miércoles, 26 de diciembre de 2012

MI RELATO EN "UNA NAVIDAD DE MUERTE"


EL AULLIDO
Mis padres murieron en un accidente. No entraré en detalles. Solo diré que quedé huérfano, mis tíos me acogieron y tuve que trasladarme a aquel bosque. Recuerdo la angustia que arrastraba conmigo en el tren que me llevó hasta allí. El miedo a lo desconocido y ser consciente que era el principio de una nueva vida. Cuanto más me alejaba de mi ciudad natal más desprotegido y asustado me sentía. Estaba aterrado. Sabía que tenía que apearme en una aldea llamada Peñas de Cameros pero al llegar a la pequeña estación el letrero rezaba: Penas de Cameros. Pregunté al revisor y me aclaró que el rabito de la “ñ” se había borrado y de ahí mi confusión. Se suponía que mis tíos estarían esperándome, sin embargo nadie acudió a darme la bienvenida. Me adentré en la villa. Era pequeña y las gentes que la habitaban tenían el rostro triste y amargado. No vi a nadie con una sonrisa en la boca. Pensé que deberían olvidarse definitivamente del rabito de la “ñ”, Penas de Cameros se ajustaba perfectamente al ánimo de sus oriundos. No tenía ni idea de dónde vivían mis tíos. Pregunté a una anciana que estaba a la puerta de su casa. Al oír el nombre de mis familiares la vieja se persignó y se encerró en la vivienda, dejándome con la palabra en la boca. Yo no sabía qué pasaba y aquello me pareció de lo más extraño. Volví a preguntar, esta vez a un hombre que transitaba por allí.
 
- Chaval, olvídate de esos malnacidos y regresa por dónde has venido.
 
Esa fue la respuesta que recibí. ¿Malnacidos? ¿A qué se estaba refiriendo? Entonces vi a un cura y me acerqué a él. Me informó de que mis tíos no vivían en el pueblo desde hacía años. Por lo visto, tuvieron problemas con los vecinos y se vieron obligados a mudarse al bosque. Algo relacionado con un intento de violación por parte de mi primo a una niña de cinco años. Para llegar hasta ellos tenía que salir del pueblo por un camino que llevaba a las montañas, desviarme a la derecha por un sendero que se adentraba en el bosque y seguirlo hasta dar con la vivienda. El párroco me sugirió que me diese prisa en llegar no siendo que se echase la noche encima, advirtiéndome, además, que el lugar era peligroso. Cargué con la maleta y me puse en marcha. Dejé el pueblo atrás rumbo a las montañas. El otoño estaba en las últimas y las temperaturas habían bajado considerablemente. Me abotoné el abrigo y seguí caminando. Al llegar a lo alto de una colina pude ver el bosque extendiéndose a lo largo del paisaje. Tenía un aspecto tenebroso y los sonidos que brotaban de su interior no invitaban a adentrarse en él. Llegué al desvío y tomé el sendero que conducía a una variada frondosidad de ocres y marrones. Me detuve frente a las lindes de la arboleda y sentí un escalofrío. Algo me decía que debía regresar ¿Regresar? ¿Dónde? Mis tíos eran la única alternativa. Me armé de valor y avancé por la senda. A cada paso, la vegetación iba devorando parte del camino, hasta el punto de reducirlo a una delgada línea no más ancha que mis pies. Me dolían los brazos de cargar con la maleta y cualquier sonido me ponía el vello de punta. Yo era un chico de ciudad y estaba fuera de mi ambiente. El sol empezó a ocultarse. Aceleré mis pasos. De pronto la vegetación se abrió a una zona despejada de árboles. En medio estaba situada la propiedad de mis tíos. Pude ver los corrales con las ovejas, el establo y la vivienda, hecha de adobe y piedra. Esa va a ser mi casa de ahora en adelante, me dije. Rodeé la verja de madera y entré. Pasé por delante de la morada pero no vi a nadie. Llamé a la puerta. No abrieron. Insistí. Nada. Me pareció escuchar voces que venían de la cuadra. Dejé la maleta frente a la entrada y me dirigí al establo. Según me acercaba escuché claramente a un par de personas. También unos escalofriantes mugidos. Al asomarme vi a una mujer que era el mismo retrato de mi madre. Sin duda era mi tía. Tenía el brazo metido hasta más allá del codo en el culo de una vaca y hurgaba dentro de sus entrañas. Le acompañaba un joven corpulento: mi primo. Por su fisonomía y su comportamiento supe que era deficiente mental. Ambos estaban tan pendientes de sus actos que no se percataron de mi presencia. Mi tía introdujo el brazo hasta el hombro en el interior de la vaca.
 
- El ternero viene de culo.
 
Mi primo contestó con gruñidos y frases ilegibles. Parecía nervioso, con una mano se rascaba la cabeza mientras que con la otra se golpeaba la frente con la palma abierta. No me atreví a intervenir, continué asomado a la puerta observando la escena en silencio.
Desgraciadamente el ternero nació muerto. Lo achacaron a mi llegada. Es un mal fario, dijo mi tío cuando más tarde llegó acompañado del veterinario. Después de cenar me obligaron a compartir cuarto y cama con el deficiente. El insensato no tuvo reparos en masturbarse estando yo tumbado a su lado. Cerré los ojos y me tapé los oídos, pero aun así notaba cómo el colchón subía y bajaba. Echaba de menos a mis padres y a mis amigos. Añoraba mi habitación, mi cama, mis cosas… Tenía que ser fuerte y adaptarme. No quedaba otro remedio. Debía dejar atrás mi anterior vida y empezar de nuevo. Por fin, mi primo calmó sus ardores y al rato se quedó dormido. Yo no pude, estaba demasiado alterado para dormir. Desde la cama observé la ventana y a través de ella un cielo plagado de estrellas. Nunca había visto tantas. Por encima de los ronquidos de mi acompañante me pareció escuchar un aullido. Me levanté, me acerqué al ventanal y lo abrí. Efectivamente, era un aullido, claro y nítido, atravesando la curva de la noche. Mi nueva vida también incluía lobos. De madrugada mi tío partió con el rebaño. Desde la cama le escuché arengar a las ovejas para que saliesen del corral. Mi primo no estaba. Había dejado una mancha de saliva en su lado de la almohada. De pronto entró mi tía.
 
