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jueves, 13 de octubre de 2011

LA TRAGICA Y PATÉTICA MUERTE DEL REY DE LOS MONOS

Sobre la inmensa maraña vegetal resuena el famoso grito del Rey de los monos. De golpe el alarido se interrumpe dando paso a una serie de flemáticos tosidos. Tarzan soporta la tos con resignación. Está junto a un frondoso árbol que da sombra a tres tumbas de tierra. Encabezando los montículos de tierra hay unos tablones a modo de lápidas y en cada tablón un nombre toscamente grabado a chuchillo. En el primero está escrito: JANE (con la n al revés) y en los otros dos: CHITA y BOI. Tarzan intenta proyectar su bramido pero la voz se le quiebra y termina en otro ataque de tos. El pobre hombre está bastante viejo y deteriorado. Aunque no está calvo ha perdido gran parte de su pelambrera y la poca que le queda está encanecida, luce una rumbosa barriga que sobresale por encima de su típico taparrabos de piel de leopardo, sus delgadas piernas apenas le sostienen y los músculos de antaño ahora son colgajos de carne flácida.
Cuando consigue dominar la tos escupe una flema considerable, con la mala fortuna que el esputo le cae en el pecho, quedando un hilo de saliva entre su labio y el pectoral. Arranca las hojas del suelo y se limpia el escupitajo con ellas. De inmediato nota un escozor y se percata que ha cogido hiedra venenosa. Refunfuñando la arroja al suelo y la pisotea. Eso no evita que le salga un inmenso sarpullido.
Una última mirada hacia las tumbas antes de ponerse en camino.
Por encima de su cabeza cuelga una liana. Salta para cogerla pero no llega. Lo vuelve a intentar tomando más impulso. Tampoco lo logra. Retrocede unos metros para tomar carrerilla. Se lanza a la carrera y ejecuta el salto. Nada, no hay manera de alcanzar la puñetera liana. Decide cambiar de táctica. Se va hacía el tronco del árbol e intenta escalarlo, pero es demasiado grueso para sus brazos. Aun así consigue trepar unos metros. El esfuerzo lo deja agotado. La rama más cercana a la que podría asirse queda a metro y medio de su alcance. En un último arresto consigue llegar hasta ella. La agarra, pero es demasiado fina para soportar su peso y cae con ella aferrada a su mano. Aterriza con un espectacular costalazo. A consecuencia del golpe se queda sin aire, que intenta recuperar desesperadamente a base de espasmos. Su caja torácica está atorada y no consigue respirar. Poco a poco su cara se va volviendo de un rojo intenso para luego cambiar a un azul amoratado. Cuando parece que los ojos le van a saltar de sus orbitas y que irremediablemente se va a asfixiar, logra que una bocanada entre en sus pulmones, luego otra y otra... Con lo que él ha sido y tener que verse en tan tristes circunstancias.
A pesar del dolor se arrastra hasta el pie del árbol y se recuesta contra el tronco.
Como un viejo samurái derrotado desenfunda su cuchillo y, muy dignamente, se abre las muñecas con él. La sangre fluye. Y mientras se deja morir contempla por última vez la selva en la que un día fue el rey.

® pepe pereza

lunes, 31 de enero de 2011

PÁGAME A MÍ

Un sonido apenas perceptible llamó su atención, la de ella.

- ¿Te has tirado un pedo?
- Se me ha escapado.
- ¡Joder, tío!
- Lo siento, no he podido evitarlo.
- Me parece una falta de respeto.
- Ha sido sin querer.
- ¡Joder que peste! ¿Qué mierda comes para que las tripas te apesten así?
- Ya te he dicho que lo siento.
- Que tú lo sientas no evita que yo esté a punto de vomitar.
- No te pases tía. Es solo un pedo ¿Qué pasa que tú no te tiras pedos?
- No cuando estoy follando, joder.
- Se me ha escapado.
- Eso ya lo has dicho.
- ¿Y qué más quieres que diga?
- No quiero que digas nada.

Se desacoplaron. Ella salió de la cama. Se acercó a la ventana y la abrió.

- Tía, estás exagerando de la hostia.
- Me están llorando los ojos del tufo, así que no me digas que exagero.

Ella trató de sacar la fetidez de la habitación abanicando con ambas manos.

- Anda, vuelve a la cama.
- Déjame que respire.
- Ni que te hubieran gaseado los nazis.
- Casi.
- Ves como exageras.
- Que te follen.
- A eso estoy esperando.

Ella obvió el comentario, entre otras cosa porque era de mal gusto. Echó una ojeada por la ventana al patio interior. Había ventanas con las luces encendidas y otras a oscuras. Había tendederos con ropa y otros sin ella. En las paredes había mugre y manchas de humedad. La estampa le pareció triste y sintió la necesidad de escapar de allí.

- ¿Sabes lo que te digo?... Que me voy a casa.
- Pero… no… no puedes...
- Has conseguido que se me quiten las ganas.
- Joder, ya te he dicho que lo siento. Que no he podido evitarlo.
- Me da lo mismo, yo me voy.
- Pero…

Ella recogió su ropa, se retiró hasta la ventana y se empezó a vestirse. Él trató de no perder los nervios. No podía creerse lo que estaba pasando. La observó mientras se ponía las bragas y sintió unas ganas irresistibles de arrancárselas. Se contuvo y decidió intentarlo por la vía diplomática.

- Perdóname.
- …
- Perdóname cariño. Te lo pido por favor.
- …
- Vuelve a la cama.
- Que no, joder.
- Estás haciendo una montaña de un grano de arena.
- …
- Por lo que más quieras, vuelve a la cama conmigo.
- ¿Has visto mi sujetador?
- No me puedo creer que montes esta escena por un simple descuido.
- ¿Dónde he puesto el sujetador?
- Por favor, quédate a pasar la noche como habíamos planeado.
- ¿Traía sujetador?
- Por favor....
- ¡Aquí está!

Desde la cama observó como ella se ponía el sujetador. Se dio cuenta que estaba decidida a marcharse y para impedírselo actuó a la desesperada.

- Como te marches llamo a una puta para que termine lo que tú has dejado a medias.
- Por mí como si llamas a todo el cuerpo de bomberos.
- Hablo en serio.
- Yo también.
- Sé que crees que estoy bromeando. Pero te aseguro que como salgas por esa puerta cojo el teléfono y contrato los servicios de una profesional, lo juro.

Ella continuó vistiéndose sin hacer caso de las amenazas.

- Por favor, cariño, quédate conmigo esta noche.
- ¿Por qué no me pagas a mí?
- ¿Eh?
- ¿Por qué no me pagas a mí?
- ¿Hablas en serio?
- Totalmente.
- A ver si lo entiendo… ¿Me estás pidiendo dinero por quedarte?
- Por quedarme y follar.
- ¿Y cuánto pides?
- Tendría que informarme de cómo están los precios en el mercado para hacerme una idea.
- ¿De verdad serías capaz de cobrarme?
- Claro que sí. Creo que es justo.
- De igual manera podría cobrarte yo a ti.
- No soy yo la que está suplicando por un polvo.
- Yo no estoy suplic… Vale, de acuerdo. Te pagaré. Dime una cantidad.
- Ya te he dicho que antes tendría que informarme.

