LA PRIMERA VEZ
Estaba borracha y despeinada. Confusa, extrañamente feliz y engañada. Pero también me sentía humillada. No fue bonito. Todo fue un desastre y sabía que me había dejado usar cual muñeca hinchable.
Sabía que todo era mentira, pero no lo podía aceptar. Por orgullo, fingiría que fue genial ante mis amigas. Fingiría que él estaba enamorado de mí.
Pero sabía que no habría beso. No habría nada más.
Me acompañó a casa.
Pero sabía que no habría beso. No habría nada más.
La pared izquierda del portal era un espejo, así que miré hacia otro lado y solté lo que en verdad sentía:
- No me quiero ni mirar.
- Pues yo sí.
No lo reconocí, porque tampoco fue así, pero follarte a una virgen puede resultar divertido. Si la virgen está en un estado alto de embriaguez... Eso es de cobardes. De violadores.
Desde aquel día nunca me miro en el espejo al volver...
No soporto verme con el rímel corrido.
Por llorar.
Por odiarme.
La que no se mira en el espejo soy yo.
La que no se enorgullece. Esa soy yo.
No doy detalles de aquel primer encuentro a partir del cual me convertí en esta autista ninfómana... No porque fuera traumático, sino porque el whisky que bebí me impidió guardarlo en la memoria como algo más que imágenes oníricas.
De una pesadilla.
Un año más tarde me envió un mail:
“Perdóname por todo lo que hice y no te gustó.”
Pero quien sigue sin mirarse en el espejo soy yo.
La que no se enorgullece. Esa soy yo.
Adriana Bañares, La Niña de las Naranjas, de Las muertes de Katriuska.
Estaba borracha y despeinada. Confusa, extrañamente feliz y engañada. Pero también me sentía humillada. No fue bonito. Todo fue un desastre y sabía que me había dejado usar cual muñeca hinchable.
Sabía que todo era mentira, pero no lo podía aceptar. Por orgullo, fingiría que fue genial ante mis amigas. Fingiría que él estaba enamorado de mí.
Pero sabía que no habría beso. No habría nada más.
Me acompañó a casa.
Pero sabía que no habría beso. No habría nada más.
La pared izquierda del portal era un espejo, así que miré hacia otro lado y solté lo que en verdad sentía:
- No me quiero ni mirar.
- Pues yo sí.
No lo reconocí, porque tampoco fue así, pero follarte a una virgen puede resultar divertido. Si la virgen está en un estado alto de embriaguez... Eso es de cobardes. De violadores.
Desde aquel día nunca me miro en el espejo al volver...
No soporto verme con el rímel corrido.
Por llorar.
Por odiarme.
La que no se mira en el espejo soy yo.
La que no se enorgullece. Esa soy yo.
No doy detalles de aquel primer encuentro a partir del cual me convertí en esta autista ninfómana... No porque fuera traumático, sino porque el whisky que bebí me impidió guardarlo en la memoria como algo más que imágenes oníricas.
De una pesadilla.
Un año más tarde me envió un mail:
“Perdóname por todo lo que hice y no te gustó.”
Pero quien sigue sin mirarse en el espejo soy yo.
La que no se enorgullece. Esa soy yo.
Adriana Bañares, La Niña de las Naranjas, de Las muertes de Katriuska.
1 comentario:
muchísimas gracias!!
pero madre de Dios, qué fotos cogéis jajajaja
:)
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