su primer cliente. Un viejo borrachín con el que Olga había tenido trato alguna vez. Llegaron a un acuerdo y después de que le pagase se fueron al fondo del callejón. Él le empujó contra la pared, le bajó las bragas y le penetró desde atrás. Olga se resignó a las embestidas del tipo y pensó que en cuanto terminase se iría a por su dosis. Su cuerpo acusaba la abstinencia con calambres y espasmos, afortunadamente para ella su cliente interpretó que los temblores obedecían a su rotunda virilidad. Estaba tan tocada por la falta de droga que no se dio cuenta de que el viejales había cambiado de agujero y la estaba sodomizando. Cuando cayó en la cuenta quiso sacar provecho.

-        ¡Hey, capullo! Darme por el culo te costará cinco pavos más.

El tipo se hizo el longuis y aumentó el ritmo de sus caderas.

-        Oye cabrón, o me los pagas o sacas tu asquerosa polla ahora mismo.

Demasiado tarde, el hombre ya se había corrido.
Olga salió del callejón maldiciendo. Se internó en una estrecha callejuela y caminó tratando de esquivar los charcos negros y pestilentes. Había varios contenedores de basura. Los gatos y las ratas, ambos del mismo tamaño, rebuscaban entre la inmundicia tratando de dar con algo que llevarse a la boca. El olor a podrido contaminaba el lugar. Ahora su único objetivo era adquirir droga. Caminó con paso decidido. Sabía que con el dinero que llevaba solo iba a conseguir lo justo para quitarse el “mono” y que pasadas un par de horas se vería hostigada por el mismo problema. Lo importante era hacerse con una dosis cuanto antes. Luego ya pensaría qué hacer. Además, siempre podía volver al callejón en busca de más clientes. Al pasar por delante de uno de los contenedores le pareció escuchar una especie de gemido. Se detuvo y aguzó el oído. Efectivamente, había algo dentro que emitía quejidos. En un principio creyó que era la cría de un gato. Recordó que la pareja de camellos de los que era cliente en su día tuvieron una gata que luego murió. Posiblemente quisieran hacerse con otra mascota. Quizás pudiera sacar algo por el cachorro. Aunque en vez de un gatito bien podría ser una de esas ratas asquerosas, o algo peor. Una vez escuchó de una compañera que había visto cómo una serpiente enorme salía de uno de esos chismes. Por si acaso, buscó algo con qué defenderse. Le hubiera gustado encontrar una barra de hierro o un palo pero tuvo que conformarse con una botella vacía. La agarró por el cuello y la alzó por encima de la cabeza, luego, cautelosamente, abrió la tapa del contenedor. Cuál fue su sorpresa al ver que se trataba de un recién nacido que aún conservaba su cordón umbilical. Estaba desnudo, con el cuerpo manchado con restos de basura, sangre y placenta. Soltó la botella y cogió al niño. Notó que el cuerpecito apenas emitía calor. Se quitó la chaqueta, lo envolvió con ella y lo apretó contra el pecho. Sus camellos eran gente de contactos y podría interesarles. Ella sabía que había matrimonios que no podían tener hijos y que estaban dispuestos a pagar una buena cifra por agenciarse uno. Seguro que sacarían unos cuantos miles de euros si llegaban a un acuerdo con uno de esos matrimonios. De paso ella se llevaría su comisión. Si se lo hacía bien, a cambio del bebé le darían unos cuantos gramos de caballo. Suficientes como para no tener que preocuparse en una temporada. Aceleró el paso. No podía creerse la suerte que había tenido. Ya se veía con una enorme bolsa de heroína en su poder. Llegó al barrio donde vivía la pareja de camellos. Era una urbanización a las afueras, con casas de una sola planta y jardín trasero. No era un mal sitio para vivir. Se dirigió a una de las casas, la bordeó, entró en la parcela, se acercó a la puerta trasera y llamó. Fue Carol la que abrió.

-        Ah, eres tú.

Dijo, sin ocultar su desprecio hacia la puta. Luego volvió al sofá y siguió viendo la televisión. Olga entró y cerró la puerta. La estancia apestaba a marihuana. Víctor estaba al fondo fumando yerba y leyendo un cómic. Olga se quedó en el centro del salón sin saber muy bien qué hacer o qué decir. Finalmente apartó la chaqueta para que pudiesen ver al bebé.

