Él estaba allí, a finales de verano, arrodillado sobre la hierba seca, mirando de perfil mientras la cámara lo enfocaba, con su cigarrillo entre los labios. La tierra la conocimos por él, el país lo conocimos por él, a los hombres del país los conocimos por él. Era el dandi perfecto, el gran dandi, pero en modo alguno un esnob.
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Él lo dejó muy claro a su llegada. Quien críe hijos que recoja sus cuervos. Quien tiene un hijo tiene un tesoro. Era la sabiduría del desierto. De su desierto. Tierra de dátiles y almendras.
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Las mujeres eran otra cosa. Nosotras somos otra cosa en medio del desierto. Si te despiertas y no ves la luz rápidamente agilizas la mirada hacia otra mirada. Los camellos son fuertes y resistentes. Los hombres cambiaban a las mujeres por un camello que los transportase a través de las dunas. La mujer se convierte en arena. La mujer es un pozo, dijo él a su regreso del desierto. Él solo traía sed. Escupía sed. Un hombre sediento a punto de derrumbarse. Encontró las puertas cerradas. En la gran plaza son las mujeres las encargadas de abrir y cerrar las puertas. Si reconocen a sus hijos en el rostro del que llega, las abren. Nosotras no hemos nacido para el olvido.
3 comentarios:
Pepe,
Como MJ Romero, yo también he sentido la ingravidez de la trasparencia entre miradas que te desollan…
Hubo un tiempo en el que fui rica, ahora sé lo que en épocas de bonanza, desconocía. Fui afortunada porque viajé –a todo tren- por bastantes países. Eran viajes familiares: mi hermana –quince años mayor que yo-, su esposo, su hija, mi madre y una servidora.
Sobre todo recorrimos el Próximos Oriente –quería ser egiptóloga, aunque me quedé como arqueóloga. Mi cuñado, tal cual, puede pasar por árabe –de hecho en Valencia lo conocen con el alias de “Sultán”.
País que visitábamos, país que mi cuñado parecía ir con su harén portátil… En Marruecos y Egipto, hablaron con él porque querían cambiarme –como MJ relata-, por camellos.
Lo peor estaba por llegar: en Turquía lo hicieron por un par de joyerías. El desgraciado de mi cuñado le dijo al mameluco:
- Si me das todas las joyerías que hay en esta calle, te quedas con ella.
Literalmente, temblé. No lo olvidaré, porque le dijo que todas no eran de él… ¿Y si le dice, ok?
Un abrazo, Ann@
Muchas gracias.
a ver si saco un poco de tiempo ahora que se han acabado las obras en casa y puedo escribirte.
Un besazo.
Madre mía, esta mujer no deja de sorprenderme.
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