Estoy sentado
frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a toda velocidad en el
programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que hacer que contemplar la
carcasa de poliuretano transparente. Ese cíclope de pupila veloz con el que
mantengo una lucha de miradas. La ropa ya no se distingue. La fuerza centrífuga
ha hecho de las prendas una masa compacta y multicolor que gira y gira
rápidamente dejando un hueco en el centro. Pasan los minutos y sigo hipnotizado
por el movimiento constante que dibuja círculos concéntricos. Permanezco atento
sin otra cosa que me distraiga. Paralizado, inmóvil. Giros y más giros.
Ziung-ziung-ziung-ziung… El ojo de buey es ahora un agujero negro que absorbe
todas las partículas de mi cuerpo. Mejor aun: Un gran remolino en medio del
océano. Ziung-ziung-ziung-ziung… Un ciclón. Un huracán.
Ziung-ziung-ziung-ziung… El movimiento va decelerando. Zi-ung… zi-ung… zi-ung…
z-i-u-n-g… El programa de lavado ha acabado. Poco a poco el tambor deja de
girar hasta que se detiene. Saco la ropa de la lavadora y la tiendo.
Llaman al timbre. Es El Culebras.
Me trae veinticinco gramos del mejor hachís que se pueda encontrar. Lo bueno se
paga, así que aflojo la guita. Después de eso me quedan unos pocos euros para
pasar el mes. El Culebras tiene prisa, debe atender a otros clientes. Un hombre
atareado El Culebras. Se despide y me deja a solas con las moscas.
El humo denso, pegajoso y dulzón
entra en mis pulmones. Fumo tranquilo mientras el sol dibuja rectángulos en las
paredes. Tengo toda la tarde por delante. Debería escribir, llevo varios días
sin hacerlo. De hecho, tendría que fijarme un horario y atenerme a él. Cuatro
horas obligatorias de escritura al día. De esa forma produciría más. Pero yo
soy de los que necesitan un punto de partida, una imagen, un toque de
inspiración, algo que ponga en funcionamiento la máquina. Por mucho que me
coloque delante del teclado, si no tengo “eso” no podré escribir una palabra.
Julio Cortázar decía: Siempre hay que
mirar hacia adelante. Yo prefiero mirar hacia dentro. En lo más profundo de
mí es donde están las palabras. Las mías. Para encontrarlas tengo que
sumergirme en ese abismo abisal. No es fácil llegar ahí. A veces, es incluso
doloroso. Sigo fumando. El salón se va llenando de humo y Jazz. Louis Armstrong
hace sonar su trompeta y Ella Fitzgerald pone la voz. Hachís y jazz son una
buena combinación. La mezcla me lleva a dobles dimensiones y universos
alterados. Paz, sosiego y espirales de humo. Un pequeño escarabajo sube por el
cristal de la ventana. Observo los colores de su caparazón. Pienso en el
esfuerzo del pobre bicho que trepa burlándose de las leyes de la gravedad. En
un momento dado extiende las alas y, cual camicace, trata de atravesar el
vidrio. Lo intenta una y otra vez arremetiendo insistentemente. Toc, toc, toc.
Me apiado de él y le abro la ventana para que pueda escapar.
El porro se consume. Necesito
más.
Tengo que escribir. Sin embargo,
es mejor fumar y dejarse llevar por el razonamiento de la pereza. Fumo. Louis
toca la trompeta, Ella canta y yo fumo. Cada uno a su tarea. Cada cual con su
instrumento. Si no escribes, al menos podrías leer. Tienes montones de libros
que aguardan a ser leídos. Elijo uno. Lo abro por la primera página y leo:
Ojalá tuviera yo el ritmo y el
talento de Hunter. Sus palabras me han dado la pauta que estaba buscando. Dejo
el libro y me pongo frente al teclado. Escribo:
Estoy sentado frente a la lavadora. Observo cómo el tambor da vueltas a
toda velocidad en el programa de centrifugado. No tengo otra cosa mejor que
hacer que contemplar la carcasa de poliuretano transparente. Ese cíclope de
pupila veloz con el que mantengo una lucha de miradas. La ropa ya no se
distingue. La fuerza centrífuga ha hecho de las prendas una masa compacta y
multicolor que gira y gira rápidamente dejando un hueco en el centro. Pasan los
minutos y sigo hipnotizado por el movimiento constante que dibuja círculos
concéntricos. Permanezco atento sin otra cosa que me distraiga. Paralizado,
inmóvil. Giros y más giros. Ziung-ziung-ziung-ziung… El ojo de buey es ahora un
agujero negro que absorbe todas las partículas de mi cuerpo. Mejor aun: Un gran
remolino en medio del océano. Ziung-ziung-ziung-ziung… Un ciclón. Un huracán.
Ziung-ziung-ziung-ziung… El movimiento va decelerando. Zi-ung… zi-ung… zi-ung…
z-i-u-n-g… El programa de lavado ha acabado. Poco a poco el tambor deja de
girar hasta que se detiene. Saco la ropa de la lavadora y la tiendo.
Por los movimientos que hace, sé
que Nico está soñando. ¿Con qué? Vete tú a saber. Ese es otro tema sobre el que
puedo escribir: ¿Qué sueñan los gatos? Me pongo en lugar de Nico y trato de
pensar cómo él. Renuncio. No tengo la cabeza para ponerme en lugar de nadie,
menos de un gato.
Es hora de sustituir la trompeta
de Louis por el saxo de Charlie Parker. Eso es, Charlie, dale duro. Tú sí que
sabes.
APORTACIÓN DE MIGUEL BERGASA
(FIFO)
Continuación de A cuestas conmigo mismo:
(no es continuación, es
relato paralelo)
No encuentro ningún taburete,
ni banco,
ni nada donde sentarme y
además estoy convencido que no he
elegido el programa correcto,
y me pregunto por qué el
tambor no da vueltas.
Vaya mierda. No se poner una
lavadora.
Me distraigo con cualquier
bobada.
Lo que daría por que viniera
algún colega a fumarse un par de porros conmigo.
Qué estúpida me parece la
forma circular de la ventana de la lavadora
Me encantaría fumar un porro,
pero es que no tengo tiempo para nada, menos mal que por lo menos este rato no
escribo.
Estoy hasta los cojones de
ser un esclavo de la máquina de escribir.
Si el cabrón de Boas se
hubiera pasado por aquí…
¿Pero dónde cojones está el
prelavado?
Menos mal que tengo, no sólo
el talento de Hunter (Simpson, y de
Bart,) de tal manera que aprieto el botón de arriba y empieza a sonar
Lance Armstrong, con el típico swing de piñón plato- plato piñón.
Por fin.
Esto parece que funciona.
Y lava.
Así que me quedo medio
aleláo, pensando en lo que odio a los gatos y recordando aquel libro horrible
del náufrago, que ojalá nunca lo hubiera leído
Me voy.
Dejo
la ropa centrifugándoselas como mejor pueda, al son del sillín de Induráin.
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