Llego al almacén
con retraso. Nada más entrar me encuentro cara a cara con el encargado. Me
preparo para una buena reprimenda. Para mi sorpresa pasa de largo y no
dice nada. Entro en los vestuarios. Me cambio de ropa a toda prisa y seguidamente
corro para ocupar mi puesto en la mesa de embalaje. Mi labor consiste en revisar
las hojas de los pedidos y meter la mercancía en cajas. Luego, tengo que
embalarlas, etiquetarlas y, finalmente, dejar las cajas en el muelle para que
las carguen en la furgoneta de reparto. Un trabajo tan sencillo como mal
pagado.
A mediodía se
acerca el encargado.
-¿Qué ha pasado esta mañana?
Me extrañaba que se hubiese olvidado del
tema.
-El despertador se ha quedado sin
pilas.
-Es la segunda vez que llegas tarde
esta semana.
-…
-¿Qué te dije la
última vez que hablamos del tema?
-Que cada que me
retrasase tendría que hacer una hora extra.
-¿Qué más?
-Que lo haría
gratis.
-Con lo de hoy
me debes dos horas. Así que esta tarde te quedas a recuperarlas.
- Imposible. Hoy
no puedo.
-¿Por qué?
-Es que… Ana
presenta su libro de poemas.
-Eso a mí me la
suda.
Ante tal aseveración no me queda otra
que acatar la orden y seguir con mi trabajo. De reojo veo que mi compañero de
mesa está sonriendo. Sé que su gesto obedece a mi bajada de pantalones.
-Te lo advierto,
no está la cosa para que vengas tocando los cojones.
-Solo diré una
palabra: Dig-ni-dad.
-Con dignidad no
se come.
-No, pero se
vive y se duerme mejor.
El capullo siempre tiene que decir la
última frase.
A las dos de la
tarde paramos para comer. Una pausa de dos horas en las que no puedo perder ni
un segundo. No hay autobuses que me lleven a casa y el trayecto hasta allí es
de media hora, otro tanto de vuelta. Contando el tiempo que invierto en comer,
apenas dispongo de unos momentos para relajarme. Apresuro el paso.
Al entrar, Ana
me recibe con un beso. Está contenta. Motivo: han llegado los libros de la
editorial. Me muestra la caja donde han viajado y me pasa un ejemplar para que
pueda ojearlo. Sin darme tiempo a que abra sus tapas me pregunta si me gusta la
edición. Antes de que pueda contestar me pide que huela el papel recién
impreso. Me gusta verla así, radiante de felicidad, derrochando cariño y besos.
Mientras
comemos, espero el momento adecuado para decirle que no podré ir a su
presentación. Justo cuando voy a hacerlo, interviene ella:
-¿Has hablado
con tu jefe de la subida de sueldo?
-No. He llegado
tarde y el tipo no estaba de humor. De hecho, esta tarde tengo que quedarme a
hacer horas extras para compensar el retraso.
-¿Y mi presentación?...
Después de comer
salgo hacia el trabajo. Me queda media hora de camino y tan solo dispongo de
catorce minutos para llegar. Corro.
Al entrar en
el almacén el encargado me está esperando.
-Vuelves a llegar tarde,
así que añade otra hora más a las que me debes.
Si guardaba una brizna de esperanza
por llegar a ver parte de la presentación de Ana, las palabras del encargado
acaban de un tajo con ella.
La tarde
transcurre lenta. Parece que las agujas del reloj estén varadas en la esfera y
se nieguen a avanzar. Para colmo, mi compañero de mesa tiene ganas de charla.
-¿Vas a estar toda la tarde así?
-¿Estar cómo?
-Sin decir
palabra.
-...
-¿Qué te pasa?
-No es nada.
-Habla.
-Es Ana.
-¿Qué pasa con
ella?
-Que le he dicho
que no puedo ir a su presentación y…
-¿Y?
-Pensaba que se
iba a enfadar conmigo, pero no. Se lo ha tomado bien.
-¿Dónde está el
problema?
-El problema
está en que se lo ha tomado demasiado bien. Es más, diría que se ha alegrado de
que no pueda asistir.
-Mal asunto, cuando
una mujer te quiere lejos es porque te va a poner los cuernos.
-No digas
bobadas. Ella nunca haría algo así.