Él saltó de la cama y se dirigió a la mesa del escritorio. Cogió un periódico y buscó en las páginas donde estaban los clasificados.

- Aquí hay varios anuncios que dicen que por treinta euros te hacen un francés y te echan un polvo.
- Eso son putillas de tercera categoría. Si quieres un cuerpo como éste…- dijo dándose un cachete en el trasero.-…vas a tener que ser mucho más generoso.
- Que tal sesenta euros.
- Mucho más generoso.
- Di tú la cantidad y así nos dejamos de estupideces.

Ella lo meditó durante unos segundos.

- Doscientos.
- ¿Doscientos euros?
- Doscientos cincuenta.
- ¿Doscientos cincuenta?

Ella afirmó con un gesto de cabeza.

- Tú estás loca. Ni de coña pago doscientos cincuenta napos por un polvo.
- Entonces no hay más que hablar…

Ella cogió su bolso y se dirigió a la puerta.

- …Nos vemos. – dijo alzando la mano a modo de despedida. – Espero que lo pases bien con tu putilla de tercera.
- Pero…

Ella abrió la puerta, salió y cerró. Él se quedó con la palabra en la boca, tragándose su orgullo. Llevado por la rabia empezó a desgarrar las páginas del periódico y a desparramar los pedazos por la habitación. Con el sobrante hizo un amasijo. Se taponó la boca con él y gritó con todas sus fuerzas. La pelota de papel amortiguó el sonido de su voz. Gritó varias veces más, hasta que se sintió más calmado. Estaba frustrado y dolido pero hizo lo posible por sobreponerse. No estaba dispuesto a que una imbécil le jodiera la noche. Se encendió un cigarro y fumó delante de la ventana que ella había dejado abierta. A las tres caladas se vino abajo.

- ¡Maldita zorra de mierda! ¡Hija de puta! Ojalá te mueras de un cáncer. Que sufras tormentos hasta el último día de tu puta vida, hasta el último suspiro. – gritó a los cuatro vientos.

Algunos vecinos se asomaron para ver qué pasaba. Él cerró la ventana y se sentó al borde de la cama. Respiró profundamente y trató de calmarse. Supo que iba a perder el control. Cogió la almohada de la cama y volvió a taponarse la boca. Gritó hasta que se quedó sin aire. Volvió a gritar, esta vez al borde del llanto. Mordió la almohada con todas sus fuerzas y siguió gritando. Una arcada puso fin al drama. Soltó la almohada, ésta cayó al suelo acompañada de un hilo de saliva. Se dio cuenta de que aun tenía el cigarro. Se lo llevó a la boca y aspiró profundamente. Retuvo el humo en los pulmones y finalmente lo expulsó por la nariz. Lo apagó en el cenicero y buscó el número de una prostituta entre los pedazos del periódico. Encontró uno y se dispuso a llamar. Pero antes de marcar reflexionó sobre lo que iba a hacer. Sin querer pensó en ella.

- ¡Puta de mierda!

Arrugó el pedazo de papel con el número elegido y lo lanzó al fondo de la habitación. Sopesó si hacerse una paja con ayuda de unas cuantas imágenes pornográficas bajadas de la red. Pero no, no tenía humor para pajas. Necesitaba algo más, la necesitaba a ella.

- ¡Puta! – exclamó derrotado.


®pepe pereza

viernes, 26 de noviembre de 2010

LA TRAGICA Y PATÉTICA MUERTE DEL REY DE LOS MONOS

Sobre la inmensa maraña de árboles resuena el famoso grito del Rey de los monos, Tarzan. Los distintos animales giran sus cabezas hacia el lugar de donde proviene el grito. Éste se interrumpe de golpe dando paso a una serie de graves tosidos.
Tarzan está de espaldas junto a un viejo árbol situado al lado de tres pequeños montículos de tierra. Sobre los montículos están clavados unos palos a modo de lápida, en cada uno de ellos hay un nombre toscamente grabado a chuchillo. En el primero y más grande está escrito: JANE (con la n al revés) y en los otros dos: CHITA y BOI. Tarzan lanza de nuevo su grito pero la voz se le quiebra y termina en otro ataque de tos.
Se le nota bastante castigado por los años (setenta y pico). Aunque no está calvo ha perdido gran parte de su pelambrera y la poca que le queda es de color gris claro. Luce una espléndida barriga que sobresale por encima de su típico taparrabos de piel de leopardo. Cuando consigue dominar el ataque de tos se gira y escupe una flema considerable, con la mala fortuna que el esputo le cae en el pecho, quedando un hilo de saliva entre el labio y el pectoral. Abatido arranca las hojas del suelo y se limpia el escupitajo con ellas. Cuando ha terminado nota un escozor y se percata que las hojas que ha cogido son ortigas. Refunfuñando las arroja lejos. Eso no evita que le salga un sarpullido en el pecho. Una última mirada hacia las tumbas y decide ponerse en camino. Unos metros por encima de su cabeza cuelga una liana. Salta para cogerla pero no llega. Lo vuelve a intentar tomando más impulso. Tampoco está vez lo logra. Molesto consigo mismo retrocede unos metros para tomar carrerilla. Se lanza a la carrera y cuando está a punto de llegar a la liana ejecuta el salto. Tampoco lo consigue. Decepcionado emite unos cuantos gruñidos. Se va hacía el árbol e intenta escalarlo. El tronco es demasiado grueso para sus brazos, aun así consigue trepar un par de metros. De pronto se queda sin fuerzas. La rama más cercana a la que podría agarrarse queda a metro y medio de su alcance. Hace un último esfuerzo y consigue llegar hasta ella. La agarra, pero la rama es demasiado fina para soportar su peso. Tarzan cae con la rama aferrada a su mano. Aterriza en el suelo dándose un espectacular costalazo. A consecuencia del golpe se queda sin aire que intenta recuperar a base de espasmos. La caja torácica está atorada y no consigue respirar. Poco a poco su cara se va volviendo de un rojo intenso. Por fin logra que una bocanada le entre en los pulmones. Muy lentamente y con crujidos por todo su cuerpo consigue arrastrarse hasta el pie del árbol. Se recuesta contra el tronco y llevándose las manos a la cara se echa a llorar ¡Patético! Cuando se calma desenfunda su cuchillo y muy dignamente se abre las muñecas con él. La sangre fluye. Tarzan clava el cuchillo en el suelo y mientras se deja morir contempla por última vez la selva en la que un día fue el rey.
pepe pereza

lunes, 18 de octubre de 2010

RELATO

SALIR O NO SALIR

- Dentro de media hora empieza una película en la tele.
- Estoy harta de tanta televisión.
- Pues yo quiero verla.
- Yo creo que saldré a dar un paseo.
- ¿Dónde vas a ir?
- No lo sé. Caminaré un rato, miraré algún escaparate.
- ¿A estas horas?
- No es tan tarde.
- Tú sabrás, pero una chica guapa como tú, sola en mitad de la noche...
- ¿Tratas de asustarme?
- ... con la cantidad de violadores, asesinos y drogadictos que te clavan su jeringuilla llena de sida en cualquier parte ...
- Que bobo eres.
- Yo solo digo que tengas cuidado.
- Sé defenderme.
- Ya, meterás un chillido que dejaras K.O. a cualquier maleante que intente agredirte.
- O una patada en los huevos.
- Esa es una buena estrategia, lo reconozco.
- Bueno ¿Me acompañas o no?
- Si te quedas conmigo podemos… no sé, jugar a médicos.
- ¿Y quién es el enfermo?
- Te dejo elegir.
- Prefiero a amo y esclavo.
- ¿Y quién es el esclavo?
- Tú.
- Lo que mandes, Ama.
- (Cínica) Creo que al final voy a salir.
- Estoy empalmado ¿no irás a dejarme así?
- Hazte una paja.
- Prefiero que me la hagas tú.
- Suplícamelo.
- Te lo suplico.
- Suplica más.
- Te lo suplico al cuadrado.
- Esclavo, bésame los pies.