- ¿A qué esperas para levantarte? Aquí nos ponemos a trabajar al alba, así que espabila.
 
Me puso a limpiar el establo. En cuanto terminé me ordenó cavar una fosa detrás de la cuadra para enterrar el ternero muerto. Después de estar un rato cavando tenía las manos llenas de ampollas. A pesar de ello seguí con la tarea, no quería que me tachasen de blandengue. Cuando acabé se lo hice saber a mi tía. Fuimos en busca del novillo pero había desaparecido. Según ella se lo había llevado mi primo. Lo llamó a gritos. Lo buscamos por toda la granja. Lo encontramos oculto entre unas alpacas de heno. Tenía consigo el cadáver. Por alguna razón que desconozco se había encariñado de él y no había manera de quitárselo. Tratamos inútilmente de convencerlo pero se aferraba al becerro como si le fuera la vida en ello. Mi tía le amenazó con una vara de mimbre. Ni con esas. Fue fustigado hasta que la vara se rompió. Vi la sangre expandiéndose por su camisa. No podía creerme el aguante que tenía, yo lo hubiera soltado al primer latigazo. Mi tía cogió una de las patas del ternero y tiró con todas sus fuerzas. No era suficiente y reclamó mi ayuda. Él era más fuerte que nosotros y tuvimos que rendirnos.
 
- Ya verás cuando venga tu padre.
 
Mi tío regresó con el rebaño al final del día. Mi tía no perdió tiempo y le contó lo sucedido. El tema se zanjó con una brutal paliza. El padre se impuso al hijo y, por fin, pudimos enterrar el cadáver en el hoyo que yo había cavado. Aquella noche el dormitorio fue solo para mí. A mi primo lo castigaron encerrándole en el establo. Agradecí un poco de intimidad, no obstante, estaba tan cansado que me quedé dormido en cuanto me metí en la cama.
A la mañana siguiente encontramos la puerta de la cuadra reventada y la zanja vacía. Mi primo y el becerro habían desaparecido. Entre los tres lo buscamos por la casa y alrededores. Todo indicaba que se había internado en el bosque. Mi tío y yo dedicamos la mañana entera a seguir su rastro. No pudimos dar con él. Después de comer continuamos buscando. Al caer la noche tuvimos que regresar. Mi tía estaba muy preocupada. No era para menos, el frío y los lobos eran amenazas palpables que debían tenerse en cuenta.
 
- Tranquila, mujer, no es la primera noche que la pasa en el bosque. Seguro que estará bien.
 
No supimos nada de él en dos días. Al tercero regresó escoltado por una pareja de la guardia civil. Por lo visto aquella misma mañana apareció en el pueblo cargando con el ternero. Cuando los beneméritos se fueron fue el turno de mi tío. Se quitó el cinturón y golpeó con la hebilla a su vástago. Así hasta que mi primo fue reducido y soltó el becerro. Después fue conducido hasta el establo. Una vez ahí, le ajustaron una cadera alrededor del cuello y le pusieron un candado. El otro extremo de la cadena estaba firmemente anclado a una viga.
Esa misma tarde mi tío y yo nos adentramos en el bosque para poner fin de una vez por todas al problema del ternero. El plan era abandonar el cadáver a varios kilómetros para que las alimañas se encargasen de él. Así lo hicimos. De regreso mi tío hizo algo que llamó mi atención: se acercó a un árbol, olió el tronco y meó sobre la corteza que acababa de olisquear. Solamente dejó salir un pequeño chorro, el resto se lo guardó.
 
- A los lobos, si quieres que te entiendan, hay que hablarles en su idioma.
 
Hacía cinco días que vivía con ellos y era la primera vez que me dedicaba una frase de más de tres palabras. Llegamos a otro árbol y repitió la misma escena, es decir: lo olió y vertió un chorro de meada sobre el tronco.
 
- Hay que dejarles claro que tú meas más alto que ellos. Así sabrán que este no es su territorio y dejarán en paz a nuestras ovejas.
 
Mi tío había sido pastor desde niño. Según él, los lobos jamás habían atacado a sus rebaños. De pronto se puso en guardia. Había visto algo. Se agachó muy despacio, cogió una piedra del suelo y la lanzó. El pedrusco dio en el blanco: una liebre que tuvo la mala suerte de pasar por ahí.
 
- Ve a buscarla.
 
Me acerqué hasta el animal. Aún estaba vivo. Tenía espasmos en las patas traseras y sangraba por las orejas y la nariz. Percibí el miedo en sus ojos. Yo también lo tenía. Era la primera vez que veía agonizar a un ser vivo.
 
- ¿A qué esperas para cogerlo?
 