-        Os he traído esto.
-        ¿Qué coño es? ¿Un muñeco? –preguntó Carol.
-        No, un bebé de verdad.

Carol se levantó del sofá y avanzó hacia Olga para atestiguar que no mentía.

-        ¡Joder…, pero si está muerto!

Víctor dejó de lado el cómic y se acercó para echar un vistazo. El bebé tenía la piel azul y las córneas de sus ojos empezaban a secarse.

-        Ha debido de morirse por el camino -admitió Olga, decepcionada.
-        ¿Y para qué coño lo has traído aquí? - quiso saber Carol.
-        Pensé que podríais venderlo.
-        Esta tía es gilipollas.
-        Yo pensé que…
-        Qué coño vas a pensar si tienes el cerebro revenido… Quiero que tú y esa mierda os larguéis de aquí ahora mismo.
-        Traigo dinero para medio gramo.
-        Pues vuelve cuando te hayas deshecho de eso.

Víctor, ajeno a la discusión, seguía fascinado con el cuerpecito de la criatura.

-        ¿Me lo dejas?

Olga se lo pasó. Víctor lo cogió y lo examinó cuidadosamente. Le llamó la atención el trozo de cordón umbilical que colgaba de la tripa. Sopló sobre él para que se moviera.

-        ¿Qué coño estás haciendo?
-        Cariño, ¿no te parece alucinante?
-        Me parece asqueroso.

Entonces Víctor hizo algo que dejó a Carol con la boca abierta. Le pidió a Olga que le vendiese el cadáver. Esta había perdido toda esperanza de sacar algo y la oferta le pilló por sorpresa. Claro que enseguida entró al regateo. De primeras pidió cinco gramos. A Víctor le pareció mucho y trató de dejarlo en la mitad. Carol no daba crédito y con el grito en el cielo intentó poner fin a las negociaciones. Pero Víctor ya veía al bebé dentro de un tarro de cristal lleno de formol. Se le había metido en la cabeza ese capricho y no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. Víctor siempre tuvo un gusto de lo más macabro y pensó que un adorno de ese tipo daría a la casa el toque siniestro que necesitaba. Carol protestó y refunfuñó. A pesar de ello el trato se cerró y Olga salió de la casa con tres papelinas de gramo. Era su día de suerte.

®pepe pereza

LUPERCALIA EDICIONES

martes, 25 de marzo de 2014

CANCIONES - ESQUINAS (Ediciones Lupercalia)

Ilustración de PEDRO ESPINOSA

CANCIONES
Sabih se quitó la camiseta frente al espejo. Unos arañazos secos cruzaban su espalda en diagonal. Con fastidio arrojó la prenda sobre la cama. Conectó la radio. El locutor anunció: “Roads” del grupo Portishead. Le encantaba esa balada. Se tumbó a escucharla concentrándose sobre todo en los matices de la voz solista. Sabih era músico. Tocaba la trompeta y estaba componiendo una pieza para integrarla al repertorio de su grupo de jazz. Se había atascado y buscaba inspiración en cualquier cosa que pudiera motivarlo. En esas llegó Elena. Hablaba por su móvil. No le miró, lo que sí hizo fue acercarse hasta la radio y apagarla. Sabih se levantó y la puso en funcionamiento. Ella se giró y desconectó el aparato. Él quiso volver a encenderlo pero Elena lo cogió por el escroto y apretó con fuerza. Cuando lo soltó, Sabih cayó al suelo. Sin dejar la conversación telefónica, pasó por encima de él, entró en el baño y cerró la puerta. Sabih se puso en pie dolorido, conectó la radio y se tumbó en la cama maldiciendo. Al poco, salió Elena. Iba completamente desnuda. Hizo mención de quitar la música.

-        Deja la radio de una puta vez.

Elena se encaró con él.

-        ¿Qué coño te pasa?
-        Te dije que no quería señales y la última vez me dejaste la espalda que parece un campo arado.
-        Déjame ver.

Le mostró los arañazos. Ella acercó su mano. Parecía que lo fuera a acariciar, pero en el último momento sacó las uñas y se las clavó. Él gritó de dolor y se apartó cabreado. Elena soltó una carcajada.

