viernes, 27 de octubre de 2017

SE RUEGA SILENCIO - CAPÍTULO 4

Llaman al timbre.
-Hijo, abre, que soy yo.
Mi madre es la última persona a la que quiero ver. Le abro la puerta. Carga con cuatro bolsas llenas de comida que trae para mí.
-Ya estás fumando esa basura.
-Mamá, no empecemos que no estoy de humor.
Le cojo las bolsas y las dejo en la cocina.
-          Te llamé para felicitarte por tu cumpleaños, pero tenías el móvil apagado.
En realidad lo tengo sin saldo.
-Traigo la boca seca ¿Dónde tienes los vasos?
Le señalo una de las puertas del armario. La abre y coge uno de los vasos. Antes de llenarlo se da cuenta de que tiene una mancha.
-Está sucio.
-Pues coge otro.
-¿Dónde guardas el detergente?
-Mamá, no lo friegues. Coge otro.
-No me importa, de verdad. Dime dónde está el detergente.
-Te digo que cojas otro vaso, joder.
Al final, bebe agua con el que tiene en la mano. Pasamos al salón. Mi madre obliga a Nico a bajarse del sofá. Luego saca un pañuelo, lo extiende en el cojín y se sienta sobre él.
-Con ese humo no puedo respirar. Haz el favor de abrir las ventanas.
Las abro.
-Seguro que eso que fumas lo has pagado con el dinero que yo te presto y que nunca me devuelves.
Me jode que haga mención a los préstamos.
-No sé cómo puedes vivir así.
-Mamá, no estoy de humor.
-Te pareces a tu padre. Él tampoco sabía ser feliz.
Me mantengo callado y fumo echando el humo por la ventana. En la calle, un coche que está aparcado en doble fila impide el paso a un camión de reparto. El camionero toca el claxon. Nadie acude. Los coches se van amontonando a lo largo de la calzada. Una sinfonía de bocinas se une a la del camión. Es una locura. Me fijo en los conductores. Se reconcomen en sus asientos agarrando con fuerza el volante. Al cabo de unos minutos, aparece el dueño del coche que está aparcado en doble fila. Se puede ver en la cara de los conductores el odio que le guardan. Al fin, el tráfico se restablece y vuelve la tranquilidad. La voz de mi madre me trae de vuelta a la habitación.
-Deberías buscarte un trabajo.
-No lo necesito.
-¿Y de qué piensas vivir? ¿De mis préstamos?
Voy a la cocina, cojo las bolsas de comida que ha traído, las llevo al salón y las arrojo por la ventana. Mi madre se queda muda. No puede creerse lo que acabo de hacer. Se levanta, guarda cuidadosamente el pañuelo en el bolso y abandona la vivienda sin decir palabra. Desde mi posición la veo salir del portal. Se detiene a recoger la comida que he tirado. Varios paquetes han reventado y su contenido está esparcido por la acera. Algunos viandantes la miran al pasar. Ella no les presta atención. Se limita a seleccionar lo salvable y el resto lo echa en un contenedor de basura. Después cruza la carretera y desaparece al doblar la esquina. Sobre la acera queda una mixtura de leche, yemas de huevo y yogur. Un cuadro abstracto que cada uno interpreta a su manera.

No hay comentarios: