Está el holandés
ese
de la plaza.
Por lo general
mira al vacío,
pero,
de repente,
se pone a gritar
e insultar
al aire.
Y está el tipo ese
que pide limosna
tocando la guitarra
en playback.
Mueve el dedo
índice
del traste 3 al 5
y suena una
de Paco de Lucía.
Y está el filósofo.
Lleva abrigo
en pleno Agosto
y debajo
una camiseta de
Nietzsche.
Dibuja
y habla solo,
quizás hable
con Nietzsche.
Y está el punki,
que persigue a los
curas,
“Eh follaniños
dame una monedita”
Se tambalea ebrio
a cualquier hora
y hace calvos a la
gente
a la menor ocasión.
A ellos
y a muchos otros
los conozco
del comedor,
donde se junta
lo mejor
de lo mejor.
Luego están los
locos,
con sus bolsos de
marca,
sus coches
relucientes,
sus armarios
repletos,
su música a tope,
sus trajes
brillantes,
sus maletines,
sus chanclas,
sus cestas de la
compra,
sus sonrisas,
sus fiestas,
sus colonias,
sus tarrinas de
helado.
No se quién me da
más asco,
ni más pena,
si ellos,
vosotros,
o yo.
Esperando el tren
cuando ya no hay
vías.
Parto una albóndiga
por la mitad
y pienso en dios
limpiándose el culo
con una nube.
Aquí hay poco que
rascar.
Somos
carne picada,
descansamos en la
bandeja
y nos deslizamos al
mostrador.
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