martes, 29 de marzo de 2016

SE RUEGA SILENCIO - PRIMER CAPÍTULO

Logroño. 17 de julio de 1999. Hoy cumplo treinta y cinco años. No hay felicitaciones. No las necesito. Yo tampoco acostumbro a felicitar a nadie.
Estoy sentado frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la carcasa de poliuretano transparente. Un cíclope de pupila veloz con el que mantengo una lucha de miradas. La fuerza centrífuga ha hecho de las prendas una masa compacta y multicolor que gira y gira precipitadamente dejando un vórtice en el centro. Pasan los minutos y sigo hipnotizado por el movimiento constante de los círculos concéntricos. Permanezco atento sin nada que me distraiga. Giros y más giros. Ziung-ziung-ziung-ziung… Ahora, el ojo de buey es un agujero negro, mejor aún, un gran remolino en medio del océano. Ziung-ziung-ziung-ziung-ziung… Un ciclón. Un huracán. Ziung-ziung-ziung-ziung… El movimiento va decelerando. Zi-ung… zi-ung… zi-ung… z-i-u-n-g… El programa de lavado ha acabado. Poco a poco el tambor deja de rotar hasta que se detiene. Llaman al timbre. Es el Culebras. Dice que tiene prisa, que no puede quedarse porque debe atender a otros clientes. Le pago con mis últimos ahorros y se va. Me quedo a solas con las moscas.
El humo denso, pegajoso y dulzón entra en mis pulmones. Mientras, el sol dibuja rectángulos en las paredes. El salón se va llenando de humo y jazz. Louis Armstrong, hace sonar su trompeta, Ella Fitzgerald, pone la voz. Hachís y jazz. La mezcla me lleva a dobles dimensiones y universos alterados. Paz, sosiego y espirales de humo… Tendría que escribir. Llevo semanas sin hacerlo. Debería ponerme a ello. Agarrar lo que llevo dentro y sacarlo fuera, plasmarlo. Decir que estoy harto, que no puedo más, que me hundo y no sé hacia dónde tirar. Cortázar decía: Siempre hay que mirar hacia adelante. Yo prefiero mirar hacia dentro. En lo más profundo de mí es donde están las palabras. Las mías. Me pongo frente al teclado y escribo:
Logroño. 17 de julio del 1999. Hoy cumplo treinta y cinco años. No hay felicitaciones. No las necesito. Yo tampoco acostumbro a felicitar a nadie. Estoy sentado frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la carcasa de poliuretano transparente. Un cíclope de pupila veloz con el que mantengo una lucha de miradas…
Hace demasiado calor. El bochorno se pega al cuerpo como una segunda piel, asfixiándome. Es mejor fumar y dejarse llevar por el razonamiento de la pereza. Louis toca la trompeta, Fitzgerald canta y yo fumo. Cada uno a su tarea. Cada cual con su instrumento. Siento ese letargo especial. El tiempo se detiene dentro de la habitación mientras el mundo exterior sigue con su frenético avance. Entra Nico. Va directamente a tumbarse en el centro del sofá. El gato se estira y deja la cabeza colgando. Tal vez, debería escribir sobre él. Incluso Burroughs escribió un libro sobre gatos. Pero no, prefiero seguir fumando. 

viernes, 25 de marzo de 2016

REEDICIÓN: EL MERODEADOR - VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ

EL MERODEADOR: Sinopsis.
El merodeador describe una visión: la de un narrador enfrentado en soledad a sus propios fantasmas.

Durante casi una década, huyendo del esplín de la ciudad, viví en viejas casas de pueblo aisladas y me dediqué, entre otras cosas, a escribir una ficción relacionada con mis percepciones y experiencias de ese cambio de entorno y lapso de vida, cuando menos, alienante y confuso. Lo que en principio iba a ser un retiro creativo y una expansión sensorial, se convirtió paulatinamente en una especie de laberinto de tinieblas y cárcel de sombras que, finalmente, me forzó a regresar de nuevo a la ciudad...

