(foto de pepe pereza)
Estábamos desnudos. Acabábamos de follar y
cada uno ocupaba su lado de la cama fumando en silencio. En un momento dado,
Ana se acarició el vello púbico con la yema de los dedos.
-
¿Crees que debería de afeitármelo?
-
Facilitaría las cosas a la hora del
cunnilingus.
-
Entonces ¿me lo afeito?
-
Haz lo que quieras.
-
Sola no sé si podré.
Cogí un par de maquinillas de afeitar de
triple hoja, espuma en spray, un par de toallas y una palangana con agua
caliente. Cargué con todo y regresé al dormitorio. Ana me estaba esperando en la
cama, sentada sobre sus piernas. Se la veía nerviosa y excitada, deseosa de
eliminar cuanto antes toda la pelambrera de su pubis. Apliqué la espuma de
afeitar en la zona.
-
Esto me recuerda a una peli que dirigió el
tipo ese… el que le gusta mezclar la gastronomía con el sexo.
-
Bigas Luna – contesté.
-
Sí, ése…
-
Vale, ahora no te muevas que voy a empezar.
Me dispuse para el afeitado. Pasé la
maquinilla por el monte de Venus, repetí el movimiento un par de veces más y
luego enjuagué la maquinilla en la palangana.
-
¿Sabes a qué película me refiero?
-
Las edades de Lulú.
-
Esa… Ya sabes, la escena donde él le afeita el
coño a la prota. Recuerdo que cuando la vi en el cine mojé las bragas de lo
cachonda que estaba.
Le pedí que no se moviera tanto y que abriese
más las piernas. Ana obedeció. Entonces me acordé de que hacía un año coincidí
con Bigas Luna y le saqué una foto.
-
¿Te acuerdas de esa exposición colectiva que
organizó el Ayuntamiento el año pasado, esa en la que reunieron a varios
artistas para que expusieran su obra en las calles de la ciudad? No sé si
sabrás que uno de los artistas invitados era Bigas Luna.
-
No tenía ni idea – reconoció ella.
-
Él se encargó de diseñar una especie de huerto
ecológico en medio de La Plaza del Parlamento. Coincidí con él y le hice una
foto.
-
¿Le hiciste una foto a Bigas Luna?
-
Sí, lo
recuerdo porque un minuto después ocurrió algo horrible.
Ana me miró con los ojos muy abiertos
esperando a que yo continuara hablando.
-
Una niña de cinco años se cayó del balcón de
un cuarto piso.
-
¡Qué horror! ¿Y murió?
-
Fue una caída tremenda. Creo que su muerte fue
instantánea.
-
¿Bigas Luna también lo vio?
-
No lo sé. Yo sólo tenía ojos para aquel
pequeño cuerpo que estaba tirado sobre el empedrado de la plaza. Estaba a menos
de tres metros y tenía la cámara en el bolsillo. Sabía que podía hacer unas
fotos únicas, más cuando la madre bajó a la calle y se arrodilló junto al
cadáver de su hija. La pobre gritaba y lloraba como una desquiciada.
-
¿Sacaste las fotos?
-
No me atreví.
-
Debió ser una experiencia horrible.
-
Lo fue.
-
Supongo que yo tampoco hubiese tenido el valor
para sacar fotos.
-
No, no era el momento.
Casi había acabado con la zona del monte de
Venus, me quedaban los labios vaginales y la zona del ano. Decidí cambiar de
maquinilla, para las zonas difíciles era mejor utilizar cuchillas nuevas.
-
Bien, ahora quiero que no te muevas.
-
¿Y qué más pasó?
-
No lo sé. Me fui de allí antes de que llegase
la ambulancia.
-
¿Te fuiste?
-
Lo que había allí no era agradable de ver.
Me acomodé para hacer una pasada con la
maquinilla, entonces ella se movió y a mí se me fue la mano.
-
¡Joder, tío! Me has cortado.
La espuma de afeitar se fue tiñendo de rojo.
Cogí una de las toallas y limpié la zona para poder ver con claridad el alcance
de los daños. El corte apenas medía un par de centímetros pero el riego de
sangre era escandaloso. Vi que Ana palidecía.
-
Me estoy mareando.
-
Tranquila, no es nada.
Traté de quitarle importancia al asunto,
aunque realmente estaba acojonado. Intenté parar la hemorragia presionando la
zona afectada con la toalla.
-
Relájate… sólo es un pequeño corte.
Yo sabía que Ana sentía aprensión por la
sangre y bastaba la visión de una sola gota para que se desmayase. De pronto
perdió el sentido y se desplomó sobre el colchón.
-
Por favor, cariño…
Le di unos suaves cachetes para que volviese
en sí, pero no reaccionó. Estaba fría y blanca como un cadáver. Yo estaba tan
asustado que no sabía qué hacer. A falta de ideas seguí presionando la toalla
contra la herida. Noté los bombeos acelerados de mi corazón y por un momento
creí que también yo iba a perder el conocimiento. Finalmente logré
sobreponerme. Pensé que lo mejor era llamar a una ambulancia y así lo hice. De
la centralita me dijeron que la ayuda llegaría en breves minutos. Volví al
dormitorio. Ella seguía desmayada sobre la cama con la toalla manchada de
sangre cubriéndole las vergüenzas. Parecía la escena de un crimen sexual.
Entonces me di cuenta de que tendría que dar unas cuantas explicaciones cuando
llegase el personal médico. Intenté pensar en cómo les contaría lo sucedido.
Además no tenía claro si apartar la palangana y el resto de útiles o dejarlo
todo tal cual estaba. Al final resolví no tocar nada, eran pruebas que
apoyarían mi testimonio. Ese pensamiento me dio seguridad. Me encendí un
cigarro con la intención de calmarme. Como estaba desnudo opté por vestirme.
Volví a acercarme a ella y comprobé su respiración. Lo que me preocupaba era el
flujo continuo de sangre que salía del pequeño corte. Tal vez le había
seccionado una arteria, aunque albergaba serias dudas de que una arteria pasase
justamente por ahí. Consulté la hora, los de la ambulancia estarían al llegar.
Salí del dormitorio y fui al salón. Rebusqué entre los álbumes de fotos, elegí
uno y busqué una fotografía en concreto. Era la foto que le había hecho a Bigas
Luna antes de que la niña se precipitase al vacío. Me quedé mirando la cara del
famoso director pero lo que realmente vi fue el cadáver de la niña y a su madre
gritando su dolor a los cuatro vientos. Aquella foto de Bigas Luna siempre
sería la que no me atreví a hacer con mi cámara. Recordé el espantoso ruido que
produjo el cuerpo de la chiquilla cuando impactó contra el suelo. La vi tirada
en la plaza y a su madre saliendo del portal para encontrarse cara a cara con
la desgracia. El estómago se me encogió. Siempre que pensaba en la niña me
colocaba en esa fina línea que separa el llanto de la contención. Estuve así
hasta que llamaron al timbre. Entonces cerré el álbum, lo dejé en la estantería
y fui a abrir a los de la ambulancia.
1 comentario:
tu homenaje viaja del papel a ese cine de silencios con olor a coñac y prisas entre las uñas.. placer leerte
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