sábado, 27 de febrero de 2016

SE RUEGA SILENCIO EN ESCRITORES SUCIOS + ENTREVISTA REALIZADA POR CARLOS SALCEDO ODKLAS

Llego del trabajo agotado mental y físicamente. Estar de plantón durante ocho horas delante de una cinta transportadora es más duro de lo que parece a primera vista. Hay que luchar con el sueño, combatirlo sin descanso. Y hacer frente al aburrimiento mortal. Duelen las piernas por estar tanto tiempo de pie. Sin olvidarnos del ruido constante y ensordecedor, capaz de volverte loco. Te destroza los tímpanos. Se te mete en la cabeza y hace puré el cerebro. De nada sirven los tapones que nos ponemos en los oídos. Luego están esos momentos de desesperación en los que los minutos pasan a ser horas. Quieres rendirte y mandarlo todo a la mierda. Bregar con todo eso es complicado, y cada día que pasa se me hace más cuesta arriba. Aquí en casa, el ruido de las obras pasa a ser una prolongación de los ruidos de la fábrica. En el piso superior están picando el suelo. Con el estruendo da la impresión que en cualquier momento el techo se va a venir abajo. No tengo ánimo para salir a la calle. Me tapono los oídos y me tumbo sobre la cama. A pesar de los tapones sigo escuchando los golpes. Aunque suenan amortiguados son igualmente molestos. Cuando consigo acostumbrarme a la cadencia de un ruido, ya sea un taladro o una lijadora, de pronto cambia su tonalidad y desbarajusta mi concentración. A veces, consigo llegar a esa tierra de nadie que se haya entre el sueño y la vigilia, pero siempre surge un nuevo ruido que me desvela. Es una lucha constante. Yo contra el ruido. Llevo semanas batallando contra él. Desde que empezaron las reformas no he escrito una sola palabra. Cómo voy a escribir si esa gente no para de meter RUIDO. Me estoy volviendo loco. Ruido por aquí, ruido por allá. No puedo escapar de él. Ruido, ruido, ruido y más ruido. Ruido en casa, ruido en el trabajo. Joder, no aguanto más. De pronto, noto que un hilo de agua que me cae encima. En el techo hay varias goteras. Salto de la cama. El suelo está encharcado. Salgo al pasillo. Las filtraciones continúan hasta la cocina. Cae tanta agua que parece que esté lloviendo dentro de la casa. Del panel eléctrico empiezan a saltar chispas. Estoy descalzo y temo electrocutarme. Me calzo y salgo al rellano de la escalera. Consigo llamar la atención de uno de los peones. Le explico lo que pasa. El tipo avisa al capataz y éste se presenta para ver los daños. Las cataratas del Niágara y las de Iguazú juntas, cayendo por techos y paredes. Chispas y descargas eléctricas, pedazos de escayola que se han desprendido, otros que están a punto de hacerlo. El capataz ordena que corten las llaves de paso y al poco deja de manar agua. El destrozo es evidente y le pido responsabilidades. Trata de tranquilizarme y me asegura que su gente se encargará de dejar todo en perfectas condiciones. Lo primero que hace es pedirle a uno de sus electricistas que repare la instalación eléctrica.
A la media hora ya tengo luz. Más adelante, cuando la humedad se haya secado, pintarán las paredes y lucirán el techo con escayola. Por un lado, me siento conforme porque van a tener que adecentar toda la vivienda, cosa que urgía incluso sin la filtración. Pero por otro, me doy cuenta de que las obras, con sus ruidos incluidos, han entrado dentro de mi propia casa. Sin quererlo, le he abierto las puertas al enemigo.

                                                              ……………..

Ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido ruido...

                                                               …………………….