No me apetecía tocar a la liebre, ni mancharme de sangre… Vomité. Fue él mismo quien se encargó de coger la pieza. La levantó del suelo y con un golpe de mano le rompió el cuello. Volví a vomitar. Esa noche la cena consistió en un guiso de liebre con patatas. No quise probar bocado. Al día siguiente mi primo fue puesto en libertad. En cuanto lo soltaron se puso a buscar al ternero por toda la zona. Probó a escavar con sus manos en varios sitios que él mismo eligió al azar. Al ver que no lo encontraba gruñó y berreó, pataleó, se golpeó la cabeza con los puños, incluso se arrancó algunos mechones de pelo. Todo fue inútil. Finalmente se ocultó entre las alpacas de heno y allí pasó el resto de la jornada.
Pasaron los días y cayó la primera nevada. Acondicionamos el establo y trasladamos las ovejas dentro. El trabajo era duro pero según transcurrían las semanas me iba acostumbrando a mi nueva vida. Los modales bruscos y primitivos de mis tíos ya no me lo parecían tanto. Lo peor era tener que compartir cama con mi primo. El depravado seguía masturbándose sin importarle que yo estuviera a su lado. Eso a mí no dejaba de cohibirme e inquietarme.
Y sucedió que una de esas noches mi primo me violó. Estaba durmiendo. De pronto noté un peso encima. Enseguida tomé conciencia de sus intenciones. Traté de resistirme pero él era más fuerte, además, me había cogido por sorpresa y me tenía totalmente sometido. Quise gritar. Lo impidió tapándome la boca con su manaza. Recuerdo que le olía a semen rancio. Nada pude hacer. Me sodomizó sin miramientos. Cuando terminó se dio la vuelta y al poco se quedó dormido. Fui incapaz de moverme o tomar represalias. Estaba tan cohibido, tan conmocionado, tan humillado… que solo pude llorar. Lo hice durante toda la noche. A la mañana siguiente me levanté como si no hubiera pasado nada. Delante de mis tíos me comporté con naturalidad y no les dije ni palabra del asunto. El dolor y la vergüenza iban por dentro. Debía aguantar, entre otras cosas porque había jurado vengarme.

Me desperté sobresaltado. Había tenido una pesadilla, pero nada más abrir los ojos mi mente borró todo registro de ella. Tan solo quedó una imagen: Un árbol de navidad decorado con vísceras y restos humanos. En lugar de espumillón había intestinos. Orejas cortadas, dedos amputados, globos oculares sustituían las típicas bolas de colores. En vez de una estrella coronando el árbol estaba un corazón sangrante que aun palpitaba… El dormitorio estaba en penumbra. Todavía era de noche. Pensé en mis padres. Quizás porque iban a ser las primeras navidades que pasaría sin ellos. Los echaba de menos. Qué lejos quedaban aquellos días felices. Miré a mi primo. Dormía con la boca abierta. Lo odiaba profundamente por lo que me había hecho. Cada vez que lo veía me hervía la sangre. Sentirlo en la misma cama me asqueaba y a la vez me aterraba. Tenía miedo de que volviera a violarme. Por las noches no pegaba ojo, pendiente en todo momento de cualquiera de sus movimientos.
Mis temores se vieron confirmados la noche antes de navidad. Estaba tan cansado que, sin querer, me quedé dormido. Mi primo aprovechó el descuido y quiso violarme por segunda vez. Sabía que resistirme no iba a valer de nada. Él era más fuerte, así que esta vez utilicé la inteligencia.
 
- ¿Te acuerdas del ternero?
 
Capté su atención al momento.
 
- Yo sé dónde está escondido.
 
Lo tenía encima. Notaba su verga dura sobre mi espalda.
 
- Si no me haces nada te diré dónde está.
 
Se aporreó la frente con los puños, como si necesitase de los golpes para poner en funcionamiento las escasas neuronas de su cerebro. Al final me dejó libre. Quiso que fuéramos de inmediato a por el becerro pero le convencí de que era mejor esperar a que se hiciera de día. Por la mañana me lo llevé al bosque. Anduvimos durante muchos kilómetros entre la espesa vegetación hasta que llegamos al chaflán de un profundo barranco.
- Está ahí. Asómate y lo verás.
 
El ingenuo no cuestionó mis palabras y se acercó al borde. Lo empujé. Cayó al vacío y se estrelló contra las rocas del fondo.
 
- Ahora ¿quién jode a quién? ¿Eh? Maldito retrasado, subnormal de mierda ¿Quién jode a quién?
 
En un arranque grité a los cuatro vientos. Dejé salir la rabia y la humillación. Seguí gritando. Mi grito fue volviéndose un aullido. Aullé como un poseído. Para mi sorpresa a mi aullido llegó otro en forma de respuesta. Los lobos estaban cerca. Les grité: - Estoy aquí y he venido a quedarme. Eché una última mirada al adefesio ensangrentado. Ese malnacido jamás volvería a hacerme daño. Con un poco de suerte los lobos lo encontrarían y se darían un festín. En cuanto a mis tíos, sabía que no sospecharían de mí. Darían como bueno que el loco de su hijo se hubiera despeñado por un barranco. En cierto modo les había hecho un favor. De regreso me paré a oler algunos árboles y a mear sobre sus troncos, tal y como me había enseñado mi tío. Era hora de dejar mi marca. Que todo bicho viviente supiera que ese iba a ser mi territorio. Me lo había ganado.
 
pepe pereza - Navidades de muerte - Editorial Origami

lunes, 17 de diciembre de 2012

PRÓXIMAMENTE

ANIMALES PERDIDOS - VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ - BAILE DEL SOL

