En cuanto abro los ojos sé que hoy va a ser
un día horrible. Me visto con desgana y antes de salir del dormitorio me digo
que tú no tienes la culpa de que yo me haya levantado con el pie izquierdo, que
debo ser paciente y tragarme el cabreo como si fuera un mal guiso. Tengo
suerte, estás duchándote y dispongo de la cocina para mí solo. Es lo que
necesito: soledad y silencio. Si consigo desayunar antes de que salgas del baño
quizás logre aplacar este mosqueo monumental con el que me he levantado.
Apareces cuando estoy delante del microondas. Estás radiante y llena de energía.
Me abordas con un torrente de palabras que soy incapaz de asimilar. Asiento a
todo lo que dices con la esperanza de que el microondas termine cuanto antes el
ciclo de calentado. Hablas y hablas sin parar. Me estalla la cabeza, pero sigo
asintiendo como un catatónico. A través del cristal ahumado veo girar la taza
que tanto ansío. Sé que pronto te irás
a trabajar. Sólo unos minutos más y podré disponer de todo el
silencio del mundo. Por fin suena el timbre de aviso. Saco la taza del
condenado aparato y bebo. Noto cómo el líquido baja por el esófago y llega al
estómago, abrasándolo. Ajena a mi agobio continúas dándole a la lengua,
construyendo frases a destajo. Toda una sobredosis de palabras. Palabras y más
palabras que se acumulan en los oídos. Te veo mirar el reloj. Ya falta poco, no
obstante, apuras el momento e insistes con tu endiablado monólogo. Sé que voy a
explotar. Aguanta, me digo, un poco más y lo habrás conseguido.
Blablablablablabla… El silencio es tan necesario por las mañanas que debería
ser obligatorio. Alguien tendría que redactar una ley que prohibiera hablar antes del
desayuno. ¿De dónde sacas tantas palabras? Son interminables, infinitas, duelen,
no por su significado sino por su abundancia. Ya deberías haberte ido. Pese a
ello, alargas tu discurso. Quisiera ordenarte callar. Decirte que cierres
la boca de una puta vez. Pero eso empeoraría las cosas. Se paciente, cuenta hasta
diez y toma aíre. Es cuestión de unos pocos minutos. Blablablablabalablabla... ¿Qué ha sucedido en este
intervalo de sueño para que tengas tanto que contarme? Lo único
que quiero es silencio. Llegarás tarde. Márchate antes de que
te mande callar. Evitemos una bronca. Blablablablablablablabla… Amor mío, no
tientes a la suerte. La adrenalina está ahí. La noto tensando músculos y
tendones. La siento subir por las vertebras. Voy a perder el control, lo sé. Cogeré
cualquiera de esos cacharros y lo estamparé contra la pared. A partir de ahí, no sé qué puede pasar. Así que,
por lo que más quieras, acaba de una vez y déjame solo. Pero
no, continúas rajando como un locutor colocado de farlopa. Maldita sea, añade otra puta palabra y dejaré salir a la bestia. En ese preciso
momento miras el reloj y te escandalizas de lo tarde que es. Dejas un beso en
el aire y sales corriendo de la cocina. Ha estado cerca, muy cerca.
pepe pereza
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