Estoy sentado frente a un bote de amoniaco. Hay un deseo, una fuerza oculta que me incita a beber su contenido. Soy consciente de la seriedad de la decisión. Si lo hago no habrá vuelta atrás. Miro a mi alrededor con la esperanza de encontrar algo por lo que merezca la pena seguir luchando. Todo lo que veo es sucio, deprimente, sombrío, decepcionante… No hay nada a que agarrarme. La única salida me la ofrece este recipiente de plástico. Sé que si no le pongo remedio terminaré haciendo una locura. Me haré daño. Un último resquicio de cordura me obliga a salir de casa y aporrear la puerta de los vecinos. Son los únicos a los que puedo pedir ayuda. Es medianoche. A esta hora él estará trabajando. Hace turno de noche. Pero, Matilde, su mujer seguro que está. Insisto y sigo llamando al timbre. No tengo ni idea de qué le voy a decir cuando me abra. Somos unos completos desconocidos. El único vinculo que tengo con ellos es el de vivir en el mismo edificio. Conozco sus nombres porque los he leído en su buzón. Joder, me cuesta respirar. Tengo que sentarme en las escaleras. No puedo más y me derrumbo. Lloro como un chiquillo. Matilde entorna la puerta. Al verme en estas condiciones sale al rellano. Extiende su mano y la posa en mi hombro. Entiendo que es una caricia. Las raras ocasiones que hemos coincidido en el portal tan solo hemos cruzado un breve saludo. Se puede decir que este es nuestro encuentro más cercano. Me pongo en pie y la abrazo. Noto cómo su cuerpo se tensiona y se pone rígido. Le aprieto los pechos y bajo hasta su entrepierna. En un primer momento parece que me va a rechazar. Después me ofrece sus labios. Los acojo en los míos.
-Espera…
Me coge la mano y me invita a entrar en la casa.
Sobre la cama le como el coño. Tiene exceso de vello púbico y el interior huele a salitre. Sus jugos gotean por mi barbilla y me dejan un sabor a piélago. Sigo perforando con la lengua y me sumerjo en la sopa de saliva y fluidos. Quiero ser absorbido por ella. Adentrarme en su útero e instalarme dentro como un pequeño embrión. Un nacimiento al revés. La involución de un parto. Matilde me coge la cabeza y la aparta suavemente. Del cajón de la mesilla coge un preservativo, lo saca de la funda y me lo coloca.
-Penétrame.
Llevo dos años sin estar dentro de una mujer. La sensación es maravillosa. Enseguida noto que me voy a correr. Quiero aguantar más tiempo y busco imágenes que me ayuden a retrasar el orgasmo: los ruidos de las obras, la polvareda, el inagotable desfile de las latas. Pienso en el amoniaco, en su olor… Eyaculo. Disimulo la sacudida y sigo haciendo uso de pelvis y caderas. Poco a poco, voy perdiendo la erección. Con el deshinchamiento es difícil seguir con la cópula. Cada embestida resulta ineficaz. El miembro se dobla y deja de ser útil. No quiero que Matilde quede insatisfecha. Le introduzco un par de dedos y la masturbo. Al rato noto cómo se estremece. Después permanecemos tumbados el uno al lado del otro. Ninguno dice nada. El mutismo de ambos se prolonga y se vuelve molesto. Pasan los minutos. Me siento cohibido y quiero irme. Busco unas palabras que me sirvan de despedida. Al final es ella la que habla.
- ¿Por qué llorabas?
No sé muy bien qué contestar. Me esfuerzo en buscar una respuesta para ella y, de paso, me aclare a mí lo que ha pasado. ¿Realmente estaba dispuesto a beber el amoniaco? Ahora no lo tengo claro. Sin embargo, algo me impulsó a huir de casa y refugiarme en los brazos de Matilde. Veo que ella sigue esperando una contestación.
Se la doy.
- Tenía miedo.
- ¿De qué?
- Del resto de mi vida.

Extracto de la novela Se Ruega Silencio de Pepe Pereza.
Para comprar la novela por correo o informarte de los puntos de venta físicos sigue este enlace:
Para leer el prólogo de Carlos Salcedo Odklas sigue este enlace:

ENTREVISTA A PEPE PEREZA
Háblanos sobre cómo encaraste la creación de esta novela en comparación con tus anteriores libros de relatos y las principales diferencias que has visto en las técnicas narrativas a emplear para ambos géneros.
Cuando estudiaba interpretación me enseñaron a sacar la verdad del personaje a través de mis propias experiencias, también aprendí algo que es fundamental para mí: Menos es más. Básicamente estos son los ingredientes que tengo en cuenta a la hora de escribir. En cuanto a novela o relato, a parte de la cantidad de palabras que se utilizan en un caso o en el otro no veo ninguna diferencia. Una novela está formada de capítulos y estos no dejan de ser relatos cortos.

