Todo se desmorona. Todo va mal. Estoy tumbado en la cama de mi habitación de alquiler, no he pagado la mensualidad y no se cómo voy a hacerlo. No tengo tabaco. Ni drogas. Me queda medio litro de cerveza marca emdbrau. Me acompañan los cascos vacíos de diversas botellas. Su tristeza y la mía se hermanan. La tristeza de un casco vacío, testigo mudo de un momento mejor. También me acompaña el ruido de la calle y el ruido de la vida y padecimientos de los habitantes del resto de habitaciones, que principalmente se reduce a sonidos provenientes de televisores o radios coronados con algún suspiro ocasional. Yo, afortunadamente, no tengo tele. Tampoco tengo nada de comer. Eso sí, tengo varios libros tirados por los suelos. Una biografía de Wittgenstein y Popper, las meditaciones de Marco Aurelio, el último Vinalia Trippers, a tumba abierta de Oriól Romaní en edición fotocopiada, uno de relatos y poemas de Bukowski, la cámara de niebla de Xen Rabanal, también está Tom Wolfe por ahí tirado. Alimento para el espíritu no me falta, más o menos digerible, ¿pero quién le explica a mi impaciente estómago que ruge furioso este desequilibrio entre mente y cuerpo? Quizá pueda intentar comerme el de Tom Wolfe, creo que ciertos insectos se alimentan del papel, la comida enlatada de perros y gatos también contiene un cierto porcentaje de celulosa, me parece recordar que un 0.7%, no hay que pasar por alto la fuente energética de ese grueso tomo, 460 deliciosas páginas, quizá con mayonesa....Aunque de la celulosa no se puede extraer energía ahora que lo pienso, solo es útil como digestivo, volvemos a necesitar algo que digerir, es una calle sin salida.
Escribo esto con la esperanza de sortear la locura y el suicidio durante un rato, un día más, no se muy bien por qué. Intento no darme por vencido, pero es bastante difícil.
El tema está así ahí fuera: Las calles se llenan de mendigos. El paro aumenta cada día en una sociedad hundida en una profunda crisis económica. La gente sueña con conseguir un curro de esclavo mientras los bancos se llevan todas las ayudas económicas en un vano intento de perpetuar un sistema inviable que agoniza. Estamos sembrando las semillas de un futuro de dolor, pobreza y desigualdad en una tierra presente cada vez más árida. Revueltas, protestas, frustración, dolor, todo ello forma parte de los indignados. El pasotismo, la autocomplacencia, la indiferencia y el egoísmo forman parte de los beneficiados. Mientras, la policía carga contra los ciudadanos. La gente se sumerge en su estupidez. Sus culos engordan frente a la televisión mientras sucios reptiles les recortan los derechos y libertades en oscuros despachos al amparo de la noche. Ya todo el mundo sabe lo que es un E.R.E. Nos aguarda el desastre nuclear, o el climatológico, la ley de la selva, cabezas cortadas, miembros amputados, latas de conserva, hogueras a lo lejos que presagian amenazas. No es una situación irreversible, el futuro depende de nosotros, de nuestra capacidad de lucha, hay una mínima esperanza, siempre la hay, pero, lo siento, no tengo ninguna fe en el ser humano, soy schopenhaueriano. El puto Mad Max se aproxima irrefrenable mientras moscas se posan en los ojos de niños con vientres hinchados y niñas sorben esperma de viejos en yates de Marbella. Yo estoy en medio de toda esta mierda sin saber cómo ni por qué.
Era un técnico de laboratorio respetado y aposentado. También era cocainómano. Ahora ya no hay nada de eso. Hace casi tres años que no trabajo, para bien o para mal, y es un misterio y un milagro cómo sigo aquí escribiendo esto. El principal motivo es que no me llega la pasta para comprar una pistola y no veo claro lo de arrojarme al vacío ya que vivo en un primero. Opto por tirarme un pedo solitario y triste que huele a vacío en lugar de a alimentos digeridos. Nada que digerir. Un callejón sin salida.
