HISTORIAS DE BASTARDOS
Yo estaba sentado en el jardín de mi casa cuando lo vi llegar con la escopeta al hombro y acompañado de sus tres galgos. Era Paco el hijo mayor de Manuel el herrero. Paco, como buen cazador, salía casi todas las tardes escoltado por sus galgos en busca de alguna pieza que abatir con su escopeta. Cuando cruzó por delante de donde yo estaba vi que Paco arrastraba dos bastardos muertos de unos tres o cuatro metros de longitud. La visión de aquellas culebras me heló la sangre. No podía imaginarme que las hubiera tan largas. Algunas veces, me había encontrado con pieles secas por el campo, pero nunca de esa longitud. Pensar que por los alrededores podría haber semejantes bestias me hizo sentir angustia y miedo. Recordé las historias que contaban los viejos sobre bastardos. Una de esas historias explicaba que era muy habitual que los bastardos se colaran en las casas de las madres recientes para chuparles la leche. Se decía que esperaban a que la madre durmiese, entonces el bastardo amparado en la oscuridad de la noche se arrastraba hasta su cama y mamaba de sus pechos. La imagen de una culebra mamando del pecho de una mujer había quedado grabada en mi mente y al recordarla siempre me hacía sentir un escalofrío de terror. Cuando una madre se quedaba sin leche para su hijo enseguida se sospechaba del bastardo. Los viejos contaban que para atraparlo se esparcía harina por el suelo de la casa. Cuando el reptil volvía a por más leche se arrastraba por encima de la harina dejando un rastro dibujado en el suelo. Luego solo había que seguir ese rastro para descubrir por donde entraba en la casa. A partir de ahí se podía taponar la entrada o esperar a que el bastardo entrase de nuevo y matarlo.
Recordé aquella historia que mi madre nos contaba a mi hermana y a mí. Una historia real, según ella. Resulta que en el pueblo había un pastor que durante su estancia en la dehesa entabló una especie de relación con un bastardo. Cuando el pastor silbaba, el bastardo salía de su escondrijo y acudía a su llamada. El pastor siempre dejaba un tazón de leche que la culebra bebía de inmediato. Un día el pastor se fue a cumplir con el servicio militar. Después de unos meses el pastor pudo disfrutar de un permiso. El pastor regresó al pueblo acompañado de un soldado con el que había hecho amistad. En un paseo por la dehesa, el pastor le contó a su amigo la historia del bastardo y para demostrárselo silbó para ver si la culebra acudía. A pesar del tiempo transcurrido, el bastardo acudió a la llamada. Pero como no había tazón de leche atacó al pastor y a su amigo. Recordé lo que contaban sobre los ataques de los bastardos, que clavaban la cabeza en el suelo y utilizaban la cola como si fuera un látigo. Me estremecí solo con pensarlo. Podía escuchar la voz de mi abuelo contándome eso de que a los bastardos muy viejos les crecía pelo el la nuca… Estuve a punto de marearme y aparté de mi cabeza esas imágenes.
Paco siguió su camino arrastrando las culebras. Se me puso la piel de gallina y una especie de incertidumbre agitó todo mi cuerpo. Creí escuchar un crepitar de hojas entre las plantas del jardín. Tuve miedo de que un bastardo estuviese acechando y entré en casa aterrado.
- ¿Qué te pasa? – dijo mi madre al verme en esas condiciones.
- Nada.
- Estás pálido.
- No me pasa nada.
- ¿No tendrás fiebre?…
Me puso la mano en la frente y la mantuvo ahí durante unos segundos.
- …Fiebre no tienes… ¿te duele algo?
- No.
No quise decirle que la causa de mi palidez era el miedo.