¿Es una novela autobiográfica?
Digamos que lo es en un setenta y uno por ciento. Todos los trabajos que hago mención me ha tocado sufrirlos. La casa, el ruido y las obras también fueron reales. Claro que muchas otras son ficción. Por ejemplo: En la novela mi padre está fallecido, sin embargo en la vida real estaba vivo. Desgraciadamente murió cuando el libro estaba en proceso de publicación, por eso está dedicado a él.

¿De dónde vino el empuje y la inspiración para escribirla?
La época que refleja la novela fue de gran importancia para mí. Por aquél entonces había abandonado mi carrera de actor. No tenía trabajo ni dinero. No sabía qué hacer. Sentía que había fracasado y que era demasiado tarde para empezar con otra cosa. No tenía experiencia en nada que no estuviese relacionado con el teatro, no tenía estudios, excepto los de arte dramático, que eran inservibles para conseguir un trabajo. Además, tuve la absurda idea de hacerme escritor, mejor dicho guionista. Me puse a escribir guiones de cine como un loco. Terminé nueve o diez, es decir, el equivalente a nueve o diez novelas. Alguno de ellos los envié a distintas productoras. Aunque fueron rechazados, esos guiones me sirvieron para pulirme como escritor y me dieron confianza para abordar mis primeros relatos. Años más tarde cuando me propuse escribir una novela enseguida tuve claro que en todo aquello había suficiente material para ir escarbando y seleccionando anécdotas.

¿Algún momento duro durante el proceso de creación?
Muchos. Sobre todo a la hora de corregir. En ese proceso siempre termino desquiciado y muchas veces pierdo el norte. Me obceco en revisar todo una y otra vez. Quitando, poniendo, volviendo a quitar… Llega un momento que no sé lo que hago y tengo que pedir ayuda a mi amigo Gsús Bonilla. Dado su enorme talento y generosidad, él siempre ha sido una especie de productor literario para mí. Junto con Vicente Muñoz Álvarez y Ricardo Moreno Mira es uno de los que más me ha ayudado en mi carrera literaria.

Las tecnologías han cambiado el mundo, la gente se ha acostumbrado a entretenimientos más directos y breves y hay un exceso de oferta de muy fácil acceso, teniendo eso en cuenta, ¿Cómo ves el estado de la literatura actualmente? ¿Crees que resistirá el empuje o se irá volviendo cada vez más marginal?
Desde mi punto de vista la literatura es la más marginal de todas las artes, al menos actualmente. Casi nadie lee y los que lo hacen, la gran mayoría, solo leen basura. Por otro lado, la buena literatura siempre ha estado en los márgenes. Cuanto más marginal sea mejor calidad. Solo hay que leer a los citados en la anterior respuesta para comprobarlo. A esos o a David González, Gabi Oca Fidalgo, Carlos Salcedo Odklas, Iván Rojo, Dadá Ruíz, Esteban Gutiérrez Gómez, Batania, Jorge M Molinero, Patxi Irurzun, Felipe Zapico, José G. Codonié, Enrique Cabezón, Alfonso Rabanal, Pablo Cerezal, LM Rabanal, Mario Crespo, José Ángel Barrueco, Velpister, Adriana Bañares, Ana Pérez Cañamares, Inés Matute, Ana Patricia Moya, Olaia Pazos, MJ Romero, Maica Miranda, Isabel García Mellado, Carmen Beltrán, Sonia San Román, Carla Badillo Coronado… solo por citar a un@s poc@s. Leed a esta gente y comparadla con esos autores que están arrasando en el mercado. Hacedlo y seguro que sacáis vuestras propias conclusiones.

¿Cuáles son las cualidades que te gusta ver en los libros de otros escritores?
Lo que le pido a un escritor es lo mismo que le pediría a cualquier artista que se precie de serlo, es decir: estilo propio y que vaya al grano.

