sábado, 30 de mayo de 2009
jueves, 28 de mayo de 2009
LA VIRGINIDAD
El caso es que hacía unos cuantas semanas que Pablo había conocido a Lara y después de entablar amistad y salir unas cuantas veces juntos, decidieron ser algo más que amigos. Pablo estaba muy nervioso porque sabía que la hora de follar estaba cerca. Por ahora, había intentado esquivar todo lo relacionado con el sexo, aún así, Lara se le acercaba cada vez más y más. Notaba como ella trataba de dilatar los pocos besos que se daban. Percibía su respiración entrecortada y su cuerpo sobrecogido. Pablo, en cuanto subían un poco de tono, se disculpaba con lo primero que se le ocurría, excusándose con tonterías que ni el más tonto se creería. No se atrevía a dejarse llevar pero tampoco a confesarle el problema. Las disculpas y las excusas se le estaban acabando y pronto tendría que enfrentarse a la situación. No era la primera vez que pasaba por esto, y seguramente no fuese la última. Pablo sabía que lo mejor era ir con la verdad por delante, aunque la mayoría de las veces, por no decir todas, sus aspirantes a amantes al saber de su rara enfermedad terminaban perdiendo la paciencia y abandonándolo por alguien más dispuesto. De ahí su recelo a la hora de confesar a Lara su problema. No estaba para otro desengaño, Lara le gustaba mucho y no quería perderla, por eso iba a hacer todo lo que estuviese en su mano para que lo suyo prosperase. Pensó en hacerle una visita sorpresa y contarle, de una vez por todas, la verdad. Si ella le quería tendría que aceptarle tal y como era. De camino, paró en una floristería y compró un ramo de rosas rojas, tratando de darle un toque romántico a su inminente confesión. Al pasar por delante de una cafetería que estaba muy cerca de la casa de Lara, la vió sentada en el interior. Estaba guapísima, engalanada con un ligero vestido de color verde pistacho. Abrió la puerta del local y entró dispuesto a sorprenderla. Justo en ese momento, un hombre joven de aspecto saludable se acercó a Lara por detrás y la abrazó cogiéndole los senos con sus manos. Ella se giró y le beso apasionadamente. Pablo se quedó petrificado en el umbral de la puerta, mirándolos con cara de idiota y sin dar crédito a sus ojos. Fue un mazazo tremendo para su orgullo. Después de todas las preocupaciones y desvelos que había padecido, se lo pagaba así… Salió de la cafetería de regreso a casa.
Pablo acercó el filo del cuchillo a la base de su pene. Quería acabar con el problema de raíz. Ya estaba harto de tanto sufrimiento y esa era la mejor manera de ponerle fin. El frío del acero le hizo estremecerse y las lágrimas desenfocaron la visión del cuarto de baño. Las rosas le parecían manchas de sangre sobre las baldosas, como en una especie de premonición de lo que estaba a punto de hacer. Por un instante retomó la imagen de Lara siendo abrazada. Recordó sus senos, sus pezones endureciéndose con las caricias del joven, haciéndose notar en su vestido verde pistacho. Entonces Pablo tuvo un amago de erección y cayó dormido sobre las rosas.
martes, 26 de mayo de 2009
ATRAPADO
Durmió tumbado en el banco, arropado con la chaqueta y una sudadera. Apenas pudo pegar ojo, cada dos por tres se despertaba sobresaltado por alguna pesadilla. Se levantó justo antes de amanecer, con el canto de los pájaros. Le dolía la espalda y tenía muchísima hambre. No había comido desde el día anterior y para colmo lo que había comido lo tuvo que vomitar. Así que tenía el estomago vacío, se acordó de que en el coche llevaba una botella de agua y un paquete de chicles. Ese fue su desayuno, unos pocos tragos de agua y un par de chicles con sabor a mango. Después buscó un sitio apartado donde orinar, mientras lo hacía tuvo un presentimiento, que no estaba solo. Se subió la cremallera del pantalón y oteó los alrededores en busca de la presencia augurada. No vio a nadie, sin embargo él sabía que, algo o alguien, le estaba acechando.
