Ilustración: LERAÚL
Hacía demasiado frío para andar
con la moto de un lado a otro de la ciudad. Aprovechando que estaba cerca de
donde vivía Cristian, decidió hacerle una visita. Miki paró el ciclomotor. Hizo
una llamada a su amigo para comprobar que estaba en casa y confirmar que era
bien recibido.
-
Claro, tío. Pásate por aquí y nos fumamos unos petas.
Un porro era justo lo que
necesitaba. Le dio caña al acelerador y en menos de dos minutos ya estaba
aparcando frente al portal. Un poco más allá había un colmado. Entró en el
establecimiento y compró un pack de seis cervezas de marca desconocida y una
bolsa de patatas fritas.
-
Joder, tío. No hacía falta que trajeras nada. En la
nevera hay cerveza para parar un tren.
Cristian estaba viendo unos
capítulos de Walking Dead que se
acababa de bajar de la red. Miki se
acopló en uno de los sillones. Se abrió una lata y echó un trago largo. En la
pantalla un grupo de zombis atacaban a un tipo que se defendía a tiros y a
hachazos.
-
Mola cuando les revientan el cerebro a esos hijos de
puta.
Cristian simuló las detonaciones de
una pistola
-
¡PUMBA! ¡PUMBA! ¡PUMBA! ¡Morid cabrones!
Era un fanático del gore y
trataba de contagiar su entusiasmo a todo el que podía. Miki terminó la cerveza
y se abrió otra.
-
¿Y esos petas, tron?
-
Ahí tienes, capullo. Líate los que quieras.
Encima de la mesa había lo
necesario. Miki se puso manos a la obra. Estaba poniéndole el filtro al porro
cuando sonó su móvil. Según pudo ver en el rótulo era su madre.
-
¡Mierda!
Lo dejó sonar hasta que se
terminó de liar el canuto. Cuando lo encendió contestó a la llamada.
-
Dime.
-
¿La has encontrado?
-
No.
-
Estoy llamando a tu padre por si sabe algo, pero no
contesta. ¿Tú dónde estás?
-
En casa de un colega. He parado un momento para tomar
algo caliente. No veas el frío que hace.
-
Me lo imagino. Abrígate bien cuando vuelvas a la calle.
Y llámame en cuanto sepas algo.
-
Vale.
Dejó el móvil
sobre la mesa.
-
¡Qué puta mierda, tron!
-
¿Qué pasa?
-
Mi abuela. Últimamente, le ha dado por escaparse de
casa. A la que nos despistamos coge la puerta y se larga.
-
¿Y eso?
-
El alzheimer.
-
Qué chungo es eso.
-
La putada es que cada vez que ocurre mi viejo y yo
tenemos que salir a buscarla.
-
Avisad a la pasma y que se ocupen ellos.
-
Ya la han traído un par de veces a casa. Por lo visto,
va donde están las putas y se queda con ellas.
-
¿Qué dices, primo?
-
Lo que oyes, colega.
-
¿Y qué hace tu abuela con esas zorras?
-
Y yo qué coño sé.
-
Se quitará la dentadura postiza y ofrecerá mamaditas a
veinte euros.
Ambos se rieron del comentario.
Miki se terminó la cerveza y dudó si abrirse otra. No era cuestión de coger la
moto estando borracho. Solo de pensar que tenía que regresar al frío de la
noche le hizo estremecerse. Al final alcanzó la lata y la abrió con
determinación.
-
¿Sabes lo que te digo? Que le den. Hace demasiado frío
para andar en moto...
Adela volvió a marcar el número
de su marido. Sin respuesta. Angustiada dejó el teléfono sobre la mesa. Los
nervios la estaban matando. Los últimos meses estaban siendo una tortura. Lo
malo era que la pesadilla seguía e iba a peor. ¿Dónde estaría su madre? Una
anciana de ochenta y cinco años. En sus condiciones, perdida por esas calles de
Dios. Además había salido sin abrigo, con la que estaba cayendo. Hacía tanto
frío que no era de extrañar que se pusiera a nevar. Se acercó a la ventana y
miró a través del cristal. La calle estaba desierta. Había anochecido y todo el
mundo estaba en sus casas. Le dieron ganas de salir a buscarla. Pero se tenía
que quedar allí por si le daba por volver. Su pobre madre con el juicio
perturbado y desaparecida en la fría noche. Era muy triste verla perder la
cabeza día tras día. Casi era mejor que se muriera y acabar con todo de una
vez. A mejor no iba a ir, en todo caso la enfermedad aceleraría su proceso.