Danos algunas recomendaciones dentro de tus lecturas recientes.
Lo último que he leído y que he disfrutado como un cerdo en un lodazal es el nuevo libro de Gabi Oca Fidalgo. “Una novela quinqui”. En los próximos meses la publicará Lupercalia Ediciones. Gabi tiene un estilo único que lo diferencia del resto.

¿Futuros proyectos?
Un libro de relatos que se titulará “El frío siempre llega del norte”. La climatología es la protagonista, marca la pauta y el estado de ánimo de los personajes, además de ser el hilo conductor de todas las historias. En mis anteriores libros de relatos la violencia y las drogas eran parte fundamental de la trama. En este libro lo que pretendo es dejar todo eso de lado y centrarme en lo cotidiano. Sacar partido de cosas tan simples como ir a comprar pan o pasar la tarde con tu chica viendo la televisión. Ese es el reto que me he propuesto para este nuevo proyecto.


viernes, 26 de febrero de 2016

LOS CUADERNOS NEGROS - CARLOS SALCEDO ODKLAS

ilustración de Max
"Desde su atalaya observó a sus congéneres. La gente iba y venía. Se convulsionaban como abscesos tumorales de un organismo gigantesco. Un bebe gigantesco pataleando en mitad de la oscura inmensidad astral. Hubo miradas furtivas a las chicas, algunas eran correspondidas chocándose y muriendo como chispazos. Cayeron copas y viajes al baño. Disparos cerebrales alocados. Gritos apagados y el oleaje contra las rocas. El caos y la embriaguez se fueron instalando en su realidad, deformándola, transformándola en algo irresponsable. La dulzura del caos. La ventana sin filos. La aceptación de la pérdida. El abrazo al abandono generado por la insignificancia. La tormenta sin fin de la que todos eran presa. Gritos y más gritos."
Los Cuadernos Negros. Carlos Salcedo Odklas