Novela fragmentada y en construcción, diario existencial, monólogo interior, libro de ensueños... El merodeador narra el desasosiego bernhardiano de aquellos días y la sensación de vaciamiento y deriva, de extrañamiento, que a partir de entonces se hizo habitual en mí.

Próximamente reedición ampliada en ACVF Editorial


http://www.acvf.es/
http://www.acvf.es/x_autores/autor011_vicentemunozalvarez.htm

domingo, 20 de marzo de 2016

VANG! de JOSÉ G. CORDONIÉ en LUPERCALIA EDICIONES

VANG! - José G. Cordonié
YA EN PRE- VENTA!!  (Por la compra de VANG! regalamos un ejemplar de Diario de un escritor cobarde)

VANG! es una novela negra de intriga creciente que nos adentra en los laberintos oscuros de la mente y en la posibilidad de su manipulación, en la hipnosis regresiva, en la mentira y en el encuentro con una realidad muy distinta a la que sus personajes nunca hubieran podido imaginar. La desaparición de una mujer en extrañas circunstancias da pie a esta vibrante historia de intriga y ciencia-ficción, en la que se desarrolla una trama que se va abriendo en otras tramas hasta conformar un insólito entramado, absorbente y enigmático. 
El blog del autor: http://josegcordonie.blogspot.com.es/


sábado, 12 de marzo de 2016

NIEVE

Después de estar enclaustrado durante días, el jolgorio urbano me produce un sentimiento de zozobra. Vencido el primer impulso de amilanamiento, sigo con el paseo. Llego al parque y elijo un banco apartado. Trato de dar con ese estado de calma que tanto ansío. Busco en los árboles, en los pájaros que saltan de una rama a otra. Nada de esto me ayuda a encontrar lo que busco.
Al rato se acerca un anciano con aspecto de vagabundo. Toma asiento a mi lado. Mira al cielo con preocupación y añade:
-Va a nevar.
Está nublado, por lo demás no sé en qué se basa para hacer su pronóstico. De la mochila saca un cortaúñas y procede a hacer uso de él. Tiene manos de cirujano. Limpias y bien cuidadas. No pegan para nada con su aspecto harapiento.
-Eso que fumas huele de maravilla.
Le paso el canuto. Da una larga calada y mantiene el humo dentro.
-Buena calidad. ¿Puedo acabármelo?
-Todo tuyo.
-Me gusta esta ciudad. Acabo de llegar, pero lo poco que he visto me gusta.
-¿De dónde eres?
-De todo el mundo. Ya sabes, el que no tiene donde quedarse va y viene como una peonza.

Su voz suena cercana y amiga. Hay algo en su tono que da prestancia a lo que dice. Hace un relato de sus viajes. Todo un mosaico de ciudades y gentes quedan reflejados en sus palabras. En un momento dado, calla. Sus ojos se entristecen y unas arrugas le cruzan la frente. Habla de una mujer. Dice que le dio todo lo que tenía pero que no fue suficiente. Vuelve a quedarse en silencio, mirando a la nada. Noto que se ha ido lejos; en busca de esa mujer. Termina el porro y se despide. Se aleja encorvado y con paso tranquilo. Andados unos metros, se detiene. Saca algo del bolsillo, lo deja en el suelo y lo tapa con unas cuantas hojas. Después sigue por el sendero hasta que sale del parque. Siento curiosidad. Me acerco a ver qué es lo que ha enterrado. Al apartar la hojarasca encuentro un jilguero muerto. En ese momento se levanta una brisa que trae el olor rancio de las aguas del estanque y comienza a nevar. Alzo la vista al cielo para ver el descenso de los copos. Cerca, un grupo de niños corren detrás de una pelota. Sus gritos forman parte del parque, tanto o más que los árboles que hay en él, el propio estanque o los jardines que lo visten.

