viernes, 30 de octubre de 2009

LOS CIGARRILLOS

Juanjo se encendió un cigarro, era el último que le quedaba y a esas horas de la noche no tenía ni idea de dónde iba a poder comprar un paquete. Era lunes y los lunes cerraban los bares demasiado pronto. Saber que era su último cigarro, sin posibilidad de hacerse con más, le impedía disfrutarlo como a él le hubiera gustado. Siguió caminando por las solitarias calles de la ciudad buscando un garito abierto dónde echarse un buen lingotazo y sobre todo, comprar tabaco. Le quedaban unas caladas y muchas ansias de nicotina insatisfechas. Las perspectivas de encontrar un bar abierto eran desalentadoras y no había nadie con quien cruzarse y al que pedir un par de cigarros. Juanjo apuró el cigarro hasta que el filtro empezó a quemarse, dejándole un mal sabor de boca. Tiró la colilla al suelo con rabia y siguió caminando en busca de tabaco. De haber tenido, se hubiera encendido uno de inmediato. Era estúpido estar enganchado de esa manera a un vicio tan ridículo, tendría que pensar en dejarlo de una vez, pero lo había intentado varias veces sin lograr mantenerse apartado del humo más de un par de días. Juanjo no era fuerte de espíritu y lo sabía. Nunca consiguió nada de lo que se propuso, así que con el paso del tiempo, fue asumiendo que era un perdedor. Ya había recorrido varios locales que creía estarían abiertos, pero no, estaban cerrados. Prosiguió su búsqueda, cada minuto más desesperado y agobiado. Tiempo atrás se hubiera acercado a una gasolinera veinticuatro horas y hubiera comprado su paquete de Winston sin más, pero los cabrones del gobierno tuvieron que prohibir la venta de tabaco en ese tipo de establecimientos. El gobierno nunca se preocupó por los noctámbulos y menos si eran unos perdedores sin futuro. Juanjo se detuvo a pensar donde conseguir su ansiado tabaco. No se le ocurría nada. Los bares y los puticlubs estaban cerrados, las gasolineras no lo vendían, no había nadie por la calle, hasta las putas de la estación se habían ido… Llevado por el “mono” se puso a buscar colillas por el suelo. Pero había llovido y las que encontraba eran infumables. No era su noche. De pronto, tuvo una idea. Urgencias. La sala de urgencias siempre estaba abierta, allí siempre había gente fumando en la puerta. Encaminó sus pasos hacía el hospital con la esperanza de lograr al menos, uno de sus objetivos. No era una gran proeza, pero él se sintió contento.

2 comentarios:

awixumayita dijo...

ostia pepe! el otro día fui yo a urgencias. El lunes por noche, a eso de las dos, porque tenía un hambre de tres pares de cojones y tenia vacía la nevera.

Anónimo dijo...

Nicotina, ansiedad, creo que transmites esa sensación de intranquilidad, de insatisfacción, de desesperación absoluta mirando las colillas mojadas del suelo.

Un abrazo Pepe, es muy bueno!