viernes, 19 de febrero de 2016

LIBRO DE POEMAS

Llego al almacén con retraso. Nada más entrar me encuentro cara a cara con el encargado. Me preparo para una buena reprimenda. Para mi sorpresa pasa de largo y no dice nada. Entro en los vestuarios. Me cambio de ropa a toda prisa y seguidamente corro para ocupar mi puesto en la mesa de embalaje. Mi labor consiste en revisar las hojas de los pedidos y meter la mercancía en cajas. Luego, tengo que embalarlas, etiquetarlas y, finalmente, dejar las cajas en el muelle para que las carguen en la furgoneta de reparto. Un trabajo tan sencillo como mal pagado.
A mediodía se acerca el encargado.
            -¿Qué ha pasado esta mañana?
Me extrañaba que se hubiese olvidado del tema.
            -El despertador se ha quedado sin pilas.
            -Es la segunda vez que llegas tarde esta semana.
-…
-¿Qué te dije la última vez que hablamos del tema?
-Que cada que me retrasase tendría que hacer una hora extra.
-¿Qué más?
-Que lo haría gratis.
-Con lo de hoy me debes dos horas. Así que esta tarde te quedas a recuperarlas.
- Imposible. Hoy no puedo.
-¿Por qué?
-Es que… Ana presenta su libro de poemas.
-Eso a mí me la suda.
Ante tal aseveración no me queda otra que acatar la orden y seguir con mi trabajo. De reojo veo que mi compañero de mesa está sonriendo. Sé que su gesto obedece a mi bajada de pantalones.
-Te lo advierto, no está la cosa para que vengas tocando los cojones.
-Solo diré una palabra: Dig-ni-dad.
-Con dignidad no se come.
-No, pero se vive y se duerme mejor.
El capullo siempre tiene que decir la última frase.
A las dos de la tarde paramos para comer. Una pausa de dos horas en las que no puedo perder ni un segundo. No hay autobuses que me lleven a casa y el trayecto hasta allí es de media hora, otro tanto de vuelta. Contando el tiempo que invierto en comer, apenas dispongo de unos momentos para relajarme. Apresuro el paso.
Al entrar, Ana me recibe con un beso. Está contenta. Motivo: han llegado los libros de la editorial. Me muestra la caja donde han viajado y me pasa un ejemplar para que pueda ojearlo. Sin darme tiempo a que abra sus tapas me pregunta si me gusta la edición. Antes de que pueda contestar me pide que huela el papel recién impreso. Me gusta verla así, radiante de felicidad, derrochando cariño y besos.
Mientras comemos, espero el momento adecuado para decirle que no podré ir a su presentación. Justo cuando voy a hacerlo, interviene ella:
-¿Has hablado con tu jefe de la subida de sueldo?
-No. He llegado tarde y el tipo no estaba de humor. De hecho, esta tarde tengo que quedarme a hacer horas extras para compensar el retraso.
-¿Y mi presentación?...
Después de comer salgo hacia el trabajo. Me queda media hora de camino y tan solo dispongo de catorce minutos para llegar. Corro.
Al entrar en el almacén el encargado me está esperando.
-Vuelves a llegar tarde, así que añade otra hora más a las que me debes.
Si guardaba una brizna de esperanza por llegar a ver parte de la presentación de Ana, las palabras del encargado acaban de un tajo con ella.
La tarde transcurre lenta. Parece que las agujas del reloj estén varadas en la esfera y se nieguen a avanzar. Para colmo, mi compañero de mesa tiene ganas de charla.
      -¿Vas a estar toda la tarde así?
-¿Estar cómo?
-Sin decir palabra.
-...
-¿Qué te pasa?
-No es nada.
-Habla.
-Es Ana.
-¿Qué pasa con ella?
-Que le he dicho que no puedo ir a su presentación y…
-¿Y?
-Pensaba que se iba a enfadar conmigo, pero no. Se lo ha tomado bien.
-¿Dónde está el problema?
-El problema está en que se lo ha tomado demasiado bien. Es más, diría que se ha alegrado de que no pueda asistir.
-Mal asunto, cuando una mujer te quiere lejos es porque te va a poner los cuernos.
-No digas bobadas. Ella nunca haría algo así.
