sábado, 2 de mayo de 2009

EL RECOGEPELOTAS

Manuel García Armas se dedicaba a la política, pero su verdadera vocación era el fútbol. De no ser por una grave lesión que tuvo en la rodilla cuando era joven, se hubiera consagrado de pleno a su deporte favorito. Fue un brillante delantero que sabía regatear en el área sin perder los nervios ni el control del balón, además era rápido como un rayo y durante tres temporadas seguidas fue el pichíchi de la tercera división. Todos los entrenadores que tuvo le auguraron un futuro brillante, pero lo cierto es que la grave lesión le apartó de los terrenos de juego para siempre. Más tarde, según fueron pasando los años se metió en política, pero siempre que le era posible acudía al palco del Bernabéu para animar a su equipo. Ese día en concreto jugaba el Madrid contra el Barcelona. En ése partido se iba a decidir la liga, y todos estaban ansiosos por saber el resultado final. Por ahora ganaba el Barcelona cero tres y tan solo se llevaban jugados treinta minutos de la primera parte. Mal lo tenían los de la capital. O se espabilaban sus jugadores o aquello se iba a convertir en un desastre. Todos los aficionados que llenaban el estadio no perdían ojo de cada jugada, todos excepto Manuel García Armas. Manuel ignoraba lo que ocurría en el terreno de juego. Toda su atención estaba puesta de uno de los recogepelotas. El chaval tendría doce o trece años, era rubio y delgado, desde el palco era lo único que Manuel alcanzaba a apreciar, no distinguía ni el color de sus ojos, ni sus rasgos faciales, pero no era su físico lo que había captado su atención. Su curiosidad se debía a que había advertido una extraña cualidad en él. Parecía como sí el chaval supiese de antemano por donde iba a salir la pelota porque, cuando eso sucedía, ahí estaba justamente él esperándola para devolverla al césped. Luego en lugar de regresar a su zona y sentarse a esperar, el chaval acudía directamente a un lugar específico del campo y allí se quedaba parado. Al poco tiempo la pelota salía de nuevo por donde él se había situado. Así una y otra vez. Aunque Manuel era un gran entusiasta de los encuentros entre su Madrid y su eterno rival el Barca, no podía quitar la vista del chaval. La cabeza de Manuel no paraba de analizar hipótesis que explicasen la habilidad premonitoria de la que aparentemente el chaval hacía gala, pero no llegó a ninguna conclusión satisfactoria. La única posibilidad era que el chaval tuviese acceso directo a un futuro inmediato. Fuese lo que fuese aquello no era normal. Entonces pasó algo especial que sólo Manuel pudo apreciar: el recogepelotas hizo un gesto contenido de celebración. Manuel no supo a que se debía hasta que pasaron unos quince segundos y el R. Madrid metió un gol. Manuel ni siquiera lo celebró, estaba tan estupefacto que no pudo. ¿Cómo era posible anticiparse a los hechos? Eso dentro de los límites de la ciencia no tenía ninguna lógica. Así fueron pasando los minutos hasta que el árbitro pitó el final del primer tiempo. En los descansos Manuel tenía por costumbre acercarse al bar a tomarse una copita de “Torres 5”, pero en esta ocasión prefirió quedarse donde estaba, vigilando al recogepelotas. Aprovechando que tenían el campo para ellos solos, los recogepelotas saltaron al césped y se pusieron a intercambiar unos cuantos pases con un balón. El chaval no parecía distinto a sus compañeros, sin embargo, Manuel intuía que sí lo era, que había algo en él que lo hacía especial y único, un sexto sentido que el resto de los seres humanos no tenemos. Sintió ganas de abandonar el palco y bajar al césped para hacerle infinidad de preguntas: ¿cuál era el secreto de su don, cómo lo había adquirido, le venía dado de nacimiento o, por el contrario, era algo que había potenciado una y otra vez hasta dominarlo de una forma natural?... Pero justo en ese momento, árbitros y jugadores salieron de nuevo al campo dando por inaugurado el segundo tiempo. Al igual que en el primero, el chaval seguía anticipándose a todas las salidas del balón por su zona. A aquellas alturas del partido, Manuel tenía claro que el recogepelotas adivinaba el futuro, por eso cuando le vió apretar los puños y dar un par de pequeños saltitos de satisfacción supo que enseguida llegaría el segundo gol. Y así fue, justo unos segundos después, el R. Madrid marcaba otro gol. Esta vez Manuel sí lo celebró, aunque sin demasiado entusiasmo porque ya lo había hecho de forma contenida unos instantes antes, con el recogepelotas. Se sintió privilegiado, podía anticiparse al futuro por medio del chaval y eso le gustó. Si pudiese utilizarlo en la política estaba seguro de que su carrera despegaría de manera fulgurante. Si el chaval podía adivinar por dónde iba a salir una pelota, ¿por qué no iba a ser capaz de adivinar los resultados de una votación? Ese pensamiento le abría las puertas de sus ansiadas metas, del éxito y de lo que era más importante, del poder. Con ese chaval a su lado la presidencia del país estaba al alcance de su mano. Justo cuando le estaba dando vueltas a esta idea, sucedió algo que le puso los pelos como escarpias. El recogepelotas estaba a lo suyo y de repente se giró y miró directamente al palco donde estaba Manuel. Durante unos segundos que parecieron eternos, ambos se miraron mutuamente. Manuel estaba aterrado, no podía moverse. De haber podido, hubiera abandonado el palco de inmediato. Sintió cómo la mirada del chaval penetraba en su mente y su cuerpo cómo un escáner de rayos x, apropiándose de sus más íntimos pensamientos. Manuel se considero violado. A partir de ese momento el recogepelotas dejó de anticiparse a los hechos y se comportó cómo lo haría cualquier recogepelotas. Manuel salió del Bernabéu un cuarto de hora antes de que finalizase el partido. Ya no le importaba si el Madrid ganaba o no la liga, lo único que deseaba era llegar a casa, meterse en la cama, taparse la cabeza con la almohada y sacarse el miedo del cuerpo.

