miércoles, 6 de marzo de 2013

EIS – ADRIANA BAÑARES CAMACHO

Cuando era una niña, nunca le llamaron la atención los muñecos bebés. Todos esos accesorios para madres imaginarias de edad breve. Veía a sus amigas del colegio pasear sus ridículas sillas en el parque. Hacer mejunges en la arena. Decir “esto es puding”, “esto es papilla”. Ella sólo veía el barro. A su padre le preocupaba su falta de imaginación. Él, que siempre había estado interesado en lo sobrenatural, como quien teme a la insignificancia de ser, no podía soportar que su hija se limitara a ser una persona. La apuntó a clases de pintura para potenciar su creatividad. Le preguntaba todas las mañanas con el desayuno humeante y el bote de las galletas abierto sobre la mesa, qué había soñado. Ella se limitaba a meter su pequeña mano en el bote, procurar que la galleta que cogiera no estuviera rota, y, antes de dar el primer bocado, decir: nada. "Cuando duermo me fundo en negro".

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