domingo, 16 de diciembre de 2012

PARA REGALAR ESTAS NAVIDADES

 
HAZTE CON ELLOS EN CUALQUIERA DE LAS LIBRERÍAS SANTOS OCHOA

miércoles, 12 de diciembre de 2012

AGITADORAS NÚMERO 38 - DICIEMBRE 2012


MISCELÁNEA
Las Bofetadas Visuales de Boris Mikhailov - Lalo Borja
Lo que ya no Seremos - Marina San Martín
Rage Room Blues - Jan Hamminga
Moby Dick - David Torres
Vender Camisetas. Fútbol y Moda - Los Fashiónpedists
Pulsiones Contemplativas - Vistiendo el Celuloide - Ricardo López
Señor Presidente - Holly Fin - Jordi Macarulla
Mi James Bond - Inés Matute
El Puritanismo Victoriano, el Origen del Vibrador - Carmelo Arribas
Campfire Music - Jan Hamminga
OPINIÓN
¿Cómo Están Ustedes? - Itziar Mínguez
La Cualidad de Ser Invisible -o de Parecerlo- - Il Gatopando
Pienso, Luego Resisto (XXIV) - Democracia de Pandereta - Mª Ángeles Cabré
Nuevos "Okupas" - Cristina Casaoliva
DUELOS Y QUEBRANTOS
Por los Pelos - Rosa Mª Ortega
LITERATURA
Tríptico Literario Infantil y Juvenil del Siglo Pasado (III) - El Vengador del Rif - Luis Arturo Hernández
El Tiempo de los Asesinos (XII) - H.P. Lovecraft: Las Alimañas Descarnadas de la Noche - Vicente Múñoz Álvarez
Los Dioses y los Hombres - Joaquín Lloréns
Los Chico de Guzmán - Rubén Castillo
Todo está Tranquilo Arriba - José Morella
CREACIÓN
Sesión de Medianoche - Ramón Zarragoitia
Poemas de Nòmada - Isabel M. Ortega
Un Testimonio Apócrifo de José Carpintero - Edgard Cardoza
Las Gárgolas Sueñan con Pasear - Ramón Asquerino
Entelequia Filosófica - Rui Caverta Importancia - Francisco Gómez
A Cuestas Conmigo Mismo- Pepe Pereza
Hoy - Luis Ansorena
Una Revelación - Eva Medina
Imágenes Urbanas - Juan Planas
¡Adanizáralos! - Adán Echeverría
El Contraste al Traste - Carmen Maixé Altés
Los Hombres Lobo han Asaltado la Gasolinera - Jesús Zomeño
Vicky Bajo su Paraguas de Margaritas - Ángela Mallén

jueves, 29 de noviembre de 2012

NUEVO LIBRO DE EDICIONES DEL 4 DE AGOSTO


Ediciones del 4 de Agosto, Teatro Crítico Universal (TECU) y Artefacto tienen el placer de invitarles a la presentación de ¡Telón, Telón 2!, un libro que reúne piezas teatrales cortas de dramaturgos riojanos en torno al premio MAX Alfredo Sanzol. Os esperamos en El Taller 3, de La Gota de Leche, a las 21;00 h. el viernes 30 de noviembre, donde se llevará a cabo la lectura y la representación de algunas de las obras de teatro del libro. Os esperamos.
Obras que contiene ¡Telón, Telón 2!:
Prólogo, Tobías Ziegler
Hermanas, de Saray García Sáenz
Gorgorito y sus amigos, de Miguel Bergasa
La barbacoa, de Nerea Ferrez
Cartas de amor a mi madre, de Diego Sánchez Garrido
Otro Ulises, de Arantza Moreno Fernández
El asedio, de Javier Jiménez López
y Nazis desnudas, de Alfredo Sanzol

domingo, 25 de noviembre de 2012

BOCADITOS DE REALIDAD - ANA PATRICIA MOYA - REEDICIÓN


Nuevo libro de Groenlandia

BOCADITOS DE REALIDAD

(REEDICIÓN)

De Ana Patricia Moya

Revisión ampliada, corregida y revisada
Incluye poemas nuevos

Portada y contraportada: Jesús Taguas
Ilustraciones de interior: Juan Carlos Cardesín
Prólogo de la primera edición: Rafael Infantes
Segundo prólogo: Luisa Fernández
Epílogo: Andrés Ramón Pérez Blanco

 
“…ella nos adentra más allá de la piel de la mujer, del caparazón de cartílagos fabricado de pasiones que se sujeta al alma con el esparadrapo de las utopías. Enseña las cicatrices que hay tras sus vendas, las heridas de los amores clavados que todavía bostezan bajo la dermis como animales exóticos y que lanzan a traición algún que otro zarpazo”.

(Luisa Fernández)


“Curiosamente, la poesía de Ana Patricia no sólo se lee, también se huele, se saborea, se palpa, está llena de esas siniestras “magdalenas de Proust” que para la ocasión adoptan la forma del aroma del café recién hecho, de la vainilla, del incienso o un cigarrillo mentolado y que conducen irremediablemente al odio…”

(Rafael Infantes)


Ya disponible en el ISSUU y en el SCRIBD:


YA ESTÁ AQUÍ: "UNA NAVIDAD DE MUERTE" EN ORIGAMI


viernes, 23 de noviembre de 2012

YA A LA VENTA "UNA NAVIDAD DE MUERTE" EN ORIGAMI

14 € (Gastos de envío GRATIS en nuestra TIENDA ON LINE)
Tamaño: 16x23 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 220
ISBN: 978-84-940482-8-9
Un conjunto de relatos en los que lo sobrenatural se mezcla con lo cotidiano, y donde la vida y la muerte están separadas por una línea apenas imperceptible.

Hemos querido hacer un homenaje a estas entrañables fiestas preparando un libro especial, y para ello nos hemos rodeado de los mejores autores:
Norberto Luis Romero - Jesús Esnaola - Víctor Balcells Matas - José Ángel Barrueco - Ana F. Montes - Vicente Muñoz Álvarez - Jesús Martínez Balmaseda - Joaquín Piqueras - Sonia San Román - Patxi Irurzun - Miguel Á. Hernández-Navarro - Jorge Barco - José Manuel Vara - Juanjo Ramírez - Pepe Pereza - Celia Novis - Julio César Álvarez

miércoles, 21 de noviembre de 2012

UNA NAVIDAD DE MUERTE


Título: Una Navidad de muerte
Fecha de publicación: 22 de noviembre de 2012
Tamaño: 16x23 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 220
Precio: 14 €
ISBN: 978-84-940482-8-9
http://www.editorialorigami.com/tienda/index.php?route=common/home

jueves, 15 de noviembre de 2012

EDITORIAL ORIGAMI PRESENTA "UNA NAVIDAD DE MUERTE"

Portada de Julia D. Velázquez
Muy pronto en Origami, una antología de relatos de terror navideño, en los que lo sobrenatural se mezcla con lo cotidiano, y donde la vida y la muerte están separadas por una línea apenas imperceptible.
La antología, coordinada por Jorge Barco, incluye relatos de los siguientes autores:
Norberto Luis Romero, Jesús Esnaola, Víctor Balcells Matas, José Ángel Barrueco, Ana F. Montes, Vicente Muñoz Álvarez, Jesús Martínez Balmaseda, Joaquín Piqueras, Sonia San Román, Patxi Irurzun, Miguel Á. Hernández-Navarro, Jorge Barco, José Manuel Vara, Juanjo Ramírez, Pepe Pereza, Celia Novis y Julio César Álvarez

Características técnicas
Título: Una Navidad de muerte
Fecha de publicación: 22 de noviembre de 2012
Tamaño: 16x23 cm
Encuadernación: Rústica con solapas
Páginas: 220
Precio: 14 €
ISBN: 978-84-940482-8-9

htt://www.editorialorigami.com/tienda/

UNA NAVIDAD DE MUERTE - ORIGAMI



martes, 6 de noviembre de 2012

SE RUEGA SILENCIO (Fragmento)

Me revuelco en el suelo. Mi piel desnuda está necesitada de contacto. A falta de algo mejor aquí están las baldosas regalándome la fría caricia de su superficie. Hipersensibilidad. Cada poro de mi piel es como un clítoris hinchado por la excitación. Soy receptor de extrañas y novedosas sensaciones. Quizás no debería haberme comido todas las setas a la vez, claro que ya es tarde para arrepentirme. Sus nutrientes se funden con la glucosa de mi sangre. Sigo revolcándome por el suelo. Está sucio. No obstante, beso y lamo la loza como si fuera mi amante más deseada. Me gustaría encontrar una fisura lo suficiente amplia para poder follar con el pavimento. No hay agujeros que llenar. Me da igual. Froto el pene contra los azulejos. La humedad del glande recoge pelusas y porquería. Aun así quiero follármelo. Lo hago. Con acritud, con violencia y agresividad. Exageradamente. Las baldosas están desgastadas y su tacto es el de la piedra pómez. Mi polla sangra por el roce. Dolor y placer a partes iguales. No tardo en correrme. La descarga es una explosión nuclear. Un hongo atómico de esperma. Me retuerzo. El éxtasis recorre mi cuerpo. Por un momento creo desvanecerme. Pero no. Sigo eyaculando sangre y semen hasta vaciarme de lo segundo. Percibo cada molécula. Las siento rozándome la epidermis, las noto dentro de los pulmones y del escroto. Las paredes se ladean. El techo sube y baja a su antojo. Los colores… los colores de tan vivos y distorsionados queman las pupilas. Joder, creo que podría flotar. Elevarme por encima de los tejados, expandirme por toda la ciudad al igual que una densa neblina. Contraerme en una bola de carne sin huesos... Esto me supera. La información es excesiva para procesarla de una atacada. Quiero ponerme en pie, pero estoy adherido a una sustancia gelatinosa. Lucho por liberarme. Tengo los brazos y las piernas entumecidos. No, no tenía que haberme comido todas las setas juntas. Ya me advirtió El Tronco: Cuidado que son muy potentes. Joder, es imposible controlarlo. Inútil resistirse. Mejor dejarse llevar. Saltamontes y cucarachas, escarabajos y alacranes escapan por mi ombligo. Un alarido. Tambores, panderetas: extraños sonidos. La oscuridad de la noche es aplastada desde fuera y entra por la ventana trasformada en una masa compacta de plastilina negra. Demasiados estímulos de golpe. La realidad escapa haciendo quiebros y solo queda una pátina resbaladiza que lleva directamente a la locura. La batalla está perdida de antemano. Llegar hasta el final. Soy adsorbido y viajo a la velocidad de la luz. Un cometa de órganos aplastados. Estoy dentro del huevo de un reptil. El rey lagarto avanza entre un enjambre de avispas y estrellas. Hay truenos y relámpagos y llueven palabras y acertijos. La cáscara se quiebra ofreciéndome nuevo alumbramiento. De pronto, las paredes son de carne sangrante. Es blando, pringoso y huele a ozono. Soy un lobo dentro de la placenta de un cordero. Estoy dispuesto a devorar los muros de músculo y cartílago que me rodean. Muerdo las esquinas y la puerta. Astillas en las encías. Sangre. Un espejo. Cristales rotos. Destellos. Sombras que pululan en una danza macabra. Aterradora. No luches, me digo, déjate llevar. Me abrasa el estómago. Aúllo. Se me afloja el esfínter y un chorro de líquido maloliente sale de mis tripas. Todo esto es demencial. De pronto un chirrido ensordecedor me obliga a taponarme los oídos. Se repite una y otra vez. Es el timbre de la puerta. No puedo ponerme en pie. Las extremidades no soportan mi peso. Me arrastro. Uno de los cristales se me clava en el muslo. Por un momento el dolor me trae de vuelta a la realidad y me veo rebozado en sangre y excrementos. Oigo la voz distorsionada de Matilde llamándome. Aúllo para que sepa que estoy aquí. Tengo fuego en los intestinos. Puntos de colores me sobrevuelan o se quedan flotando delante de la nariz. Continúo arrastrándome como un caracol, dejando un reguero de fluidos a mi paso. Tengo que llegar hasta ella. Necesito ayuda. Incluso en mi estado puedo darme cuenta de ello. El pasillo es interminable, y oscuro. Clavo las uñas en las uniones de las baldosas y con mucho esfuerzo voy impulsándome. Da la impresión de que estoy escalando una pared vertical. Matilde me llama, yo aúllo. Aullar es mi manera de comunicarme. Soy incapaz juntar dos palabras seguidas. Llego hasta la puerta principal. Tengo los brazos tan agarrotados que no consigo alcanzar la cerradura.
-        ¿Qué pasa? ¿Por qué no abres?

