León. 5 de Octubre del
2015. Tengo treinta y cinco años y estoy intentando escribir mi primera novela.
Son las nueve y media de la mañana, llevo toda la noche sin dormir. Mis
horarios de sueño están alterados tras los excesos del fin de semana. Si planeo
llevar un horario normal entre semana que me permita terminar el jodido libro
no es muy aconsejable que me acueste en estos momentos. Este viene a ser el dilema
de todos los domingos por la noche. A veces la jugada me sale bien, y a veces
no.
Aunque en otras ocasiones la tranquilidad
de la noche me ha empujado a escribir, parece ser que ahora ya no es así. No
tengo ni idea de por qué. La conclusión es que la mayor parte de las noches en
vela las paso principalmente meditando mirando al vacío de las paredes de esta
vieja habitación o, en el peor de los casos, perdiendo el tiempo en Internet.
Cualquier cosa en lugar de escribir. Y eso no es bueno. Tengo que terminar la
maldita novela. Es un trabajo que me está obsesionando y consumiendo el alma.
Me está destrozando por dentro. Tengo la trama en la cabeza, y llegado a este
punto todo se limita a una labor de redacción. Pero es tan jodido...
Quizás esté intentando abarcar demasiado.
Quizás me esté tomando a mí mismo demasiado en serio. Siempre me pasa igual, me
creo que estoy escribiendo la biblia o algo así. Y a fin de cuentas, ¿para qué?
Si llega el día en que mi novela esté terminada será leída, por un puñado de
personas: con suerte, con mucha suerte, un par de cientos. Casi todo amigos y
conocidos que me dirán con una sonrisa que no me ha quedado mal, que está
curioso, que está bien escrito, cuando por dentro estarán pensando «pobre
chaval, se le ha ido la cabeza del todo. Es entrañable, pero va a acabar en un
manicomio».
La puta vida del escritor alcohólico y
drogadicto. Suena romántico, fascinante, seductor, atrayente... pero eso son
adornos que ponen una vez que has muerto y si te ha llegado la fama. Desde aquí
os puedo asegurar que no hay nada de todo eso. En realidad es una mierda. Un
agujero silencioso y que se cae a pedazos. Como esta vieja habitación.
Me levanto a mear. Atravieso el largo
pasillo, el mismo que servía de portada a mi primer libro, una colección de
relatos que pasó sin pena ni gloria por el panorama editorial. Intento no hacer
ruido para no despertar a los moradores del resto de habitaciones. Menuda
colección de perdedores hay aquí, cada uno en su agonía personal y espiritual.
Al menos ellos no se auto-torturan intentando escribir una puta novela...
Hay luz en la habitación número tres. El
tipo que se ha metido a vivir ahí es fascinante. Un treintañero delgado y
larguirucho que se pasa las veinticuatro horas ahí dentro encerrado, solo. Lo
ves pasar de vez en cuando al baño, pero poco más. ¿Qué coño hará ahí dentro?
Quizás planea asesinarnos a todos... Pego la oreja a su puerta como si fuese
una vulgar maruja. No se escucha nada. Tras un rato de absoluto silencio, un suspiro
y el leve ruido de la silla al moverse. Eso me indica que está ahí, que está
vivo y que planea matarnos a todos. Luego, de nuevo el silencio.
Prosigo mi peregrinaje al retrete. Levanto
la tapa y evacuo. Me tiro un pedo tímido. Tiro de la cadena y deshago lo
andado.
De nuevo en la habitación. Debería
escribir, debería terminar esta mierda. Pero no me apetece hurgar en ciertas
heridas, acudir a ciertos recuerdos, no ahora...
Mientras tanto, el tiempo y la vida pasan.
Y lo hacen rápido. Cada vez que miro el calendario no me lo puedo creer. Los
días caen tan deprisa... Me da la impresión de no estar enterándome de nada.
Seguramente así sea, teniendo en cuenta que me paso una mitad del tiempo pedo y
la otra resacoso.
Llevo unos meses cayendo por un pozo oscuro. Se jodió
todo tanto... historias de amor y desamor, el rollo de siempre... en fin. En
cualquier caso, lo cierto es que la cosa va rápida, los días caen como
guillotinas. Se me escapan entre los dedos y puede que no me quede mucho tiempo.
La idea de la muerte me obsesiona últimamente. Es posible que solo sea la
paranoia debida al abuso de drogas, pero puede que no...
El caso es que el reloj de arena está dado
la vuelta y los granos caen. Tengo que terminar la novela. Seguramente sea el
único testigo mudo de mi paso por aquí. Me recito el mantra: terminar la
novela, terminar la novela, terminar la novela...
Encima el otro día me endosaron un marrón,
también relacionado con este rollo literario y que es lo último que necesito en
estos momentos. Tengo que escribir un prólogo para la primera novela de Pepe
Pereza. Y encima el cabrón solo me ha dado unos días de margen. Venga, más
presión.
Pepe es otro escritor de pacotilla, otro
ingenuo. Nos conocemos desde hace unos años, por eso de que somos «coleguillas
de gremio», en fin... Al menos Pepe es bastante más auténtico que la mayoría de
los que he conocido dentro de la farándula artístico/literaria. Y encima
escribe bien, cosa extraña en dichos ambientes. Nos mandamos mensajes de vez en
cuando. Alguna vez le he escrito, a las tantas de la madrugada, en momentos
jodidos, cuando el bajón y el ansia de la coca hacen que te sientas la persona
más abandonada del mundo y necesitas comunicarte con alguien, aunque sea solo a
través de un mísero mensaje de texto. Lo que se dice un grito de auxilio en
mitad del desierto.