pepe pereza

domingo, 6 de marzo de 2016

NÚMEROS ROJOS

Desde primera hora de la mañana la ciudad está cubierta por una tupida niebla que humedece todo. Llevamos tres días seguidos así, tanto al amanecer como al ocaso la ciudad queda oculta tras un velo nubes que se arrastran a ras de suelo. No me quejo, personalmente me gusta la niebla. La prefiero mil veces a la lluvia o el viento. Voy de regreso a casa. He estado en el banco para sacar dinero pero tenía la cuenta en números rojos. Aún falta una semana para que termine el mes y ya estoy sin un duro. De la bruma surge una anciana cargada con un bolso. Lo que más me llama la atención es que va descalza de un pie. Noto que está desorientada. Hay algo en ella que me recuerda a mi madre. Quizás sea eso lo que me impulsa a ofrecerle mi ayuda.
-¿Señora, se encuentra bien?
-No ¿Sería usted tan amable de llevarme a casa?
-¿Dónde vive?
-El caso es que no lo recuerdo.
-¿Lleva encima el carnet de identidad?
Se palpa los bolsillos con la mano libre pero no encuentra nada.
-No sé.
-No se preocupe. Dígame cómo se llama.
-Eso tampoco lo recuerdo.
-Señora, no me lo está poniendo fácil.
-No me acuerdo de nada.
-Está bien, tranquilícese. ¿Me deja mirar dentro de su bolso? Tal vez tenga ahí su documentación.
Me lo pasa. Al abrirlo noto cómo la Tierra deja de girar. La gente se detiene en seco, el tráfico también, la niebla, incluso los pájaros que vuelan quedan colgados en el aire como si de una fotografía se tratase. Y es que dentro del bolso no está su documentación, lo que sí hay es una fortuna en billetes. Centenares de ellos.
-Pero, señora ¿dónde va con todo esto?
La anciana tan solo deja escapar un suspiro y añade:
-Estoy tan cansada.
En mi vida había visto tanto dinero junto. Es una visión maravillosa.
-Joven ¿me ayudaría a buscar mi zapato?
-Señora, con toda la guita que lleva aquí se puede comprar una zapatería entera.
-Prefiero los míos por lo cómodos que son.
Sería tan fácil salir corriendo.
-Está bien, la ayudaré a buscar su zapato.
Me coge del brazo y marchamos por el sendero por el que unos minutos antes llegaba. Sigo teniendo su bolso. Ella en ningún momento ha hecho alusión a que se lo devuelva, así que cargo con él.
-Supongo que no se acuerda de dónde lo ha perdido.
-No, hijo, no.
Lo buscamos, pero no hay manera de encontrar el dichoso zapato. Empiezo a cansarme de esta búsqueda sin sentido. Si no fuese un calzonazos ahora estaría en casa contando el dinero. Por mucho que lo intento no dejo de escuchar una voz en mi interior que me grita: Escapa. Lárgate con la pasta. Sin embargo, los músculos de mis piernas hacen caso omiso y se limitan a seguir el ritmo que marca la anciana con su lento caminar. ¿Es porque se parece a mi madre? No puedo creerme que un gesto estúpido me impida salir corriendo.
-Me duelen los pies ¿podemos descansar un rato?
Nos acercamos hasta un banco y nos sentamos en él. Si no me quedo con el dinero me voy a arrepentir. Sé que si no lo hago, tarde o temprano me arrepentiré. Una oportunidad como esta solo se presenta una vez en la vida. Tengo que hacerlo. HAZLO. Echo a correr con el bolso fuertemente aferrado a mi mano. Corro a toda velocidad. Lo más rápido que puedo. Me imagino la cara de la anciana sorprendida por mi inesperada reacción. Noto sus ojos clavados en mi espalda observando cómo me alejo. Puede que ahora me remuerda la conciencia, pero cuando me esté dando la gran vidorra seguro que se me pasa. Es tan fácil correr. Miro al frente. A pesar de la niebla todo parece diáfano y pronosticado. Me aferro a ese sentimiento y sigo corriendo. Entonces lo veo tirado en medio del camino. Es el zapato de la anciana. Sin lugar a dudas es el suyo. Podría pasar de largo, hacer como que no lo he visto, pero algo superior a mí me obliga a detenerme.  Y es que parece que el destino quiere darme la oportunidad de corregir mi acción. ¿Qué hacer? ¿Qué camino tomar?