-Tú fíate de la
virgen y no corras.
-…
-¿Va con alguien
a la presentación?
-La acompaña un
saxofonista. Para amenizar la lectura de los poemas.
-Joder, tío. Date
por perdido.
-¿Por qué dices
eso?
-¿No te das
cuenta? En estos casos, un saxofonista es lo peor. Esos cabrones son magos de
la seducción. Con ese instrumento en sus labios no hay mujer que se les
resista. Su propio nombre lo indica: saxo, que es lo mismo que decir sexo. Sabrás
que su sonido está diseñado para llegar directamente al clítoris de las tías.
Las ondas que produce el instrumento estimulan esa zona y se ponen súper
cachondas.
-Chorradas.
-Colega, yo que tú
iría haciendo sitio en la cabeza para una corona de cuernos.
Lo malo de mi compañero es que
nunca sé si está bromeando o, por el contrario,
habla en serio.
A
las siete termina la jornada laboral. La plantilla se va y nos dejan solos al
encargado y a mí. Ambos continuamos trabajando hasta las diez de la noche.
Cuando salimos del almacén, el
encargado me aconseja que mañana sea puntual. Tomo nota por la cuenta que me trae.
En la calle hay niebla y la iluminación de las farolas queda limitada por su
presencia. Me abotono el abrigo y llamo a Ana. Su móvil no da señal. Supongo
que lo apagó para la lectura y habrá olvidado conectarlo. Eso me crea la duda
entre seguir rumbo a casa o pasar por la librería donde ha tenido lugar la
presentación. A estas horas lo más seguro es que el local esté cerrado. No obstante,
como no hay que desviarse demasiado, opto por acercarme hasta allí.
Efectivamente,
la librería está cerrada. La verja está echada y las luces apagadas. Veo el
libro de Ana compartiendo escaparate con otros de escritores de renombre. Es
curioso, cuando supe que estaba escribiendo poesía estuve a punto de reírme en
su cara. Es más, el día que recibió la carta de la editorial aceptando publicar
su obra, no me lo terminé de creer. Pensé que esa gente se había vuelto loca de
remate. Sin embargo, ahí está su libro. Hay algo en él que no termina de
gustarme, no sé qué es. Vuelvo a llamarla. Su móvil sigue apagado o fuera de
cobertura.
Al cruzar el
parque veo a una pareja que están sentados en un banco. Se besan apasionadamente
sin importarles el frío o la niebla. Inmunes a las inclemencias del tiempo. ¿Cuánto
hace que Ana y yo no nos besamos así? La verdad, no lo recuerdo. Es una pena
que con el paso del tiempo los sentimientos se vayan aguando, disolviendo como pastillas
efervescentes. Es mejor no pensar en esas cosas. Ahora lo que quiero es llegar
a casa. Hace frío y me duele la espalda. Después de una jornada de once horas
estoy que no me tengo en pie.
Las luces
están apagadas, lo que quiere decir que Ana no ha llegado. Me quedo parado en
el umbral de la casa sin atreverme a entrar. La visión del pasillo a oscuras me
produce una sensación extraña, como si este no fuera mi hogar. Tal vez se deba
a que siempre que llego del trabajo Ana ya está aquí y la vivienda rebosa vida.
Ahora parece muerta. Su ausencia es tan evidente que me deja sin poder de
decisión. Por un lado tengo la urgencia de volver a la calle a buscarla. Pero por
otro, no sé dónde podría estar. No es cuestión de recorrerse la ciudad intentando
encontrar la aguja en el pajar. Lo más sensato es esperarla aquí. Entro y dejo
el abrigo en el perchero. De camino a la cocina voy encendiendo todas las
luces. Una intentona, un tanto infantil por mi parte, de suplir la falta de Ana
con abundancia de luz. Abro la nevera y echo mano de las sobras del mediodía. Acabada
la cena me acerco a la ventana del salón. La niebla es tan espesa que apenas se
distinguen los edificios de enfrente. Me siento en el sofá, cojo el mando a
distancia y pongo a ejercitar el pulgar. Bazofia, bazofia, bazofia, publicidad,
bazofia, bazofia, publicidad, publicidad, bazofia, publicidad, bazofia,
bazofia... Me pregunto quiénes son los cretinos que se encargan de la
programación de todos estos canales. Me detengo en uno que ponen vídeos musicales.