-Tú fíate de la virgen y no corras.
-…
-¿Va con alguien a la presentación?
-La acompaña un saxofonista. Para amenizar la lectura de los poemas.
-Joder, tío. Date por perdido.
-¿Por qué dices eso?
-¿No te das cuenta? En estos casos, un saxofonista es lo peor. Esos cabrones son magos de la seducción. Con ese instrumento en sus labios no hay mujer que se les resista. Su propio nombre lo indica: saxo, que es lo mismo que decir sexo. Sabrás que su sonido está diseñado para llegar directamente al clítoris de las tías. Las ondas que produce el instrumento estimulan esa zona y se ponen súper cachondas.
-Chorradas.
-Colega, yo que tú iría haciendo sitio en la cabeza para una corona de cuernos.
Lo malo de mi compañero es que nunca sé si está bromeando o, por el contrario,  habla en serio.
            A las siete termina la jornada laboral. La plantilla se va y nos dejan solos al encargado y a mí. Ambos continuamos trabajando hasta las diez de la noche.
Cuando salimos del almacén, el encargado me aconseja que mañana sea puntual. Tomo nota por la cuenta que me trae. En la calle hay niebla y la iluminación de las farolas queda limitada por su presencia. Me abotono el abrigo y llamo a Ana. Su móvil no da señal. Supongo que lo apagó para la lectura y habrá olvidado conectarlo. Eso me crea la duda entre seguir rumbo a casa o pasar por la librería donde ha tenido lugar la presentación. A estas horas lo más seguro es que el local esté cerrado. No obstante, como no hay que desviarse demasiado, opto por acercarme hasta allí.
Efectivamente, la librería está cerrada. La verja está echada y las luces apagadas. Veo el libro de Ana compartiendo escaparate con otros de escritores de renombre. Es curioso, cuando supe que estaba escribiendo poesía estuve a punto de reírme en su cara. Es más, el día que recibió la carta de la editorial aceptando publicar su obra, no me lo terminé de creer. Pensé que esa gente se había vuelto loca de remate. Sin embargo, ahí está su libro. Hay algo en él que no termina de gustarme, no sé qué es. Vuelvo a llamarla. Su móvil sigue apagado o fuera de cobertura.
Al cruzar el parque veo a una pareja que están sentados en un banco. Se besan apasionadamente sin importarles el frío o la niebla. Inmunes a las inclemencias del tiempo. ¿Cuánto hace que Ana y yo no nos besamos así? La verdad, no lo recuerdo. Es una pena que con el paso del tiempo los sentimientos se vayan aguando, disolviendo como pastillas efervescentes. Es mejor no pensar en esas cosas. Ahora lo que quiero es llegar a casa. Hace frío y me duele la espalda. Después de una jornada de once horas estoy que no me tengo en pie.
Las luces están apagadas, lo que quiere decir que Ana no ha llegado. Me quedo parado en el umbral de la casa sin atreverme a entrar. La visión del pasillo a oscuras me produce una sensación extraña, como si este no fuera mi hogar. Tal vez se deba a que siempre que llego del trabajo Ana ya está aquí y la vivienda rebosa vida. Ahora parece muerta. Su ausencia es tan evidente que me deja sin poder de decisión. Por un lado tengo la urgencia de volver a la calle a buscarla. Pero por otro, no sé dónde podría estar. No es cuestión de recorrerse la ciudad intentando encontrar la aguja en el pajar. Lo más sensato es esperarla aquí. Entro y dejo el abrigo en el perchero. De camino a la cocina voy encendiendo todas las luces. Una intentona, un tanto infantil por mi parte, de suplir la falta de Ana con abundancia de luz. Abro la nevera y echo mano de las sobras del mediodía. Acabada la cena me acerco a la ventana del salón. La niebla es tan espesa que apenas se distinguen los edificios de enfrente. Me siento en el sofá, cojo el mando a distancia y pongo a ejercitar el