Hay días malos, como hoy, que tengo que
cerciorarme de que sigo aquí, respirando. Para ello necesito poner la mano en
el pecho y sentir los latidos del corazón. Solo así puedo estar seguro de que estoy
vivo. Me lo repito una y otra vez: Estás vivo, estás vivo, estás vivo, lo demás
no importa… Un claxon me trae de vuelta de mis pensamientos. Por el retrovisor
de la izquierda veo que un tipo asoma la cabeza por la ventanilla de su coche.
-
Espabila,
capullo, que está en verde.
Le enseño el dedo corazón a la vez que
suelto el embrague, piso el acelerador y me uno al tráfico. Hace frío. No sé
dónde leí que los consumidores habituales de hachís tienen la temperatura más
baja que el resto de las personas, quizás por eso siempre llevo los pies helados.
Subo la calefacción y me enciendo un cigarro. A esta hora el tránsito de vehículos
está en pleno apogeo y hay que andarse con mil ojos, sobre todo en las
rotondas, donde todo el mundo se olvida de usar los intermitentes. El día está
gris y no creo que tarde en llover. Los nubarrones que cubren el cielo son una
prueba fehaciente de que llevo razón. Después de dar varias vueltas encuentro
un sitio libre. Aparco y salgo del coche para hacer el resto del camino a píe.
Joder, hace un frío del carajo. Me subo el cuelo el abrigo y acelero el paso.
Llaman al móvil. Es la mujer con la que estoy citado.
-
Llevo
aquí desde hace quince minutos.
-
Estoy
llegando.
-
No
me gusta que me hagan esperar.
-
Es
que no encontraba aparcamiento.
-
Tampoco
me hacen gracia las excusas.
Cuelga. Mierda, está enfadada. Ahora
todo será más difícil. Llevo dos meses sin catar una comisión. Si pierdo esta
venta estoy jodido. Echo a correr.
Llego al lugar de la cita sin aire en
los pulmones. Ella aguarda junto a la puerta de la propiedad que tenemos en
venta. Se ve a la legua que está irritada por la espera. Me disculpo mientras
trato de recuperar el aliento. Lo peor viene cuando meto la mano en el bolsillo
en busca de las llaves de la casa y me doy cuenta de que las he olvidado en la
guantera del coche. No me queda más remedio que rogarle que me espere unos
minutos más. Le sugiero que lo haga en la cafetería de la esquina. Veo en su
cara el cabreo que le causa mi incompetencia. Para colmo se pone a llover.
Regreso a la cafetería empapado hasta
los huesos. No encuentro a la mujer por ningún lado. Pregunto al camarero. Me dice
que hace un momento ha pasado un taxi a recogerla. Maldita sea. Otra venta perdida.
En la agencia me van a colgar. Ya que estoy aquí aprovecho para entrar en calor.
Le pido al barman un lingotazo de segoviano. Con el whisky en el cuerpo me
siento mejor. Voy a pedir otro pero de pronto me entran unas ganas enormes de
cagar. Me acerco a los servicios. Están ocupados. Joder, necesito evacuar
urgentemente. Decido hacerlo en la casa que tenemos en venta. Sé que ahí no me
molestara nadie.
La vivienda consta de dos plantas y una
pequeña piscina en el jardín trasero. En la planta baja están el salón, la
cocina y uno de los baños. En la de arriba se encuentran los dormitorios y el
baño principal. Es la típica finca que compran los aspirantes a millonarios
pero que aun no lo son. En ninguno de los baños hay papel higiénico, menos mal
que guardo un paquete de pañuelos de papel. Me siento en la taza y dejo a los
intestinos a su libre albedrio. A mitad del vaciamiento: ♫♫♫♫♫♫ ♫♫♫♫♫♫ ♫♫♫♫♫♫ El que llama es Gonzalo, mi jefe.
-
¿Qué
pasa, Gonzalo?
-
Dímelo
tú.
-
¿A
qué te refieres?
-
Me
acaba de llamar tu clienta para decirme que la has dejado tirada en una
cafetería.
-
No
sé qué te habrá contado esa zorra pero la cosa no ha sido así.
-
Me
da igual cómo haya sido. El caso es que me tienes hasta los cojones y no estoy
dispuesto a pasarte ni una más. O te pones las pilas o te vas a la puta calle.
