miércoles, 15 de septiembre de 2010

RELATO

ALIENÍGENA
Román llegó a casa a mediodía, después de pasarse la mañana en la oficina del paro. Tampoco ese día había tenido suerte. Al entrar en casa sintió lo que todos los días, una amalgama de sensaciones que desembocaban en una más profunda y palpable, la del fracaso. Se tumbó en el sofá, derrotado, y encendió la tele con el mando. A esas horas solo ponían basura, pero necesitaba evadirse de la realidad. En la pantalla vio a un hombre de avanzada edad, vestido estrafalariamente. Román subió el volumen. Por lo que pudo deducir el hombre afirmaba ser alienígena. El público asistente se lo estaba pasando bomba con los comentarios del tipo. Se reían a carcajadas con cada una de sus aclaraciones. Y lo malo es que se reían del individuo en cuestión. La entrevistadora, contagiada por las risotadas del público, perdió la compostura en un par de ocasiones, soltando unas sonoras carcajadas en mitad del discurso de su invitado. Aquello era un cachondeo. Todos se reían sin ningún pudor del pobre hombre que decía pertenecer a otra galaxia. ¿Por qué ese tipo aguantaba todas las burlas? Román dedujo que lo hacía por dinero. La productora del programa debía haberle pagado una buena suma. De otra forma, no entendía que alguien se dejase humillar así delante de todo el país. Por otro lado ¿qué podía criticarle él? Ese tipo, por lo menos llevaba un sueldo a casa, cosa que él era incapaz. Tan humillante era salir en la tele vestido de marciano como regresar a casa sin haber conseguido trabajo. De pronto, se sintió identificado con el tipo de la tele y odió a todos por reírse de él. Tal vez, ese tipo se había sentido un fracasado como él, y el fracaso y la desesperación le obligaron a tomar la decisión de ser alienígena. Quizá quiso huir tan lejos que su mente viajó hasta una lejana galaxia y allí se quedó. Román se puso en la piel del tipo y se preguntó si él sería capaz de pasar por la misma pantomima. Lo pensó detenidamente. Todo dependía de la cantidad de pasta que le pagasen. Apagó el televisor y siguió pensando en ello. Al rato llegó Sonia, su mujer. Llevaba una bolsa de la carnicería del mercado. Entró directamente a la cocina y dejó las asadurillas en la nevera. Llevaban toda la semana comiendo lo mismo, era la única manera de llegar a fin de mes. Finalmente, Sonia se reunió con Román en el salón.

- ¿Cómo te ha ido? - dijo ella con tono cansino.
- Siéntate. Quiero decirte algo.

Sonia intuyó que aquellas palabras escondían algo malo.

- ¿Qué pasa? – dijo preocupada.

Román pensó que si conseguía convencerla, tal vez tuviese una oportunidad.

- Soy alienígena.

Si conseguía que ella le creyese también lo harían otros.

- ¿Qué dices?
- Soy un alienígena.

Si lo conseguía podría acudir algún programa de televisión y convencer a todo el país. Si lo conseguía podría ganar mucho dinero y dejar de comer asadurillas a diario. Si lo conseguía habría vencido. Y una victoria para alguien que está acostumbrado al fracaso es un gran éxito. Un principio.

- ¿Has estado bebiendo?
- Sonia, lo soy. Soy un alienígena.

Sonia acercó la nariz y trató de oler su aliento.

- Apestas a vino.
- Te digo que es verdad.
- ¿Así buscas trabajo? Yendo de bar en bar.
- Sonia, cariño, tienes que creerme.
- ¿Creer qué? ¿Qué eres un puto marciano? ¿De dónde has sacado esa tontería?
- No es ninguna tontería. Lo soy.
- ¿Cuántos vinos te has tomado?
- Lo soy.
- ¿Cuántos?
- Cinco o seis, no sé.
- Por las bobadas que estas diciendo, seguro que son algunos más.
- Sonia, por favor. Tienes que creerme.
- Estás borracho.
- No. No lo estoy.
- Pues entonces te has vuelto loco, que es peor.

Román estrelló el mando del televisor contra la pared. La rabia le hizo ponerse en pie con aspecto amenazante.

- No estoy loco.

Sonia se quedó paralizada por el miedo.

- Soy un extraterrestre.

Sonia lo miró fijamente. Después se llevó las manos a la boca echándose a llorar.

- ¡Ay, Dios mío! Que lo dices de verdad.
- Lo soy.
- ¡Ay, Dios! ¡Que te has vuelto loco!

Sonia retrocedió hasta la puerta. Román avanzó hacia ella gritando cada vez más alto.

- Soy alienígena. Lo soy. Lo soy. Lo soy…

Sonia huyó de la casa gritando a su vez.

- Mi marido se ha vuelto loco. Loco…
- Lo soy. Lo soy. Soy alienígena…

Román siguió gritando con todas sus fuerzas para que todos pudieran oírle. Quería sacarse el fracaso de sus entrañas. Expulsarlo a base de gritos. Un autoexorcirmo. Al cabo de unos minutos se quedó sin voz y se recostó en el sofá. Se sintió aliviado, aunque los gritos de su mujer seguían rebotando dentro de su cabeza como ecos lejanos de voces extrañas.

- Loco. Loco. Loco. Loco. Loco. Loco. Loco. Loco…

® pepe pereza

1 comentario:

jens peter jensen silva dijo...

Ya había leído este relato hace unos días, no dejé un comentario pq me pareció innecesario y quizás repetitivo, pero como no tienes ninguno, por si acaso te crea inseguridad (supongo que no), te diré que es buenísimo, consigues hacer de lo cotidiano verdadera literatura, de la buena. Realmente bueno.
Y eso, me voy a tomar un cervecita a tu salud, querido amigo y colega.