Él le besa los pies.

- Desnúdate, esclavo.
- Tú mandas, Ama.

® pepe pereza

domingo, 29 de agosto de 2010

RELATO INÉDITO

CLUB CHANWAY
Lunes 13 de Julio de 1998
Estoy junto a la fábrica vieja cuando los veo llegar por la alameda. Son unos cuantos y los hay de todas las edades. ¡Por Dios, si hay hasta niños! Son un grupo de vecinos del barrio que vienen para obligarme a abandonar mi puesto de trabajo. Me dicen que lo que yo hago es indecente. ¿Indecente? Que se lo pregunten a ese señor tan serio que viene con ustedes, que el martes pasado quiso follarme sin condón. Pero claro, yo no digo nada. Una, sobre todo, es una profesional y no va por ahí pregonando los vicios de los clientes. Me dicen que los niños no tienen por qué ver este lamentable espectáculo. Como si los niños fueran idiotas y no supieran de qué va la cosa. Pero claro, es muy cómodo escudarse en unos niños para cargar contra todas nosotras, que lo único que hacemos es nuestro trabajo. Nosotras no obligamos a nadie. Ofrecemos un servicio. El que quiere lo toma y el que no, pues eso. Yo no lo hago por gusto. Una tiene que comer, igual que todo el mundo, y para comer hay que trabajar. Qué más quisiera yo que tener un empleo en una oficina. Que sepan que yo tengo estudios, pero por circunstancias de la vida aquí me tienen. Tirando para adelante como buenamente puedo.
Mis palabras no sirven para nada. Vienen con ganas de sangre, se les ve, y nada les hará cambiar sus intenciones. Alguien me lanza una piedra. Gracias a Dios, que la veo venir por el rabillo del ojo y puedo apartarme a tiempo. No espero a que me tiren una segunda piedra. Salgo corriendo hacia la carretera del polígono industrial y aunque llevo unos tacones del quince vuelo como una gacela. He escapado de milagro.
La verdad, no sé donde coño quieren que nos vayamos a hacer nuestro trabajo ¿al puto desierto? Antes trabajábamos junto a la plaza del ayuntamiento. Nos echaron de allí porque dicen que dábamos mala imagen al casco antiguo de la ciudad. Nos trasladamos junto al campo de futbol, que está casi en las afueras. Nos echaron. Nos fuimos al parque que está en la orilla del río, es decir, al culo del mundo. Pues también nos echaron. Ahora estamos aquí, cerca del polígono industrial y también quieren echarnos. La verdad, no sé dónde coño quieren que nos vayamos.

Miércoles 15 de Julio de 1998
Ayer no me atreví a ir al polígono. Pensé que lo mejor era dejar que las cosas se enfriaran un poco. Estuve toda la tarde caminando por la ciudad, buscando un sitio para trabajar sin que un grupo de vecinos me quieran echar. He encontrado una plazuela junto al hospital viejo. Cerca hay cuatro o cinco tabernas donde van albañiles y emigrantes. El sitio me ha parecido bien. Solo tiene una cosa mala: unas calles más allá está la comisaría de policía. Eso puede ser un problema, o no. Ya veremos.
Hoy regreso al polígono. Llego cagada de miedo, esperando encontrarme con los vecinos. Pero no, todo estaba tranquilo. Demasiado tranquilo. Paso cinco horas rondando por ahí. No se me acerca nadie. Todos están pendientes de lo que pasa y los clientes no dan la cara.
Otro día sin producir. Empiezo a agobiarme. Tengo deudas que pagar.

Viernes 17 de Julio de 1998
Hago la ronda por primera vez en la plazuela del hospital viejo. En menos de seis horas consigo siete clientes. Esto marcha.

Sábado 18 de Julio de 1998
No, esto no marcha, ni de coña marcha. Resulta que estoy dando una vuelta por la plazuela del hospital viejo cuando me vienen dos maderos con cara de pocos amigos. No los veo llegar. Me preguntan qué estoy haciendo aquí. ¡No te jode! Como si no tuviera derecho a estar donde a mí me dé la gana. Me piden la documentación. Se la doy. Uno de ellos se va con mi DNI al coche patrulla para informarse en la centralita. Sé que estoy perdida.
Paso el resto de la noche en los calabozos. Me consuelo pensando que yo al menos tengo papeles y documentación. Con un poco de suerte mañana estaré en la calle. Si esto le hubiese pasado a mi amiga Yamila, a estas horas, la pobre, estaría en un avión de regreso a su país.

Lunes 20 de Julio de 1998
Otra vez en el polígono industrial.
A media tarde veo a un grupo de gente cruzando la carretera. Se me ponen los pelos como escarpias pensando que son los vecinos que vienen a por mí. Pero no, solo eran unos trabajadores que salían de la fábrica. Estoy de los nervios con toda esta movida.

Martes 21 de Julio de 1998
Estoy en el polígono, junto a la fábrica vieja. A media tarde, cuatro chavales se acercan hasta donde estoy. El mayor no tiene ni trece años. Por la manera que tienen de acercarse me huelo que no traen buenas intenciones. Les pregunto qué es lo que quieren. Responden con evasivas. Les digo que se larguen y que me dejen trabajar. En un principio parece que obedecen, pero uno de ellos se gira y me llama puta. Los demás se animan y también empiezan a insultarme. Les amenazo con mi spray de pimienta, pero un botecito tan ridículo no parece impresionarles. Me lanzan piedras. Una me da en el muslo dejándome un buen cardenal. Me escondo detrás de un árbol, pero siguen lloviéndome piedras. Para defenderme les devuelvo algunas. Con la mala suerte que con una de ellas le doy en la cabeza al más pequeño y le hago una brecha. El chaval, a la que ve que está sangrando se pone a berrear y corre de vuelta a su barrio seguido de los otros. No culpo a los chavales, ellos solo imitan lo que ven de sus mayores.
Me huelo problemas y decido marcharme.
Por la noche pongo la tele ¿y te puedes creer que es lo primero que veo? El polígono industrial donde yo trabajo. Me quedo pasmada con las imágenes. El locutor dice que los vecinos no aguantan más y que se han echado a la calle para protestar por la prostitución que hay por los alrededores. El reportero dice que algunos vecinos han agredido a las prostitutas. Dice que las prostitutas han atacado a un niño hiriéndole en la cabeza. Sabía yo que esa pedrada iba a traer problemas. No puedo seguir mirando la pantalla y apago la tele. Yo lo único que hice fue defenderme. Es más, tengo el muslo totalmente morado y casi no puedo apoyar la pierna de la pedrada que me dieron. Las cosas se han puesto muy feas. Intuyo que no voy a poner los pies por el polígono en mucho, mucho tiempo.