En su día también le pedí que prologara mi
libro de relatos. Lo hizo. Y supongo que ahora me devuelve la pelota, el muy
cabrón...
¿Y qué cojones hago? No me gustaría
escribir el típico prólogo insulso, el rollo de siempre:
«La escritura de Pepe es directa,
precisa, afilada. Se nota perfectamente su mano obsesiva cincelando cada
párrafo, dejándolo libre de cualquier impureza. Dando como resultado una escritura
sin fisuras, sin añadidos innecesarios, recordándonos en muchos momentos al
gran Carver, con un poso de agonía y pesimismo que nos acercan también a Hubert
Selby Jr...»
Venga,
coño. No me jodas. Paso de hacer algo así. Pero por otra parte estoy bloqueado.
Además, ¿para qué un prólogo? En el mejor de los casos mancharé el texto
original de Pepe, afeándolo como si fuese un grano en la nariz de un
adolescente el día de su primera cita.
Me pasó el libro, me lo leí y es fabuloso.
Cuando conocí a Pepe, no había publicado
nada formalmente, solo tenía un libro de relatos editado digitalmente dando
tumbos por Internet. Poco después, editó su primer libro de relatos. Un libro
bastante notable. Luego revisó aquella primera publicación digital y la sacó
también en papel. Era un libro bueno. Pero esto ya es otra cosa. Es la primera
novela. Es un paso importante para un escritor. El siguiente peldaño.
Ya sabía más o menos lo que me iba a
encontrar, conozco la obra de Pepe bastante bien. Leí con atención sus otros
libros y también extractos de esta novela que iba publicando en su blog. Alguna
vez por privado me comentaba lo mal que lo estaba pasando escribiendo esto. Estuvo
a punto de tirar la toalla un par de veces.
Pepe
es un escritor especial, de esos que se sientan en silencio, fumando, de brazos
cruzados, leyendo una y otra y otra vez cada puto párrafo para asegurarse de
que ese puñetero verbo tiene que estar ahí y no en otro sitio. Seguro que es un
rollo muy angustioso. Lo mío es más verborrea, vomitona, que diría Xen. Pepe es
tirando a artesano, y en la novela lo demuestra con creces. No en vano es un
trabajo que le ha llevado casi tres años. Mientras la leía, metiéndome en el
papel de «coleguilla del gremio», no podía evitar pensar cada poco: qué cabrón,
qué cabrón, es bueno...
Lo que me sorprendió (y acojonó) fue la
temática. Pepe es algo mayor que yo, pero el protagonista de su novela es un
tipo de treinta y cinco años que está escribiendo su primera novela. Un
perdedor sin un duro en los bolsillos, encerrado en una casa cochambrosa,
obsesionado por los ruidos de sus vecinos que no le dejan concentrarse en lo
único que de verdad importa: acabar la puñetera novela.
Mierda, todo me sonaba demasiado familiar,
eso demuestra que muchos estamos en la misma olla pestilente. Ignoro qué porcentaje
de autobiografía y qué de ficción habrá en la historia. Será un poco de ambas,
seguramente, como hacemos algunos. Estuve tentado de preguntárselo, pero creo
que prefiero conservar ese misterio. Terminé el libro enseguida y la sensación
fue sin duda inmejorable. Tenía claro que era un gran libro y que estaba muy
bien escrito. Una novela estupenda. Y ahora me tocaba el marrón de
prologarla...
Me levanto y me acerco a la ventana.
Amaneció hace un rato. Hoy es festivo pero la gente ya se va poniendo en
marcha. La gente... espero no tener que interactuar demasiado con ellos hoy, no
siempre es algo agradable, pero encima sin dormir se vuelve particularmente
extraño, con un deje surreal...
Puto prólogo... mientras observo a los
transeúntes y su agonía desde mi ventana, repaso la novela de Pepe en mi mente,
buscando cosas que decir sobre ella. Estaría bien que fuese un texto en cierta
medida complementario. Sobre todo no quiero que parezca que intento venderla,
no lo necesita. A mí me ha llegado especialmente, pero no hace falta tener
treinta y cinco años y estar escribiendo una novela para disfrutar del viaje,
cualquiera que guste de un buen libro y una buena historia sabrá ver su valor.
Me alejo de la ventana y vuelvo al sofá.
Me doy cuenta de que ya entra bastante luz del exterior y a pesar de ello tengo
la bombilla de la habitación encendida. Me levanto a apagarla. Puta factura de
la luz, putos ladrones, puta miseria...
Vuelvo al sofá y me tumbo, pongo música y
observo la pared. Hago un recorrido desde ahí: los pilares de libros, la ropa
tirada, la guitarra, los ceniceros rebosantes, todas mis miserables cosillas...
Entonces me viene. Me cago en la puta, ya
era hora, justo a tiempo. Abro una página en blanco en el procesador de textos.
Malditas páginas en blanco. Te vas a cagar, cabrona.
A ver si hay suerte y despacho el texto
pronto y puedo dedicarme a acabar mi jodida novela, necesito sacarla de dentro
y arrojarla lejos. Me pongo al teclado y escribo:
León. 5 de Octubre del 2015. Tengo treinta y cinco años y
estoy intentando escribir mi primera novela. Son las nueve y media de la
mañana, llevo toda la noche sin dormir. Mis horarios de sueño están alterados
tras los excesos del fin de semana, si planeo llevar un horario normal entre
semana que me permita terminar el jodido libro no es muy aconsejable que me
acueste en estos momentos. Este viene a ser el dilema de todos los domingos por
la noche. A veces la jugada me sale bien, y a veces no.
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