4 comentarios:

Javier Belinchón dijo...

Buen relato. Ayer hablaba yo con unos amigos sobre premoniciones y todas esas cosas. Yo no me las creo pero algunos contaban unas cosas que daban auténtico miedo y daban que pensar. Sigo sin creer.

A mí no me gusta el fútbol así que no veré el partido pero si me veo obligado a verlo apoyaré al Barça por tocarles las pelotas un rato a los madridistas jeje.

Me ha gustado mucho, pepe.

Abrazos.

Begoña Leonardo dijo...

Inquietante, relato, me he quedado un poco pallá... Política y pelotas...

Pero hoy tengo suerte, como no me gusta el fútbol, y es a las ocho, me cojo a mi niña y nos perdemos en algún sitio guay con bici, con cuches y cada una con su libro y como todos estarán pendientes del fútbol, nosotras disfrutaremos de una realidad paralela.

Muchos besos, y que gane el que mejor juegue, o eso no va así??? jeje.

gloria dijo...

A partir de ahora no podré evitar fijarme en los recogepelotas de los partidos de fútbol, a partir de ahora intentaré encontrar a ese chicho que descubrió Manuel... a mí no me da miedo, porque creo que el problema fue que Manuel quisiera usar al chaval... yo no lo quiero para mí... yo sólo quiero admirar ese prodigio como he admirado profundamente este relato.

He disfrutado mucho... y, por cierto, tú no has estado nada mal con los goles, ¿no? (al menos, con los cinco primeros) no tendrás a ese recogepelotas por ahí cerca, ¿verdad?

Voy a seguir leyendo.

Un saludo.

pepe pereza dijo...

Gracias a los tres. Y os prometo que a partir del lunes seré más original a la hora de contestar los comentarios, porque llego del curro desecho y mi ceerebro no da para más.
un abrazo