Miércoles 22 de Julio de 1998
No he podido dormir pensando en las noticias de la tele. Me levanto con un dolor de cabeza tremendo. Además está a punto de bajarme la regla y empiezan a joderme los ovarios. También me duele la pedrada del muslo. Por cierto, el morado del cardenal ha dado paso a unos tonos amarillos y verdosos muy poco atractivos.
Está claro que hoy no voy a trabajar. ¿Dónde lo iba a hacer?

Domingo 26 de Julio de 1998
He recibido carta de mi amiga Concha diciéndome que en el club donde trabaja (Club Chanway) necesitan chicas nuevas. Me lo tengo que pensar pero viendo como están las cosas por aquí. La verdad es que no tengo mucho donde elegir.

Lunes 27 de Julio de 1998
Escribo a Concha diciéndole que acepto su oferta y que el lunes saldré para allá.
Dios mío, mi vida está llena de malas decisiones que ésta no sea una de ellas…

® pepe pereza

viernes, 28 de mayo de 2010

RELATO

EL ENCUENTRO
Al pasar por delante del escaparate de una librería la reconoció. Hacía más de cuatro años que no se veían. Ella había sido su amante, mejor dicho, él había sido su amante, ya que durante su relación era ella la que engañaba a su novio. Cuando ella le vió, su cara se iluminó. Él le devolvió una ancha sonrisa desde la puerta. La cajera envolvía el libro que ella acababa de comprar, como buena empleada intentaba dar conversación mientras completaba su tarea, pero ella seguía con los ojos fijos en él, sin apenas prestar atención. Por fin, pudo salir del establecimiento y se abrazaron.

- Cuánto tiempo. ¿Dónde te metes?
- Mucho, casi cinco años.
- La verdad es que no recuerdo la última vez que nos vimos.
- Ni yo tampoco.
- Sigues tan guapa como siempre…

Era verdad, no necesitaba ser políticamente correcto ni educado, ella se conservaba de maravilla, seguía luciendo una buena figura y su mirada era vital y ardiente como lo había sido siempre.

- Muchas gracias. Tú tampoco has cambiado mucho.
- Me han salido algunas canas.
- Te hacen más interesante.
- Si tú lo dices.

Ella tampoco necesitaba mentir, de hecho, en lo primero que se fijó cuando le vió fue en sus canas. Cuatro años antes él no tenía ni una, pero con el correr del tiempo sus sienes se habían ido encaneciendo. En verdad, esas canas le hacían más atractivo e interesante y ella se sintió inmediatamente cautivada.

- Me enteré de que te habías echado novia...
- Sí, estuve con ella durante dos años y medio.
- Y que estuvisteis viviendo juntos.
- Sí, es verdad, durante más de un año y medio. Ahora ella está trabajando en Edimburgo, perfeccionando su inglés.
- ¿Lo dejasteis?
- Ya ves, así es la vida. ¿Y tú?
- (Alargando la mano y enseñándole un anillo) Me casé.
- Un día me encontré con tu hermana y me lo dijo.
- Me lo comentó en su momento...
- ¿Tienes tiempo para tomarte un café?
- Tengo toda la tarde libre.

Entraron en una cafetería.

- ¿Y qué tal de casada?
- Bien. Ya sabes que antes estuvimos un tiempo viviendo juntos.
- Sí.
- Pues eso, que no me ha librado de seguir lavando calzoncillos.

Calzoncillos sonó demasiado alto. Algunos clientes se volvieron para mirarla. Él sintió vergüenza ajena y se ruborizó.

- ¿Qué va a ser?- Intervino el camarero.
- Un calzoncillo... – Dijo él sin pensar en lo que salía por su boca.
- ¿Qué? – Preguntó el camarero sin terminar de entender la petición.
- Perdón... (Ambos se ríen) Yo un café con leche ¿y tú?
- Yo, lo mismo.

El camarero se alejó para preparar las consumiciones. Ella quiso decirle cuánto le había echado de menos, pero no se atrevió.

- Me he enterado de que has sido tío.
- Sííííííí. Una preciosidad de niña.
- ¡Una niña!
- Un angelito.
- Mírale, si se le cae la baba.
- ¿Y tú para cuando?
- Tuve un aborto.
- ¡No jodas!
- Estaba de tres meses y pico.
- Lo siento mucho.
- Qué se le va a hacer, cosas que pasan.
- No pierdas la esperanza, eres joven y en cualquier momento lo podéis intentar de nuevo.
- En ello estamos. (Cambiando de tema) ¿Y ahora dónde vives?
- Donde siempre.
- ¡Ah! Pues ya me pasaré a verte algún día.
- Cuando quieras.
- Es que como tengo las tardes libres...
- Igual que yo, además suelo estar en casa...

Él deseaba con todas sus ganas besarla y decirle cuánto la había añorado durante esos más de cuatro años, pero no se atrevió.

- Mira qué bien.
- Si quieres apúntate el número de mi móvil.
- (Picarona) ¿Quieres darme tu número?
- Así me llamas y quedamos.

Ella se mordió el labio suavemente, como lo hacía entonces, cuando se ponía cariñosa con él y le abría su cuerpo y su alma. Él reconoció de inmediato esa sonrisa.

- La próxima semana mi marido se va fuera y me apetece ser mala.
- ¿Cómo de mala?
- Eso lo sabrás la próxima semana.
- Te estaré esperando...

Él notó cómo el estómago se le llenaba de mariposas y un leve cosquilleo nacía en su entrepierna. La espera empezaba en ese preciso instante.

® pepe pereza

martes, 25 de mayo de 2010

RELATO


He aquí una mierdecilla de relato que he encontrado mientras enredaba en los archivos más olvidados de mi ordenador. Lo escribí allá por el año1994. No ha pasado tiempo ni ná.