pulgar. Bazofia, bazofia, bazofia, publicidad, bazofia, bazofia, publicidad, publicidad, bazofia, publicidad, bazofia, bazofia... Me pregunto quiénes son los cretinos que se encargan de la programación de todos estos canales. Me detengo en uno que ponen vídeos musicales. Ocupa la pantalla un negro enorme tocando un solo de saxofón. La imagen me golpea en la cabeza y me recuerda lo que dijo mi compañero de trabajo: En estos casos, un saxofonista es lo peor. Aunque no quiero dar crédito a sus palabras, de pronto imagino a Ana en brazos de un saxofonista. Un sátiro, un ser libidinoso con pezuñas de cabra y pene descomunal. Un amante competente y orgulloso que ha sido creado única y exclusivamente para follar. Ambos se besan, se chupan, se acarician… Trato de apartar los malos pensamientos, pero siguen multiplicándose por su cuenta. Todo un catálogo de escenas pornográficas protagonizadas por ellos. Al coctel de emociones que padezco se unen los celos, la rabia y el desamparo. Mi vida está tan unida a la de Ana que el solo hecho de pensar que está con otro me paraliza de terror. Apago el televisor. Sobre la mesa descansa el libro de poemas. Por su culpa Ana no está aquí. Me dan ganas de coger sus páginas y arrancarlas como si fueran las alas de una mosca. Procuro calmarme y pensar con sensatez. Conozco a Ana desde que éramos niños. Ha sido la única mujer que he querido. Sé que nunca me engañaría, al igual que yo sería incapaz de serle infiel a ella. Entonces, por qué me torturo con estos macabros pensamientos. La culpa es del gilipollas de mi compañero de trabajo que me llena la cabeza con chorradas e idioteces. Claro que más bobo soy yo por hacerle caso. Miro la hora. Pasa de la medianoche. ¿Dónde puede estar? Quizás ha sufrido un accidente y la han tenido que llevar al hospital. Intento localizarla haciendo uso del teléfono. Apagado o fuera de cobertura.
-Joder, Ana ¿Por qué no conectas el puto aparato?
Abro la ventana y me asomo para ver si llega. La niebla, tan cerrada, que es como sumergirse en un abrevadero. Imposible respirarla sin ahogarse de humedad. No distingo un palmo más allá de mis narices, por lo que no puedo saber si Ana se acerca por alguna de las calles adyacentes. Ruego para que sea así. Justo entonces oigo su voz a mi espalda.
-Cierra esa ventana que entra frío.
Me giro sobresaltado. No parece que venga de fuera ya que lleva puesto el pijama, va despeinada y sin maquillar.
-¿Dónde estabas?
-En el dormitorio.
-¿Desde cuándo llevas ahí?
-No sé. Hace unas horas.
-¿Y la presentación?
-Prefiero no hablar de eso.
-¿Pues?
-Solo han acudido tres personas.
-Vaya… lo siento.
Los ojos se le humedecen.
-Y ninguna de ellas ha comprado el libro.
Por sus mejillas se precipitan un par de lágrimas. La abrazo y trato de consolarla.
-Cariño, no te preocupes por eso. Hace tanto frío que a la gente le cuesta salir de sus casas.
-¿Tú crees?
-Claro.
Me reconforta sentir su cuerpo junto al mío. Miro por encima de su hombro. El libro de poemas sigue sobre la mesa. En realidad lo que me molesta es la posibilidad de que Ana obtenga éxito con él, y eso la separe de mí. Ese es el verdadero temor.
-¿Sabes una cosa?
-¿Qué?
-Cuando he salido del almacén he pasado por la librería. Era tarde y ya estaba cerrada, pero al ver tu libro en el escaparate me he sentido muy orgulloso de ti.
-¿Lo dices en serio?
-Te llamé para decírtelo, pero tenías el móvil apagado.
Se limpia las lágrimas con la mano y me besa.
-Eres un amor por decir eso.
-Es la verdad.
Vuelve a besarme. Es tarde y mañana no puedo llegar tarde al trabajo, 
-¿Vamos a la cama?
-Acabo de despertarme y ahora no tengo sueño. Ve tú, yo me quedo un rato viendo la tele.
Dejo que encienda el televisor y me dirijo al dormitorio. De camino escucho la melodía de un saxofón.

