Lupercalia, Alicante, 2015.
240 pp. 15,95 €
Miguel Baquero
Antes de comenzar con la reseña del nuevo libro de Vicente Muñoz
Álvarez me gustaría contar una pequeña historia: dos amigos del colegio;
uno de ellos, fascinado por la vida de lujo y escaparate, consigue, a fuerza de
medrar, llegar a lo más alto de su bufete, o de su banco —no recuerdo bien—,
pero lo bastante alto como para adquirir un Jaguar y un casoplón; mientras, el
otro amigo parece haber quedado anclado en la vida de barrio y de amigotes.
«Joder, amigo, qué cochazo, qué envidia», exclama el tipo digamos de barrio
cuando ve el Jaguar del otro. «Me lo he currado», es la respuesta, algo
jactanciosa, del abogado o el banquero, ya no recuerdo. Pasan los años, llega
la crisis, el pinchazo de la burbuja, la ruina para muchos y entre ellos para
el del Jaguar, quien, hundido y abandonado por todos, está tomando una tarde
cervezas en un bar del viejo barrio cuando ve aparecer al colega, que le saluda
y le dice que lleva prisa, porque dentro de un rato ha quedado con tal. Y luego
con cual, un viejo amigo de ambos. Y luego va a ver a otro conocido. Y luego…
Vale que en ningún sitio le ofrecerán Châteaux Lafite, sino cervezas de marca
blanca, y no irá en un descapotable sino a pata, o en autobús, pero el del
Jaguar —aunque ya no debería llamarle así, porque hace tiempo que lo vendió—
exclama: «Cuántos amigos, tío, qué envidia me das», a lo que el viejo colega
responde, con la ceja levantada: «Me lo he currado».
Esta historia, de cuyos dos capítulos a punto estuve de ser testigo
presencial, se me viene la cabeza cuando llego a la última parte de Regresiones,
titulada «Ojo de pez», donde una serie de amigos del autor, con una pluma más
que digna, escriben sobre el modo en que conocieron a VMA y sus correrías
juntos por León, en los años —del 66 acá— que se describen en esta obra. Que no
es una novela, hay que advertir, sino algo así como un libro de memorias, o
mejor, la crónica de una formación sentimental. En Regresiones, el autor nos
habla de cómo —siempre contra el fondo de León, su ciudad natal— fue poco a
poco despertando a la vida y a las sensaciones, nos describe esos pequeños
detalles —una serie de televisión, una tarde en el río, una casa abandonada…—
que, siendo «chinorri», le dejaron marcado, y que la gente de su generación no
podemos por menos que identificar en numerosas ocasiones. Pasa el tiempo,
llegan los 80 y asistimos a —muchos, recordamos— aquellos días juveniles en que
todo parecía estar explotando alrededor, las sensaciones, los impactos, las
modas, las aventuras se acumulaban. Lambrettas, chapas en la solapa,
publicaciones underground… Son los días en que VMA formó una banda de
rock, sin más aspiraciones —que entonces eran legítimas— que pasarlo bien y
cuando comenzó a devorar libros y autores, a decantar sus gustos literarios, y
en cierto momento llegó a la conclusión de que aquello iba a ser su vida en
adelante….
Hay, más o menos hacia ese punto, una cisura en el libro. Comienza el
capítulo titulado «Días extraños». Aquel alocamiento de los 80 y los 90 ha
concluido y el autor sale de esa época decidido, sin remedio, a emprender «una
apuesta suicida por la literatura». Desde este momento —pongamos 3/4 partes del
libro— dejan de narrarse circunstancias personales —o se narran más veladas— y
el interés pasa hacia un autor que está ya caminando por la vida en busca de
una expresión distinta, totalizadora, emotiva, de definir su autenticidad…
«.Soy un corazón de lluvia, y todo lo aromatizo […] y eso, aviso a los
navegantes, nadie me lo va a quitar… lo digo desde aquí y ahora para mis pocos
(y fieles) lectores, pero lo hago público ya: para lo bueno y para lo malo me
desangro, dejo mis vísceras y mi corazón en ello, y como vivo de otra cosa me
permito las licencias que quiero y escribo siempre de lo que quiero… que pago
por ello un alto precio, lo sé y asumo, pero siempre que leáis algo mío será
pura sangre y libertad…»
Son palabras de un autor lanzado ya sin frenos en busca de lo genuino.
Me consta que VMA ha tenido muchas oportunidades de desviarse de este
empeño, de frenarse y venirse a un estado más cómodo y rentable literariamente,
quizás al Jaguar de mi cuento del principio, pero tantas veces como le han
surgido al paso tantas las ha orillado para seguir rodeado de sus viejos
valores en su búsqueda de la expresión auténtica. Y de eso trata este libro: de
cómo escribir bien… no, no enseña técnicas ni trucos ni da pistas sobre la manera
de abordar a editores… trata de cómo escribir bien recurriendo a tu verdad.
Cada uno tiene la suya, intransferible, y la de Vicente Muñoz Álvarez son
estas Regresiones; un libro, en resumen, escrito por un autor —y este
adjetivo que sigue sé que ha perdido fuerza en la maraña de calificativos a
cual más tremendo que se lanzan en las campañas publicitarios, pero a mí me
sigue pareciendo el mejor que se puede aplicar—: un autor admirable.
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