Se cubrió la cara con los brazos. Dejaba
sin protección el resto del cuerpo pero puestos a elegir prefería resguardar su
rostro, que era lo que más valoraba. Él era un Adonis, un guaperas tocado por
la mano de Dios, y claro, quería seguir siéndolo. Le acababan de romper la
nariz y no estaba dispuesto a que le desfiguraran más. De seguido recibió un
puñetazo en la boca del estómago que le cortó la respiración. Cayó al suelo.
Vio llegar una bota, giró el cuello pero no fue suficiente para esquivar el
golpe. Lucecitas de colores, sangre y dientes volando fue su siguiente visión.
La masa encefálica de su cerebro rebotó dentro de su cabeza. Por un momento el
mundo se detuvo y el silencio se hizo en la pista de baile de la discoteca. Muy
lentamente, uno de sus colmillos rebotó por las baldosas hasta perderse entre
los pies de la muchedumbre que los rodeaba. Se palpó las encías con lengua y notó que le faltaban cuatro piezas
de la mandíbula superior. Escupió la sangre que llenaba su boca y tomó una
bocanada de aire viciado. Los tres tipos que le estaban zurrando eran gente
peligrosa. De hecho, estaba sufriendo en sus carnes lo duros que podían ser. El
ruido ambiental regresó al sentir un dolor agudo en los riñones. Otro golpe
recibido que le devolvía al ritmo desquiciado de la paliza. Los macarras le
tenían sometido y rodeado, cada uno de ellos atacaba sin piedad, sincronizando
puñetazos y patadas, eligiendo las zonas más vulnerables donde golpear. Eran
expertos en el arte de machacar y además disfrutaban haciéndolo. Hizo un
intento por levantarse pero una coz en la espalda lo tumbó definitivamente. El
más alto y corpulento de los tres atacantes le pisó la cabeza y manteniendo el
pie sobre ella, levantó los brazos en señal de victoria. Parte del público
aplaudió. Él se sintió como una presa abatida, tirado en el suelo con una bota
sobre su mollera. ¿Dónde quedaba su dignidad? ¿Y su cara, qué quedaba de su
cara? Fue entonces cuando la oscuridad se filtró en sus ojos y se desmayó…
Salió del trabajo impaciente por
disfrutar cuanto antes del fin de semana que tenía por delante. Con los compañeros
de curro se tomó unas cervezas en La Lisboa, un bar en el que solían hacer una
parada cuando terminaban la jornada laboral. Entre caña y caña la conversación
derivó hacia el tema de siempre: Mujeres. Y todos sabían que en eso el experto
era él.
-
¿A
quién piensas tirarte este fin de semana?
-
Tíos,
hay una chavalita en Béjar que me tiene loco.
-
Ándate
con cuidado, a los de Béjar no les gustan que les quiten a sus mozas, y menos
si el que se las quita es de Guijuelo.
-
Tranqui,
tronco, el menda sabe lo que se hace.
Y amagó una patada a la media vuelta
para dejar claro que sabía defenderse.
Después de unas rondas se despidió de
los colegas. Marchó a casa para ducharse y cambiarse de ropa. Iba a estrenar
unos zapatos de plataforma con tacón cubano. Los conjuntaría con unos Lois
acampanados, bien ajustados para marcar paquete, una camiseta negra con la cara
de Richard Roundtree litografiada,
que un amigo le trajo de New York, y una cazadora vaquera, también Lois. Sabía
que con esos atuendos y su atractivo iba a arrasar en la discoteca. Sí, se lo
iba a comer todo.
Llegó a Béjar con su Simca 1000 Special,
rojo y con unos relámpagos blancos pintados a lo largo de la carrocería,
imitando el famoso coche de la serie de moda: Starsky y Hutch. Aparcó junto a la iglesia. Se apeó del buga y se
dirigió directamente a la discoteca. Aún era pronto y la pista de baile estaba
casi vacía. Se acercó a la barra del bar y pidió un cubata. Había que meter
carburante al cuerpo para luego darlo todo en la pista. Echó una ojeada para
hacerse una idea del percal. Abundaba el buen género pero él buscaba a una
chica en concreto. La vio apoyada en la balconada de la planta de arriba junto
a sus amigas. Cruzó el local y se dirigió a la cabina del pinchadiscos.