-¿Quién eres? – gritó.
No obtuvo respuesta, tan sólo el canto de algunos pájaros que estaban por los árboles.
- ¿Eres la muerte?...
Silencio.
- Sé que eres la muerte. Aunque no te vea sé que estás ahí…
Silencio.
- ¡Maldita sea! A mí no me vas a atrapar… Todavía me queda mucho que vivir… ¿Oyes lo que te digo? Me queda mucho tiempo…
Silencio.
- Mientras esté aquí no puedes hacerme nada ¿lo sabes, no?... Pues te diré que mi paciencia es infinita y puedo esperar lo que haga falta…
Cayó en la cuenta de que tenía que avisar a sus familiares del retraso de su llegada. Estarían muy preocupados. Fue al coche y cogió el móvil. No tenía cobertura y para empeorar las cosas se estaba quedando sin batería.
- ¡Mierda!...
Arrojó el móvil dentro del coche y se giró para gritarle a la nada.
- No te vas a salir con la tuya. ¿Me oyes?…
Volvió a girarse, apoyó la cabeza sobre la carrocería del coche y se puso a berrear. Lloraba de rabia y de miedo, porque en el fondo sabía que no podría aguantar mucho sin comida. Un Opel Corsa entró en el área de descanso y aparcó a unos metros de su coche. Del vehículo salieron un joven y una chica. Él se secó las lágrimas con la mano e intentó disimilar. En un primer impulso quiso acercarse a la pareja y explicarles su extraña situación, quizá pedirles algo de comer y un móvil para llamar a los suyos. Pero cómo les iba a explicar que la muerte estaba allí esperando para llevárselo, le tomarían por un loco. Se metió dentro del coche y se encendió un cigarro. La pareja también fumaban al lado del Opel. Les miró de reojo, pensó que parecían buena gente. Seguro que si les contaba lo sucedido le ayudarían. Buscó la forma de narrarles su historia sin parecer un desquiciado. Cuando quiso darse cuenta, el coche de la pareja estaba arrancando y tomando el carril que les llevaría de nuevo a la autopista.
-¡Hey! Esperad… - gritó saliendo de su coche y levantando los brazos.
Era demasiado tarde. Los perdió de vista antes de que pudiese añadir algo más. Había desperdiciado una valiosa oportunidad. Se sintió como un idiota y para desahogarse golpeó el techo del coche con el puño cerrado.
- Te ríes ¿Eh?... – dijo apuntando con el dedo índice al vacío. - … Pues que sepas que el que ríe el último ríe mejor. Esto no termina aquí. Vendrá más gente y les pediré ayuda… No, esto no se termina aquí…
Fue a sentarse al banco donde había dormido. La chaqueta y la sudadera aun estaban allí, las apartó con la mano y se sentó. ¿Y si realmente estaba loco y todo era producto de su locura? No sabía qué era peor, si estar como una regadera o que la muerte le estuviera esperando. De una u otra manera estaba jodido.
domingo, 24 de mayo de 2009
LA PELÍCULA
miércoles, 20 de mayo de 2009
LA HIJA
Habían pasado tres meses de la tragedia y aún no se había recuperado. La depresión y el frío sentimiento de vacío interior la mantenían en un estado lamentable. Nada le importaba. Dejaba pasar los días como si no fueran con ella. Una tarde que estaba paseando, se detuvo delante de un escaparate del centro comercial y se quedo mirando la ropita de bebé expuesta en su interior. Las lágrimas hicieron acto de presencia. Se las secó con un clínex y mientras lo hacía, descubrió su reflejo en el cristal. Parecía un fantasma del pasado, alguien a quien había conocido y olvidado. Estaba tan desmejorada que ni se reconocía. Siguió caminando sin rumbo. Llegó al supermercado y entró. Se arrastró por los lineales tratando de olvidar sus penas. Una mujer con un cochecito de bebé la adelantó. Un impulso irrefrenable la obligo a seguirla. La persiguió por todo el supermercado hasta que la mujer se separó del cochecito unos pocos metros para comprobar el precio de unos forros polares que estaban expuestos, más allá, en un perchero circular. Esa era la oportunidad que Mercedes estaba esperando. No se lo pensó y se fue directamente hacia el cochecito. Cogió en brazos al bebé y se dirigió a la salida. Nadie la detuvo. Siguió caminando por el aparcamiento sin volver la vista atrás. Llegó a su coche, lo abrió y entró. El bebé la miraba con los ojos muy abiertos y una sonrisa que sobresalía tras el chupete. Mercedes comprobó con agrado que en sus orejitas llevaba unos pequeños pendientes de oro. Evidentemente era una niña.
