Calculó mal sus fuerzas al abrir la caja y todas las cerillas cayeron a los pies de la cama. Alargó el brazo, cogió uno de los fósforos caídos y se encendió un cigarro con él. Después de exhalar la calada de humo observó el suelo de la habitación. Además de las cerillas había pelusas de polvo, pelos y ácaros esparcidos por las baldosas, había varias servilletas de papel arrugadas con las que se había limpiado el semen después de masturbarse, llevaban días allí tiradas. Montones de ropa sucia se acumulaban por los rincones, los zapatos descansaban en mitad del cuarto, uno boca abajo y el otro, a un metro de distancia, yacía de lado. Sobre la mesilla un cenicero lleno de colillas y ceniza, círculos secos de vino peleón que señalaban dónde había estado apoyada la botella, y sobre todo polvo, por todos los rincones, sobre los libros, sobre la cama, entre las sábanas, encima de la lámpara, sobre él... Toda la casa era un cuchitril, una asquerosa cuadra.
Se sintió deprimido. Todas las noches antes de dormirse se prometía que por la mañana haría limpieza, pero cuando conseguía levantarse nunca tenía ni ganas ni fuerzas para afrontar la tarea que él mismo se había impuesto.
Desde que ella se fue apenas tenía fuerzas para moverse. Su vida era un completo desastre. Miró el retrato que estaba en la estantería, ella le sonreía desde dentro del marco. ¿Por qué seguía su foto allí? Ni siquiera él lo sabía. Cogió la botella y bebió hasta acabar el vino. En cierto modo se había abandonado a las circunstancias. El dolor y la depresión estaban acabando con él. Había dejado su trabajo y se mantenía encerrado en su casa, sin apenas comer, tratando de olvidarse del mundo, de su dolor, de la suciedad, de todo. Nunca contestaba al teléfono, ni abría la puerta a nadie. No quería que lo viesen en ese estado, quería sufrir su desesperación en soledad, sin estímulos que vinieran de afuera.
Mientras, la suciedad avanzaba como un ejército que ganaba posiciones en el frente de batalla, conquistando cada centímetro de terreno. Y él dejándose morir como un miserable cobarde.
®pepe pereza
Se sintió deprimido. Todas las noches antes de dormirse se prometía que por la mañana haría limpieza, pero cuando conseguía levantarse nunca tenía ni ganas ni fuerzas para afrontar la tarea que él mismo se había impuesto.
Desde que ella se fue apenas tenía fuerzas para moverse. Su vida era un completo desastre. Miró el retrato que estaba en la estantería, ella le sonreía desde dentro del marco. ¿Por qué seguía su foto allí? Ni siquiera él lo sabía. Cogió la botella y bebió hasta acabar el vino. En cierto modo se había abandonado a las circunstancias. El dolor y la depresión estaban acabando con él. Había dejado su trabajo y se mantenía encerrado en su casa, sin apenas comer, tratando de olvidarse del mundo, de su dolor, de la suciedad, de todo. Nunca contestaba al teléfono, ni abría la puerta a nadie. No quería que lo viesen en ese estado, quería sufrir su desesperación en soledad, sin estímulos que vinieran de afuera.
Mientras, la suciedad avanzaba como un ejército que ganaba posiciones en el frente de batalla, conquistando cada centímetro de terreno. Y él dejándose morir como un miserable cobarde.
®pepe pereza
No hay comentarios:
Publicar un comentario