El viajero acude a la llamada del viaje con la capacidad de asombro intacta, virgen, deseando empezar a andar el camino para disfrutar de él. El viajero espera encontrarse paisajes que son paraísos, y gentes que son paraísos, y vivencias que siempre se recordarán. El viajero asume que en lo desconocido hay infiernos y noches sin dormir y los peligros son juegos a ganar. El viajero no anhela acabar su trayecto aunque sus sensaciones no sean las esperadas, porque el viajero nunca dejará de andar, de buscarse a sí mismo en otros lugares, de conformar su alma con paisajes y gentes que indiscutiblemente deben existir. El viajero no sabe lo que tiene en el bolsillo, no sabe para cuánto le darán los billetes o las monedas, quizá tenga que fregar platos o recoger fresones. Al viajero, el camino de vuelta se lo marca el corazón.
El turista es otra cosa. El turista no busca más que divertirse. Ha pagado por ello, y exige diversión. Tal vez un poco de cultura, tal vez entretenimiento suficiente como para olvidar de dónde viene y lo que en realidad es, pero siempre diversión. Quiere tópicos: geishas en Japón, toreros en España. Ha oído hablar de eso. Ha pagado por ello, y quiere todo por lo que ha pagado. Todo. El turista no entiende de problemas de vuelos o maletas, no quiere saber nada de lluvias inesperadas o de desastres naturales, no está dispuesto a perder esa diversión. Incluso ha pagado un seguro ante esta eventualidad y ha comprado una pulsera amarilla que significa que tiene derecho a todo, a todo, sin restricciones morales o físicas, sin que el destino pueda impedir su disfrute. Lo ha pagado y tiene derecho. Se trata de consumir sin límite, como si consumir fuese sinónimo de diversión.
José Ángel Barrueco nos hace viajar en un barco rumbo a destinos turísticos destacados. Es un crucero de lujo que recorrerá las costas del mar adriático. Dubrovnik, Atenas, la vieja Venecia. No es una ficción. Es un viaje real que hizo con su familia el verano pasado y que le produjo repetidas ganas de vomitar junto con momentos de verdadera placidez. Casualmente uno de esos momentos tiene que ver con un viaje en góndola, donde desaparece el ruido que hasta entonces poblaba sus oídos y la gente que lo redeaba.
José Ángel Barrueco descubre que en ese mismo barco, el Zenith, y por otros mares, viajó su admirado Foster Wallace unos años antes de quitarse la vida. Y, como Wallace, escribe, con su narrativa talentosa, las reflexiones que el viaje le hace aflorar en los labios.
Asco es el título de este libro de viajes, y asco es lo que siente por sus semejantes, por los humanos que le rodean. Un grupo de maleducados, malhablados y egoístas, que no dejan de comer y beber en todo el viaje porque es gratis y ya lo tenían pagado. “Todo incluido” es el término que define el consumismo en su máxima expresión. “Todo incluido” bastará para comer hasta reventar, para beber aunque no se tengan ganas y para alterar los hábitos de vida y el reloj biológico aun a costa de perder salud. “Todo incluido” que genera largas colas para ver espectáculos denigrantes a los que hay que asistir porque es gratis o, mejor dicho, ya están pagados. “Todo incluido” que provoca actitudes de exacerbado egoísmo, de extrema descortesía y mala educación.
Asco es algo más que un libro de viajes, es una reflexión sobre el hombre de hoy, sobre la sociedad que el hombre de hoy está creando, sobre el futuro que nuestros hijos van a heredar. El resumen es obvio... e intranquilizador.
Quizá José Ángel Barrueco aparezca en estas líneas como alguien gruñón, asocial y algo desesperanzado, pero seguro que no le falta razón para sentirse mal. Desde el inicio del viaje, la mañana siguiente al día que España gana el mundial de futbol, todo son descripciones de un pueblo inculto y grosero, atrofiado en las meninges por tertulias televisivas de gritones mamarrachos y fútbol fútbol fútbol. Una nación poblada por seres egocéntricos y exigentes que han pagado para disfrutar de su ocio y exprimen lo que han pagado hasta el último euro, aun a cosa de volverse animales. Peligrosos y fieros animales consumistas, toscos e hipócritas, capaces de perder sus valores por un margarita más o una hamburguesa regalada.
Asco.
No podría haber elegido palabra mejor.
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