LA TRAGICA Y PATÉTICA MUERTE DEL REY DE LOS MONOS
Sobre la inmensa maraña de árboles resuena el famoso grito del Rey de los monos, Tarzan. Los distintos animales giran sus cabezas hacia el lugar de donde proviene el grito. Éste se interrumpe de golpe dando paso a una serie de graves tosidos.
Tarzan está de espaldas apoyado sobre el tronco de un árbol situado al lado de tres pequeños montículos de tierra. Sobre los montículos están clavados unos palos, en cada uno de ellos hay un nombre toscamente grabado a chuchillo. En el primero y más grande está escrito: JANE (con la n al revés) y en los otros dos: CHITA y BOI. Tarzan está en pleno ataque de tos. Se le nota bastante castigado por los años (setenta y pico). Aunque no está calvo ha perdido gran parte de su pelambrera y la poca que le queda es de color gris claro. Luce una espléndida barriga que sobresale por encima de su típico taparrabos de piel de leopardo. Cuando consigue dominar el ataque de tos se gira y escupe una flema considerable, con la mala fortuna que el esputo le va a caer en pleno pecho, quedando un hilo de saliva entre el labio y el pectoral. Abatido arranca las hojas del suelo y se limpia el escupitajo con ellas. Cuando ha terminado nota un escozor y se percata que las hojas que ha cogido son ortigas. Refunfuñando las arroja lo más lejos que puede pero esto no evita que le salga un gran sarpullido en el pecho. Una última mirada hacia las tumbas y decide ponerse en camino. Unos metros por encima de su cabeza cuelga una liana. Salta para cogerla pero no llega. Lo vuelve a intentar tomando más impulso. Tampoco está vez lo logra. Molesto consigo mismo, retrocede unos metros para tomar carrerilla. Se lanza a la carrera y cuando está a punto de llegar a la liana ejecuta el salto. Tampoco lo consigue. Decepcionado emite unos cuantos gruñidos. Se va hacía el árbol e intenta escalarlo. El tronco es demasiado grueso para sus brazos, aun así consigue trepar un par de metros. De pronto se queda sin fuerzas. La rama más cercana a la que podría agarrarse queda a metro y medio de su alcance. Hace un último esfuerzo y consigue llegar hasta ella. La agarra, pero la rama es demasiado fina para soportar su peso. Tarzan cae con la rama aferrada a su mano, dándose un espectacular costalazo contra el duro suelo. A consecuencia del golpe se queda sin aire que intenta recuperar a base de espasmos. Lo logra al cabo de un buen rato. Muy lentamente y con crujidos por todo su cuerpo consigue arrastrarse hasta el pie del árbol. Se recuesta contra el tronco y llevándose las manos a la cara se echa a llorar ¡Patético! Cuando se calma desenfunda su cuchillo y muy dignamente se abre las muñecas con él. La sangre fluye. Tarzan clava el cuchillo en el suelo y mientras se deja morir contempla por última vez la selva en la que un día fue el rey.


® pepe pereza

domingo, 23 de mayo de 2010

RELATO


(Para Miguel Gurrea y Cruz, que sé que andan por ahí)
LA CITA
La casa estaba limpia y él estaba preparado. Ella pronto llamaría a la puerta. El mundo era fantástico y maravilloso. Ella iba a pasar una tarde con él. La chica más guapa de la ciudad, de la nación, del planeta, había accedido a su invitación. Pasarían la tarde escuchando buena música y bebiendo vino, y cuando la bebida soltara las lenguas se harían confesiones y se conocerían más íntimamente. Más tarde saldrían a cenar a algún sitio bonito y con un poco de suerte regresarían para hacer el amor entre las sábanas (ó donde fuera).
Echó un último vistazo asegurándose de que todo estuviera limpio. Como ya sabía, todo estaba en su sitio, perfecto. Lo único que podía hacer era esperar...
De pronto, sintió un inesperado retortijón.

- Intestinos llamando a cerebro. Deberíamos vaciar los depósitos...

El cerebro se lo pensó y tomó su decisión.

- Podemos esperar.

Esperaron, y al rato el intestino volvió a llamar al ocupado cerebro.

- En el colon ya no hay espacio, ¡hay que desalojar!

El cerebro se lo pensó y ordenó:

- ¡Podemos esperar!

Esperaron. Notó la presión en su tripa aprisionada por el cinturón. Realmente lo estaba pasando mal.

- ¡Intestino llamando a cerebro! ¡Esto es una emergencia! Debemos vaciar los tanques ahora que aún nos queda tiempo...

El cerebro se lo pensó y finalmente aceptó.
Corrió lo más rápido que pudo hacía el cuarto de baño, se bajó los pantalones y los calzoncillos y se sentó en la taza. La primera descarga fue inmediata, explosiva y casi líquida. La segunda llego más tranquila, más sólida y compacta. Mientras defecaba, rezaba para que ella no llegase en ése preciso momento. Miró su reloj de muñeca y comprobó que pasaban dos minutos de la hora convenida.

- ¡Por favor, que llegue tarde, que llegue más tarde!...

Terminó, se limpió, se subió los pantalones, tiró de la cadena, limpió los restos con la escobilla, se lavó las manos y salió del baño. Conseguido…
¡Joder! ¿Qué era ese olor? Fue como un puñetazo en la nariz. De todas las veces que había cagado en su vida, ésta era con diferencia la más asquerosa, la que peor peste había dejado.
Abrió las ventanas, pero no corría ninguna brisa y el olor se esparció tranquilamente por la casa, reconcentrándose con el calor llegado del hirviente mundo exterior.
Cogió una toalla y la agitó, pretendiendo sacar aquel hedor por las ventanas. Tanta agitación hizo que empezase a sudar, los sobacos le chorreaban, manchando de humedades su camisa. ¿Por qué era todo tan complicado?
Se acordó de que en algún lugar de la despensa guardaba un spray ambientador. Roció con él toda la casa, hasta que del difusor dejó de salir gas, pero aún así, aquella pestilencia surgida de sus entrañas prevalecía por encima del ambientador, de hecho, al mezclarse los aromas se vició tanto el poco aire que quedaba que aquello era insoportable.
Sabía que en cuanto ella oliese esa fetidez se iría para no volver. Estaba tan avergonzado que apenas si podía pensar. El sudor le calaba la espalda. Se miró en el espejo: Su frente estaba perlada de gotitas saladas que pronto correrían cuello abajo.
Miró otra vez el reloj. Pasaban seis minutos, en cualquier momento ella estaría frente a la puerta. Probó con un spray desodorante que aplicó por toda la casa a modo de ambientador. No hubo mejoras.
El olor insistía en quedarse, enquistándose como un cáncer. Él nunca tuvo demasiada suerte en la vida, pero aquello era el colmo. Entró de nuevo en el baño, se quitó la camisa, mojó una toalla y lavó con ella sobacos, cara y cuello. Se peinó y caminó hacía el armario del dormitorio, eligió una camisa y se la puso. La sudada la echó dentro de la lavadora.
A cada paso que daba el olor penetraba los agitados agujeros de su nariz. Era consciente de que lo tenía todo en contra, pero aún así no quería rendirse. Esa mujer le gustaba y no estaba dispuesto a desperdiciar la ocasión. Se aplicó el desodorante en las axilas, por encima de la camisa y siguió con el resto de la casa, pero no hizo más que empeorar la situación. Casi no se podía respirar y los ojos le lloraban debido a los gases. ¿Por qué es siempre tan difícil? ¿Por qué siempre se jode todo?
Entonces una parte poco activa de su cerebro intervino sugiriéndole una idea: No hay olor que pueda con el de la marihuana. Estaba claro, se haría el mayor canuto de marihuana jamás visto u olido, al fin y al cabo, prefería mil veces que lo tomase por un porreta que por un cerdo asqueroso con las entrañas podridas.
Dicho y hecho.
Aspiró, y lo que entró por su garganta fue una mezcla imposible de grifa, ambientador, desodorante y olor a mierda que le dejó un extraño regusto en el paladar y una incómoda presión en los pulmones. No le importó y siguió fumando. Por fin, algo resultaba efectivo contra la pestilencia. La casa se fue impregnando del agradable aroma de la marihuana quemada. Había luchado y había vencido. Se sintió alegre, miro el reloj, pasaban veinte minutos de la hora.
Qué deprisa corría el tiempo. ¿Por qué se retrasará tanto? Las cosas habían cambiado, antes rezaba para que ella se demorase y ahora imploraba para que apareciera al fin. Sintiéndose algo colocado, se sentó a esperar, y esperó y esperó sin que nadie llamara a la puerta. Cada minuto que pasaba se sentía más derrotado, más defraudado. Cada segundo consumido le decía que ella no iba a venir.