-
Colega,
si pinchas algo de James Brown y te animo la pista.
Sonaron los primeros compases de “Papa´s got a brand new bag”. Era hora de
dejarse ver. Saltó a la pista y se abandonó al ritmo de la música. Él no era
como los demás, que esperaban a que pusieran los temas lentos para entrarle a
una tía. No, él marcaba el territorio con los bailes sueltos. Y por supuesto no
se limitaba a los simples: paso-adelante-paso-atrás, que es lo que hacían
todos. Él exhibía saltos, giros y piruetas. A la hora de bailar era el mejor.
Danzando se sentía negro, y por su estilo cualquiera diría que lo era. A él le
gustaba pensar que por sus venas corría la sangre de los negros de Harlem, del
Bronx, del propio James Brown,
también la de Curtis Mayfield, Roy Ayers, y como no, la de Isaac Hayes. De no ser por lo pálido de
su piel se podría asegurar que en sus genes había algo de la madre África.
Todos los ojos estaban puestos en él. Las chicas lo deseaban y los tíos le
observaban con esa envidia insana que se les tiene a los agraciados. No cabía
duda de que sabía moverse. Bailando era el puto amo. Pronto sus encantos
penetraron cual saetas en la presa deseada. Ella se lo estaba comiendo con los
ojos. Cuando terminó el tema y su exhibición, le hizo una seña para que se
reuniera con él en el bar. La invitó a un lugumba, él se pidió otro cubata.
Mientras tomaban las bebidas coquetearon el uno con el otro siguiendo los
tópicos habituales del ligoteo. Se gustaban y lo dejaban claro en sus gestos y
carantoñas. Él quiso pasar a mayores así que se la llevó al servicio de las
tías. Se encerraron en uno de los baños y empezaron con los besos y las
caricias. En un momento dado ella entornó los ojos y dijo:
-
Tienes
cara de ángel.
-
Y
tú tetas de ángel, culo de ángel, chochito de ángel…
Según hablaba iba acariciando las zonas
mencionadas. Al tocarle el coño lo notó mojado. Aquello no era una sorpresa,
estaba acostumbrado a que las pibas se derritieran en sus manos. Sin embargo
para su ego un coñito húmedo siempre era una victoria. Ella se dispuso para
acogerle dentro de su cuerpo. No obstante, él se lo tomó con calma. Le gustaba
hacerse desear.
-
Tranquila.
Antes vamos a colocarnos.
Sacó la papelina. Sin abrirla la puso
sobre la loza de la cisterna y la aplastó con el mechero para que la coca
estuviera bien machacada y no quedasen grumos. Con la uña larga del dedo
meñique recogió un montoncito de polvo y directamente lo esnifó.
-
Enrolla
un billete.
Mientras ella enrollaba el billete, él
se bajó la cremallera de los vaqueros y dejó a la vista la erección de su
miembro. Con la uña del meñique recogió otro montoncito de coca y lo fue
depositando sobre el largo de su polla.
-
Todo
tuyo.
Ella se llevó el billete a la nariz y
esnifó. Para hacerse con los restos utilizó la lengua. Él se dejó hacer,
disfrutando del momento y del subidón. Otra muesca más en su lista de
conquistas. Era cojonudo ser guapo y estar bien hecho. Lo era por todas las
bellas mujeres que se habían rendido a sus encantos. La vida era generosa con
él… De pronto la puerta del baño reventó y el pestillo saltó por los aires.
Alguien la había abierto de una patada. Ese alguien era El Miliki: un tipo
peligroso, delincuente habitual de la zona. Iba acompañado de tres de sus
esbirros. Los de la banda del Miliki eran famosos por la violencia que
utilizaban para llevar a cabo sus fechorías. Estaba en un buen lío. Ella se
subió las bragas y él se guardó la polla dentro del pantalón. ¿Qué coño pasaba?