¿Me has entendido?
-
Perfectamente.
-
A
ver si es verdad.
Cuelga. El cabrón me tiene ganas desde
hace tiempo y seguro que se lo cuenta a los mandamases. Estoy acabado. Me
limpio con los pañuelos de papel y tiro de la cadena. Para mi desgracia no hay
agua. Joder, el día ya es suficientemente malo para que encima ocurra esto.
Observo el zurullo flotando en el retrete. Me dan ganas de llorar. Me subo los
pantalones y salgo del baño. Necesito un respiro. Subo la persiana del ventanal
del salón. A través del cristal veo cómo las gotas de lluvia golpean contra las
hojas secas que flotan en la piscina. Mira por donde tengo la solución delante
de mis narices. Busco un cubo por la casa. Lo encuentro en la cocina. Salgo al
jardín. Lleno el cubo con el agua de la piscina y cargo con él hasta el cuarto
de baño. El zurullo sigue flotando dentro de la taza, desafiante y altivo.
Vierto el agua encima y hago que desparezca de la vista. Después de esto me
siento mejor. Viene bien una pequeña victoria en un día plagado de fracasos. Lo
celebro liándome un porro. Me siento en las escaleras a fumar. La casa carece
de muebles y es el único sitio donde puedo acomodarme. Mientras fumo me palpo
el pecho. Pom-pom (silencio) Pom-pom (silencio) Pom-pom (silencio) Pom-pom. Si los
latidos del corazón son vida, el silencio que hay en medio por fuerza debe de
ser la muerte. Porque ¿qué pasa si el silencio se prolonga? Uno se muere. Por
consiguiente ese breve silencio es la propia muerte suspendida entre un pálpito
y el siguiente. Tengo miedo de este pensamiento. De pronto escucho un ruido
seco: PLOW. Bajo al salón para ver qué ha pasado. En el ventanal hay restos de
sangre que chorrean mezclados con la lluvia. Fuera un pequeño búho revolotea en
el césped. El pobre bicho se ha estrellado contra el cristal y ha quedado
malherido. Salgo al jardín y me acerco a él. El mochuelo mueve las alas en un
intento desesperado por echarse a volar, pero está lisiado y le es imposible
remontar el vuelo. Lo recojo. Sus plumas están mojadas aun así puedo sentir el
calor que desprende su cuerpo. Entro en la casa con él entre las manos. Mi
imagen se reflejada en sus grandes ojos. Sé que está asustado y dolorido.
Intento tranquilizarlo acariciándolo suavemente. En un momento dado deja de
respirar y muere. De no haber subido la persiana del salón seguramente el búho
no habría chocado contra el cristal y ahora seguiría vivo. Yo tengo la culpa de
su muerte. Llegar a esta conclusión me deja hecho polvo.
Entro en la misma cafetería que he
estado antes y pido un segoviano. Me lo bebo de un trago y pido otro.
-
Mal
día.
-
Malo
no, lo siguiente.
-
Tómeselo
con calma.
No sé si el camarero se refiere al
whisky o a la vida en general.
Conduzco de regreso a casa. Sigue
lloviendo a mares. Me
detengo en un paso de cebra para ceder el paso a un tipo disfrazado de oso de
peluche. De su cuello cuelga un cartel que dice: SE REGALAN ABRAZOS. En un principio siento
lástima por él ya que a nadie le gusta estar bajo la lluvia vestido como un
fantoche, no obstante, ahora que lo pienso un abrazo me sentaría de maravilla. Seguro
que me levantaría el ánimo. Llego a las inmediaciones de mi piso y busco aparcamiento. Como era de prever no hay ninguno. Tengo que alejarme varias manzanas
para encontrarlo.
Entro en casa calado hasta los huesos y
con la moral por los suelos. Marta me recibe con la misma indiferencia de
siempre. Me acerco a ella y le pido que me abrace. Se aparta de mí alegando que
me apesta el aliento, de seguido va a refugiarse a la cocina. Me siento en el
sofá totalmente deprimido. Me llevo la mano al pecho y después de notar los latidos
del corazón me digo: Estás vivo, lo demás no importa.
pepe pereza
1 comentario:
Muy bueno, Pepe.
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