©pepe pereza

miércoles, 19 de mayo de 2010

RELATO

“HECHOS INSIGNIFICANTES”
Iban en el coche, buscando un hueco para aparcar.

- … Haces mal en menospreciar esos momentos, porque esos pequeños momentos pueden acabar con una relación o hacerla seguir funcionando.
- Creo que exageras.
- No lo creas. El amor se consolida a partir de hechos cotidianos y simples. Si haces esto, esto y esto, tienes amor de por vida. Si en vez de esto decides optar por eso, quizás ya no tengas tanto amor. Y si en vez de eso, hubieses elegido aquello, seguro que todo se acabo... ¿Entiendes lo que quiero decir?
- Hay factores más importantes.
- Por supuesto que los hay. Pero lo que realmente marca la relación son esos insignificantes hechos cotidianos.
- No lo tengo claro. Yo creo que el amor está por encima de todo eso.
- Te equivocas. Son esas pequeñas gotas las que van llenando el vaso.
- Si tú quieres a alguien de verdad, tu dependencia por ese alguien es algo tan fuerte que no puedes luchar contra ello. Sin embargo, esas cosas cotidianas son fáciles de combatir, es fácil pasarlas por alto.

En ese momento ella vio un aparcamiento libre a su derecha y se lo dijo a él. Él dio al intermitente y enfiló el coche hacía allí. Al meter el culo marcha atrás calculó mal la distancia y rozó con el coche que estaba aparcado delante del hueco libre. Los vehículos quedaron pegados el uno contra el otro.

- ¡Para! ¡Para! - gritó ella.
- ¡Mecagüen la puta! - maldijo él.
- No se te ocurra tirar hacia delante. - advirtió ella.

No había más remedio. Soltó el embrague y aceleró suavemente, el metal rechinó con un quejido lastimero. El roce de las chapas dejó heridas en ambos vehículos. Aquel hecho insignificante fue el detonante de una bronca de las que no se olvidan. Después de mucho discutir y de sacar los trapos sucios ella le pidió que la llevase a casa de sus padres. Él, cínicamente, le sugirió que cogiese un taxi. En fin, que se encabronaron, se separaron. Cada uno tomó un camino diferente y con el tiempo se fueron olvidando el uno del otro.

® pepe pereza

lunes, 17 de mayo de 2010

ENVIDIA

Acababa de escribirle un poema y se sintió muy solo. Se asomó a la ventana con la frágil esperanza de verla regresar. Allí abajo todos se dirigían a alguna parte, todos tenían un sitio dónde ir, todos tenían algo que hacer, alguien con quién estar... Los envidió a todos ellos.

©pepe pereza

miércoles, 12 de mayo de 2010

RELATO INÉDITO

SMS
El TIC, TIC, de un móvil acabó de golpe con el silencio que llenaba la habitación. Él se incorporó del sillón y cogió el aparato. En la pequeña pantalla el dibujo de un sobrecito le avisaba de que tenía un mensaje. Apretó las teclas adecuadas y una combinación familiar de números le anunció que era ella quien lo había enviado:

¿DÓNDE SE METE MI TIGRE DE MALASIA? ¿ACASO TE HAS OLVIDADO DE TU LEOPARDA?

Lo de “leoparda” venía porque en su último encuentro ella le recibió tumbada en la cama con un abrigo que imitaba la piel del leopardo y un tanga blanco que quitaba el sentido. Sonrió para sus adentros recordando la escena. Decidió hacerle llegar una respuesta:

TE TENGO EN MI CABEZA PERENNEMENTE...

El término “perennemente” no le gustó y lo cambió por “constantemente”

TE TENGO EN MI CABEZA CONSTANTEMENTE, COMO UN TATUAJE, LEOPARDA DE MIS AMORES.

Apretó la tecla de envío y aguardó una respuesta. Ésta llegó a los pocos minutos:

CUANDO VENGAS, TE HARE EL NÚMERO DE LA GATA EN CELO. TE VAS A ENTERAR.

Aquello sonaba de maravilla, se moría de curiosidad:

¿EN QUÉ CONSISTE ESE NÚMERO?

La respuesta no tardó en llegar, aunque a él, ese pequeño espacio de tiempo le pareció una eternidad:

CONSISTE EN IMITAR A UNA GATA EN CELO, CON SUS GESTOS Y MANERAS, CON SUS DESESPERADOS MAULLIDOS... YA LO VERÁS.

Una avalancha de imágenes llenó su cabeza, se la imaginó disfrazada de Cat-Woman, revolcándose en el suelo y maullando. Sintió una presión en la entrepierna y su respiración se aceleró. Tenía que enviarle algo que estuviese a la altura. Después de pensárselo, empezó a teclear:

HOY PEPITO LLEVA TODO EL DÍA PENSANDO EN TI.

(Pepito era el apodo que ambos usaban para referirse a su pene). La frase era corta y con un doble significado que sólo ella entendería. Se sintió satisfecho, envió y esperó. Sabía que la respuesta estaba al caer.

YO TAMBIÉN HE ESTADO PENSANDO EN VOSOTROS DOS. AL PEQUEÑÍN DALE UN MASAJE PARA QUE SE CALME.

Escribió: LO DEL MASAJE PREFIERO DEJARLO EN TUS MANOS PARA CUANDO ESTEMOS JUNTOS.

Respuesta: SERÁ UN PLACER PARA AMBOS, ESTOY SEGURA.

Pensó en una contestación... Nada, no se le ocurría nada.
Quizás fuera porque esa última respuesta de ella le pareció definitiva, casi una despedida. Era como decir: Para ya, me he cansado del juego...
Dejó el móvil sobre la mesa y conectó el televisor. Sin saber por qué se sintió triste.

® pepe pereza

martes, 22 de diciembre de 2009

HECHOS INSIGNIFICANTES

Iban en el coche, buscando un hueco para aparcar.

- … Haces mal en menospreciar esos momentos, porque esos pequeños momentos pueden acabar con una relación o hacerla seguir funcionando.
- Creo que exageras.
- No lo creas. El amor se consolida a partir de hechos cotidianos y simples. Si haces esto, esto y esto, tienes amor de por vida. Si en vez de esto decides optar por eso, quizás ya no tengas tanto amor. Y si en vez de eso, hubieses elegido aquello, seguro que todo se acabo... ¿Entiendes lo que quiero decir?
- Hay factores más importantes.
- Por supuesto que los hay. Pero lo que realmente marca la relación son esos insignificantes hechos cotidianos.
- No lo tengo claro. Yo creo que el amor está por encima de todo eso.
- Te equivocas. Son esas pequeñas gotas las que van llenando el vaso.
- Si tú quieres a alguien de verdad, tu dependencia por ese alguien es algo tan fuerte que no puedes luchar contra ello. Sin embargo, esas cosas cotidianas son fáciles de combatir, es fácil pasarlas por alto.