Hace unos días me dieron tres gatitos recién nacidos, su madre murió al darlos a luz. Tuvo seis, sacrificaron a tres y el veterinario me dio a los otros tres para que intentase sacarlos adelante advirtiéndome de que era una tarea casi imposible. Las probabilidades de éxito eran prácticamente nulas. La mortalidad en gatitos huérfanos ronda el 70%, quizá más. No obstante decidí intentarlo, al fin y al cabo, en mis delirios, me creo capaz de todo. Les compré una leche especial a base de proteínas lácteas y aceite de pescado, similar a los batidos de los culturistas, el pack incluía un biberón y dos tetillas, cogí todo y lo llevé a casa de mi chica. Su casa era más acogedora que mi cuartucho de alquiler y sus padres estaban de vacaciones así que era la opción más lógica. Había que darles de mamar cada dos o tres horas y hacerles mear y cagar pasándoles un algodón húmedo por el culo y dándoles masajes, imitando los lametones que debería darles su madre. Resumiendo, había que imitar una vida que sigue su curso de forma normal, crear un sucedáneo de normalidad, engañar.
Jodidas bolitas de pelo inocentes. Seguimos los pasos al pie de la letra, tuvimos éxito y nos emocionamos cuando empezaron a mamar del biberón, pero a los pocos días se nos murió el primero, uno blanco con un mechón rubio. Fue un día triste, muy triste. Fuimos a enterrarlo a la orilla del río, en un sitio bastante bonito, rodeado de vegetación, un pequeño oasis en medio de la urbe, mucho más hermoso del sitio donde acabaremos todos nosotros. Mi chica y yo lloramos como unos cabrones ese día. No podía dejar de pensar en su triste y breve vida, venir al mundo huérfano para acabar muriendo a los pocos días sin siquiera haber llegado a abrir los ojos, con un biberón en lugar del pecho de una madre y una botella de agua caliente en lugar del calor del cuerpo de una madre ¿qué sentido tenía algo así? ¿Qué clase de mierda de vida es ésa? ¿Y ésta?
Los otros dos evolucionaron mejor. Resultaron ser un macho y una hembra preciosos. Cuando al fin abrieron los ojos fue un momento muy emocionante, también empezaron a desarrollar cada uno su propia personalidad. Nos llenaba ver todo el proceso. La hembra era temeraria, un poco tonta, ansiosa y muy pesada, sobretodo a la hora de comer y cagar. El macho era tranquilo, callado, inteligente y con el porte de un aristócrata. A mi chica y a mí nos vino que te cagas tenerlos ya que no atravesábamos nuestro mejor momento, últimamente discutíamos mucho más que antes, por multitud de chorradas, estábamos tensos y paranoicos y el cuidado de los cachorros marcaba una tregua y nos hacía tranquilizarnos y enternecernos, supongo que activaba algunos de nuestros ancestrales instintos paternofiliales. Nos metimos en una rutina sencilla y feliz, cuidar a los gatitos, saquear la nevera de sus padres, fumar maría, dormir juntos... Una rutina plena, sencilla y agradecida...Casi olvidé mi situación metido en aquella burbuja, ya no me acordaba de mi nevera con eco y el ruido de los pedos y eructos de las habitaciones colindantes. Pero, ay, nada dura eternamente. Los padres de mi chica volvieron de sus vacaciones y los gatos y yo tuvimos que salir de allí escopetados antes de que nos vieran, huimos como fugitivos en mitad de la noche. Me los traje al cuartucho. Ellos no hacían mucha vida más allá de su pequeña cuna así que no se quejaron del desorden y la suciedad, sus necesidades me mantenían ocupado y su presencia me hacía compañía en las frías noches de lectura y meditaciones pesimistas, tenían ya veinte días, estaban gordos y hermosos, lo habíamos logrado, habíamos sorteado a la estadística.