pepe pereza

viernes, 4 de marzo de 2016

LLUEVE SOBRE MOJADO

Tengo suerte, mi mujer está duchándose y dispongo de la cocina para mí solo. Es lo que necesito: soledad y silencio. Si consigo desayunar antes de que salga del baño quizás logre aplacar este mosqueo monumental con el que me he levantado. El frío y las mañanas lluviosas siempre me ponen de mal humor.
Aparece cuando estoy delante del microondas. Está radiante y llena de energía. Me aborda con un torrente de palabras que soy incapaz de asimilar. Asiento a todo lo que dice con la esperanza de que el microondas termine cuanto antes el ciclo de calentado. Habla y habla sin parar. Sé que pronto se irá a trabajar. Sólo unos minutos más y podré disponer de todo el silencio del mundo. A través del cristal ahumado veo girar la taza que tanto ansío. Por fin suena el timbre de aviso. Saco el café del condenado aparato y bebo. Ajena a mi agobio continúa dándole a la lengua, construyendo frases a destajo. Toda una sobredosis de palabras. Palabras y más palabras que se acumulan en los oídos. El silencio es tan necesario por las mañanas que debería ser obligatorio. Alguien tendría que redactar una ley al respecto. ¿De dónde saca tanta palabrería? ¿Qué ha sucedido en este intervalo de sueño para que tenga tanto que contarme? Es tarde, ya debería haberse ido. Sin embargo alarga su monólogo. Quisiera ordenarle callar. Decirle que cierre la boca de una puta vez. Pero eso empeoraría las cosas. Ruego para que se vaya. La adrenalina está ahí. La noto tensando músculos y tendones. La siento subir por las vertebras. Sigue hablando. Justo en el momento que voy a estallar mira la hora y se escandaliza de lo tarde que es. Deja un beso en el aire, coge el paraguas y sale corriendo. Ahora que se ha ido puedo relajarme y terminar el café junto a la ventana. Llueve a mares. El agua cae con tanta fuerza que parece el diluvio universal. No me gusta la lluvia. Me deprime y, lo que es peor, me pone de mala hostia. Dejo atrás la ventana y conecto el ordenador. Entre toda la música busco algo que me levante el ánimo. Pruebo con distintos tipos de jazz, si bien ninguno termina de encajar. Con pop, rock y blues ni lo intento porque sé que no es el momento. Con flamenco estoy cerca de conseguirlo. Finalmente acierto poniendo algo de swing de los años veinte. El salón se llena con los ritmos de Nueva Orleans y hace más llevadero el influjo de la lluvia. Abro el Facebook y escribo: Odio los días lluviosos. Enciendo un cigarro y aguardo a que alguien se digne a dejar un Me gusta. Pasados unos minutos aparece el esperado simbolito. Lo ha dejado la gorda con gafas que solo cuelga fotos de gatos. Una auténtica petarda que no soporto. La bloqueo para que no vuelva a molestarme. Poco después llega un mensaje de Mónica.
   -¿Qué haces?
¿Qué debo contestar? Que por el solo hecho de estar lloviendo he decidido quedarme en casa en vez de estar buscando trabajo, que en realidad es lo que tendría que estar haciendo. Mejor abreviar.
   - Ya ves, enredando por aquí.
    -Lo digo por si quieres pasarte por casa. Mi marido ha cogido un taxi para ir al aeropuerto y voy a estar sola todo el día.
Antes de que le pueda responder adjunta un vídeo en el que se pueden ver dos conejos copulando. El macho al llegar al orgasmo se desmaya. Un polvo con Mónica siempre merece la pena. Aunque viendo el chaparrón que está cayendo tengo mis reservas. Se lo hago saber.
   -¿Has visto la que está cayendo?  Es el puto diluvio universal.
Como contestación envía un selfie de sus tetas. No las muestra desnudas, pero sí enseña suficiente carne para despertar mi interés.
     -Si quieres catarlas vas a tener que mover tu culo hasta aquí.
La muy zorra sabe que me vuelven loco.
   -Vale. Dame media hora.