En ese momento ella vio un aparcamiento libre a su derecha y se lo dijo a él. Él dio el intermitente y enfiló el coche hacía allí. Al entrar marcha atrás rozó con el coche que estaba aparcado delante, quedando ambos vehículos pegados, demasiado pegados.

- ¡Para! ¡Para! - gritó ella.
- ¡Mecagüen la puta! - Maldijo él.
- No se te ocurra tirar hacía delante. - advirtió ella.

No había más remedio. Soltó el embrague y aceleró suavemente, el metal rechinó con un quejido lastimero. El roce de las chapas dejó heridas en ambos vehículos. Aquel hecho insignificante fue el detonante de una bronca de las que no se olvidan.
Al final, ella le pidió que la llevase a casa de sus padres. Él, cínicamente, le sugirió que cogiese un taxi. En fin, que se encabronaron y se separaron. Cada uno tomó un camino diferente. Con el tiempo se fueron olvidando el uno del otro.

domingo, 20 de diciembre de 2009

"DISCUSIÓN TONTA" relato para LAFANZINE

- Baja el volumen.
- ¿Por qué?
- Porque me estás dejando sorda.
- Esta música hay que escucharla alta.
- ¿A eso llamas música? Yo a eso lo llamo ruido.
- ¿Y lo que tú escuchas si es música?
- Pues, sí.
- Pues a mí, los que componen la música que tú escuchas, me parecen unos babosos y unos putos guaperas que siempre se lamentan porque no les quiere nadie, o su novia se la pega con otro...
- Así son las canciones de amor.
- Menuda mierda.
- Por lo menos se les entiende y no a esos melenudos, embutidos en cuero.
- Vale, no se inglés, pero yo veo la voz como un instrumento más y con eso me basta. No necesito entender las letras.
- Eres tan estrecho de miras.
- Quieres decir que por escuchar Rock soy un tarugo.
- Más o menos.
- Entérate. El rock ´n roll ha cambiado este planeta.
- Porque tú lo digas.
- No sólo lo digo yo. Abre cualquier enciclopedia y lo verás.
- Vale. No tengo ganas de discutir, sólo quiero que bajes el volumen.
- Pues mira por donde no me da la gana.
- (Amenazando) ¿A sí?

Ella cogió el mando a distancia del televisor, apretó el botón de ON y subió el volumen por encima de la música. Él, a su vez, apuró el volumen del CD al máximo. El ruido era ensordecedor, los cristales de las ventanas retumbaron. Ella no estaba dispuesta a quedarse atrás y apretó su dedo con fuerza contra el botón del control de sonido del TV.
Tal alboroto fue denunciado por los vecinos a la jefatura de policía. No era la primera vez ni sería la última. La pareja se pasaba el día tirándose los trastos a la cabeza y los vecinos estaban hartos.
A la media hora llegó la policía y tras algunos dimes y diretes volvió la calma al vecindario. Ellos hicieron las paces, la policía se marchó satisfecha por haber puesto orden y los vecinos tuvieron un nuevo tema de cotilleo. Todos felices.

http://lafanzine.blogspot.com/

jueves, 17 de diciembre de 2009

ENVIDIA

Acababa de escribirle un poema y se sintió muy solo. Se asomó a la ventana con la frágil esperanza de verla regresar. Allí abajo todos se dirigían a alguna parte, todos tenían un sitio dónde ir, todos tenían algo que hacer, alguien con quién estar... Los envidió a todos ellos.

martes, 15 de diciembre de 2009

¿AMO O ESCLAVO?

- Me duele la cabeza.
- Tómate una aspirina.
- Me gustaría tomar un poco de aire fresco.
- Tú misma.

Un largo silencio.

- ¿No crees que deberíamos salir más?
- Si te apetece salir ya sabes donde está la puerta.
- ¡Joder, como se pone el nene! No se va a poder ni hablar.

Silencio.

- Nos pasamos todo el día en casa.
- ¿Y?
- Pues que me aburro.
- Llama a tus amigas y sal a divertirte.
- Están todas con sus maridos o con sus hijos.
- Date un paseo sola.
- No es lo mismo.
- ¿Y que quieres que yo le haga?
- Muy sencillo. Acompáñame.
- No me apetece… además estoy cansado.
- Date una ducha para despejarte.
- No.
- ¡Venga!
- ¡Que no, joder!

Silencio.

- Dentro de media hora empieza una película en la tele.
- Estoy harta de tanta televisión.
- Pues yo pienso verla.
- Yo creo que saldré a dar un paseo.
- ¿Y a donde vas a ir?
- No lo sé. Caminare un rato, mirare algún escaparate.
- ¿A estás horas?
- No es tan tarde.
- Tú sabrás, pero una chica guapa como tú, sola en mitad de la noche...
- ¿Tratas de asustarme?
- ... con la cantidad de violadores, asesinos y drogadictos que te clavan su jeringuilla llena de sida en cualquier parte ...
- Que bobo eres.
- Yo solo digo que tengas cuidado por donde te metes.
- Sé defenderme.
- Ya, meterás un chillido que dejaras K.O. a cualquier maleante que intente agredirte.
- O una patada en los huevos.
- Esa es una buena estrategia, lo reconozco.
- Bueno ¿Me acompañas o no?
- Si te quedas conmigo podemos jugar a médicos.
- ¿Y quien es el enfermo?
- Te dejo elegir.
- ¿Y si jugamos a amo y esclavo?
- ¿Y quien es el esclavo?
- Tú.
- Lo que mandes, Ama.
- (Cínica) Creo que al final voy a salir.
- Estoy erecto ¿no irás a dejarme así?
- Lo sé, soy muy malvada.
- No, eres una calienta pollas.
- (Simulando la risa de la bruja mala) Je, je, je.
- Quédate conmigo.
- Suplícamelo.
- Te lo suplico.
- Suplica más.
- Te lo suplico al cuadrado.
- Vaaaaale, me quedo… Pero tú eres el esclavo.
- (Exagerando) Desde el día que te conocí soy esclavo de tu amor.
- Desnúdate, esclavo.
- Tú mandas, Ama.

domingo, 22 de noviembre de 2009

NADA DURA ETERNAMENTE

Un tema llevó a otro y al final la conversación derivó en la fecha de caducidad del amor en pareja.

- Yo no voy a dejarte nunca. – dijo ella, entornando la mirada.
- Entonces, lo haré yo.
- Pero, ¿por qué?
- Porque es ley de vida. Nada es eterno y menos el amor. Yo ahora te quiero mucho, con toda mi alma. Pero no sé cuanto tiempo durará... Lo que sí sé, es que un día, uno de los dos tomara la decisión de seguir otro camino.
- Intentemos que no sea así
- Pero es así.
- Mis padres llevan más de cuarenta años juntos.
- Tus padres, al igual que los míos, no se soportan, sólo la fuerza de la costumbre y su educación hacen que sigan tolerándose, pero estoy seguro de que dejaron de amarse hace tiempo. Como la mayoría de los matrimonios.
- No se puede hablar contigo. Lo ves todo de color negro.
- ¿Y qué quieres que le haga? Las cosas son así.
- Las cosas hay que tomárselas con ilusión.
- Para luego llevarse una gran desilusión.
- No quiero seguir hablando contigo.
- Eres tú la que has sacado el tema.
- Pues vamos a dejarlo.