- Te llamaré Azucena. – dijo con voz suave.
La acomodó en la parte de atrás, accionó el contacto y abandonó el aparcamiento.
domingo, 17 de mayo de 2009
EL ALCOHÓLICO
A la mañana siguiente, la mujer de la limpieza lo encontró tirado debajo del surtidor de cerveza en medio de un gran charco de bebida fermentada. Al parecer, se quedó sin aire y se ahogó debajo del chorro. Seguramente estaba tan borracho que no pudo levantarse. Tenía el estomago tan hinchado como una pelota de playa. Aun así, su cara mostraba un evidente gesto de satisfacción.
viernes, 15 de mayo de 2009
LAS ESTRELLAS
miércoles, 13 de mayo de 2009
EL DROGADICTO
- Detente, malvado ratero. – Dijo el superhéroe con un marcado acento gallego.
Sin duda era un trastornado escapado de algún psiquiátrico, pensó Carlos.
- Muy gracioso… – Dijo Carlos sin dejar de contar los billetes. - … ¿Te has escapado de una fiesta de disfraces o qué?
- He visto lo que le has hecho a esa pobre señora. - Añadió el superhéroe, sin dejar nunca el acento gallego.
- Eso no es asunto tuyo, pelele. – Dijo Carlos a modo de contestación.
- ¡Soy Relámpagoman! Y estoy aquí para combatir la injusticia. – Anunció el superhéroe, poniendo los brazos en jarras.
- Pedoman, como me sigas tocando los cojones, voy a enfadarme contigo. Le advirtió Carlos, guardándose el dinero en la entrepierna.
- Prepárate para luchar. Gritó Relámpagoman, con ese condenado acento gallego, mientras ensayaba una postura marcial.
Carlos sacó el revolver y lo puso a la vista diciendo:
– Mira fantoche, me caes bien y no quiero hacerte daño, pero como me obligues no dudare en vaciar el cargador ¿Me has entendido?...
El superhéroe se echó a reír, con una risa fingida que sonaba de lo más peliculero y dijo:
– No le temo a las balas, soy inmune a ellas… además poseo otros superpoderes, así que es mejor que te rindas y aceptes tu castigo.
Carlos no sabía si echarse a reír o empezar a disparar.
– Porque me haces gracia, que si no... – Señaló con tono condescendiente.
– Está bien… Tú lo has querido… - Replicó Relámpagoman.
Extendió su brazo derecho con la palma de su mano abierta, apuntando directamente a Carlos. Increíblemente, de su mano surgió un zigzagueante rayo luminoso que le alcanzó de lleno, dejándolo k.o. Horas después, encontraron a Carlos a la entrada de la comisaría, atado de pies y manos y un pelín chamuscado. Junto a él había un sobre que iba dirigido a todos los criminales y delincuentes locales. La carta advertía a todos de que a partir de entonces, la ciudad sería patrullada por un nuevo superhéroe y que ningún delito quedaría inmune. La firmaba: Relámpagoman… Tiempo después, Carlos les contaba la historia a sus colegas:
- Vosotros reíros, pero por culpa de ese hijo puta yo me he pasado una larga temporada en la trena y os juro por mi madre que es lo que más quiero, que ese carbón, además de tener un acentazo gallego que te cagas, le salían relámpagos por las manos.
