En el monitor de signos vitales las
líneas dejan de oscilar y, poco a poco, van quedando rectas y horizontales.
Señal inequívoca de que mi padre acaba de fallecer. Lo confirma el llanto rotundo
de mi madre, también el de mis hermanas. Yo estoy seco de lágrimas. No
obstante, las piernas me flojean y tengo que agarrarme al respaldo de una silla
para mantenerme en pie. Me falta el aire. Me disculpo y abandono la habitación.
Dejo atrás la unidad de cuidados intensivos. Enfilo el pasillo que tengo delante
y salgo a la calle por la puerta principal. Es mediodía y el exceso de luz me
obliga a ponerme las gafas de sol. Cruzo la carretera y sigo hasta el
aparcamiento situado frente al hospital. Me detengo junto a uno de los jardines
que están estratégicamente distribuidos para acicalar el entorno. Es agradable
estar aquí, con el sol hundiéndose en la piel. Enciendo un cigarro. Mientras
fumo, trato de hacer frente a la avalancha de sentimientos encontrados. Por un
lado, la angustia y el dolor por la pérdida de un ser querido. Por otro, la paz
que da el saber que todo ha acabado. Las semanas pasadas han sido una orgia de pena,
sufrimiento e impotencia. Es curioso, a pesar de lo acontecido, el impacto de
la vida me llega con una intensidad inédita y reveladora. La noto fluyendo por
cada poro. Vida en todas partes. Mire donde mire ahí la encuentro. En los
insectos que revolotean cerca de los arbustos, en los pájaros que me
sobrevuelan. Observo a la gente y no los veo como personas, más bien como seres
vivos que respiran. Noto sus pulmones hinchándose y encogiéndose, sus corazones
latiendo, la sangre circulando por sus venas. Toda la maquinaria del cuerpo en
funcionamiento. Hasta lo inanimado me da la impresión que vive: edificios,
farolas, piedras, asfalto… Bajo los pies siento las pulsaciones de la tierra,
el aliento obstinado del planeta entero. Vida en cada molécula, en cada
pestañeo. Vida pugnando por sobrevivir. Vida en contraste con la muerte. VIDA.
® pepe pereza
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