jueves, 19 de diciembre de 2013

ALZHEIMER (ESQUINAS - EDICIONES LUPERCALIA)


Ilustración: LERAÚL

Hacía demasiado frío para andar con la moto de un lado a otro de la ciudad. Aprovechando que estaba cerca de donde vivía Cristian, decidió hacerle una visita. Miki paró el ciclomotor. Hizo una llamada a su amigo para comprobar que estaba en casa y confirmar que era bien recibido.

-        Claro, tío. Pásate por aquí y nos fumamos unos petas.

Un porro era justo lo que necesitaba. Le dio caña al acelerador y en menos de dos minutos ya estaba aparcando frente al portal. Un poco más allá había un colmado. Entró en el establecimiento y compró un pack de seis cervezas de marca desconocida y una bolsa de patatas fritas.

-        Joder, tío. No hacía falta que trajeras nada. En la nevera hay cerveza para parar un tren.

Cristian estaba viendo unos capítulos de Walking Dead que se acababa de bajar de la red.  Miki se acopló en uno de los sillones. Se abrió una lata y echó un trago largo. En la pantalla un grupo de zombis atacaban a un tipo que se defendía a tiros y a hachazos.  

-        Mola cuando les revientan el cerebro a esos hijos de puta.

Cristian simuló las detonaciones de una pistola

-        ¡PUMBA! ¡PUMBA! ¡PUMBA! ¡Morid cabrones!

Era un fanático del gore y trataba de contagiar su entusiasmo a todo el que podía. Miki terminó la cerveza y se abrió otra.

-        ¿Y esos petas, tron?
-        Ahí tienes, capullo. Líate los que quieras.

Encima de la mesa había lo necesario. Miki se puso manos a la obra. Estaba poniéndole el filtro al porro cuando sonó su móvil. Según pudo ver en el rótulo era su madre.

-        ¡Mierda!

Lo dejó sonar hasta que se terminó de liar el canuto. Cuando lo encendió contestó a la llamada.

-        Dime.
-        ¿La has encontrado?
-        No.
-        Estoy llamando a tu padre por si sabe algo, pero no contesta. ¿Tú dónde estás?
-        En casa de un colega. He parado un momento para tomar algo caliente. No veas el frío que hace.
-        Me lo imagino. Abrígate bien cuando vuelvas a la calle. Y llámame en cuanto sepas algo.
-        Vale.

Dejó el móvil sobre la mesa.

-        ¡Qué puta mierda, tron!
-        ¿Qué pasa?
-        Mi abuela. Últimamente, le ha dado por escaparse de casa. A la que nos despistamos coge la puerta y se larga.
-        ¿Y eso?
-         El alzheimer.
-        Qué chungo es eso.
-        La putada es que cada vez que ocurre mi viejo y yo tenemos que salir a buscarla.
-        Avisad a la pasma y que se ocupen ellos.
-        Ya la han traído un par de veces a casa. Por lo visto, va donde están las putas y se queda con ellas.
-        ¿Qué dices, primo?
-        Lo que oyes, colega.
-        ¿Y qué hace tu abuela con esas zorras?
-        Y yo qué coño sé.
-        Se quitará la dentadura postiza y ofrecerá mamaditas a veinte euros.

Ambos se rieron del comentario. Miki se terminó la cerveza y dudó si abrirse otra. No era cuestión de coger la moto estando borracho. Solo de pensar que tenía que regresar al frío de la noche le hizo estremecerse. Al final alcanzó la lata y la abrió con determinación.

-        ¿Sabes lo que te digo? Que le den. Hace demasiado frío para andar en moto...