Sus colegas se partieron el pecho de risa y él añadió.
- Relámpagos. Os lo juro, le salían relámpagos…
sábado, 9 de mayo de 2009
EL ABOGADO
- No lo sé, pero el cantante se llama Peter Hammill. – Contestó sin ningún entusiasmo.
Félix asintió con un cansado gesto y luego desvió su mirada a la botella. En un acto de amabilidad sin precedentes, el camarero se acercó hasta la estantería de los CDs y miró el nombre de la canción, con la información recién adquirida, se acercó hasta Félix y le dijo:
- Curtains.
- ¿Qué? – Preguntó Félix sin saber muy bien de que le estaba hablando.
- Curtains. La canción. – Recalcó el camarero señalando a los altavoces del local.
Félix levantó el pulgar para expresar su agradecimiento y seguido se sirvió su decimoprimer whisky. Intentó concentrarse en los acordes de la canción pero la imagen del joven se lo impedía. Nuevamente vació el vaso y se sirvió otro, que a su vez vació de nuevo. Bebió toda la noche. Por la mañana, a primera hora, tenía otro juicio importante.
viernes, 8 de mayo de 2009
LAS CENIZAS
Santiago fue abusando de su “vicio”, consumiendo su “droga” cada vez con más frecuencia y en mayores dosis. Las cenizas eran cada vez más escasas. Santiago, cual yonki, calculaba mentalmente las dosis que le quedaban y se atormentaba con pensar que un día se acabarían. Como era de esperar, ése día llegó y Santiago dejó de sentir a su mujer. Desolado, escribió unas cartas de despedida, llenó con agua caliente la bañera y cogió una cuchilla de afeitar…
jueves, 7 de mayo de 2009
LA AMBULANCIA
- Vamos a morir abrasados… - Y siguió riéndose como un trastornado.
Los ATS trataban de conectar con él intentando dilucidar qué había ingerido, pero Tino les escuchaba sin llegar a entender el significado de sus palabras. Todos sus envenenados sentidos estaban sometidos a la risa histérica y descontrolada que le invadía. Nunca imaginó que unas carcajadas pudieran causar tanto dolor físico. Una mancha húmeda fue esparciéndose por su entrepierna. Uno de los enfermeros probó a inyectarle una dosis de vitamina B-12 que no le hizo efecto alguno. Tino lloraba de risa, tenía los abdominales tan contraídos que a penas podía respirar, aun así, siguió desternillándose. De pronto, sintió la necesidad de salir de aquel lugar asfixiante y abrasador. En un ramalazo de locura empujó a los enfermeros, llegó hasta la puerta trasera, la abrió y saltó al duro asfalto. Cayó como un pelele y después de dar varias vueltas sobre sí mismo, se quedó tirado en medio del tráfico. Algunos coches tuvieron que frenar para no atropellarle y hubo varios choques en cadena. Tino quedó inconsciente bajo los faros de los coches, inmóvil en una postura imposible, como un muñeco de trapo. Se había roto infinidad de huesos pero había logrado acabar con la incontenible risa que lo estaba matando. Después de muchos meses de recuperación y rehabilitación su cuerpo sanó. Su mente, no. A día de hoy, continúa en manos de los psiquiatras.
martes, 5 de mayo de 2009
EL ASESINO
- ¿A quién apuntas? – Preguntó, a la vez que echaba un rápido vistazo abajo, a la calle.
- A esa gorda que lleva la barra de pan.
Nico apretó el gatillo y el perdigón impactó en una de las nalgas de la señora. Al sentirlo, la pobre mujer no pudo reprimir un sobresalto acompañado de un ridículo grito. Los chavales se ocultaron para no ser interceptados por las miradas de la confundida señora, que dolorida atisbaba de un lado a otro buscando el origen de aquel ataque. Nico y Jacinto reprimieron sus carcajadas, aunque desde donde estaba la señora, era imposible que les oyese. Asomaron sus cabezas por la repisa y echaron un vistazo a la calle. La señora seguía mirando a su alrededor mientras se pasaba la mano por la nalga herida. Se replegaron de nuevo ocultándose de la vista de los viandantes y rieron, esta vez sí, sin cortarse.