Ocupa la pantalla un negro enorme tocando un solo de saxofón. La imagen me
golpea en la cabeza y me recuerda lo que dijo mi compañero de trabajo: En estos casos, un saxofonista es lo peor.
Aunque no quiero dar crédito a sus palabras, de pronto imagino a Ana en brazos
de un saxofonista. Un sátiro, un ser libidinoso con pezuñas de cabra y pene
descomunal. Un amante competente y orgulloso que ha sido creado única y
exclusivamente para follar. Ambos se besan, se chupan, se acarician… Trato de
apartar los malos pensamientos, pero siguen multiplicándose por su cuenta. Todo
un catálogo de escenas pornográficas protagonizadas por ellos. Al coctel de
emociones que padezco se unen los celos, la rabia y el desamparo. Mi vida está
tan unida a la de Ana que el solo hecho de pensar que está con otro me paraliza
de terror. Apago el televisor. Sobre la mesa descansa el libro de poemas. Por
su culpa Ana no está aquí. Me dan ganas de coger sus páginas y arrancarlas como
si fueran las alas de una mosca. Procuro calmarme y pensar con sensatez.
Conozco a Ana desde que éramos niños. Ha sido la única mujer que he querido. Sé
que nunca me engañaría, al igual que yo sería incapaz de serle infiel a ella.
Entonces, por qué me torturo con estos macabros pensamientos. La culpa es del
gilipollas de mi compañero de trabajo que me llena la cabeza con chorradas e
idioteces. Claro que más bobo soy yo por hacerle caso. Miro la hora. Pasa de la
medianoche. ¿Dónde puede estar? Quizás ha sufrido un accidente y la han tenido
que llevar al hospital. Intento localizarla haciendo uso del teléfono. Apagado
o fuera de cobertura.
-Joder, Ana ¿Por qué no
conectas el puto aparato?
Abro la ventana y me asomo para
ver si llega. La niebla, tan cerrada, que es como sumergirse en un abrevadero.
Imposible respirarla sin ahogarse de humedad. No distingo un palmo más allá de
mis narices, por lo que no puedo saber si Ana se acerca por alguna de las
calles adyacentes. Ruego para que sea así. Justo entonces oigo su voz a mi
espalda.
-Cierra esa ventana que
entra frío.
Me giro sobresaltado. No parece
que venga de fuera ya que lleva puesto el pijama, va despeinada y sin
maquillar.
-¿Dónde estabas?
-En el
dormitorio.
-¿Desde cuándo
llevas ahí?
-No sé. Hace
unas horas.
-¿Y la
presentación?
-Prefiero no
hablar de eso.
-¿Pues?
-Solo han
acudido tres personas.
-Vaya… lo siento.
Los ojos se le humedecen.
-Y ninguna de ellas ha
comprado el libro.
Por sus mejillas se precipitan un
par de lágrimas. La abrazo y trato de consolarla.
-Cariño, no te
preocupes por eso. Hace tanto frío que a la gente le cuesta salir de sus casas.
-¿Tú crees?
-Claro.
Me reconforta sentir su cuerpo
junto al mío. Miro por encima de su hombro. El libro de poemas sigue sobre la
mesa. En realidad lo que me molesta es la posibilidad de que Ana obtenga éxito
con él, y eso la separe de mí. Ese es el verdadero temor.
-¿Sabes una cosa?
-¿Qué?
-Cuando he
salido del almacén he pasado por la librería. Era tarde y ya estaba cerrada,
pero al ver tu libro en el escaparate me he sentido muy orgulloso de ti.
-¿Lo dices en
serio?
-Te llamé para
decírtelo, pero tenías el móvil apagado.
Se limpia las lágrimas con la
mano y me besa.
-Eres un amor por
decir eso.
-Es la verdad.
Vuelve a besarme. Es tarde y mañana no puedo llegar tarde al trabajo,
-¿Vamos a la
cama?
-Acabo de despertarme
y ahora no tengo sueño. Ve tú, yo me quedo un rato viendo la tele.
Dejo que encienda el televisor y me dirijo al dormitorio. De camino escucho
la melodía de un saxofón.
pepe pereza
pepe pereza
1 comentario:
Un Placer, Pepe. Muy bueno.
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