Estaba tumbado en la cama jugueteando con ellos, mi chica había quedado con unas amigas para tomar algo y hablar de sus cosas. La gatita hembra no estaba con el animo habitual, se encontraba mucho más apagada, como ya he dicho era un animal muy inquieto, ahora en cambio estaba acurrucada y apática, estaba claro que algo no marchaba bien, quizá una ligera indigestión, no tenía ganas de comer y tampoco había logrado hacerla cagar, además se quejaba sonoramente cada vez que lo intentaba, un quejido extraño, triste, de derrota, de mal rollo. Cogí su pequeño cuerpo peludo de pocos gramos y lo coloqué sobre mi pecho para darle calor, agarré su cabecita e hice que me mirara fijamente.
-Oye tía, ni se te ocurra morirte, ¿me oyes? Estoy aquí contigo. Ya verás, te buscaré un bonito hogar, serás feliz. Te lo prometo. Cazarás mariposas, vendrán gatos a verte al jardín.
Su mirada era una mezcla de ternura y cansancio, emitió un suspiro y se acurrucó sobre mi pecho. No estaba bien e iba empeorando por momentos, emitía quejidos que te helaban la sangre, yo no sabía que hacer, llamé a mi chica.
-¡Hey!
-Oye tía, la gatita está mal, está empeorando, no sé que hacer, me estoy poniendo muy nervioso.
-Bah, seguro que no es nada.
-No sé, no me gusta, está jodida, en serio.
-Tranquilo, mira, vente, estoy aquí con estas, nos tomamos unas cervezas y te da un poco el aire que lo necesitas y luego ya veremos.
-No sé, no quiero dejarla sola, empeora por momentos.
En ese momento la gatita emitió un quejido estremecedor.
-Joder sí, ya la oigo.
-Ven aquí tía, que se nos muere.
-Vale, vale, tranquilízate, ahora voy para allá.
Colgué y continué acariciando al gato y poniéndome cada vez más nervioso. Llevaba unos días en mi cuartucho, fumando, bebiendo, sin poder dormir, dándole vueltas y más vueltas a mis problemas, todo eso no ayudaba a mi estabilidad mental, lo que menos necesitaba era que les pasase algo a los gatitos. Eran un asidero, un reto que había que superar para no sentir que mi vida era un gran vacío. Puede parecer que exagero, pero así era, no era solo el evidente cariño que les había cogido, era mucho más, una metáfora de algo mucho más grande. No hace falta que te diagnostiquen cáncer de colon para hundirte, son las mierdas del día a día, la nula esperanza, el futuro incierto, la sospecha del fracaso inminente e infinito. Y cuando estás al borde pierdes la perspectiva, pierdes el equilibrio, de ahí lo de desequilibrado. Tienes que agarrarte a pequeñas cosas que te hagan olvidar el atroz todo. La cordura necesita cimientos, asideros. En el caminar a través de la derrota lo más habitual es beber para olvidar, siempre ha sido la opción más divertida, aunque lógicamente buscar el equilibrio en la ebriedad es un contrasentido, un error típico que carece de importancia no obstante una vez sumergido en el acto en sí. Si crees tener algún talento también te agarras a eso, es más sano y consecuente. ¿Recuerdas lo que he puesto al final del primer párrafo? Son pequeños asideros para sortear la quizá inevitable locura. “Si, no tengo futuro y mi pasado es una mierda, toda una vida de frustraciones y pesares a mis espaldas. Me dieron consejos útiles, pero me creía muy listo. Ahora estoy aquí, tirado, sin un duro, en la miseria corporal y espiritual. Sí, es cierto, pero, ¡hey! He salvado a unos gatitos de la muerte. ¡Jódete!” Son pequeñas cosas como ésta, intentar hacer algo bien, intentar burlar un destino cruel y oscuro. Las pequeñas cosas son las que te salvan de la muerte, también son las que te pueden arrojar al abismo, ya lo dijo Bukowski en un poema llamado El cordón del zapato:
“...No son las cosas importantes las que
llevan a un hombre al
manicomio. Está preparado para la muerte o para
el asesinato, el incesto, el robo, el incendio,
la inundación.