- Ahora me toca a mí. – Dijo Jacinto arrebatándole la carabina a su amigo.
Ambos habían trabajado durante meses repartiendo publicidad por los buzones. Con lo ganado, se habían comprado la carabina y desde entonces no habían parado de disparar a todo lo que se movía, especialmente a otras personas. Empezaron disparando a pájaros y lagartijas, más tarde a ratas de basurero, de ahí a gatos y perros y finalmente pasaron a la caza mayor, es decir, a las personas. Una vez que lo habían probado no querían volver a malgastar sus balines con animales. Era mucho más divertido y emocionante disparar a la gente.
- Antes cambiemos de sitio. – Dijo Nico, dándoselas de profesional.
- ¿Vamos a la vía a por los que pasan asomados en los trenes? – Sugirió Jacinto, con la inconsciencia y el entusiasmo propio de su juventud.
Llegaron a un descampado cercano a la salida de la estación donde había cañaverales tras los que ocultarse y por donde los trenes pasaban a una velocidad moderada. Escondidos entre las cañas, esperaron la llegada de un tren de pasajeros.
- Yo de mayor quiero ser asesino a sueldo. – Dijo Nico en tono serio.
- Mi padre quiere que yo sea abogado, pero a mí lo que me gustaría es ser millonario. – Añadió Jacinto siguiendo con la conversación.
- Toma y a mí, pero como no nos toque la lotería o acertemos una quiniela, lo tenemos claro.
- Entonces no me va a quedar más remedio que hacerme abogado.
- Pues así, si un día la poli me coge a mí, tú me defiendes y me sacas de la cárcel, ¿vale?
- Vale, colega.
Ambos chocaron sus puños cerrando el trato. Jacinto se preguntó mentalmente quién ganaría más dinero, si los asesinos a sueldo o los abogados… pero no llego a ninguna conclusión así que tampoco dijo nada. Nico por su parte pensó en que si viviera en Norteamérica, en vez de una carabina tendría un UZI.
domingo, 3 de mayo de 2009
LAS SEÑALES
Sabih se quitó la camiseta y se miró en el espejo de la habitación que acababa de alquilar, tratando de verse la espalda. Unos tremendos arañazos la cruzaban en diagonal. Hizo un gesto de fastidio y arrojó la camiseta sobre la cama. Conectó la radio y el locutor anunció el tema “Roads” de Portishead. Le encantaba esa canción. Se tumbó a escucharla, concentrándose sobre todo en el bajo. A media canción, llegó Elena. Sabih siguió a lo suyo sin inmutarse. Elena le miró de reojo y se fue directa al baño, cerrando la puerta tras de sí. Al poco, volvió a salir pero esta vez, completamente desnuda.
- Te dije que no me dejases señales y tengo la espalda totalmente arañada. – Dijo Sabih.
- Déjame ver. – Ordenó Elena según se acercaba a él.
Sabih le mostró la espalda y ella acercó su mano, parecía que lo fuera a acariciar, pero en el último momento sacó las uñas y se las clavó. Él gritó de dolor y se apartó.
- ¡Joder! – Protestó Sabih frunciendo el ceño.
Elena soltó una carcajada seca.
- Para que no vuelvas a decirme lo que puedo y lo que no puedo hacerte. – Dijo Elena cambiando el semblante y poniéndose seria.
Se tumbó junto a él. Sabih notó como un hilo de sangre bajaba por su espalda. En la radio sonaba otro de sus temas favoritos: “Cuando te duermas” de Los Piratas.
- ¿Has traído el lubricante? – Preguntó Elena.