-        Para que no vuelvas a decirme lo que puedo o no puedo hacer.

Sabih notó cómo un hilo de sangre bajaba por su espalda. Ella se tumbó en la cama.

-         ¿Por qué no te has desnudado todavía?

Se despojó de pantalón, calcetines y calzoncillos. Elena abrió las piernas y con un gesto le ordenó que le chupase el coño. Él así lo hizo. Al rato, ella cogió su bolso y sacó un vibrador tamaño XL. Se lo metió en la vagina y seguidamente se puso a cuatro patas.

-        Ya sabes lo que tienes que hacer.

Sabih le introdujo el índice en el culo, lubricó el agujero hasta que pudo meter un segundo y un tercer dedo. Por último se acomodó para penetrarla con el pene.

-        ¡Métela hasta dentro!

Sabih apretó las mandíbulas y empujó las caderas con rabia. Elena acompasó sus gemidos a las embestidas de su amante y alternó el movimiento de la mano para darle uso al vibrador. Estuvieron así unos minutos. Cuando Elena estaba a punto de correrse se lo hizo saber.

-        Vete preparándote.

Sin dejar de follársela Sabih se encendió un cigarro. Aspiró y soltó el humo sobre la yesca, poniéndola al rojo.

-        Hazlo ahora.

Acató la orden y apagó el cigarro en la espalda de Elena. Ésta al sentir el quemazo se dejó ir y llegó al orgasmo. Sabih, al oler la carne quemada, sintió una nausea, pero logró sobreponerse y mantener la erección. Ella se desacopló y empezó a chuparle la polla. Por la radio sonaron los primeros compases de “One Way Street” de Mark Lanegan. Sabih se concentró en la canción, especialmente en las notas que ejecutaba la guitarra acústica. Elena chupó y chupó hasta que en un momento dado exigió su recompensa.

-        Dame tu lefa, cabrón.

Sabih había estado bebiendo zumo de tomate durante todo el día porque había oído que le daba buen sabor al semen. Finalmente eyaculó. Elena saboreó el esperma, lo notó más dulce de lo habitual y eso le gustó.
Al rato, ella se levantó de la cama y se vistió. Cuando terminó dejó unos billetes encima de la cómoda y salió de la habitación. Sabih cogió el dinero y lo contó. Sonrió satisfecho. Antes de volver a la cama se miró la espalda en el espejo. Vio arañazos y sangre. Puso gesto de fastidio y maldijo a Elena. Subió el volumen de la radio y se dejó caer en el colchón echándose los billetes por encima. En ese momento el locutor anunció: “Game of Doses” de Maika Makovski. Se encendió un cigarro y se centró en las notas machacantes del bajo.

® pepe pereza

LUPERCALIA EDICIONES

YA EN LAS LIBRERÍAS


lunes, 24 de marzo de 2014

DÍAS DE RUTA - Vicente Muñoz Álvarez


¡¡¡¡QUÉ MARAVILLA DE LIBRO!!!
YA A LA VENTA

Oscilante y extremo, nunca aséptico ni imparcial, nunca en el medio: Vicente Muñoz Álvarez nos ofrece un nuevo libro. Indefinible en su estructura: ¿Un cuaderno de poemas? ¿Un diario, personal, de carretera…? ¿Un híbrido de ambos?, en cualquier caso, es un libro fuera de lo común, en el que comparte con nosotros textos muy personales. En DÍAS DE RUTA el autor trata de desterrar todo aquello que le oprime y desconcierta; donde elabora -con la gran estafa de la crisis económica de fondo- un ejercicio de escritura autosanador, a través de la confesión y la poesía. Fantasmas, miedos y traumas, en lucha constante contra la ensoñación de quien se felicita en el hecho asombroso de estar vivo: Welcome to Babilonia.

(Gsús Bonilla)

14 x 21 cm.
Nº de páginas: 200
GÉNERO: Poesía
Editorial: LUPERCALIA EDITORIAL
Lengua: ESPAÑOL
Encuadernación: Rústica con solapas
ISBN: 9788494163951
Año edición: 2014
Plaza de edición: LA ROMANA