SÓLO CABIA UNO
Migas de pan, como Pulgarcito,
es lo que dejaba a diario
para recordar
la sencilla vuelta a la manzana
donde fatigaba sus perversiones
de pajillero caduco.
Importaba poco que lloviese,
o granizase.
Incluso un sol
de tres pares de cojones,
calentándole el grasiento pelo,
no trastocaban su rutina.
Eso sí. La birra en la mano.
Además Heineken.
Pordiosero pero con clase, pensaría.
A mi me daba que a éste,
la sociedad y su familia
olvidaron hace tiempo cómo debían ayudarle.
Pero a él plin. A lo suyo.
Hasta que ayer,
haciendo la ronda,
lo encontré sentado en un banco.
Sin su cerveza.
Desconcertado por el camino a seguir.
Los putos gorriones, repetía.
Así es, los tenía a sus pies.
Se estaban comiendo
las migas de pan,
y con ellas,
el ancla que le soltó a la deriva
para ahogar en la bañera
a su madre en silla de ruedas.
Migas de pan, como Pulgarcito,
es lo que dejaba a diario
para recordar
la sencilla vuelta a la manzana
donde fatigaba sus perversiones
de pajillero caduco.
Importaba poco que lloviese,
o granizase.
Incluso un sol
de tres pares de cojones,
calentándole el grasiento pelo,
no trastocaban su rutina.
Eso sí. La birra en la mano.
Además Heineken.
Pordiosero pero con clase, pensaría.
A mi me daba que a éste,
la sociedad y su familia
olvidaron hace tiempo cómo debían ayudarle.
Pero a él plin. A lo suyo.
Hasta que ayer,
haciendo la ronda,
lo encontré sentado en un banco.
Sin su cerveza.
Desconcertado por el camino a seguir.
Los putos gorriones, repetía.
Así es, los tenía a sus pies.
Se estaban comiendo
las migas de pan,
y con ellas,
el ancla que le soltó a la deriva
para ahogar en la bañera
a su madre en silla de ruedas.
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