Contesto con un nuevo alarido.

-        ¿Te encuentras bien?
-        Aaaaaaaaaaaaauuuuuuuuuuuuuu.
Mi cuerpo reacciona contra el veneno y otra descarga de excremento líquido es arrojada por el ano. Está caliente y por un momento su tacto es agradable. Enseguida se vuelve resbaladizo y pestilente. Hago acopio de fuerzas y levanto el brazo. Pesa como si fuera de plomo. La cerradura se aleja. Mis dedos son de goma y se estiran hasta que consigo agarrar el cerrojo. Cuando Matilde me ve se lleva las manos a la boca. Supongo que el espectáculo que se encuentra no es agradable.
-        ¡Dios mío!
Quiero explicárselo, no obstante, una sola palabra sale de mi boca:

-        Setas…
Estoy en una bañera. Hace años que no me daba un baño en una. La densidad del agua se asemeja al de la cera derretida. Es más, cuando Matilde me la vierte por encima noto cómo se solidifica en la piel. La espuma está formada por coliflores que flotan a mi alrededor y que al menor contacto se deshacen en cientos de cucarachas con el caparazón cubierto con lana de oveja. Es evidente que sigo alucinando, pero el agua caliente me relaja lo suficiente para no sentir pánico. Antes de meterme en su bañera, Matilde me ha obligado a vomitar introduciéndome los dedos en la garganta. Después me ha dado a beber leche, mucha leche. Dice que es buena para las intoxicaciones. La verdad es que siento mejor.
Después del baño, me seca y venda el corte del muslo. Me acuesta en el sofá y me tapa con un edredón. Aun veo cosas extrañas y soy sensible a ciertos elementos. Ahora es más fácil dejarse llevar y mi cerebro, aunque confundido, va procesando los datos según van llegando. Estoy en un duermevela. Una deriva surrealista. Mi cuerpo está cansado de luchar contra las toxinas. Mi cabeza, sin embargo, no puede parar de crear imágenes, no cesa de enviar impulsos eléctricos a las neuronas. Tengo los ojos cerrados, aun así, mis pupilas reciben la luz que se transparenta a través de los parpados, creando una oscuridad luminosa. Mente y cuerpo se separan. Dicotomía con la que debo recapacitar, pero antes de llegar a un diagnostico pierdo el hilo de lo que estaba pensando y me centro en una nueva reflexión. Hasta que la voz de Matilde rompe la cadena de razonamientos.
-        ¿Te encuentras mejor?
-        Sí.
-        Tienes que irte. Mi marido llegará pronto del trabajo.
-        Vale.
Aparto el edredón y me pongo en pie. Estoy un poco mareado y pierdo el equilibrio. Matilde hace de apoyo y con su ayuda conseguimos llegar hasta mi piso. Al entrar veo que todo está limpio y ordenado.
-        Gracias.
-        No es nada.
-        Sí lo es. Es mucho.
-        Para eso están los vecinos…
No dejo que termine la frase y le doy un beso en la boca. No se lo espera y, por un breve momento, se aparta. Luego se deja llevar. Acoge mi lengua en su boca y me da a probar la suya. Se separa de golpe.
-        Tengo que dejarte. Mi marido… Ya sabes.
Me deja en el pasillo y sale del piso cerrando la puerta. Recorro la casa. La ha limpiado entera. Ni rastro de excrementos ni de sangre. Todo está reluciente. Incluso le ha dado de comer a Nico. Estoy dolorido y cansado. Me meto en la caja arropado de silencio y oscuridad.
® pepe pereza – Fragmento de “A cuestas conmigo mismo”

sábado, 3 de noviembre de 2012

LA CARRETERA ROJA - DAVID GONZÁLEZ

Ya en la red el nuevo libro de Groenlandia:
“LA CARRETERA ROJA”
de David González
Portada \ contraportada de Felipe Solano
Fotografías de interior de Felipe Zapico
Prólogo de Ángel Muñoz Rodríguez
Epílogo de Andrés Ramón Pérez Blanco
Ya disponible en el ISSUU y en el SCRIBD:
Editorial de Groenlandia


 