Yo estaba sentado en el jardín de mi casa cuando lo vi llegar con la escopeta al hombro y acompañado de sus tres galgos. Era Paco el hijo mayor de Manuel el herrero. Paco, como buen cazador, salía casi todas las tardes escoltado por sus galgos en busca de alguna pieza que abatir con su escopeta. Cuando cruzó por delante de donde yo estaba vi que Paco arrastraba dos bastardos muertos de unos tres o cuatro metros de longitud. La visión de aquellas culebras me heló la sangre. No podía imaginarme que las hubiera tan largas. Algunas veces, me había encontrado con pieles secas por el campo, pero nunca de esa longitud. Pensar que por los alrededores podría haber semejantes bestias me hizo sentir angustia y miedo. Recordé las historias que contaban los viejos sobre bastardos. Una de esas historias explicaba que era muy habitual que los bastardos se colaran en las casas de las madres recientes para chuparles la leche. Se decía que esperaban a que la madre durmiese, entonces el bastardo amparado en la oscuridad de la noche se arrastraba hasta su cama y mamaba de sus pechos. La imagen de una culebra mamando del pecho de una mujer había quedado grabada en mi mente y al recordarla siempre me hacía sentir un escalofrío de terror. Cuando una madre se quedaba sin leche para su hijo enseguida se sospechaba del bastardo. Los viejos contaban que para atraparlo se esparcía harina por el suelo de la casa. Cuando el reptil volvía a por más leche se arrastraba por encima de la harina dejando un rastro dibujado en el suelo. Luego solo había que seguir ese rastro para descubrir por donde entraba en la casa. A partir de ahí se podía taponar la entrada o esperar a que el bastardo entrase de nuevo y matarlo.
Recordé aquella historia que mi madre nos contaba a mi hermana y a mí. Una historia real, según ella. Resulta que en el pueblo había un pastor que durante su estancia en la dehesa entabló una especie de relación con un bastardo. Cuando el pastor silbaba, el bastardo salía de su escondrijo y acudía a su llamada. El pastor siempre dejaba un tazón de leche que la culebra bebía de inmediato. Un día el pastor se fue a cumplir con el servicio militar. Después de unos meses el pastor pudo disfrutar de un permiso. El pastor regresó al pueblo acompañado de un soldado con el que había hecho amistad. En un paseo por la dehesa, el pastor le contó a su amigo la historia del bastardo y para demostrárselo silbó para ver si la culebra acudía. A pesar del tiempo transcurrido, el bastardo acudió a la llamada. Pero como no había tazón de leche atacó al pastor y a su amigo. Recordé lo que contaban sobre los ataques de los bastardos, que clavaban la cabeza en el suelo y utilizaban la cola como si fuera un látigo. Me estremecí solo con pensarlo. Podía escuchar la voz de mi abuelo contándome eso de que a los bastardos muy viejos les crecía pelo el la nuca… Estuve a punto de marearme y aparté de mi cabeza esas imágenes.
Paco siguió su camino arrastrando las culebras. Se me puso la piel de gallina y una especie de incertidumbre agitó todo mi cuerpo. Creí escuchar un crepitar de hojas entre las plantas del jardín. Tuve miedo de que un bastardo estuviese acechando y entré en casa aterrado.
- ¿Qué te pasa? – dijo mi madre al verme en esas condiciones.
- Nada.
- Estás pálido.
- No me pasa nada.
- ¿No tendrás fiebre?…
Me puso la mano en la frente y la mantuvo ahí durante unos segundos.
- …Fiebre no tienes… ¿te duele algo?
- No.
No quise decirle que la causa de mi palidez era el miedo.
6 comentarios:
A mí, las serpientes nunca me han dado miedo, ahora veo que por ignorancia de sus costumbres.
Un relato escalofriante. Me ha encantado. No sabía yo de estas historias de los bastardos. Que fuerte eso de amamantarse por las noches de las madres, y que ingenua la idea de la esparcir harina, y la del pastor...
Muy interesante.
Gracias.
hostia pepe, hostia, esa imagen de la bicha chupando de pechos femeninos la leche, es para cagarse, la verdad, muy bueno tío.
En montones de iglesias románicas existe la figura de una mujer amamantando a dos serpientes. Se le llama “Mater Nutrix”, la diosa del conocimiento. Yo he utilizado esta referencia en mi última novela.
El término “bastardo” para nombrarlas se lo escuché decir por primera vez a la mujer de mi hermano que es de Ávila. Tengo un cuento de una bastarda que tiene el alma de una bruja en su interior y ambos cuerpos están ligados a una misma suerte. Si una muere, morirá la otra. Es de género fantástico, pero muy largo para colgarlo en el blog. De alguna manera me lo ha recordado.
Me ha gustado mucho, Pepe.
Un beso.
En mi caso hubiera reaccionado igual…
Bien por este cuento. Un placer leerte.
Me ha gustado mucho este relato Pepe.
Un gran abrazo
Publicar un comentario