domingo, 3 de agosto de 2014

EL ÁNGEL

Me llamo Ángel y nací en junio del 61, Géminis, por tanto, ascendente en Leo. ¿Mi infancia? feliz, media, normal, hijo de un periodista y una relaciones públicas. Ellos quisieron darme una educación liberal y yo la seguí hasta que escuché mi primer disco de rock´n´roll, el Beatles for sale. Ahí comenzaron los problemas y la diversión. Ya me había ligado unas cuantas borracheras del copón bendito cuando con quince años, tuve la oportunidad de acudir a un concierto de Lou Reed. Aquello me transformó y dejé reinar el lado salvaje. Habían pasado unas cuantas noviecitas a mi través cuando conocí el significado de la letra "Heroin". Yo iba a ser músico y toxicómano y lo supe desde ese momento.


Dejé de estudiar y me dediqué a comer anfetaminas y ácidos, a fumar miles de porros, me mataba con los colegas, el país andaba cambiando y recibí unos cuantos porrazos en el lomo tonteando con cuestiones políticas. Era cojonudo tener quince años y estar corriendo delante de los maderos y devolverles los botes de humo a patadas. Fue también en aquellos días cuando eché mi primer polvo con una nena rubia y con buenas tetas a la que siempre tendré un cariño inmenso. Estuvo cantidad de lindo, la abandoné rápidamente. Habitualmente he sido un cabrón y un tramposo en mi relación con las mujeres hasta que, bastantes años después, me enamoré de veras. Entonces sufrí porque todo se termina. De eso siempre se encarga alguien o algo.

Empecé a tocar la guitarra, a cantar y componer canciones con los tres acordes básicos. Nunca he sido un técnico en nada, maldita la falta que me hace, eso no impide que en mi infancia haya estudiado algunos años de piano y solfeo, incluso quería llegar a ser director de orquesta. Y nacieron los Escaparates, mi primera banda estable. Nuestra intención era ser los más duros de todos y lo conseguimos, creo. Hicimos más ruido que nadie, un estruendo de mil demonios. Nuestra actitud era lo más bestia y arrogante que podíamos. Nos vestimos de negro cuando todos lo hacían con espantosos colores fosforescentes. Tocábamos temas de veinte minutos cuando los demás resolvían en tres o en cuatro. Llevábamos unos cuantos meses chutándonos heroína por aquel entonces, nos echaban de todos los locales de ensayo por yonquis y por no pagar, nos empezaron a llamar desde el ejército. Peleas y motines en nuestros conciertos. No nos dejaban tocar en ningún sitio nuestra mercancía se había vuelto demasiado peligrosa, así que el asunto se convirtió en algo enormemente complicado y cada uno por nuestro lado, nos dedicamos a ir completando nuestros destinos como buenamente se podía. Allí estuvieron César Scappa, Eduardo Benavente, el Porras y el Bazaco. Fuimos los mejores y nadie se enteró. 
Que les den por culo.

Mis padres musicales podrían ser gente como Dylan, Lou Reed y Velvet Underground, Jim Carroll, Iggy, Los Heavy Metal kids, La Banda Trapera del Río, Billie Holiday, Patty Smith y Ray Charles, y por supuesto Johnny Rotten y los Sex Pistols .Yo soy de esa generación y es un orgullo. Eso que hablamos la Otra noche del rock yonqui es una mierda y no existe, Alberto. Lo único que hay es un número limitado de gente que sangra con su música y sus canciones. Esos son los que valen, se chuten o no. Literariamente mis fuentes tenían que venir, evidentemente de Rimbaud, Shakespeare y William Burrougs, porque durante toda mi vida me gustó escribir y también lo hice sin continuidad, sin disciplina. De vez en cuando me sentaba delante del papel y abría mi alma. Tú vas a publicar ahora los resultados. Era el mejor en redacción en la escuela. He querido continuar siéndolo después aunque creo que no debo haberlo conseguido. Ahora es más dura la competencia. 

Siguiendo con lo que decíamos, yo ya estaba supermetido en la aguja y sus negocios asociados, y finalmente me ligaron los militares y me pusieron a tocar el tambor en la banda. Por un lado fue bonito,siempre me fascinaron las procesiones de Semana Santa. Salí y llegaron las complicaciones reales, las de verdad. La policía, las deudas, el abandono, hospitales psiquiátricos y mi primera huida, París, la ciudad más guapa del mundo. Me divertí como un cerdo durante un año y tuve una novia australiana, muy mona ella, se llamaba Sue y quería llevarme a Brisbane a "currar" en un restaurante que sus adinerados viejos le iban a montar. Eso quedaba demasiado lejos. Trabajé de albañil y de fotógrafo en una sala de fiestas. Gané pasta, retorné a Madrid al final del verano para, supuestamente, ver unos días a mi madre y después largarme a la playa. Además estaba desenganchado, me había ganado un descanso .Pero las cosas son como son, no salí de la ciudad y me fundí todos los billetes en un par de semanas por la vena, a saco. Luego ya no sé, sucedieron un montón de historias. Vendí mucho caballo, robé a mucha gente, muchos de mis amigos murieron. Mientras tanto, iba creando grupos fantasma que se desintegraban tras tres ensayos. Perdí lo poco que algún día tuve, intenté una nueva temporada en la ciudad luz, un París que en esta ocasión se me hizo un infierno desde la habitación de una sórdida pensión.

