Ana acababa de salir de la clínica donde le habían hecho una ecografía. Caminaba por la calle mirando boquiabierta la foto que le habían dado, en ella se podía distinguir a un pequeño feto de perfil, perfectamente normal de no ser por unas pequeñas alas que sobresalían de su espalda. El ginecólogo le había dicho que todo era normal, que posiblemente esos dos pequeños apéndices de la espalda eran manchas desenfocadas del negativo, provocadas por los movimientos del feto. Pero Ana veía claramente que no eran manchas. Eran alas, como las de los gorriones recién salidos del huevo. Cuanto más se fijaba en la foto, más convencida estaba. Su futuro bebé era un querubín en proceso de transformación. No se sentía preocupada por la anomalía de su pequeño, más bien todo lo contrario. Intuía que su hijo iba a ser alguien muy especial, un ser maravilloso que traería cosas buenas a este mundo. Se llevó las manos a la tripa y se la acarició. Entonces sintió un leve cosquilleo en su interior, algo parecido al aterciopelado roce de un puñado de plumas. No le quedó duda. En su interior llevaba un ángel.
1936: cuando los cachorros comunistas buscaban sangre "de derechas"
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Hace 38 minutos
3 comentarios:
Entrañable relato,...pero conociéndote si hubiese continuado ese ángel se habría convertido en un demonio.. ja.ja
Muy emotivo Pepe, me encanta!
Es un relato precioso.
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