Un solitario más y me voy a la
cama. Claro que eso mismo dije hace una hora. En la pantalla, la baraja virtual
se despliega sobre un tapete virtual. Antes de realizar ningún movimiento me
enciendo un cigarro. Hay tanto humo que tendría que abrir las ventanas para que
se ventile la habitación, pero la noche es fría y no quiero resfriarme. Con el
ratón voy cambiando las cartas de lugar. Rojas con rojas, negras con negras.
Consigo que desaparezcan varias columnas, pero en la última jugada pierdo la
partida. Apago el ordenador y abro las ventanas para que se vaya la humareda. Abajo,
en el parque, veo a una mujer con claros síntomas de embriaguez. Camina
haciendo eses y gesticula como si estuviera hablando a un acompañante
inexistente. En un momento dado tropieza y cae de bruces. Intenta levantarse,
pero va tan borracha que no puede. Al final se rinde y queda tumbada en el
suelo. La observo durante un par de minutos, luego voy al cuarto de baño a
lavarme los dientes. Cuando termino, regreso al salón para cerrar las ventanas.
Veo que la mujer continúa tirada en medio del camino. Hace demasiado frío para
dormir a la intemperie. Lo correcto sería bajar y ofrecerle mi ayuda, pero eso significa
complicarse la vida, que es lo menos me apetece en estos momentos. No es
problema mío, me digo, que se las arregle sola.
Trato de acabar el capítulo que
he empezado a leer, sin embargo no puedo quitarme de la cabeza a esa mujer. Dejo
el libro encima de la mesilla, salgo de la cama, me pongo el albornoz y me
calzo unas zapatillas. Me queda la esperanza de que se haya ido. Pero no, sigue
ahí. Tengo que hacer algo o se va a congelar. Mi primer impulso es coger el
teléfono.
-
Policía municipal. Dígame.
-
Hola, llamo porque hay una mujer desmayada en el
parque.
-
¿Qué le pasa?
-
Creo que ha bebido demasiado.
-
Entiendo ¿Está usted con ella?
-
No. La veo desde mi ventana. Es en el parque del Cubo,
junto a la zona de los columpios.
-
Tomo nota. Dígame su nombre.
-
¿El de ella?
-
No el suyo.
-
No creo que esté obligado a dárselo. Mi deber como
ciudadano era avisarles a ustedes, y es lo que he hecho.
-
Ya, pero mi deber como funcionario es completar un
informe y para ello necesito sus datos.
-
El caso es que mientras usted y yo hablamos, esa pobre
mujer está desatendida.
-
Ya he dado aviso a un coche patrulla. No creo que tarden
en llegar. En cuanto a sus datos es completamente necesario que me los
facilite.
Se los doy y cuelgo.
Van pasando los
minutos y el coche patrulla no llega. Calculo que la mujer lleva al raso una media
hora. Me pregunto cuánto tarda un cuerpo en sufrir de hipotermia. Enciendo el
ordenador. En la Wiquipedia dicen:
"La hipotermia es el problema más grave que aparece tras la exposición
al frío ambiental y puede llegar a ser potencialmente mortal. Cuando la
temperatura corporal desciende por debajo de los 35 °C comienzan a
producirse trastornos cardiovasculares, respiratorios, del sistema nervioso
central y de la coagulación: desde taquicardia, hipoventilación, temblores,
confusión, bradicardia, arritmias, rigidez, acidosis respiratoria, coma y
muerte por debajo de 28 °C."
Consulto otras páginas. Todas
vienen a decir más o menos lo mismo. Vuelvo a la ventana ¿Dónde coño se han
metido los del coche patrulla? Se supone que ya tendrían que haber llegado. Estoy
tentado de bajar la persiana y pasar de todo. Aunque sé que por mucho que cierre
los ojos a la realidad, la mujer seguirá estando ahí afuera. No es mi problema,
me repito. No soy yo el que ha bebido de más. Entonces, por qué debo
preocuparme. Me aparto y me siento en el sofá a fumarme un cigarro. Me jode
cargar con una responsabilidad que no es de mi incumbencia, que me ha sido
impuesta por puro azar. Si no me hubiese asomado a la ventana justo en el
momento que esa mujer pasaba por debajo, ahora estaría tranquilamente metido en
la cama. Golpeo la mesa con el puño. Tengo el mal tino de darle a una esquina
del cenicero. Éste sale volando y me golpea en una ceja. Junto con el dolor,
siento cómo la sangre baja por el pómulo y sigue avanzando hasta empapar el
cuello del albornoz.
Me inclino sobre el lavabo. Los
goterones caen, sembrando de rojo el blanco de la loza. Hay algo
perturbadoramente adictivo en contemplar la propia sangre. Verla extenderse,
conquistando terreno con su seductora coloración. Frente al espejo examino los
daños. Tengo un pequeño corte justo por debajo de la ceja del ojo derecho. Es
posible que mañana amanezca con la zona del párpado hinchada y amoratada, por
lo demás, nada grave. Me desinfecto la herida con agua oxigenada y la cubro con
una tirita. Después de limpiar todo, regreso al dormitorio. No me acerco a la
ventana, lo que hago es meterme directamente en la cama. No quiero saber si la
mujer continúa tendida en el suelo, prefiero pensar que los del coche patrulla
han llegado y se han hecho cargo de ella. Tengo los pies helados y, por mucho
que me tapo, no consigo entrar en calor. Mientras tanto, enciendo la radio. Entre
otras cosas, el locutor anuncia que en el norte las temperaturas bajarán a
menos cero.