Ella se levantó del sofá y salió del salón dando un portazo.

- No tienes porqué dar portazos. – remató él.

Se encerró en el WC, estaba muy cabreada: Sintió ganas de romper algo, de gritar como una loca. Al rato salió, se fue al armario, cogió dos maletas y las llenó con sus cosas. Cuando terminó, recogió su bolso y las maletas y se dirigió hacia la puerta de entrada. Él salió para ver qué pasaba.

- ¿Dónde vas con eso?
- A buscar a alguien que crea en las relaciones duraderas, a alguien con quien compartir un futuro. – dijo recalcando la palabra “futuro”.

Él creyó que todo aquello era un farol y no se lo tomó en serio.

- Suerte con la búsqueda. – le deseo irónicamente.

Ella salió de la casa decepcionada y dolida, esperaba que él la hubiera detenido, pero no fue así. Él la observó alejarse desde la ventana, convencido de que su marcha era una pantomima y que en pocos minutos volvería con las orejas gachas.
Al principio no sintió gran cosa, pero según fueron pasando las horas empezó a preocuparse. Era demasiado tarde.

miércoles, 26 de agosto de 2009

EL OLOR

La casa estaba limpia y él estaba preparado. Ella pronto llamaría a la puerta. El mundo era fantástico y maravilloso. Ella iba a pasar una tarde con él. La chica más guapa de la ciudad, de la nación, del planeta, había accedido a su invitación. Pasarían la tarde escuchando buena música y bebiendo vino, y cuando la bebida soltara las lenguas se harían confesiones y se conocerían más íntimamente. Más tarde saldrían a cenar a algún sitio bonito y con un poco de suerte regresarían para hacer el amor entre las sábanas (ó donde fuera).
Echó un último vistazo asegurándose de que todo estuviera limpio. Como ya sabía, todo estaba en su sitio, perfecto. Lo único que podía hacer era esperar...
De pronto, sintió un inesperado retortijón.

- Intestinos llamando a cerebro. Deberíamos vaciar los depósitos...

El cerebro se lo pensó y tomó su decisión.

- Podemos esperar.

Esperaron, y al rato el intestino volvió a llamar al ocupado cerebro.

- En el colon ya no hay espacio, ¡hay que desalojar!

El cerebro se lo pensó y ordenó:

- ¡Podemos esperar!

Esperaron. Notó la presión en su tripa aprisionada por el cinturón. Realmente lo estaba pasando mal.

- ¡Intestino llamando a cerebro! ¡Esto es una emergencia! Debemos vaciar los tanques ahora que aún nos queda tiempo...

El cerebro se lo pensó y finalmente aceptó. Corrió lo más rápido que pudo hacía el cuarto de baño, se bajó los pantalones y los calzoncillos y se sentó en la taza. La primera descarga fue inmediata, explosiva y casi líquida. La segunda llego más tranquila, más sólida y compacta. Mientras defecaba, rezaba para que ella no llegase en ése preciso momento. Miró su reloj de pulsera y comprobó que pasaban dos minutos de la hora convenida.

- ¡Por favor, que llegue tarde, que llegue más tarde!...

Terminó, se limpió, se subió los pantalones, tiró de la cadena, limpió los restos con la escobilla, se lavó las manos y salió del baño. Conseguido…
¡Joder! ¿Qué era ese olor? Fue como un puñetazo en la nariz. De todas las veces que había cagado en su vida, ésta era con diferencia la más asquerosa, la que peor peste había dejado.
Abrió las ventanas, pero no corría ninguna brisa y el olor se esparció tranquilamente por la casa, reconcentrándose con el calor llegado del hirviente mundo exterior.
Cogió una toalla y la agitó, pretendiendo sacar aquel hedor por las ventanas. Tanta agitación hizo que empezase a sudar, los sobacos le chorreaban, manchando de humedades su camisa. ¿Por qué era todo tan complicado? Alguien allá arriba se estaba divirtiendo a su costa.
Se acordó de que en algún lugar de la despensa guardaba un spray ambientador. Roció con él toda la casa, hasta que del difusor dejó de salir gas, pero aún así aquella pestilencia surgida de sus entrañas prevalecía por encima del ambientador, de hecho, al mezclarse los aromas se vició tanto el poco aire que quedaba que aquello era insoportable.
Sabía que en cuanto ella oliese esa fetidez se iría para no volver. Estaba tan avergonzado que apenas si podía pensar. El sudor le calaba la espalda. Se miró en el espejo: Su frente estaba perlada de gotitas saladas que pronto correrían cuello abajo.
Miró otra vez el reloj. Pasaban seis minutos, en cualquier momento ella estaría frente a la puerta. Probó con un spray desodorante. No hubo mejoras.
El olor insistía en quedarse, enquistándose como un cáncer. Él nunca tuvo demasiada suerte en la vida, pero aquello era el colmo. Entró de nuevo en el baño, se quitó la camisa, mojó una toalla y lavó con ella sobacos, cara y cuello. Se peinó y caminó hacía el armario del dormitorio, eligió una camisa y se la puso. La sudada la echó dentro de la lavadora.
A cada paso que daba el olor penetraba los agitados agujeros de su nariz. Era consciente de que lo tenía todo en contra, pero aún así no quería rendirse. Esa mujer le gustaba y no estaba dispuesto a desperdiciar la ocasión. Se aplicó el desodorante en las axilas, por encima de la camisa y siguió con el resto de la casa, pero no hizo más que empeorar la situación, casi no se podía respirar y los ojos le lloraban debido a los gases. ¿Por qué es siempre tan difícil? ¿Por qué siempre se jode todo?
Entonces una parte poco activa de su cerebro intervino, sugiriéndole una idea: No hay olor que pueda con el de la marihuana. Estaba claro, se haría el mayor canuto de marihuana jamás visto u olido, al fin y al cabo, prefería mil veces que lo tomase por un porreta que por un cerdo asqueroso con las entrañas podridas.
Dicho y hecho. Aspiró, y lo que entró por su garganta fue una mezcla imposible de grifa, ambientador, desodorante y olor a mierda que le dejó un extraño regusto en el paladar y una incómoda presión en los pulmones. No le importó y siguió fumando. Por fin, algo resultaba efectivo contra la pestilencia. La casa se fue impregnando del agradable aroma de la marihuana quemada. Había luchado y había vencido. Se sintió alegre, miro el reloj, pasaban veinte minutos de la hora.
Qué deprisa corría el tiempo. ¿Por qué se retrasará tanto? Las cosas habían cambiado, antes rezaba para que ella se demorase y ahora imploraba para que apareciera al fin. Sintiéndose algo colocado, se sentó a esperar, y esperó y esperó sin que nadie llamara a la puerta. Cada minuto que pasaba se sentía más derrotado, más defraudado. Cada segundo consumido le decía que ella no iba a venir.
Siguió esperando, aunque sabía que ya había perdido, que todo había terminado, que él nunca podría anotar una victoria en su currículo.