Ilustración: Miquel Barceló
Ahí estaba ella, con más de sesenta años y haciendo la calle junto a jovencitas que no habían cumplido ni los veinte. ¡Puta vida la suya! ¿Cómo competir con esas chiquillas que estaban en lo mejor de sus vidas? ¿Cómo podía rivalizar con sus jóvenes y deseables cuerpos? A ella los pechos le colgaban como globos deshinchados, su trasero era un tonel y su cara parecía una ciruela podrida. El paso del tiempo se había encargado de rebozarla en años, kilos y arrugas. ¿Qué podía hacer? Otra cosa no sabía, sino ¿de qué iba a estar allí? Hacía décadas que tendría que haber abandonado la profesión, pero claro, cuando no se tiene otro medio de vida es complicado dejar aquello que te da de comer.
Del fondo del polígono llegó el ruido del motor de un vehículo. Las putas acudieron al borde de la carretera y dejaron al descubierto sus tetas. Ella no. ¿Para qué iba a enseñarlas? Ella cuanto más tapada mejor. Su fisonomía hacía mucho que dejó de ser apetecible. Cuando tenía la suerte de conseguir un cliente, éste únicamente reclamaba sus servicios para que le chupase la polla. Sacó el pintalabios y añadió una nueva capa a sus labios. Efectivamente, un coche llegó donde estaban las mujeres. Desde su puesto pudo ver que los ocupantes eran cuatro jóvenes con claros síntomas de embriaguez. Mal asunto. Su dilatada experiencia le había enseñado que jóvenes y alcohol no eran una buena combinación. No se preocupó demasiado pues intuyó que no la elegirían. Aun así permaneció junto a la carretera. El vehículo desfiló lentamente por delante de las chicas. Pasó junto a ella sin detenerse, pero a los pocos metros el coche dio marcha atrás y se paró a su lado.
- ¿Cuánto por chuparnos la polla a los cuatro? – quiso saber el conductor.
¿Por qué la habían elegido a ella cuando era evidente que podría ser la abuela de todos ellos? Había chicas preciosas. Entonces, ¿por qué se habían decidido por un vejestorio como ella? Cuidado, no te fíes. Algo en su interior la avisó del peligro y se puso a la defensiva, por si acaso.
- ¿Cuánto nos cobras?
Dijo una cifra. De inmediato los jóvenes la regatearon intentando bajar el precio a una ridiculez. Ella estaba necesitada de clientes, de hecho los necesitaba urgentemente, pero para trabajar por una miseria era mejor no trabajar. Así se lo dijo a los chicos. De pronto, uno de los chavales que iba en el asiento trasero, apuntó con un envase de plástico, lo presionó y un chorro salió disparado hacia el rostro de la puta. Lo vio llegar a cámara lenta. Luego notó el dolor. De seguido y entre risas, el conductor pisó el acelerador y el coche salió a toda potencia quemando rueda. Era aguafuerte. Con las manos en la cara gritó pidiendo ayuda. A su auxilio acudieron algunas compañeras. Le lavaron la cara con botellas de agua mineral y trataron de aliviarla de los escozores y quemaduras como buenamente pudieron.
La ambulancia tardó casi una hora en llegar.
Después de pasar unos días ingresada, los médicos le dieron el alta. Salió del hospital ciega de un ojo y con manchas rosáceas en el rostro. Un recuerdo de por vida del incidente. ¡Puta suerte la suya!
Una semana después ya estaba ocupando su puesto en el polígono. Las demás compañeras la recibieron como a una heroína. Todas admiraron su coraje y fortaleza. Sin duda se había ganado el respeto de todas ellas. Y no por ser una veterana, que también, si no porque ni el paso del tiempo, ni el deterioro de su cuerpo, ni tan siquiera las violaciones y humillaciones que había sufrido a lo largo de su carrera habían logrado que abandonara su profesión. Como tampoco había abandonado después de que aquellos jóvenes irresponsables la hubieran dejado medio ciega y desfigurada. Ella seguiría allí mientras la salud se lo permitiese. Y no por orgullo, tampoco por honor, no. Lo único que la mantenía anclada a aquel lugar eran la necesidad y la falta de recursos. Nada más.
® pepe pereza (Putas)
APORTACIÓN DE MIGUEL BERGASA (FIFO)
- Eres un hijo de puta, cómo se te ocurre echarle aguarrás?
El ruido del acelerador destrozó los oídos de Javier, el único de los cuatro amigos, que no entendía lo que acababa de suceder.
- Esa puta vieja ya no se la va a chupar ni a su padre ¿habéis visto cómo chillaba la muy puta?
Los otros dos colegas no cesaban de reír y alabar la conducta de Samuel, autor del descalabro y mandamás de la cuadrilla.
- Eres un hijo de puta Samuel, la has dejado ciega. Para el coche, Quiko.
Samuel, que compartía con Javier el asiento trasero cogió a éste de la pechera mientras gritaba al conductor. – acelera Quiko, como frenes te capo, y tú no te hagas ahora el bueno, a ti la vieja esa ni te va ni te viene.
- He dicho que pares Quiko, me quiero bajar.
Quiko, dudaba entre a cuál de los dos amigos hacer caso en el momento que un ruido enorme atronó los oídos de los cuatro ocupantes, y el volantazo y posterior frenada del vehículo los empujó contra las paredes del coche hasta que un silencio inundó el habitáculo que desde entonces ya no se movía.
Javier abrió su puerta con una mano y salió del coche.
La sangre de Samuel tiñó de rojo la noche.
® Miguel Bergasa (Fifo)
5 comentarios:
Me ha encantado la primera parte de tu narración, Pepe. Lástima que le hayas añadido esa moralina final. Bien, es tu estilo, y seguramente le gustará a mucha gente.
Pero a mi juicio le resta brillantez al carácter heroico de la prostituta sexagenaria.
En cualquier caso, he de felicitarte por tu relato. Está bien construido y bien escrito (a pesar de ese "sino" que debería ser "si no"...)
gracias Jesús. He enmendado el error de "sino". Tendré en cuenta tus apreciaciones. Aunque no te lo parezca, a mí tampoco me gustan las moralinas.
un abrazo
Joder, que grande
Angelillo,jodio, tú si que eres grande. Abrazo enorme
Muy bueno, de hecho, me has dejado sin palabras, :)
Es lo que tienen las putas, que están muy expuestas a todo tipo de conductas.
Saludos cordiales.
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