SÁBADOS LITERARIOS


ENGAÑO PROGRESIVO - ADRIANA BAÑARES

Ilustración de Valle Camacho

miércoles, 17 de octubre de 2012

YA NO ME QUIERES

Y llegaron los días que dejaste de quererme.
No lo niegues, habías dejado de quererme. Lo notaba en tu respiración, en la forma de lavarte el pelo, en cómo te sentabas en el suelo con las piernas cruzadas. Me lo decían tus pestañas, tus uñas, los lóbulos de tus orejas, incluso los ácaros que dejabas en la cama me lo decían: “Ya no te quiere, ya no te quiere” El viento cuando soplaba, tus braguitas colgadas del tendedero, ellas también me lo decían. Fui consciente de ello al verte caminar. Cuando te apartabas el flequillo yo sabía que no me querías. Si bebías agua lo sabía, al fregar los platos, al cerrar los ojos y al abrirlos. Sabía que ya no me querías, lo sabía. Si fumabas era porque no me querías y si no fumabas, tampoco me querías. Ya no me querías. Habías dejado de quererme y me lo demostrabas al darle cuerda al despertador o al hacer uso del retrete. No, no me querías, ya entonces no me querías. Lo sabía el gato, la lámpara y el felpudo de la entrada. Me lo decía el guiso que se cocía en la olla, las cortinas del salón. Me lo decían las canciones que escuchábamos y los libros que leíamos. Me lo chivaban el cepillo de dientes y la maquinilla de afeitar. No me querías. Yo era consciente de ello. También el florero y el polvo que flotaba en el aire. Y los destellos en la pared y la funda del sofá… Todos lo sabían. Y sufría porque no me querías. Se lo confesaba a las baldosas del pasillo. Con lágrimas en los ojos se lo decía. Hablaba con ellas y les decía que no me querías. Me sinceraba explicándoles que no me querías. Si dudaba solo tenía que mirarte para saber que no, que no me querías. Aunque lo niegues lo cierto es que no me querías. Y sufría, porque cuando más te quería yo, tú ya no me querías.
® pepe pereza (Amor canalla)
 
APORTACIÓN DE MIGUEL BERGASA (FIFO)
Por fin llegó el tiempo de nuestro amor.                                                                               
Me di cuenta de que te quería de verdad. Siempre te he querido, pero ahora notaba que ardía por ti. No sabía que me ocurría pero algo se removía en mis entrañas que no podía controlar. Nunca había estado tan enamorada. Debía decírtelo, contártelo, para que vieras lo feliz que era a tu lado. Bueno, seguro que ya te habrías dado cuenta, porque se me debía de notar a la legua. Mi cara había cambiado, mi cuerpo, mi pelo, estaba realmente loca por ti. Cuando miraba al gato pensaba que él también se había dado cuenta de mi cambio. Jamás había estado tan llena de amor. Al escuchar nuestra música me parecía oír a los ángeles del cielo cantando para nosotros. Las cosas más sencillas, nuestro sofá, nuestra cama y hasta aquél florero que tanto odiábamos se habían dado cuenta de lo colada que estaba por ti. No podía esconderlo, parecía una mujer anuncio: Señoras, señores: Vean mi amor por mi chico. Observen como lo amo. Debía contarte todo esto pero sé que te has dado cuenta, veo que me miras de otra forma,  lo noto en tus ojos, tu también lo notas, pájaro…
¿A qué sí?

POR FIN EN MI BIBLIOTECA


martes, 16 de octubre de 2012

A CUESTAS CONMIGO MISMO (FRAGMENTO)


Estoy sentado frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la carcasa de poliuretano transparente. Ese cíclope de pupila veloz con el que mantengo una lucha de miradas. La ropa ya no se distingue. La fuerza centrífuga ha hecho de las prendas una masa compacta y multicolor que gira y gira rápidamente dejando un hueco en el centro. Pasan los minutos y sigo hipnotizado por el movimiento constante que dibuja círculos concéntricos. Permanezco atento sin otra cosa que me distraiga. Paralizado, inmóvil. Giros y más giros. Ziung-ziung-ziung-ziung… El ojo de buey es ahora un agujero negro que absorbe todas las partículas de mi cuerpo. Mejor aun: Un gran remolino en medio del océano. Ziung-ziung-ziung-ziung… Un ciclón. Un huracán. Ziung-ziung-ziung-ziung… El movimiento va decelerando. Zi-ung… zi-ung… zi-ung… z-i-u-n-g… El programa de lavado ha acabado. Poco a poco el tambor deja de girar hasta que se detiene. Saco la ropa de la lavadora y la tiendo.
Llaman al timbre. Es El Culebras. Me trae veinticinco gramos del mejor hachís que se pueda encontrar. Lo bueno se paga, así que aflojo la guita. Después de eso me quedan unos pocos euros para pasar el mes. El Culebras tiene prisa, debe atender a otros clientes. Un hombre atareado El Culebras. Se despide y me deja a solas con las moscas.
El humo denso, pegajoso y dulzón entra en mis pulmones. Fumo tranquilo mientras el sol dibuja rectángulos en las paredes. Tengo toda la tarde por delante. Debería escribir, llevo varios días sin hacerlo. De hecho, tendría que fijarme un horario y atenerme a él. Cuatro horas obligatorias de escritura al día. De esa forma produciría más. Pero yo soy de los que necesitan un punto de partida, una imagen, un toque de inspiración, algo que ponga en funcionamiento la máquina. Por mucho que me coloque delante del teclado, si no tengo “eso” no podré escribir una palabra. Julio Cortázar decía: Siempre hay que mirar hacia adelante. Yo prefiero mirar hacia dentro. En lo más profundo de mí es donde están las palabras. Las mías. Para encontrarlas tengo que sumergirme en ese abismo abisal. No es fácil llegar ahí. A veces, es incluso doloroso. Sigo fumando. El salón se va llenando de humo y Jazz. Louis Armstrong hace sonar su trompeta y Ella Fitzgerald pone la voz. Hachís y jazz son una buena combinación. La mezcla me lleva a dobles dimensiones y universos alterados. Paz, sosiego y espirales de humo. Un pequeño escarabajo sube por el cristal de la ventana. Observo los colores de su caparazón. Pienso en el esfuerzo del pobre bicho que trepa burlándose de las leyes de la gravedad. En un momento dado extiende las alas y, cual camicace, trata de atravesar el vidrio. Lo intenta una y otra vez arremetiendo insistentemente. Toc, toc, toc. Me apiado de él y le abro la ventana para que pueda escapar.
El porro se consume. Necesito más.
Tengo que escribir. Sin embargo, es mejor fumar y dejarse llevar por el razonamiento de la pereza. Fumo. Louis toca la trompeta, Ella canta y yo fumo. Cada uno a su tarea. Cada cual con su instrumento. Si no escribes, al menos podrías leer. Tienes montones de libros que aguardan a ser leídos. Elijo uno. Lo abro por la primera página y leo:

 Estábamos en algún lugar de Barstow, muy cerca del desierto, cuando empezaron a hacer efecto las drogas. Recuerdo que dije algo así como:

 -        Estoy algo volado, mejor conduces tú…

 Y de pronto hubo un estruendo terrible a nuestro alrededor y el cielo se llenó de lo que parecían vampiros inmensos, todos haciendo pasadas y chillando y lanzándose en picado alrededor del coche, que iba a unos ciento sesenta por hora, la capota bajada, rumbo a las Vegas…”

Ojalá tuviera yo el ritmo y el talento de Hunter. Sus palabras me han dado la pauta que estaba buscando. Dejo el libro y me pongo frente al teclado. Escribo:

Estoy sentado frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la carcasa de poliuretano transparente. Ese cíclope de pupila veloz con el que mantengo una lucha de miradas. La ropa ya no se distingue. La fuerza centrífuga ha hecho de las prendas una masa compacta y multicolor que gira y gira rápidamente dejando un hueco en el centro. Pasan los minutos y sigo hipnotizado por el movimiento constante que dibuja círculos concéntricos. Permanezco atento sin otra cosa que me distraiga. Paralizado, inmóvil. Giros y más giros. Ziung-ziung-ziung-ziung… El ojo de buey es ahora un agujero negro que absorbe todas las partículas de mi cuerpo. Mejor aun: Un gran remolino en medio del océano. Ziung-ziung-ziung-ziung… Un ciclón. Un huracán. Ziung-ziung-ziung-ziung… El movimiento va decelerando. Zi-ung… zi-ung… zi-ung… z-i-u-n-g… El programa de lavado ha acabado. Poco a poco el tambor deja de girar hasta que se detiene. Saco la ropa de la lavadora y la tiendo.

 Llaman al timbre. Correo comercial ¡Que los jodan! He perdido el hilo de la narración y no consigo continuar con la historia. Leo lo escrito ¿A quién le puede interesar esto? A nadie. Fumo. Siento la neblina en mi cabeza. Ese letargo especial que da el T.H.C. El tiempo se detiene dentro de la habitación mientras que el mundo exterior sigue con su frenético desasosiego. Entra Nico. Va a tumbarse en el centro del sofá. Debido al calor, lleva días soltando pelo por toda la casa. ¡Maldito animal! Si tuvieras que recogerlo tú seguro que pondrías más cuidado. Ajeno a mis desvaríos, el gato se estira y deja la cabeza colgando. Tal vez, podría escribir sobre gatos. No sería el primero. Incluso Burroughs escribió un libro contando sus experiencias con los gatos que tuvo a lo largo de su vida. Pienso en ello. Por otro lado ¿qué se puede contar de un gato? Que come, caga y duerme. Básicamente es lo que hacen. Prefiero seguir fumando. Se está bien aquí sin hacer nada. Solo. Ahora que lo pienso la soledad es un buen tema para escribir. Casi todo el mundo tiene miedo a quedarse solo. Yo no. Adoro la soledad. Podría pasarme años enteros sin sentir la necesidad de ver a nadie. Recuerdo que el primer libro que me cautivó fue “Robinson Crusoe”. Me entusiasmaron sobre todo los capítulos que Robinson estuvo solo en la isla. No tanto cuando llegó Viernes. Aunque nunca llegué a comprender su empeño por abandonar el islote. Allí lo tenía todo. Para qué volver a una sociedad contaminada de progreso. Yo sería feliz en un lugar alejado del mundo. Fue Mohamed Chukri quien dijo que: El hombre en soledad puede elegir entre ser un genio o un idiota. Opino que por mucho que pretendas ser un genio la mayoría de las veces, por no decir todas, terminas siendo un completo idiota. Como yo.
Por los movimientos que hace, sé que Nico está soñando. ¿Con qué? Vete tú a saber. Ese es otro tema sobre el que puedo escribir: ¿Qué sueñan los gatos? Me pongo en lugar de Nico y trato de pensar cómo él. Renuncio. No tengo la cabeza para ponerme en lugar de nadie, menos de un gato.
Es hora de sustituir la trompeta de Louis por el saxo de Charlie Parker. Eso es, Charlie, dale duro. Tú sí que sabes.

 
APORTACIÓN DE MIGUEL BERGASA (FIFO)

                 Continuación de A cuestas conmigo mismo:

                       (no es continuación, es relato paralelo)

No encuentro ningún taburete, ni banco,
ni nada donde sentarme y además estoy convencido que no he elegido el programa correcto,
y me pregunto por qué el tambor no da vueltas.
Vaya mierda. No se poner una lavadora.
Me distraigo con cualquier bobada.
Lo que daría por que viniera algún colega a fumarse un par de porros conmigo.
Qué estúpida me parece la forma circular de la ventana de la lavadora
Me encantaría fumar un porro, pero es que no tengo tiempo para nada, menos mal que por lo menos este rato no escribo.
Estoy hasta los cojones de ser un esclavo de la máquina de escribir.
Si el cabrón de Boas se hubiera pasado por aquí…
¿Pero dónde cojones está el prelavado?
Menos mal que tengo, no sólo el talento de Hunter (Simpson, y de  Bart,) de tal manera que aprieto el botón de arriba y empieza a sonar Lance Armstrong, con el típico swing de piñón plato- plato piñón.
Por fin.
Esto parece que funciona.
Y lava.
Así que me quedo medio aleláo, pensando en lo que odio a los gatos y recordando aquel libro horrible del náufrago, que ojalá nunca lo hubiera leído
Me voy.
Dejo la ropa centrifugándoselas como mejor pueda, al son del sillín de Induráin.