Reunida su amplia obra poética, Luis Miguel Rabanal regresa a la
narrativa con la presente colección de relatos en los que lo erótico se erige
como hilo conductor de once historias de sexo desmedido, con perdón, pero acaso
no tan inverosímiles como podría parecer.
Autor de estilo a la vez pulcro y boscoso, en la cumbre de su capacidad
fabuladora y dueño de una libertad expresiva propia de maestros, Rabanal da en La verdadera historia… otra vuelta de
tuerca a su trayectoria como virtuoso del lenguaje, esta vez de la mano de un
erotismo aquí glosado con todo lujo de pormenores, numeroso y esperpéntico,
desatado y carpetovetónico… Un compendio de variaciones sobre el mismo viejo
tema, en el que no falta ningún doloroso gozo, ninguna tampoco de las hirientes
y deliciosas ternuras que siempre se han procurado los amantes más intensos,
que son también los más espléndidos
En los relatos aquí reunidos, el lector hallará ecos de la verbosidad y
el atrevimiento joyceano, pero
también resabios de nuestra mejor tradición erótica-literaria, de La Celestina de Rojas, a los
«cachondeos» de Cela, una tradición a la que Luis Miguel Rabanal ya se suma en
calidad de grande de nuestras letras.
*
Luis Miguel
Rabanal nació en Riello, León, en 1957. Es autor de la novela Elogio del proxeneta (2009) y del libro
de relatos Casicuentos para acariciar a
un niño que bosteza (2010), así como de una amplia obra poética que
incluye, entre otros, los títulos Obdulia
azul (1980), O podríamos amarnos sin
que nadie se entere (Premio Leonor, 1989), Cáncer de invierno (Premio Provincia, 1998), Fantasía del cuerpo postrado (2010) o Mortajas, editado por EOLAS en 2009. El conjunto de su poesía
publicada ha sido recogido en el volumen Este
cuento se ha acabado. Poesía reunida (2014-1977), aparecido en 2015.
Desde 1989
reside en Avilés, Asturias.
*
«En cuanto
nos inscribimos en el hostal, las tres de mutuo acuerdo, requerimos por favor
en recepción un tío de esos. Además sería gratis, como comprobaríamos a la
caída de la tarde. Mis hermanas al final no se atrevieron. Caguetas, que son
unas caguetas. Así que me tocó a mí sola hacerle los honores, como quien dice,
con la de episodios indecentes que habíamos planeado en el autobús entre nosotras
[…]».
LA TATA CAROLINA
Luego me senté
ahí a escribir, imaginando en silencio
sonidos como
los del amor después de larga abstinencia.
SEAMUS HEANEY
Dicen que no soy muy mayor todavía pero el próximo 17 de junio mis
papis me van a tirar de las orejas once veces (con suavidad, eso sí, porque les
partiré si no la cara a hostias). Pero a lo que iba. Resulta que ayer, lunes,
chateando a las tantas de la madrugada con mis colegas de 6º C del Corazón de
Jesús (sección repetidores), en concreto con Berti y la Vanessa, voy y me ponen
al corriente de que el padre de él, todo un señor Abogado del Estado en paro
desde hace veintiocho meses, guarda con celo en su portátil un surtido de
fotografías eróticas antiguas, valiosas, muy valiosas. Hasta aquí nada
extraordinario. Berti descubrió el tomate antes de ayer cuando el autor de sus
días olvidó la puerta abierta del despacho y no se detuvo hasta conseguir meter
en un lápiz de memoria la colección que ahora, de verdad, no sé por qué, nos
empieza a dar que hablar. Nos emplazamos los tres anoche para visionar el
contenido más adelante y pasárnoslo estupendo. No proseguiré sin antes presumir
de que la franqueza escuece a las familias más que las brasas de un cigarro
puro aplastadas en el ojo. ¿Por qué acabo de escribir tamaña tontería? Chi lo sa. A mis padres apenas los conozco.
Intentan involucrarme en una serie de artimañas que solo de pensarlo ya me
produce una diarrea estival de la leche el mero hecho de esperar a ver cómo
será la próxima de estúpida. Con ellos no hay manera. Sin embargo Berti y
Vanessa son mi mundo. Precisamente Vanessa me practica las mamadas los jueves y
los viernes a la salida del colegio, en el ascensor, detenido el cacharro entre
el octavo y el noveno, (a pesar de que haya muy poquito que chupar, ella
corrobora que llegará el día, a fuerza de probar y de probar, en que no le
cogerá en la boca, tal como admiramos a diario en las películas) y luego, ya en
su habitación yo le miro extasiado la teta y media (sí, subrayo lo de teta y
media porque tiene una un poquitín crecida y la otra apenas si se nota) y le
toco lo de abajo con el dedo y huele bien y sabe rico, a una mezcla deliciosa
de churros y margarina con atún. No obstante, cambiando de tema, mis
progenitores no tuvieron ninguna ocurrencia mejor que la de ponerme el mismo
nombre de mi difunta hermana Adriana el día del bautizo. En masculino, por
supuesto. La pobre pequeña se fue derecha al cielo con diecisiete añitos,
reiteran hasta la saciedad las paredes de mi casa. También se rumorea por ahí
que si no habría sido víctima de una enfermedad de esas que últimamente los
telediarios definen como raras. Desde entonces a mis padres se les plasmó en el
rostro, y en otros sitios que me callo, una pinta de sonados de lo más
característica. Y eso que los vecinos de escalera apostillan, me supongo que
para darles más ánimos si cabe, que son un par de profesionales de la salud
magníficos (de la dental ella y él de la mental, añado por mi cuenta y
riesgo). En lo que atañe a su aspecto físico, me quedaré corto si cotejo lo
siguiente, una belleza la de mi madre comparada con la jeta de viejo y
alucinado de mi padre. No insisto más porque a mí plin, yo soy de Usera que
suele repetir sin gracia la Hermana Luzdivina, mi profe de Sociales, que dicen
los mayores tiene un polvo.
(…)
Es un fragmento de
“La verdadera historia de
Montserrat C. y otros relatos no menos imposibles”, Eolas Ediciones, Col.
Caldera del Dagda, León 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario