miércoles, 7 de mayo de 2014

SE RUEGA SILENCIO (Fragmento)


            Me escuecen los tímpanos de escuchar villancicos. Ocho horas al día con la misma tortura. Obligado a llevar este maldito disfraz que apesta a sudor. Odio las navidades. Ya desde niño me asquean. Quizás porque cuando llegaba el ansiado Día de Reyes, éstos tenían la mala costumbre de agasajarme con el regalo más cutre del barrio, es decir, una pistola de plástico. Todos los años lo mismo. A los demás niños les traían trenes eléctricos, coches teledirigidos, camiones de bomberos, bicicletas… Yo debía conformarme con la dichosa pistolita y, de paso, soportar la envidia que me causaba ver a mis amigos disfrutando con sus fantásticos juguetes. ¿Por qué los Reyes Magos se portaban así conmigo? ¿Acaso me tenían manía? Estaba claro que sí. Eso me hacía sentir como una mierda. Llegué a creerme una persona despreciable. Era el peor niño del barrio. Ese era el motivo por el que los Reyes Magos me castigaban con su indiferencia y desprecio. Más tarde descubrí que el motivo era otro. Mis padres no podían permitirse gastos extras y por eso echaban mano del juguete más barato. En aquellos tiempos la navidad era tan mala para ellos como lo era para mí…
-        Pepe ¿eres tú?
Alguien pronuncia mi nombre y me trae de vuelta al centro comercial. Conozco la voz. En su día esa voz tuvo el poder de otorgar la felicidad o infligir el castigo más cruel. Es la voz de Angélica, mi ex amante. Lo último que quiero es que me vea de esta guisa. Demasiado tarde para hacer algo. La tengo delante y es imposible intentar escabullirme.
-        ¿Qué haces disfrazado de Papá Noé?
Hace mucho que no coincidíamos. Más de dos años. Está guapísima. Por el contrario, yo voy hecho un fantoche. Siento tanta vergüenza que por un momento no me importa llevar barba y peluca postiza para ocultar lo abochornado que estoy.
-        Estás muy gracioso vestido así.
Ahora mismo me gustaría que me tragase la tierra. Intento guardar la compostura y mostrarme seguro de mí mismo. Claro que es más fácil pensarlo que hacerlo. Angélica me dice que ha venido a pasar unos días con la familia y que está comprando unos regalos para ellos. Luego me presenta a un tal Bruno.
-        Es mi novio.
No me había fijado en su acompañante. Ahora que lo hago veo que es el típico tío sacado de una revista de moda. De inmediato siento celos de él. Para terminar de rematarla me entero que es médico. Angélica hizo bien plantándome. Estoy tan cortado que no sé qué decir. La situación me supera y no encuentro las palabras adecuadas. Los pelos de la peluca se me meten en los ojos y el bigote de la barba deja hebras sintéticas enredadas en mi lengua. No paro de sudar y me cuesta mantener la mirada mientras hablamos.
-        ¿Terminaste aquella novela?
No, joder. Ese tema no lo quiero tocar, menos aquí y vestido de Papá Noé.
-        Sigo con ella.
Angélica comenta a su novio que soy escritor. No sé dónde meterme. Aun así trato de mantenerme firme y mostrar aplomo.
-        ¿Te han publicado algo?
Será hijo puta. La pregunta va con trampa.
-        No. Todavía no. Pero hay una editorial que está interesada en unos relatos que les he enviado.
Se nota a la legua que les estoy metiendo una trola.
-        ¿Y de qué van?
-        Bueno… no sé qué decir. Van de… de varios temas.
El tío me mira sorna, haciéndome ver que no se ha tragado ni una palabra de lo que he dicho. Me gustaría romperle los dientes. Machacarle esa dentadura perfecta.
-        ¿Y la novela de qué va?
El cabrón se ríe de mí. Trago saliva y le planto cara.
-        Va de lo cutre que es la vida.
Vuelve a sonreír con prepotencia. Definitivamente me encantaría partirle la boca, aunque puestos a ello, lo más seguro es que me la partiese él a mí. El tío está cachas y apuesto a que levanta pesas en el gimnasio. Soy un estúpido por darle coba. Finalmente se despiden para seguir con sus compras. Los veo alejarse por el pasillo de congelados mientras yo continúo repartiendo propaganda con las ofertas del día. Seguramente van comentando lo patético de la situación. De pronto me vengo abajo. Dejo la sala y entro en los vestuarios. Me encierro en el servicio y enciendo un cigarro. Está prohibido fumar, pero me da igual. Estoy harto de ser un puto fracasado. Por qué acepto empleos de mierda. Por qué me degrado de este modo. Por qué me empeño en escribir cuando todo indica que no tengo talento. Me pregunto por qué no puedo ser una persona normal con un trabajo normal y una vida normal. Acabo el cigarro y salgo del baño. Dejo la peluca y demás en la taquilla, me cambio de ropa y abandono el centro comercial.
 

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