¿Por qué esos tíos la tomaban con él? La respuesta era muy sencilla: la joven
que se estaba tirando era, ni más ni menos, que la hermana de El Miliki. Perra
suerte la suya. Rezó para sus adentros por una salida airosa. Lamentablemente
sus jaculatorias se fueron por el desagüe. Antes de que pudiera alegar algo en
su defensa ya le habían roto la nariz de un cabezazo. Se desplomó sobre la taza
del wáter semiinconsciente. Al ver la sangre, ella quiso ayudarle, pero su
hermano, El Miliki, ordenó a uno de los suyos que se la llevara de allí, y así
poder despacharse a gusto con el fulano que le había faltado al respeto. El
secuaz obedeció, agarró a la chica del brazo y arrastras la sacó de la
discoteca. A él lo sacaron a hostias de los servicios. A empujones lo llevaron
hasta la pista de baile para que todo el mundo pudiera ver cómo le partían la
jeta. Enseguida se hizo un corrillo alrededor. Ahora los dueños de la pista
eran los macarras. Para no defraudar a la concurrencia hicieron gala de sus
mejores golpes. Él trataba de protegerse la cara. Pese a ello los porrazos le
llegaban por todas partes. Su sangre negra goteaba por la pista. Los asistentes
a la masacre, hienas en potencia, disfrutaban de la sangría. La aniquilación de
lo bello siempre ha sido un aliciente para el público voraz. Todos sentían un
morbo especial por ver cómo un rostro bonito dejaba de serlo a base de golpes y
puñetazos. Quizás porque a nadie le gustaba quedar en evidencia ante un
forastero agraciado. Tal vez por eso resultaba tan placentero para los
asistentes ver cómo le destrozaban el careto. Cada golpe que los macarras le
daban era un golpe que ellos mismos asestaban. Las mujeres que antes le habían
deseado, despechadas por no haber sido la elegida, ahora se extasiaban al verle
sufrir. Y los tipos que en secreto habían querido ser como él, se regodeaban
cada vez que uno de los agresores le infligía un castigo. Eran buitres
esperando a que los depredadores acabasen con su presa para hacerse con la
carroña. La paliza continuó hasta que le hicieron perder el sentido…
Se despertó en mitad de ninguna parte.
Por lo visto llevaba inconsciente muchas horas. El sol estaba alto y calentaba
con rabia. Un nubarrón de moscas revoloteaba y se posaba en sus heridas para
alimentarse de la sangre seca. Notó un tirón en la espalda. Era una vaca que
trataba de comerse su cazadora. Al notar que él reaccionaba, el animal
retrocedió y fue a reunirse con las otras reses para seguir con su menú de
siempre.
Hizo un intento por incorporarse pero
tenía el cuerpo tan dolorido que apenas pudo moverse. Sobre todo le dolían las
heridas de la cara. Esos cabrones se habían asegurado de dejársela hecha
picadillo. Palpó las lesiones con los dedos tratando de hacerse una idea de los
daños. La perspectiva no era buena. Con mucho esfuerzo y dolor consiguió
ponerse en pie. Le faltaba el zapato derecho. Lo buscó por los alrededores sin
éxito. Estaba en medio de la dehesa y no tenía ni idea de dónde quedaba el
pueblo. Necesitaba volver a la civilización para recibir ayuda médica. Cuanto
más tiempo pasase sin ella más posibilidades tendría que le quedasen
cicatrices. Ojalá hubiese tenido un espejo a mano para verse. Estaba
enormemente preocupado porque le hubieran desfigurado para siempre. Si pudiera
encontrar una fuente podría verse en el reflejo del agua, y de paso lavarse las
heridas. Buscó por si veía alguna. Se conformaba con un pequeño regato o un
simple charco, pero no los había. Tendría que esperar. Como no sabía orientarse
tampoco se decidía por el camino que debía elegir. Puestos a andar, mejor
cuesta abajo que subir por la colina que tenía a sus espaldas. Se encontraba
muy débil para esfuerzos extras. Descendió renqueante a través del follaje con
la esperanza de que el camino elegido le llevase a un pueblo, cualquier pueblo.
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