- Sí…
Sabih se incorporó y sacó del bolsillo de su cazadora, que estaba tirada sobre los pies de la cama, un frasco.
- …aquí lo tienes. - Dijo mientras se lo pasaba.
Elena lo tomó en sus manos y leyó con atención la etiqueta.
- Nos servirá… Y tú, ¿por qué no te has desnudado todavía?
- Ya voy.
Sabih se despojó de pantalones, calcetines y calzoncillos.
- ¿Estás preparado?
- Sí.
- Extiende tu mano.
Elena vertió un chorro de lubricante sobre su palma.
- Ya sabes lo que tienes que hacer. – Dijo ella poniéndose a cuatro patas.
Sabih se extendió el lubricante por las manos e introdujo su dedo índice en el ano de ella. Poco a poco, lubricó el agujero hasta que pudo meter el segundo dedo. Elena gimió, estaba a punto cuando introdujo el tercero. Sacó los dedos y se acomodó para penetrarla con el pene, que entró sin dificultad.
- ¡Métemela hasta dentro! – Suspiró Elena a la vez que se agarraba con fuerza a las sábanas.
Sabih apretó las mandíbulas y empujó con rabia las caderas. Elena acompasaba sus gemidos con las envestidas de su compañero.
- Vete preparándote… - Le advirtió Elena.
Sabih alargó el brazo, cogió un cigarro y un mechero de encima de la mesilla. Se metió el pitillo en la boca y le prendió fuego, aspiró y soltó el humo sobre la punta del cigarro poniéndola al rojo.
- Hazlo ahora. - Ordenó Elena.
- Estás segura.
- Hazlo, joder…
Sabih obedeció y apagó el cigarro sobre la espalda de ella. Elena llegó al orgasmo. Justo en ese momento sonaron los primeros compases del tema de Mark Lanegan “One Way Street”. Ella separó sus nalgas de él, se giró y se metió la polla en la boca. Sabih se concentró en las notas de la canción, especialmente en las que ejecutaba la segunda guitarra acústica. Elena apartó ligeramente el pene de su boca y le dijo:
- Dame tu lefa.
Sabih asintió con la cabeza. Durante todo el día había estado bebiendo zumo de tomate porque alguien le dijo que eso daba buen sabor al semen. Elena siguió chupando, en un momento dado, sacó sus uñas y las clavó en las nalgas de él haciéndole eyacular. Después Sabih volvió a encenderse el cigarrillo que momentos antes había apagado sobre la espalda de su compañera y aspiró el humo llenándose los pulmones. Elena saboreó el semen, lo notó más dulce de lo habitual. El zumo de tomate había sido efectivo. Ambos se relajaron tumbados en la cama mientras en la habitación aún persistía un ligero tufillo a carne quemada.
sábado, 2 de mayo de 2009
EL RECOGEPELOTAS
viernes, 1 de mayo de 2009
EL VAGABUNDO
- ¡Eh! Deniro, por qué no te arrancas con una de las tuyas.
Y Eduardo iba, les hacía una de sus imitaciones y los clientes agradecidos, le invitaban a uno o dos tragos. El tiempo fue pasando, y por el rostro de Eduardo parecía que hubiese pasado dos veces. El alcohol, la mala vida y las peleas le fueron degradando física y mentalmente. Debido a una infección de encías, fue perdiendo dientes. Luego, se rompió la nariz al caerse por unas escaleras y a los pocos meses, le vaciaron un ojo de un botellazo. Ya no se parecía en nada a Robert De Niro, la gran cantidad de cicatrices y golpes recibidos le habían deformado tanto el rostro que cuando hacía sus imitaciones ya nadie reconocía al actor en él y no le veían la gracia. Le siguieron llamando DeNiro, más que nada, por la fuerza de la costumbre aunque muy pocos se acordaban de que hubo un tiempo en el que se pareció asombrosamente al gran actor. Un día apareció tirado en un callejón con cinco puñaladas. Parecía la escena final de uno de esos films sobre mafia italiana en los que De Niro siempre era el protagonista.