ENTREVISTA (2013)
DONALD RAY POLLOCK
La vida era esto
Donald
Ray Pollock erige en sus libros una Gran Verdad mediante fragmentos naufragados
de su vida, poniendo sus entrañas extirpadas a secar y recubriéndolas de
imaginación. Su debut de 2008, “Knockemstiff”, fue una colección enhebrada de
emotivas historias lumpen sobre su antiguo pueblo. Tres años después, mezcló
novela negra con monstruosidad y crueldad sureñas, estigmas sangrantes,
redención y un impresionante retablo con lo peor y mejor de cada casa en “El
diablo a todas horas”. Kiko Amat lo entrevistó a propósito de la edición del
libro en España en 2012.
John
Fante lo definió como La Verdad. “No quiero decir realidad
autobiográfica”, decía al intentar describirla. “Es otra cosa. No
sé cómo llamarla, pero es distinta de la autobiografía, y a la vez muy similar
a ella”. Es difícil hablar de La Verdad; o la entiendes y eres capaz de
distinguirla, o no. Pues esa verdad emocional existe, y le salta a uno a los
ojos, uñas en ristre, al leer a determinados autores. Es esa narrativa llena de
salvaje honestidad, confesión, compasión, brutalidad y humor, escrita en un
lenguaje limpio, duro y hermoso, sin fingimiento, pomposidad ni afectación. Que
se niega a guardar silencio –como decía el prólogo a “Fragmentos de un cuaderno
manchado de vino” (2008), de Bukowski– “acerca de quienes más sufrían:
los castigados, los pobres, los locos, los parados, los vagabundos en los
callejones de mala muerte, los alcohólicos, los inadaptados, los niños
maltratados, la clase obrera (...) Los agonizantes flacos y orgullosos”. Donald Ray Pollock (Knockemstiff, Ohio,
1954) posee la fuerza de la verdad, la que uno se arranca de las propias vísceras
y anuda en eslabones de ficción, y esta vez, en “El diablo a todas horas” (2011;
Libros del Silencio, 2012), la ha puesto al servicio de una adictiva, violenta
y auténticamente emotiva historia sobre obsesión, fanatismo y sangre fácil en
el Medio Oeste norteamericano.
“Mientras
escribía los cuentos que figuran en mi primer libro permanecí fiel a ciertas
cosas, especialmente a la pobreza y a la reputación de lugar duro que tenía mi
pueblo, así que el lugar resultó mucho más ‘real’ para mí de lo que habría sido
si todo hubiese sido inventado”
Harry
Crews decía: “Me sedujo el crear mundos que nunca habían existido, pero
también el enhebrar una sarta de mentiras que (...) terminaba siendo mucho más
verdadera que lo que me había sucedido en la vida real”. ¿Podría eso
aplicarse a tus obras? Cualquier escritor puede explicar el proceso
creativo mejor que yo. Creo que cuando escribo entro en un mundo de sueños,
pero, al igual que en los sueños, todo está influenciado por lo que ha pasado
en mi vida. Mientras escribía los cuentos que figuran en mi primer libro –“Knockemstiff” (2008;
Libros del Silencio, 2011)– permanecí fiel a ciertas cosas,
especialmente a la pobreza y a la reputación de lugar duro que tenía mi pueblo,
así que el lugar resultó mucho más “real” para mí de lo que habría sido si todo
hubiese sido inventado. En otras palabras, el libro tenía unos cimientos
basados en la realidad, y alrededor de ella construí, como dijo Crews, “una
sarta de mentiras”.
Crews
también dijo que “la mejor narrativa casi siempre va de lo mismo: gente
haciéndolo lo mejor que puede con lo que les ha tocado en suerte, a veces
actuando con honor, a veces no. A veces con amor y compasión y
misericordia, a veces no”. Creo que la mayoría de mis personajes
encajan en esa descripción, pero probablemente la gran mayoría de personas en
el planeta también lo hagan.
Al
igual que Nelson Algren, Crews, Malcolm Braly o Edward Bunker, hablas de los
del fondo del cubo, pero lo haces con completa empatía. Incluso les tienes
estima a los más pérfidos. Solo hay un personaje en “El diablo a todas
horas” que me cae algo mal y es Teagardin, el predicador pedófilo. Me sería
extremadamente difícil, quizá imposible, escribir largo y tendido sobre
personajes que siempre me cayeran gordos. Cuanto menos, siento simpatía por los
que terminan siendo malos, porque, después de todo, yo los hice de esa manera.
Owen Jones, en su “Chavs: La demonización de la
clase obrera” (2011;
Capitán Swing, 2012), afirma que los orígenes opulentos quizá no te impidan
sentir empatía hacia los desfavorecidos por el sistema, pero desde luego sí
dificultan tu comprensión de lo que piensan y las condiciones en que viven.
Supongo que la razón por que entiendes tan bien a tus personajes es que eres
como ellos. Bueno, sin duda me crié en un ambiente de clase
trabajadora. Mi padre apenas terminó el octavo grado (el equivalente a 2º de
ESO) y luego trabajó cuarenta y dos años en una
fábrica de papel. Tuvo la suerte de que era un empleo sindicado. Sacó algo de
dinero y gozaba de seguro de salud y, por eso, aunque mi familia tal vez se
habría definido a sí misma como clase media-baja, éramos ricos en comparación
con algunos de los chicos con que crecí.
Escapar del entorno
es la médula espinal de “Knockemstiff”, y en “El diablo a todas horas” también
hay sueños de fuga. ¿Era escapar de tu destino el pensamiento dominante de tus
años obreros? ¿Hay alguien que quiera permanecer en Ohio? En primer lugar, no creo que Ohio, aunque ciertamente no es un
lugar atractivo ni glamouroso donde vivir, tenga gran cosa que ver con eso.
