Para José Ángel Barrueco y Marta, con mis mejores deseos.Martes 19 de agosto
Hoy hemos tenido ecografía. Con el anterior embarazo, Malen y yo no llegamos a convencernos realmente de que seríamos padres hasta la mañana en que vimos por primera vez a Urko en el monitor. Hasta entonces todo parecía sólo una prolongación de ese juego despreocupado de enamorados en el que se inventan nombres para hijos que no nacerán todavía, que quizás nunca nacerán. Malen y yo habíamos jugado muchas veces a aquel juego. Supongo que estábamos muy enamorados. Por lo menos tanto como todos los enamorados.
Nos conocimos en el barnetegi, un internado para estudiar euskera, en Lazkao.
Los dos estuvimos allá casi un año, un paréntesis en nuestras vidas mientras decidíamos qué hacer con ellas. Después yo hice el viaje a Filipinas y cuando volví ella todavía estaba esperándome. Durante los primeros meses de nuestra relación hablábamos entre nosotros en euskera, incluso hacíamos el amor en euskera. Después, un día, de repente, nos pasamos al castellano, y poco a poco nos fuimos olvidando de todo lo aprendido. Es curioso, mi vida ha sido una sucesión de cursos que no me han servido para nada, de esperas en las colas de las oficinas de empleo, de idiomas que se olvidan, de novelas en las que inventaba ese limbo al que van a parar los niños que nunca nacen pero tienen nombre. Como si en lugar de una vida fuera un simulacro. Al menos fue esa parte de mí, la que nunca llegaba a suceder realmente, la que hizo que Malen se enamorara de mí.
—Me gustó que fueras escritor. Me halagaba pensar que alguien sensible e inteligente se fijara en mí —solía decirme.
Pero a mí lo que me gustó realmente de Malen fue su culo. Todavía me seguía gustando. Mucho. A veces, cuando paseamos por la calle, dejo que se adelante unos metros sólo para mirarlo hipnotizado; o cuando por las noches nos acostamos y ella se coloca de espaldas a mí mi pene se desenrosca inmediatamente, como una serpiente encantada. Incluso a pesar de que sepa que no haremos el amor.
Malen, por su parte, nunca se ha sentido especialmente atraída en lo físico por mí y no tardó en comprender que a los escritores es mejor no conocerlos, que en realidad no son ni tan sensibles ni tan inteligentes, y de ese modo su pasión -al menos estos últimos meses- se ha ido escurriendo igual que un helado de una fruta de nombre exótico pero un sabor de regusto insulso.
—Es el cambio hormonal. El embarazo —trata de disculparse.
Como si June fuera una extraña que se ha entrometido en nuestras vidas, en nuestra propia cama. La niña, sin embargo, se esfuerza para que le hagamos caso. Esta mañana su pequeña figura ha aparecido plácidamente tumbada boca arriba, mostrándose con descaro. Incluso ha sacado la lengua cuando la ginecóloga ha enfocado su rostro.
—¡Uy, que descarada! —ha dicho Malen.
La he mirado sonriendo a los ojos y en el charquito que resplandecía en ellos he visto reflejado todo lo que quedaba en medio de la atracción física o intelectual, todo lo que realmente hace que nos queramos: el mismo sentido del humor, el mismo inconformismo, la misma capacidad de sorpresa, todavía y a pesar de todo, ante la vida…
Después he vuelto la mirada hacia el monitor y he distinguido un puntito que palpitaba agitado.
-Es el corazón- ha dicho la ginecóloga. Su voz sonaba fría, desprovista de emoción. Pero era normal. Tan normal como la vida misma. Para nosotros ese latido es el latido del mundo, pero ella descubre un nuevo corazón cada cuarto de hora.
-¿Qué tal tiene el pie? -ha preguntado Malen.
En la anterior ecografía nos dijeron que tal vez el pie derecho de June estuviera torcido. Apenas hemos vuelto a hablar de ello, tan solo haciendo bromas que traten de disimular nuestra preocupación (a veces la llamamos la cojita). Pero es pronto para asegurar nada, dicen los médicos.
-Yo no veo nada raro, pero es difícil apreciar algo así, en todo caso es algo que se soluciona con ortopedia, durante el primer año, no tenéis que preocuparos, la niña está muy bien, y es muy grande, muy hermosa -ha dicho la ginecóloga.
Cuando hemos salido de la consulta he vuelto a tener la misma sensación que con las ecografías de Urko, o el día de su parto, o cada noche cuando lo acuesto, la sensación de que mi existencia, al fin, deja de ser sólo un simulacro y se convierte en algo real.
Malen yo nos hemos besado. No ha sido un beso como los de antes, cuando nuestras lenguas se convertían en dos látigos que azotaban el corazón y le hacían sangrar esperma y jugos vaginales, pero ha sido un beso de verdad, de dos personas que todavía se aman.
®Patxi Irurzun
Dios nunca reza (Patxi Irurzun) se publicará en 2011
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