Adela volvió a marcar el número de su marido. Sin respuesta. Angustiada dejó el teléfono sobre la mesa. Los nervios la estaban matando. Los últimos meses estaban siendo una tortura. Lo malo era que la pesadilla seguía e iba a peor. ¿Dónde estaría su madre? Una anciana de ochenta y cinco años. En sus condiciones, perdida por esas calles de Dios. Además había salido sin abrigo, con la que estaba cayendo. Hacía tanto frío que no era de extrañar que se pusiera a nevar. Se acercó a la ventana y miró a través del cristal. La calle estaba desierta. Había anochecido y todo el mundo estaba en sus casas. Le dieron ganas de salir a buscarla. Pero se tenía que quedar allí por si le daba por volver. Su pobre madre con el juicio perturbado y desaparecida en la fría noche. Era muy triste verla perder la cabeza día tras día. Casi era mejor que se muriera y acabar con todo de una vez. A mejor no iba a ir, en todo caso la enfermedad aceleraría su proceso. Siguió mirando por la ventana con la esperanza de verla doblar la esquina.

-        ¿Dónde estará esta mujer? Me voy a volver loca como no aparezca pronto.

Rogó a Dios para que la protegiera y la trajese de vuelta cuanto antes. En cierto modo Adela se sentía culpable. No sabía a dónde iba su madre cuando se escapaba, pero sí conocía el motivo de por qué lo hacía. El alzheimer de su madre las había arrastrado a ambas al pasado. A un periodo de sus vidas que ella personalmente llevaba décadas tratado de olvidar. No podía más. Se apartó de la ventana y telefoneó de nuevo a su marido…

Bzzzzzzzz Bzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzz. Él sabía que la que llamaba era Adela. No hizo caso y siguió follando con la prostituta que había contratado. Bzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzzzzzz. Ya que a su suegra le daba por frecuentar esos ambientes y dado que él se veía obligado a buscarla en los suburbios, qué menos que sacar algún provecho de la situación.

-        Date la vuelta.

La puta obedeció y se puso a cuatro patas. La cosa no dejaba de tener su guasa. Gracias a los desvaríos de su suegra él se había enterado de que su esposa ejerció la prostitución en su juventud. Por el motivo que fuera, cuando Adela tenía diecinueve años tomó la decisión de vender su cuerpo para ganarse la vida. Por lo visto su madre se enteró. Para poner fin al disparate de su hija, se presentaba todos los días en el lugar de trabajo y espantaba a sus clientes. Tal fue su tenacidad que al final consiguió convencerla de su error. Era por eso que ahora su suegra se escapaba de casa. Obnubilada por la devastadora enfermedad, la anciana desandaba en el tiempo para buscar a su hija entre las mujerzuelas de los arrabales.

-        Túmbate hacia arriba.

La fulana se dio la vuelta y él se le puso encima. ¿Se sentía dolido por los pecados de juventud de su esposa? En cierto modo sí. A pesar de que todo había ocurrido décadas atrás y que por aquel entonces ni siquiera se conocían, el pasado de su mujer le dolía y guardaba un resquemor en su interior. Quizás por eso, cada vez que tenía que salir en busca de su suegra terminaba acostándose con una puta. Era su forma de vengarse. Bzzzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzzzz…

La anciana se acercó a un grupo de prostitutas que se estaban calentando alrededor de una hoguera. Les mostró una fotografía antigua de su hija.

-        ¿Conocéis a mi hija? La estoy buscando.

Miraron la foto y le dijeron que no. La anciana continuó su búsqueda. Estaba aterida y le costaba caminar. Hacía tanto frío que los charcos se habían congelado y los parabrisas de los vehículos se iban cubriendo de una fina capa de escarcha. De pronto su cerebro se desconectó para segundos más tarde volver a concertarse en el presente. Miró a su alrededor pero no reconoció el lugar. No sabía dónde estaba y sintió miedo. Los dientes le castañeaban y tiritaba al borde de la hipotermia. No llegó a comprender por qué estaba en mitad de la calle en vez de en casa con su hija y su yerno. Supuso que por algún motivo ellos la habían dejado allí. Pensó que ambos estarían cerca y que enseguida pasarían a recogerla.

-        No pueden tardar, sino no me habrían dejado sin abrigo. Esperaré hasta que lleguen.

Y así lo hizo.

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