"Alimentados por el odio y la excitación del campo de
batalla los soldados rebanaban las cabezas de los prisioneros no solo sin
titubeo alguno, sino con alegría y deleite. Podías oír el burbujeo de la
sangre al ser cortado el cuello, imposibilitando la llegada de ésta a la
cabeza, sangre que se expandía por el suelo polvoriento, tiñéndolo de un rojo
oscuro y espeso. La víctima temblaba asustada mientras oía los cánticos y
apreciaba la separación de sus tejidos en unos minutos que sin duda serían
agónicos y absurdos. A veces la cabeza cercenada, al ser expuesta a la cámara,
te sorprendía con algún último tic labial o movimiento de ojos. Llegó a un
vídeo de una ejecución grupal. Eran doce tipos arrodillados, puestos en fila en
mitad de un paraje desértico. El verdugo se acercaba al primero. Daba un
pequeño discurso a la cámara, agarrando del pelo al prisionero y blandiendo el
cuchillo. Sin duda sería algún tipo de amenaza hacia quienes creía le estaban
agraviando. Tras la letanía empujaba a la víctima contra el suelo, apoyaba su
bota contra la espalda del prisionero y elevaba su cuello agarrándolo por el
pelo. Luego cortar y cortar. El prisionero se debatía inútilmente, asemejando
los movimientos de un vulgar gusano. Cuando la última tira de piel era cortada
el verdugo enseñaba triunfalmente la cabeza a cámara. Veías la última mueca
alocada del prisionero, cáscara vacía ya. Y pasaba al siguiente... Así uno tras
otro... Los prisioneros estaban resignados. No los veías quejarse, ni luchar por su vida, ni
intentar escapar, aceptaban su muerte y esperaban su turno mientras escuchaban
los gimoteos ahogados de sus compañeros y olisqueaban la sangre caliente
derramada por el suelo. «Venga, será un momento, queda poco ya...»
¿Qué los había llevado hasta allí?"
¿Qué los había llevado hasta allí?"
C. S. Odklas. Los cuadernos negros.
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