Me vine de nuevo. Entonces fue cuando apareció Concha, una princesita encantadora que le tangué al soplapollas de Javier Benavente, amor y heroína, heroína y amor. La vida deshizo nuestro maravilloso episodio por la cara. Supe lo que es estar jodido de verdad y sentirme impotente, me castigué todo lo que pude hasta que acabé en un estado lamentable, en una granja-clínica en medio de los Pirineos. Sobredosis de naturaleza, terapias individuales, terapias de grupo, autoanálisis, autocrítica, introspección ¡Y una polla pa su boca! Me largué para siempre aprovechando el hecho de que en el Studio 54 de Barcelona actuaban Iggy y mis amigos los Mercenarios. Allí estaba el Dogo. Retomé la calle con avaricia. Obtenía los talegos que necesitaba para inyectarme tocando la guitarra y cantando en las terrazas de los restaurantes.

Ya sabía que tenía anticuerpos del SIDA desde hacía cuatro o cinco años. Al principio no me importó demasiado y continué dándome caña. Tenía el espíritu colapsado por otras causas, así que, a finales del 91, asqueado, tomé la decisión de irme lo más lejos posible y romper con todo. Crucé el charco y aparecí en Montevideo, Uruguay, donde nació mi vieja y donde aún contaba con algunos familiares presumiblemente dispuestos a echarme un cable.
Pero todo era un fraude, en el fondo yo no quería cambiar de vida. Al poco de llegar me encerraba en un cuarto de mi húmedo apartamento y pasaba días enteros pinchándome cocaína en soledad con todo lo que eso significa. Después controlé una historia para sacar ampollas de morfina de un hospital decimonónico. Tuvimos la fiesta completa. El alcohol y los tranquilizantes e hipnóticos también rondaban por allí. me enamoré de una niñata que no me merecía y que me trató mal, y me deprimí, y empecé a ponerme muy enfermo. Las cuatro letras activaron su poder diabólico e hicieron un trabajo de puta madre. Un mes de pneumonía y otro de internamiento cargado con una tuberculosis espectral en un hospital tercermundista de terminales me hizo darme cuenta de muchas cosas, entre ellas, de que estaba casi muerto.

Y me rebelé. Pensé que si salía vivo de allí lo iba a intentar de nuevo. Sacar adelante mis poemas y mis canciones, creo que valen la pena y no quería que siguieran agonizando en un cajón.

Tras muchas angustias reaccioné a los tratamientos, mejoré, regresé a España, lo que siempre ha sido un placer. Pasé todavía unos meses de ostracismo encerrado en casa y sin querer ver a nadie, convaleciente y apaleado. Un día cualquiera mi padre me dijo que si quería acompañarle a una actuación de Enrique Morente. Y fui, no por qué. Es el destino quien prepara ciertas citas. Allí me encontré con Curra, la chica de mis sueños desde los tiempos de los Escaparates. Me dio un beso y un abrazo que revolucionaron absolutamente mi existencia. Iban cargados, como me explicaría después.

A partir de ahí comencé a escribir y a cantar de nuevo. Me puse a la caza de un editor y una discográfica, Yo sé que lo hice fundamentalmente por ella.
Decidimos grabar en Sevilla porque muchos de los músicos que iban a participar son de allí. Nos salía más barato y es una ciudad que adoro. Estaba claro, los chavales se portaron, los tuve a casi todos, mis amigos: a Ana, al Dogo, a Juanjo y a Miguel, de los Mercenarios, a Tony, un monstruo con la batería,
a César Scappa, el único de los Escaparates que pudo estar y que incluso canta una canción conmigo, a Rafa Gálvez con el tubo y a muchos otros compañeros que aportaron su valentía y sus escalas a pesar del potente calor que hacía. La grabación fue muy bien desde el principio.
Nos tomábamos las cosas con cierta calma como hacen por el sur hasta que a los pocos días llegó ella y todo entró en una auténtica ebullición.
Vivimos una increíble historia de amor y eso está perfectamente reflejado en el disco, un gran disco. Mi nuevo grupo se llama El Ángel y los Volcánicos. Aunque ahora no sé bien qué pasa, se está derrumbando el sueño y yo me siento cansado pero con una atroz ansiedad por amar y vivir, mucho me temo que no voy a poder hacer ni lo uno ni lo otro. Lo único que tengo claro son mis tres objetivos a corto plazo. Mi libro, mi disco, el otro no lo voy a decir aquí pero tú ya lo sabes.
Es lo que me va salvando.

Ana Curra leyendo a El Ángel (Ángel Á
lvarez). Acompañada de Alberto García-Alix, Cesar Scappa (Escaparates) y Juan Diego Fuentes (Dogo y los mercenarios).
Valiente Inverso. La casa del reloj 28/IX/2013.


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