pepe pereza

domingo, 14 de febrero de 2016

VIAJE AL NORTE

Nunca había visto llover de esta manera. En vez de en coche parece que vayamos en submarino. Los limpiaparabrisas van de izquierda a derecha a toda velocidad apartando el agua, pero no es suficiente. Apenas se distingue la carretera. En el asiento del copiloto está mi mujer. Va ensimismada en sus pensamientos con la mirada cargada de reproches. Mira que se lo advertí: Viajar al norte en esta época del año es una locura. No hay nada más que lluvia, frío y más lluvia. Pero ni caso. Se le antojó hacer este viaje y aquí estamos, en medio del diluvio universal… De pronto lo oigo. Es una especie de chirrido. De primeras creo que se debe al frote de las gomas de los limpiaparabrisas contra el cristal, pero enseguida me doy cuenta de que el ruido obedece a algo relacionado con el motor.
-¿Oyes eso?
-¿El qué?
-Ese ruido. Chiiii… chiiii… ¿No lo oyes?
-No.
-Escucha con atención…
-Cuidado con el que tienes delante que le vamos a dar.
Piso ligeramente el freno y dejo que el coche que nos precede se aleje unos metros. Me molesta que ella nunca esté de acuerdo contigo en nada.
-Aunque tú no lo oigas, hay una especie de chirrido.
-Déjate de tonterías y concéntrate en la carretera.
Otra de las cosas que me jode es que me trate como a un crío.
-Deberíamos parar a ver qué es ese ruido.
-¿Con esta lluvia? ¿Estás loco?
No quiero que nos quedemos tirados por culpa de una avería. No obstante, ella tiene razón, parar en medio de este aguacero es una locura. Sigo conduciendo rumbo al norte.
Al rato deja de llover. Se abre un claro en el cielo y asoma un sol convaleciente. El chirrido sigue ahí, así que cuando veo un área de descanso me desvío hacia los aparcamientos.
Abro el capo y echo un vistazo al motor.
-No sé qué coño estás mirando ahí. No tienes ni puñetera idea de mecánica.
A primera vista parece que todo está bien. Aunque ella vuelve a tener razón, no sé nada de mecánica, con lo cual no me queda claro si lo que veo está en su sitio o no. Cierro el capo y me centro en las ruedas. Según rodeo el coche voy golpeando los neumáticos con el pie.
-¿Se puede saber qué haces?
-Compruebo la presión.
Se baja del coche y cierra de un portazo, luego se aleja unos metros para encenderse un cigarro. Desde el principio supe que este viaje iba a ser un infierno, aun así me dejé convencer. Nos queda mucho por delante, es mejor que intente afrontarlo con optimismo. Tomo aliento y me acerco a ella.
-¿Me das un cigarro?
Me lo da sin mirarme.
-Y fuego.
Me pasa el mechero que tiene en la mano. Después de prender el cigarro quiero devolverle el encendedor, pero está absorta con el paisaje que tenemos enfrente y no me presta atención. De repente vuelve al coche y se pone a rebuscar en el equipaje.
-¿Dónde está la cámara de fotos?
-¿No está por ahí?
-No la encuentro ¿Estás seguro de que la guardaste?
-...
-Te dije que lo hicieras.
Me lo dijo, pero jamás lo admitiré.
-Si quieres hacer una foto, utiliza la cámara del móvil.
En cuanto menciono el móvil sé que he metido la pata.
-Lo tengo sin batería porque anoche, al señorito, se le olvido ponerlos a cargar.
Odio que utilice ese tono conmigo.
Ha empezado a llover otra vez. Llevamos un buen rato sin hablarnos, cosa que agradezco porque necesitaba un respiro para poder continuar con esta pesadilla. Lo bueno del asunto es que desde que hemos retomado la marcha no he vuelto a escuchar el chirrido.
-Tengo hambre.
Lo dice como si yo tuviese la culpa.
Es el típico restaurante de carretera. A esta hora está repleto de gente. Los camareros corren de un lado para otro sirviendo menús y tomando nota de las comandas.
Después de esperar más de media hora, nos acomodan en una mesa que acaba de quedar libre. De hecho, las sobras de los anteriores clientes aún están sobre el mantel.
-No me gusta este sitio. Huele raro. Seguro que alguien se ha dejado la puerta de los baños abierta.
Hago oídos sordos. Después de lo que hemos tenido que esperar no estoy dispuesto a levantarme para ir a otro lugar. Cojo la carta y leo. La oferta no es muy variada, no obstante, a mí me vale con lo que ofrecen. A ella no.
-No me apetece nada de lo que tienen aquí.
En la mesa de al lado, un hombre come paella.
-La paella tiene buena pinta.
Ni siquiera se molesta en hacerme caso, así que me dejo de sugerencias.
Por fin se acerca una de las camareras. Su ojo experto enseguida detecta la tensión acumulada. Para tranquilizarnos nos pide disculpas por la tardanza y señala que en cuanto termine de recoger la mesa nos tomará nota.
Comemos, en silencio. Un silencio sólido, pesado, frío, como una cadena perpetua. La comida, aunque abundante, dista mucho de estar deliciosa. Me fijo en una pareja joven que ocupa una mesa junto a la puerta de la cocina. Hablan afectuosamente ajenos al trasiego de los camareros, que entran y salen sin parar. De habernos asignado esa mesa, nosotros, sin duda, hubiésemos protestado. Sin embargo, ellos están contentos y no les importa estar ahí. Supongo que no es cuestión de dónde te pongan, sino de feeling. La mujer que tengo delante, es decir, mi mujer, escarba con el tenedor en el lomo de un lenguado. Se nota que ha perdido el apetito. Me gustaría iniciar una conversación. Digo lo primero que se me pasa por la cabeza:
-Me preocupa ese chirrido del motor.
-Quiero volver a casa.
Aunque la decisión ha sido suya, me siento feliz de regresar. Sobre nosotros, el cielo arroja ríos de lluvia.
-Maldita sea. Ahí está otra vez… ¿Lo oyes?... Chiii, chiii…
Entonces lo suelta:  
-Estoy embarazada.
El impacto de sus palabras me deja sin aliento. Detengo el coche en el arcén. Me apeo y echo a andar campo a través. Intento respirar. Aparentemente un acto sencillo que, de momento, entraña gran dificultad. Mientras me alejo ella grita algo, pero la lluvia me impide escuchar lo que dice.

pepe pereza