No, es la serie continua de pequeñas tragedias
lo que lleva a un hombre al
manicomio...
no es la muerte de su amor
sino el cordón del zapato que se rompe
cuando tiene prisa...”
Finalmente llegó mi chica y me sacó un poco de toda esta espiral descendente.
-Hey, ¿qué tal cariño? He venido lo más rápido que he podido.
-Mal, muy mal, estoy mal, estamos mal. Tía, ¿tienes tabaco?
-Claro, toma. ¿Dónde está la gatita?
-Ahí.
-A ver...
La examinó pacientemente, la acarició.
-¿Cómo la ves?
-No sé, está mal, se nota, pero bueno, puede que solo sea una indigestión.
-No sé, puede.
-Joder Carlos, tú también tienes muy mala cara.
-Creo que me estoy volviendo loco al fin.
-Siempre has estado loco.
-Sí, pero me refiero a la parte que ya no es divertida.
-Deberías haberte venido, ¿cuánto llevas encerrado en este cuarto?
-Ya, pero no tengo ni un pavo.
-Joder, tranquilo, un par de cervezas te las puedo pagar yo, necesitas que te de el aire.
-Te lo agradezco, pero no soporto que mi chica de 20 años tenga que pagarme las cervezas.
-No digas gilipolleces anda, estás pasando por muchas cosas y aquí encerrado solo no vas a llegar a ninguna parte, solo a amargarte.
-De todas formas paso de moverme con el gato así.
-Lo podemos llevar al veterinario.
-¿A esta hora?
-Alguno habrá de urgencia.
-Joder, ¿tú sabes lo que cuesta eso?
-Y dale, Carlos, no te preocupes, yo lo pago.
-De eso nada. Mira, esperamos a mañana y la llevamos a primera hora al veterinario de mi hermana, el que me los dio, y así no me cobra.
-Como quieras.
-Joder, deberías haber venido antes, parece que te la suda.
-¡Oye, no la pagues conmigo eh! Tranquilito.
-Mierda, tienes razón, lo siento, estoy paranoico.
-Venga, cálmate, estoy aquí.
Me acarició el pelo y ambos, la gatita y yo, nos acurrucamos en su regazo. Por un instante las tinieblas se alejaron, ella podía hacer estas cosas. Era la mejor. La única. Acabamos durmiéndonos junto a ella.
Me pude haber despertado antes, pero no lo hice.
Cuando finalmente me levanté de la cama fui a ver a la gatita. Estaba muy débil, no había mejorado en absoluto, puede que incluso hubiese empeorado algo. Nos vestimos para ir al veterinario. Muy probablemente su estado de debilidad se debiera a que prácticamente no había comido en todo un día así que antes de irnos preparé un biberón. Cogí a la gatita en mi mano, era como un trapo, no tenía apenas fuerza. Intenté hacerla comer, no quería, apartaba la cara y se quejaba, la leche le caía por la cara.
-Venga tía, tienes que comer para ponerte bien.
Se resistía. Lo hice a la fuerza y conseguí introducir un poco de leche en su boca. Se la tragó y me miró fijamente. Su mirada era tristísima. Mientras me miraba emitió un profundo quejido y se murió. Ahí, en mi mano. Lo ví claramente, cómo se apagaba.
-Mierda, no.
-¿Qué pasa?- Preguntó mi chica mientras se vestía.
-Se nos ha muerto.
Dejé a la gata en la cama. Empecé a ver borroso. Me giré y pegué un puñetazo de rabia sobre lo primero que me encontré, que resultó ser el armario.
-¡Eh Carlos, creo que todavía está viva, la noto respirar!
-¿Seguro?
-¡Sí, venga, vámonos rápido!
Salimos del cuarto, nos montamos en el coche y fuimos a toda prisa al veterinario. Pasamos sin esperar pero ya llevábamos un cadáver. El veterinario sólo lo confirmó.