Siguió mirando por la ventana con la esperanza de verla doblar la esquina.
-
¿Dónde estará esta mujer? Me voy a volver loca como no
aparezca pronto.
Rogó a Dios para que la
protegiera y la trajese de vuelta cuanto antes. En cierto modo Adela se sentía
culpable. No sabía a dónde iba su madre cuando se escapaba, pero sí conocía el
motivo de por qué lo hacía. El alzheimer de su madre las había arrastrado a
ambas al pasado. A un periodo de sus vidas que ella personalmente llevaba
décadas tratado de olvidar. No podía más. Se apartó de la ventana y telefoneó
de nuevo a su marido…
Bzzzzzzzz Bzzzzzzzzz
Bzzzzzzzzzzz. Él sabía que la que llamaba era Adela. No hizo caso y siguió
follando con la prostituta que había contratado. Bzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzz
Bzzzzzzzzzzzzzzz. Ya que a su suegra le daba por frecuentar esos ambientes y
dado que él se veía obligado a buscarla en los suburbios, qué menos que sacar
algún provecho de la situación.
-
Date la vuelta.
La puta obedeció y se puso a
cuatro patas. La cosa no dejaba de tener su guasa. Gracias a los desvaríos de
su suegra él se había enterado de que su esposa ejerció la prostitución en su
juventud. Por el motivo que fuera, cuando Adela tenía diecinueve años tomó la
decisión de vender su cuerpo para ganarse la vida. Por lo visto su madre se
enteró. Para poner fin al disparate de su hija, se presentaba todos los días en
el lugar de trabajo y espantaba a sus clientes. Tal fue su tenacidad que al final
consiguió convencerla de su error. Era por eso que ahora su suegra se escapaba
de casa. Obnubilada por la devastadora enfermedad, la anciana desandaba en el
tiempo para buscar a su hija entre las mujerzuelas de los arrabales.
-
Túmbate hacia arriba.
La fulana se dio la vuelta y él
se le puso encima. ¿Se sentía dolido por los pecados de juventud de su esposa?
En cierto modo sí. A pesar de que todo había ocurrido décadas atrás y que por
aquel entonces ni siquiera se conocían, el pasado de su mujer le dolía y
guardaba un resquemor en su interior. Quizás por eso, cada vez que tenía que
salir en busca de su suegra terminaba acostándose con una puta. Era su forma de
vengarse. Bzzzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzzzz Bzzzzzzzzzzzzz…
La anciana se acercó a un grupo
de prostitutas que se estaban calentando alrededor de una hoguera. Les mostró
una fotografía antigua de su hija.
-
¿Conocéis a mi hija? La estoy buscando.
Miraron la foto y le dijeron que
no. La anciana continuó su búsqueda. Estaba aterida y le costaba caminar. Hacía
tanto frío que los charcos se habían congelado y los parabrisas de los
vehículos se iban cubriendo de una fina capa de escarcha. De pronto su cerebro
se desconectó para segundos más tarde volver a concertarse en el presente. Miró
a su alrededor pero no reconoció el lugar. No sabía dónde estaba y sintió
miedo. Los dientes le castañeaban y tiritaba al borde de la hipotermia. No
llegó a comprender por qué estaba en mitad de la calle en vez de en casa con su
hija y su yerno. Supuso que por algún motivo ellos la habían dejado allí. Pensó
que ambos estarían cerca y que enseguida pasarían a recogerla.
-
No pueden tardar, sino no me habrían dejado sin abrigo.
Esperaré hasta que lleguen.
Y así lo hizo.
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