            Al salir del portal lo primero que veo es un paraguas rodando por la acera y a su dueña persiguiéndolo. Y es que para empeorar la cosa, a la borrasca hay que sumarle fuertes rachas de viento. Los ingredientes perfectos para un día de perros. La parada de autobús está a un par de manzanas. Corro en esa dirección procurando pasar por debajo de los soportales y marquesinas que encuentro por el camino. A pesar de mis precauciones termino calado hasta los huesos. El viento sopla tan fuerte que no hay donde refugiarse. Llego cuando mi autobús acaba de marcharse. Trato de protegerme de las inclemencias del tiempo bajo la tejavana de la parada mientras espero al siguiente.
            El autobús tarda en llegar. No me extraña, con este tiempo el tráfico es un caos. De hecho, hace unos segundos el viento ha arrancado una rama bastante grande de un árbol y ha caído cerca de la carretera. Por suerte nadie pasaba por debajo en ese instante. Se escucha el silbido de un whatsapp. Todos los que estamos en la parada miramos nuestros Smartphone. El aviso es para mí.
 -Ha pasado más de media hora ¿Dónde coño estás?
En el polo norte, no te jode. Estoy empapado y temblando de frío, esperando un puto autobús que no termina de llegar. Lo que menos me apetece es que me metan prisa. Por un momento me planteo volver a casa y dejar plantada a Mónica. Entonces vuelvo a mirar la foto donde enseña sus tetas. Y como por arte de magia sube el lívido y bajan los humos.
 -Enseguida llego.
 -Ok. No tardes.
El viento sigue haciendo de las suyas. Destrozando paraguas y poniendo en dificultades a la gente. Los que caminan a favor tienen que hacerlo inclinados hacia atrás, por el contrario, a los que les viene de cara lo hacen hacia delante. Buscando el equilibrio y luchando a la contra de una u otra forma. La lluvia, según el empuje del aire, adquiere distintas trayectorias y nunca sabes por dónde viene la siguiente envestida.
Por fin llega el autobús. Va lleno y hay que sacar los codos para hacerse hueco entre los pasajeros. De entre la mezcolanza de rostros hay uno que me resulta familiar. Es una mujer delgada, más o menos de mi edad que está sentada detrás del conductor. No sé de qué la conozco, pero hay algo en ella que me atormenta y remuerde la conciencia. Como en un puzle intento ajustar a esa persona en mi vida. Finalmente consigo que las piezas encajen. Ambos estudiamos juntos en quinto y sexto curso de EGB. Se llama Natividad. No recuerdo sus apellidos. Lo que sí recuerdo es que era una niña muy tímida que se sentaba delante de mi pupitre. Sin duda, este remordimiento que siento es porque no paraba de tomarle el pelo y meterme con ella. Un día tuve la ocurrencia de darle la vuelta a su nombre. En vez de Natividad, decidí llamarle Muerte. El mote cuajó y pronto corrió de boca en boca. Al final todos los alumnos terminamos llamándola así: Muerte. Fue algo que nunca me perdonó. Me acerco a ella.
-Hola ¿Te acuerdas de mí?...
Sin duda se acuerda.
-…Ha pasado mucho tiempo, pero quiero que sepas que lamento mucho todas las trastadas que te hice en el colegio.
-¿Trastadas?
-Bueno, ya sabes.
-Lo que tú llamas trastadas para mí fueron crueles humillaciones.
-No crees que exageras.
-Un día, una niña se acercó a mí. Delante de todos me escupió en la cara alegando que su abuela había muerto. Lo malo es que lo dijo como si yo fuera la culpable, como si yo hubiera tomado la decisión.
-...
-Tengo una hija. El próximo año empezará a ir al colegio. Mi gran temor es que la sienten cerca de un canalla como tú.
Dicho esto, recoge sus cosas, se dirige a la parte trasera del vehículo y aguarda hasta que el autobús se detiene en la siguiente parada. Al abrirse las puertas entra una brisa glacial que me hiere las entrañas. Ella se apea y se aleja calle abajo lidiando con la lluvia y el viento. Me llega otro whatsapp. 
 -Lo siento. Debido al temporal han suspendido el vuelo de mi marido. Tendremos que vernos en otra ocasión.


pepe pereza