miércoles, 6 de abril de 2011

RATICA de THORNTON

Bing Crosby cogió su hierro 5, se situó frente a su pequeña bola blanca y se despidió de este mundo dando un magnífico golpe en el hoyo 18 del Club de Golf de La Moraleja. Hay que reconocer que no es una mala forma de marcharse con la mayoría.

Lo trasladaron al Hospital de la Cruz Roja de Madrid donde ya nada se podía hacer para que siguiera deleitándonos con su aterciopelada y grave voz. El hospital vio alterada su rutina con la aparición de cámaras, fotógrafos y periodistas.

Sus abogados americanos se pusieron en contacto con el gerente del hospital para que agilizara los trámites y repatriar el cadáver lo antes posible. Surgió, entonces, un contratiempo, un pequeño problema: el médico de guardia se negó a firmar el certificado de defunción. Le hicieron ver que con su actitud retrasaba la recuperación de la tranquilidad del hospital. No hubo manera de convencerle. Le preguntaban el motivo de su negativa y el doctor no soltaba prenda...pero no lo firmaba.

Ya en su casa, el médico de guardia, se sirvió una copa y arrellanado en su sillón comenzó a recordar un suceso ocurrido en su infancia.

Su padre era el médico de un próspero pueblo vinícola. Un hombre bueno y con talento literario. Un médico tan respetado por sus vecinos que incluso una céntrica calle quedó bautizada con su nombre.

En ese pueblo vivía también por entonces una familia, conocida como los ratas, que tenían una niña pequeña postrada en cama. Una vez al mes acudían a la farmacia y retiraban una pócima que preparaba el boticario para aliviar los dolores de la enferma.

Uno de esos días fue a la botica la abuela y pidió "la medicina de la ratica". El boticario estaba ausente en ese momento y le atendió un recién contratado mancebo que al oír lo de la ratica le despachó un raticida.

Al poco tiempo la niña murió. El médico del pueblo, presionado por el boticario y por la propia familia de los ratas -a los que la autopsia les parecía una profanación- firmó el certificado de defunción explicando aquella muerte como una consecuencia lógica de la enfermedad que padecía, omitiendo el asunto del raticida.

Un prestigioso abogado trató de convencer a los padres para que denunciaran los hechos y obtener así una cuantiosa indemnización. Ya sabemos que el dinero es muy amable y los ratas sucumbieron a su encanto. Se desenterró a la niña, se le practicó la autopsia y se supo la verdad. Las consecuencias para el médico del pueblo son fáciles de imaginar.


El médico de guardia del Hospital de la Cruz Roja de Madrid, entre trago y trago de ginebra, pensaba en su padre, en la ratica, en Bing Crosby... y en sus abogados americanos.

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