martes, 17 de noviembre de 2009

EL PSIQUIATRA

En la consulta, un hombre de mediana edad descansaba tumbado en el diván. A la cabecera, el psiquiatra permanecía sentado en un butacón de cuero negro, portando en sus manos un bloc y un bolígrafo. El hombre del sofá guardaba silencio mientras analizaba sus pensamientos en busca de una respuesta. El psiquiatra se estaba impacientando y para distraerse dibujó una guillotina en su bloc... Por fin, el paciente se decidió a hablar:

- ...supongo que miento porque no tengo verdades que contar.
- Explíquese – se interesó el psiquiatra.
- Usted sabe que me paso el día solo, sin salir, ni hablar con nadie. Por suerte o por desgracia, trabajo desde casa y eso hace que mi vida social sea casi nula – aclaró el hombre.
- ¿Y cómo se siente por eso?
- Pues como un envase vacío.
- Explíquese, por favor.
- Bueno…, creo que está muy claro. No hay nada en mi vida que sea de interés. Nada. Por eso, cuando establezco algún tipo de relación personal, miento sobre cómo soy o cómo vivo. Supongo que prefiero ser un recipiente lleno de mentiras que un envase vacío. ¿Comprende?

El psiquiatra miró aburrido al reloj y dijo:

- Vamos a dejarlo aquí. La próxima semana seguimos con este tema.

Al hombre no le gustó nada que el psiquiatra diese por terminada la sesión justo cuando había encontrado las palabras para expresarse.

- Antes de irme me gustaría hacerle una pregunta – dijo chasqueando la lengua.
- Usted dirá.- dijo el psiquiatra volviendo a mirar de soslayo el reloj.

El hombre se tomó unos segundos antes de formular la pregunta.

- ¿Es normal que piense continuamente en rebanarle el pescuezo?

La contundencia de aquella macabra interrogante le cogió tan por sorpresa que el psiquiatra estuvo a punto de perder su característica templanza. Aún así, logró mantener la calma.

- ¿Cómo dice? – replicó el profesional con un hilillo de voz.
- Digo ¿Qué si le parece normal que yo tenga unos deseos incontenibles de rebanarle el pescuezo? - contestó el hombre sonriendo inocente.

Al psiquiatra se le hizo un nudo en la garganta. Finalmente, tragó saliva.

- No… no creo que sea normal – consiguió decir con poco empaque.
- ¿Y qué me aconseja?
- Lo primero… lo primero, que evite esos siniestros pensamientos y lo segundo… le voy a pedir que por favor deje de acudir a mi consulta... Ahora… si me disculpa tengo… que atender a otros pacientes.

El psiquiatra intentó aparentar normalidad aunque realmente estaba aterrorizado. Creía que en cuanto aquel tipo oliese su miedo se le echaría encima. Pero no. El hombre le miró como una fiera que calcula la distancia a su presa, chasqueó de nuevo la lengua y dijo:

- Intentaré hacer lo que me dice.

El hombre le tendió la mano para despedirse. El psiquiatra dudó pero terminó aceptándola.

- Muchas gracias por su ayuda. Le estaré siempre agradecido - dijo el hombre sin dejar de mirarle fijamente ni soltar su mano.
- De nada – añadió el psiquiatra con frialdad.

Después el hombre salió de la consulta. En cuanto lo hizo, el psiquiatra abandonó su fingida pose. Se recostó en la pared para no desfallecer. Al poco, el hombre volvió a entrar en la consulta sorprendiendo al psiquiatra que pegó un pequeño respingo y estuvo a punto de echarse a gritar. Pero antes de que reaccionara el hombre formuló una segunda pregunta:

- ¿Cómo se evita un pensamiento siniestro?
- Expulsándolo de su cabeza – acertó a decir el psiquiatra.
- Expulsándolo de mi cabeza – repitió el hombre sopesando cada palabra. – Es un buen consejo. Lo seguiré…

Y sin más, el hombre volvió a abandonar la consulta. Esta vez, el psiquiatra se apresuró a echar el seguro a la puerta. Respiro aliviado. Sus piernas aún temblaban tras tan inquietante y absurda conversación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pepe, tus historias tan buenas como siempre.

Me gusta mucho esta por su punto humoristico.

Un abrazo

mjromero dijo...

Uno de los mejores cuentos, te deja una intriga curiosa al final, porque a saber qué entendemos por expulsarlo de la cabeza, y cómo.
Un abrazo.