sábado, 29 de septiembre de 2012

EL PESO DEL SILENCIO – PABLO CEREZAL

Inesperadamente, me asesinan la memoria ciertos mediodías del estío, a la sombra mermada del bochorno levantino, cuando aún húmedos de inmersión playera y ducha fría regresábamos al pequeño apartamento alquilado en que mi abuela se afanaba a los fogones, con un collar de sonrisas decorándole el delantal. Anticipaba, con su inequívoco entusiasmo, el festín de besos y carantoñas con que agradeceríamos, los nietos, las delicias que aún andaba cocinando.

Mi abuelo, por el contrario, derrochaba maña y prisa en disponer los cubiertos, platos y bandejas sobre el desvaído hule con que pretendíamos adecentar la desnudez amoratada de una mesa camilla maltratada por el transcurrir macho de años y uso excesivo. Quería terminar pronto con su labor, a tiempo para amordazar su osamenta sexagenaria a los musicales muelles del sofá del salón. Desde que sobre la mesa quedaban dispuestos los elementos no orgánicos que ayudarían a más fácil devorar el festín, hasta que las viandas humeaban entre sus fronteras de aluminio inoxidable, remoloneaba un peluche de minutos muy querido por mi abuelo: la hora de "el parte".

Así llamaba él al noticiero o telediario: "el parte". Y nosotros respetábamos su avaricia de información ocupándonos, silenciosos, en diminutos quehaceres como sacudirnos el salitre en la bañera, o mudarnos la camiseta húmeda para evitar cortes de digestión. En silencio, ya digo, "el parte" era sagrado.

En estos días se ha organizado cierta algarada informativa, o más bien desinformativa, respecto al poco ético comportamiento de la televisión pública española, al relegar a la última fila del noticiero, como si de un alumno díscolo y bromista se tratase, una información que al menos deberíamos considerar de "cierto calado", por tratarse de la pública manifestación de una importante parte de la ciudadanía de su deseo de independencia del Estado Español (y disculpen si equivoco los términos...estado nación país territorio y ese largo listado de términos más propios de un listín telefónico, en ocasiones, me nublan el entendimiento). La importancia del hecho en sí ha quedado casi oculta tras el chaparrón de opiniones encontradas al respecto de la manipulación televisiva. Pero no quiero detenerme en este breve tropiezo que sufre nuestra Historia.

Y no me detengo porque caigo en la cuenta, al intentar desentrañar la realidad, exponer a la luz la hipócrita y premeditada falsedad de unos y otros, de que sea cual sea la noticia, en realidad nadie presta atención a "el parte", y mientras las vísceras de la Historia son expuestas con mayor o menor rigor por los voceros de los mass media, todos hablan, nadie escucha.

No me vanagloriaré públicamente de la sabiduría de mi abuelo, pero sí quiero recordar aquellos momentos de silencio impuesto. Al más mínimo comentario o risotada que nuestras infantiles gargantas osasen proferir, restallaba el verbo grueso y grave de mi abuelo para espetarnos "silencio, dejadme oír el parte". Y es así que callábamos, obedientes y sumisos, y reptaba en nuestro sistema auditivo una serpiente de datos que, sin llegar a comprender, inoculaba tersamente en nuestro entendimiento su reflexivo veneno. Un veneno pesado y macilento que, intuyo, nos imposibilitaba para el comentario irreflexivo.

Es así, guardando silencio y escuchando "el parte", que podemos llegar a comprender los mecanismos con que se fabrica la mentira, la falacia, la partidista opinión que malbarata la Historia. Asimilamos así la gravedad del asunto. Caso de parlotear opiniones recién fecundadas al más mínimo comentario informativo nos convertimos en torpe remedo de torpe contertulio de los muchos que habitan las ondas hoy día. Opinar sin reflexionar, sin escuchar "el parte".

Añoro, ya digo, aquellos minutos que precedían a la comida familiar. Minutos de sosiego recogido en que sólo se escuchaba la voz de corresponsales y presentadores, incluso la de "el hombre del tiempo". Después, ya en la mesa, los adultos conversaban y opinaban sobre lo escuchado en "el parte", intentando desenmarañar el ovillo de medias verdades oculto en las noticias del día.

Descubrí así el valor del silencio. Ése que hace que las farsas y las manipulaciones caigan por su propio peso. O, como la manzana de Newton, quizás, por la gravedad que encierran.

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