-Lo siento, ya os dijimos que con gatitos huérfanos es muy difícil sacarlos adelante.
-Pero si hasta ayer estaba bien.
-Pero con los gatitos es de un día para otro. Si queréis podemos encargarnos del cuerpo.
-No, gracias, iremos a enterrarlo.
-Como queráis.
Y allí nos fuimos, otra vez rumbo al río. Íbamos callados, sollozando, con la gata envuelta en una camiseta. Hacía un bonito día, la gente paseaba por los alrededores disfrutando de la mañana y el sol, con sus parejas, con sus mascotas, haciendo deporte, ajenos, lejos.
-Mierda, nunca pensé que haríamos este camino otra vez -Dijo mi chica.
-Yo tampoco, parecía fuera de peligro ya.
-Era tan bonita... Tenía pensado quedármela.
Se echó a llorar.
Nos adentramos en el borde del río y buscamos el lugar en el que habíamos enterrado al primero. Llevábamos un cuchillo para hacer el agujero y me puse a cavar deprisa, rabioso y frustrado, acuchillando a la madre tierra, a toda la naturaleza. Cuando estuvo hecho el agujero la metimos allí y la cubrimos para siempre. Se me empezaron a caer las lágrimas. Mientras mi chica buscaba una flor que poner encima de la tumba yo elevé mi vista al cielo.
-Tú, maldito hijo de puta, algún día me las pagarás, me las pagarás todas juntas, te lo prometo.
Dudo que me oyese, tampoco creo que lea esto.
Nos sentamos a fumar un cigarro, el sonido del agua nos arropaba. Yo, inevitablemente, pensaba en la muerte. La muerte de un animal, o de una persona, eran todas iguales, absurdas. ¿Por qué unos sobreviven y otros no? En este caso no había razones. Sin llegar a demostrar capacidad de adaptación alguna. Era una lotería. La jodida lotería de la vida. Absurda, sin razones, sin explicación. No había sentido ni causa. El caos, o el orden superior e indescifrable, lo mismo me da. Es el motor primordial. El marco. No conviene olvidarlo. La aparente fría crueldad de la muerte no es más que la sombra silenciosa bajo nuestros pies. Todos nos creemos eternos, perdemos el tiempo porque estamos convencidos de que nos queda una vida larga y plena, experiencias fascinantes por vivir, gente a la que conocer y amar, cosas que descubrir. Vivimos en una dulce mentira y nos acomodamos. Todo puede acabar bruscamente ahora mismo. Sin sentido. Sin causa. Sin explicación. Quizás no llegues a acabar de leer este relato, ¿a que no lo has pensado? Claro que no, te crees que te queda mucho por leer, mucho por vivir. Quizá no sea así amigo. Tu tiempo se acaba, nadie girará el reloj de arena cuando caiga el último grano. ¿Qué vas a hacer con tu insignificante puñado de arena? Una explosión de gas causada por el idiota del piso de abajo te lo puede arrebatar todo en unos minutos. O el tipo completamente derrotado porque tiene un pene pero nada que hacer con el, ningún sitio donde meterlo, y sale a la calle armado con una escopeta y la esperanza de no marcharse solo, no esta vez. O la señora que no ve el paso de cebra. O el fanático que se inmola en el metro para ir a un lugar mejor, casualmente lleno de vírgenes complacientes. O, simplemente, tu corazón que no aguanta ya más y decide pararse sin preguntar. Piensa en ello, a cada instante le toca a alguien, ¿por qué no ibas a ser tú? No eres mejor, ni más listo, y, aunque lo fueras, eso no importa una puta mierda. ¿Cómo quieres que te encuentre la muerte? ¿Fichando a las siete o abrazando a tu chica? ¿Fumándote un peta en el parque o viendo la tele? ¿En un centro comercial o viendo el amanecer? ¿Masturbándote o limpiando las cortinas? Yo por suerte lo tengo claro.
Por cierto, el tercer gatito está sano y precioso, es la monda.
® Carlos Salcedo Odklas