Estoy seguro de que un montón de gente desearía escapar de la ciudad en España
donde se crió, o de un mal matrimonio en Tokio, o de un pésimo trabajo en San
Francisco. Ohio solo es el único lugar que conozco de verdad, por lo menos lo
suficiente para escribir sobre él. Es cierto que el pensamiento primordial de
mis años en la fábrica de papel era la fuga, pero es que igualmente siempre he
sido el tipo de persona que piensa que sería más feliz viviendo en otro lugar.
Me tomó mucho tiempo darme cuenta de que no era el caso.
La redención es el
epicentro de este libro. Hay un montón de esperanza y necesidad de salvación.
Les ofreces algo que no ofreciste a los personajes de “Knockemstiff”: la
oportunidad de una vida mejor y un futuro más brillante. Si he de serte sincero, lo que sucede es que cuando escribí “El
diablo a todas horas” pensé más en el lector, y sé que a la gente le gusta
encontrar al menos un atisbo de esperanza o de optimismo al final de un libro.
Cuando escribí las historias de “Knockemstiff” no tuve en cuenta al público en
absoluto, porque no creía que jamás fuese a publicar lo que escribía. ¿Hace eso
que “El diablo...” sea un libro menos honesto? No lo creo. En todo caso, el
lector se convierte en otra influencia de la narración.
Recientemente
entrevisté a Steve Earle por “No saldré vivo de este mundo” (2011; Alpha Decay,
2012) y me dijo que los novelistas tienen que ser responsables, mostrar los
aspectos positivos de las personas, no solo la oscuridad. ¿Es algo que
suscribes? Bueno, estoy
bastante de acuerdo con eso, pero tengo que admitir que no creo demasiado en
cosas como la “responsabilidad del novelista”. Pienso que si el escritor se
esfuerza para escribir la historia con honestidad, todo, bondad y oscuridad,
acabarán mostrándose, al menos hasta cierto punto.
Algunos críticos
cursis describen tu trabajo como “pornográfico”, sugiriendo que es cínico
mostrar solo los actos más horribles imaginables y las más bajas intenciones.
Yo diría lo contrario: tu novela está llena de esperanza, porque la moraleja es
que, incluso en Meade, rodeada de lo peor, la gente logra actuar con bondad. No escribo cuentos de hadas. Seamos realistas: aunque la mayoría
de las personas suelen ser amables y cariñosas, unas cuantas son malas. Por
añadidura, si alguien piensa que mi trabajo solo muestra “los actos más
horribles imaginables”, es que no se han puesto al día de la actualidad. Mis
personajes ni siquiera se acercan a lo que los seres humanos son verdaderamente
capaces de hacer en términos de las “más bajas intenciones”. Las cosas que
escribo son ligeras en comparación con, por ejemplo, la masacre de veinte niños
en una escuela de Connecticut hace poco.
Por la misma razón,
en tu última novela se aplica castigo. A pesar de que los inocentes se ven
perjudicados, los malvados no se van de rositas. La gente debe responsabilizarse de sus crímenes, y creo que, en
última instancia, la gente mala paga por sus pecados. No quiero ni pensar lo
que el mundo sería si eso no fuese cierto. El castigo quizá no sea siempre la
cárcel o la silla eléctrica o algún tipo de infierno en el más allá, pero al
menos que anden con las almas podridas y nunca encuentren la paz.
Los finales relativamente agradables son tan fieles a la realidad como los
malos finales. La vida real es una mezcla de los dos, ¿no te parece? Considera la
cantidad de historias reales que tienen lugar en el mundo, todos los días. Hay
miles de millones de ellas. Algunas personas son bendecidas y otras no; siempre
ha sido así. La vida no sería tan dulce si a todo el mundo se le asegurara un
final feliz.
Te voy a preguntar algo que también le pregunté a Earle: si, como Studs
Terkel dijo, “la diferencia entre intérprete y artista es la afirmación
del yo, el Aquí Estoy”, ¿cuánto de ti hay en “El diablo a todas horas”? ¿O
quizá hay un poco de ti en cada personaje? (esperemos que no en Teagardin). Por supuesto.
Incluso en Teagardin, joder. En el momento en que piensa en sentar cabeza en
una vieja granja, y fantasea sobre sus hijos jugando en el patio al atardecer
mientras él lee buenos libros en el porche... Eso es un pequeño pedazo de mí.
Venganza, secretos y culpa en “El diablo a todas horas”. Hay abundancia de
las tres. Bueno, la narrativa debe ofrecer conflictos para ser interesante y, como he
dicho antes, no escribo cuentos de hadas. Muy pocos de nosotros somos santos.
En algún momento la mayoría de la gente ha fantaseado con vengarse de alguien,
¿no? Si retirásemos las complicaciones, secretos, culpa, lujuria, venganza...
la mayoría de historias no merecerían ser leídas.
Se te compara con frecuencia a Cormac McCarthy, pero para mí “El diablo a
todas horas” es una mezcla de Harry Crews, “Malas tierras” (Terrence Malick,
1973) y cualquier canción de Drive-By Truckers. Y el humor negro de Flannery
O’Connor. Me influencian muchas cosas, incluyendo música y películas, o incluso algo
que escucho por casualidad en la gasolinera. Me avergüenza que la gente me
compare con Flannery O'Connor, ¡especialmente por ella! Sin embargo, McCarthy
dijo una vez: “Los libros se hacen de libros”. Me parezco a otros autores, sin
duda.
Última pregunta: ¿has visto alguna vez morir de forma violenta a un hombre? No
violentamente. He visto a dos de mis amigos morir, pero ambos padecían cáncer.
Odio decirlo, pero una muerte violenta habría sido mejor.